CASIMIRO GARCÍA-ABADILLO
Actualizado: 30/11/2014 17:06 horas
1. Vientos de cambio.
Vivimos momentos de cambio e
incertidumbre. Pocos se atreven a hacer pronósticos sobre cómo va a ser nuestro
país no ya en 10 años, sino en tan sólo 12 meses. Lo que nadie pone en duda es
que nos encontramos en un momento histórico, que estamos abocados a un cambio
de ciclo. La temperatura social ha llegado al punto de ebullición; el hartazgo
ciudadano está a punto de hacer saltar por los aires el sistema tal y como lo
hemos conocido en los últimos 36 años. Algunos hitos parecen confirmar que
estamos a punto de pasar una página de nuestra historia. En marzo murió Adolfo
Suárez y en junio abdicó el Rey Juan Carlos I, los dos protagonistas de la
Transición.
Alfredo Pérez Rubalcaba decidió en
verano abandonar la política; Cayo Lara anunció este mes de noviembre que ya no
será el cabeza de lista de IU. Hasta Cándido Méndez dice que se va. Han
desaparecido personas tan relevantes en nuestra vida económica como Emilio
Botín o Isidoro Álvarez.. Incluso algunos de los grandes periódicos han
cambiado de director.
RAÚL ARIAS
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Si estuviera entre nosotros Federico
Engels no dudaría en afirmar que estamos ante una acumulación de cambios
cuantitativos que nos llevan inexorablemente a un cambio cualitativo en España.
Sí, hay momentos en que la manecilla de la historia cambia de época. Quien no
quiera ver que atravesamos el umbral de una gran transformación es que o no
quiere ver la realidad o bien pretende mantener el statu quo. Los que no se
adapten al cambio, serán arrollados por su empuje.
2º La crisis económica y la corrupción.
Sin apenas habernos dado cuenta -aquí
todos tenemos que entonar un mea culpa- en menos de un año, un partido nuevo,
con viejas recetas, ha logrado hacer tambalear el sistema. La última encuesta
publicada por EL MUNDO da a Podemos el liderazgo político, con casi un tercio
de los votos, por encima del PP y del PSOE, que juntos no suman ni el 50% del
electorado.
A esto hemos llegado después de seis
años de durísima crisis económica, que elevó la tasa del paro por encima del
26% y que ha condenado a una generación de jóvenes a la emigración o al
subempleo, por no hablar de los desempleados de más de 50 años, cuyas
esperanzas de encontrar trabajo son prácticamente nulas.
Los ajustes, necesarios para reducir el
déficit público, se han repartido mal. Los ciudadanos tienen la sensación de
que han pagado los de siempre. En el sector privado, muchas empresas han hecho
recortes y han bajado salarios mientras sus altos ejecutivos cobraban
multimillonarias indemnizaciones escudándose en sus contratos blindados.
El Estado de Bienestar, la Educación, la
Sanidad, se han deteriorado en estos años de penuria.
Al mismo tiempo que eso ocurría, no han
parado de salir a la luz casos de corrupción en los que están involucrados
todos los viejos grandes partidos sin excepción. El PP, el PSOE, CiU, etc. El
caso de las tarjetas black de Caja Madrid, aunque no representa una enorme cantidad
de dinero -sobre todo si lo comparamos con la desviación de fondos en el caso
de los ERE en Andalucía- sí es un buen ejemplo de lo que estamos hablando.
Representantes de partidos y sindicatos, desde el PSOE a IU, pasando por el PP,
UGT y CCOO, compartían una misma forma de lucrarse ocultando sus prebendas al
fisco.
Crisis, desigualdad y corrupción, ése ha
sido el caldo de cultivo de Podemos. Quienes más han colaborado a aupar a Pablo
Iglesias no han sido las redes sociales o la televisión, sino los líderes de
los partidos que han cerrado los ojos ante las injusticias y los escándalos.
3º Cataluña: el desencuentro.
