Cientos
de pastillas se acumulan en un recinto que tiene sus puertas abiertas
En
las oficinas que usaban los sindicatos en el hospital de Toén se amontonan
contratos de trabajadores
Pablo Taboada Ourense 28 NOV 2014 - 20:31 CET
Fármacos en el hospital psquiátrico abandonado de
Toén, en Ourense. / NACHO GÓMEZ
El viejo hospital ourensano Doctor
Cabaleiro Goás, sin uso desde enero de 2012, cuando la Consellería de Sanidade
ordenó su clausura definitiva pero abierto a cualquiera que pase por el lugar,
guarda entre sus muros cientos de medicamentos psiquiátricos que únicamente se
dispensan bajo receta, material sanitario sin estrenar abandonado y documentación
de trabajadores repleta de datos privados. La práctica totalidad de las puertas
exteriores de los edificios del complejo, ubicado en el término municipal de
Toén, están abiertas, lo que permite recorrer unas instalaciones que, aunque
fueron desmanteladas, todavía guardan sorpresas. En la farmacia que dispensó
medicinas a los internos, hay cientos de pastillas de una treintena de marcas,
en su mayoría destinadas al tratamiento de enfermedades psiquiátricas.
La lista es larga: anticonvulsivos para
trastornos bipolares, antitiroideos, antidepresivos para trastorno
obsesivo-compulsivo, neurolépticos, antagonistas opiáceos para desengancharse
de drogas, antiepilépticos, cápsulas contra el párkinson, psicotrópicos para
ataques de pánico, antipsicóticos, ansiolíticos inductores del sueño,
corticoides contra la esquizofrenia como la carbamazepina —que, según el
Vademecun, puede provocar fuertes reacciones alérgicas—, e incluso medicamentos
destinados a combatir los efectos del cáncer de mama. En la misma farmacia y a
disposición de cualquiera que entre al edificio por la puerta principal,
también hay preparados médicos en polvo, jarabes, agujas y jeringuillas.
Además, en algún almacén de los sótanos carcomidos por la humedad todavía se
conservan cajas de material sanitario sin estrenar, como goteros, vías o
pañales.
Las medicinas no son los únicos
vestigios del antiguo sanatorio que permanecen impasibles al paso del tiempo y
de la lluvia que se cuela por las ventanas, abiertas de par en par en
habitaciones y despachos. En las oficinas que ocupaban los sindicatos todavía
se almacenan contratos repletos de datos privados de trabajadores, algunos
firmados hace una década, durante el último mandato del expresidente de la
Xunta Manuel Fraga.
Los archivadores que han resistido
mudanzas y robos, también contienen cuadrantes de turnos laborales, solicitudes
de vacaciones destinadas a la gerencia o informes sindicales. Revolviendo en
las cajas que salpican otras estancias del psiquiátrico abandonado Doctor
Cabaleiro Goás, en las afueras de Ourense, aparecen detalladas nóminas de
empleados de diversas épocas: algunas recientes, de años previos al cierre
definitivo, pero otras se remontan a la década de los ochenta.
El club social (auditorio, cafetería,
sala de exposiciones, biblioteca o capilla) fue concienzudamente tapiado con
cemento y placas opacas. Pero allí, el gran portón metálico también está
desbloqueado. Los muros que ciegan puertas y ventanas ocultan un enorme
vertedero sanitario que alguien quiso disimular con bloques de cemento. Al otro
lado se acumulan decenas de colchones en montículos, maquinaria hospitalaria de
todo tipo, ordenadores, material asistencial para enfermos, manuales de
aparatos radioactivos, memorias administrativas y mobiliario que convive con
goteras, silvas, neveras de bar, listas de precios y cuadros pintados en las
paredes por los enfermos.
No es la primera vez que la Xunta de
Galicia tropieza con la custodia de material sensible en este hospital,
inaugurado hace más de medio siglo como un referente del sector, pero
paulatinamente abandonado. La ausencia de inversión condenó al centro al
ostracismo en el que ahora está sumido entre zarzas, deposiciones de animales,
humedades y saqueadores que han llegado a utilizar maquinaria pesada para derribar
muros.
En agosto de 2009, con el hospital
todavía en funcionamiento, durante el dispositivo de búsqueda de Laura Alonso
—una joven de un pueblo cercano asesinada por su novio— se permitió el paso al
sótano de un edificio que entonces ya había sido clausurado por su deplorable
estado. Y los voluntarios que buscaban a la chica se toparon con expedientes de
pacientes de los años setenta en los que se detallaba pormenorizadamente datos
personales, patologías, medicación y comportamiento social ante los observadores
que vigilaban. La Consellería de Sanidade negó entonces que aquellos documentos
pudiesen ser considerados expedientes o documentos oficiales.
Un lustro después del suceso que motivó
la apertura de una investigación de oficio por parte de la Agencia Española de
Protección de Datos, los 29.000 metros cuadrados que ocupan los diez edificios
del complejo y los restos que hay en ellos, siguen sin vigilancia. La enorme
finca de casi cuatro hectáreas tampoco tiene control perimetral alguno. Aunque
las carreteras de acceso están bloqueadas con piedras o vallas, las puertas del
sanatorio que guarda un comprometido dispensario de medicinas psquiátricas
están plenamente abiertas.
Y en medio del abandono, la Administración no
encuentra uso al complejo público. El psiquiátrico fue levantando en un monte
comunal cedido por los vecinos del municipio de Toén bajo dos condiciones: uso
exclusivamente sanitario y contratos para los habitantes de la zona. Tras la
clausura, Sanidade negoció una cesión gratuita a la empresa Aspanas Termal, que
propuso crear un espacio para rehabilitación y terapia de personas
discapacitadas. Los comuneros rechazaron la idea porque, en su opinión, no era
un proyecto sólido.
Fuente: www.elpais.com
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