Lo que está ocurriendo en Cataluña no
puede separarse de la situación general que acabo de describir.
La desafección que lleva a muchos ciudadanos
del resto de España a votar a Podemos, en Cataluña, además, ha encontrado en la
independencia un cauce para mostrar la repulsa contra el sistema.
Los errores del Gobierno a la hora de
analizar el auge del independentismo son difíciles de justificar y sólo pueden
ser debidos al desconocimiento de la realidad o bien a la supeditación de la
respuesta a ese problema a otros intereses políticos.
No me voy a remontar a las decisiones
que se adoptaron durante el Gobierno de Zapatero, que han sido determinantes
para explicar por qué hemos llegado a este punto de desencuentro. Me centraré
sólo en lo que ha sucedido en los últimos meses.
Rajoy ha basado toda su acción de
gobierno en la recuperación económica y todavía confía en ella para invertir la
correlación de fuerzas en Cataluña. De ahí la teoría del soufflé. La tesis es
sencilla: con crecimiento y creación de empleo, el independentismo se
desinflará como un postre sacado del horno antes de tiempo.
Pero Cataluña no es un soufflé, sino una
olla a presión a la que hay que dar una respuesta política.
El Gobierno no ha analizado bien lo que
ocurrió el 9-N. Es verdad que dos tercios de los ciudadanos de Cataluña no
acudieron a participar en la mascarada de referéndum. Pero si ahora hubiera
elecciones, los independentistas volverían a tener una cómoda mayoría en el
Parlament. Por principio, de los que no votaron el 9-N lo único que se puede
decir es que no se creen las promesas de los nacionalistas.
Pero los grandes cambios sociales y
políticos siempre han sido protagonizados por una minoría muy movilizada. Eso
es lo que está ocurriendo en Cataluña. Si los partidos constitucionalistas no
logran ilusionar a esos dos tercios, que en las encuestas dicen sentirse tan
catalanes como españoles, al final los independentistas se llevarán el gato al
agua.
La hoja de ruta anunciada por Mas el
pasado martes, que prevé una declaración de independencia a finales de 2016,
pone de relieve la urgencia en la búsqueda de una solución que vaya más allá de
la aplicación de la ley, aunque, por supuesto, haya que cumplir la ley.
4º Reforma constitucional.
Les decía que no se puede separar lo que
ocurre en Cataluña de lo que está pasando en el resto de España.
Lo que muestran todas las encuestas, lo
que demuestra el ascenso de Podemos, es que la arquitectura del sistema, la
Constitución, tal y como se concibió en 1978, está agotada.
No creo que haya que hacer una enmienda
a la totalidad, pero sí remozar las vigas que se han quedado viejas y revocar
una fachada que ya no atrae a la mayoría de los jóvenes. En esencia, la Carta
Magna es un edificio sólido que ha dado cobijo a los 36 mejores años de nuestra
Historia.
La reforma de la Constitución es, en mi
opinión, una oportunidad:
- Primero, para volver a ilusionar a los
ciudadanos con un proyecto al que van a ser llamados a participar.
- Segundo, para recuperar el espíritu de
la Transición, la concordia.
- Tercero, para ensayar un gran pacto
nacional entre el PP y el PSOE que pueda servir de base para afrontar un futuro
inmediato caracterizado por la fragmentación política.
- Cuarto, para buscar un encaje de
Cataluña en España redefiniendo el modelo territorial (el 60% de los catalanes
-última encuesta de Sigma Dos- cree que la reforma es el mejor modo de resolver
el desencuentro).
No queda mucho tiempo. Apenas un año
para unas elecciones generales en las que ya no habrá una mayoría absoluta. Si
los grandes partidos no dejan en un segundo plano su tacticismo y no piensan
más en el país, en los ciudadanos; si no son más generosos, estaremos ante un
riesgo real de que pueda proclamarse una Tercera República, con todo lo que
ello lleva consigo.
Si Podemos se sale con la suya y logra
50 o 60 escaños en las próximas elecciones generales, todo lo conseguido en el
terreno económico saltará por los aires. Podemos es ya -junto a Cataluña- un
elemento de riesgo para las inversiones extranjeras.
Insisto: o afrontamos una segunda
Transición, o nos arriesgamos a una Tercera República.
5º El papel de los medios.
En esta situación de inestabilidad, de
riesgo, el papel de los medios de comunicación es más esencial que nunca.
Vivimos en medio de una encrucijada. Hay
un escenario, en el que yo no creo, y en el que algunos contemplan incluso la
desaparición de los grandes periódicos. Esa hipótesis encierra el peligro de
que los grupos editoriales puedan ser sustituidos por cientos, miles de webs,
unas controladas por los partidos, otras por grandes corporaciones, por el
Gobierno, por los bancos, etc.
Cada elemento de esa maraña no
necesitaría de grandes plantillas y podría financiarse con la publicidad de sus
patrocinadores. El milagro se habría hecho realidad: numerosos medios gratuitos
sobrevivirían gracias a que sus fuentes se habrían convertido en sus
financiadores. Si ese panorama se concretase, viviríamos en un mundo como el
descrito por George Orwell en 1984.
¿Cuál es el escenario por el que yo
apuesto? Evidentemente, vivimos en un mundo en el que la información se
distribuye y se distribuirá cada vez en mayor medida a través de soportes
digitales. Somos conscientes y, por ello, nuestra apuesta ha sido muy clara:
elmundo.es es el medio digital líder en castellano. A pesar del estancamiento
de la difusión en el soporte de papel, la suma de lectores de EL MUNDO Orbyt y
elmundo.es sigue creciendo y nos coloca en la cabeza por difusión e influencia.
Mi opinión es que en el futuro habrá una convivencia de soportes: papel,
ordenadores, tabletas, móviles, etc. Cada uno de ellos tendrá una función.
Pero las nuevas tecnologías no nos
liberan a los periodistas de nuestras responsabilidades. Para cumplirlas son
necesarios grandes y sólidos grupos de comunicación.
Los periódicos, los denostados
periódicos, siguen siendo, hoy por hoy, la principal vía por la cual se hace
posible el derecho constitucional a la información. Los periódicos -en el
soporte que ustedes quieran- son un sistema de alarma ante los abusos del poder
y, por tanto, una base fundamental para el funcionamiento del sistema
democrático.
Los periódicos, guste o no, seguimos
marcando la agenda política no sólo aquí, sino en los países más avanzados.
Marcamos las prioridades con la información y también somos un hervidero de
ideas para los ciudadanos que buscan respuestas a los problemas que les
afectan.
Un periódico, no lo olviden, es un
proyecto intelectual. La calidad democrática de un país se mide por la calidad
de sus periódicos.
La función de la prensa, incluso en el
escenario más tecnológicamente desarrollado, es la misma que le dio sentido en
sus orígenes, la misma que le hizo pronunciar a Thomas Jefferson su famosa
frase: «Si yo tuviera que decidir entre tener un gobierno y no tener periódicos
o tener periódicos y no tener gobierno, no dudaría un segundo en elegir esto
último».
Muchos políticos piensan que la crisis
de la prensa es un problema sectorial, como la crisis de los astilleros. Pero
no, cada vez que un medio se cierra, no sólo se pierden empleos, sino que los
ciudadanos pierden una parte de su libertad.
Yo creo en este país y en sus
ciudadanos. Tenemos una gran nación y todos tenemos una parte de responsabilidad
en la búsqueda de una salida en medio de esta tormenta perfecta. El futuro no
está escrito. Ante el determinismo de los que piensan que vamos al desastre,
está nuestra capacidad de decisión, de reacción, de inconformismo.
Les aseguro que desde EL MUNDO haremos
todo lo posible para responder a ese apasionante desafío.
(Conferencia pronunciada el día 27 en el
Foro Nueva Comunicación)
Fuente: www.elmundo.es
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