Gabriel Flores | Economista
nuevatribuna.es | 23 Noviembre 2014 - 13:41 h.
La economía europea sigue mostrando un crecimiento muy escaso y frágil. Y
las instituciones europeas siguen desatendiendo los graves problemas que
impiden la recuperación del empleo y el bienestar de la población
Al igual que en el trimestre anterior, el crecimiento del PIB en España
(0,5%) ha vuelto a superar el de la mayoría de los países de la eurozona en el
tercer trimestre de 2014. Solo Grecia (0,7%) y Eslovaquia (0,6%), en la
eurozona, y Rumania (1,9%), Polonia (0,9%) y Reino Unido (0,7%), en el resto de
la UE, han crecido más que la economía española. El crecimiento trimestral del
PIB de la eurozona sigue siendo mínimo (0,2%), porque aunque Alemania y Francia
han vuelto a crecer, lo hacen a tasas mínimas del 0,1% y el 0,3%
respectivamente; por su parte, el PIB de Italia sigue decreciendo en tasa
trimestral (-0,1%).
Los datos de Eurostat muestran también que en España la inflación
continuaba instalada en el mes de octubre en tasas anuales negativas (-0,2%),
mientras en la eurozona crecía de forma muy modesta, aunque positiva, del 0,4%;
porcentaje todavía muy alejado del mandato encomendado al BCE (por debajo pero
cerca del 2%), aunque no parece que intente alcanzar ese objetivo de inflación
con demasiado celo.
Los escenarios catastróficos no se confirman ni están más cerca que hace
tres meses, pero tampoco se afirma la recuperación del crecimiento y la
inflación a corto plazo… ni en cualquier futuro previsible.
El BCE reduce las previsiones de crecimiento del producto que realizó el
pasado mes de septiembre y en sus últimas proyecciones económicas, publicadas
hace unos días, prevé que el PIB de la eurozona crecerá 0,8% en 2014, 1,2% en
2015 y 1,5% en 2016; de esta forma, en el total de los tres años, el producto
crecería casi un punto porcentual menos que en la previsión anterior, realizada
hace apenas dos meses.
Obsesionados con la consolidación fiscal y la reducción del déficit
público, olvidan cualquier otro objetivo, siguen despreciando la destrucción
económica y social que causan los recortes y no terminan de abordar las
insuficiencias y debilidades institucionales y estructurales que sufre la
eurozona
Por otra parte, según el BCE, la inflación de la eurozona (Índice de
Precios de Consumo Armonizados) crecería 0,5% en 2014, 1,0% en 2015 y 1,2% en
2016; en total, cuatro décimas menos que en las proyecciones del pasado mes de
septiembre. Ese movimiento al alza del nivel general de precios sigue siendo
tan desmayado como exasperadamente lento, evidenciando que los riesgos de que
la eurozona entre en una tercera recesión o, incluso, en una situación de
deflación siguen siendo reales, aunque no muy probables. Hay que resaltar que
esa baja inflación supone un obstáculo añadido en la tarea de reducir la enorme
deuda pública y privada que soportan España y buena parte de los países de la
eurozona.
La economía europea sigue mostrando un crecimiento muy escaso y frágil. Y
las instituciones europeas siguen desatendiendo los graves problemas que
impiden la recuperación del empleo y el bienestar de la población. Obsesionados
con la consolidación fiscal y la reducción del déficit público, olvidan
cualquier otro objetivo, siguen despreciando la destrucción económica y social
que causan los recortes y no terminan de abordar las insuficiencias y
debilidades institucionales y estructurales que sufre la eurozona y que
perjudican especialmente a los socios que sufren mayores desequilibrios en sus
cuentas públicas y exteriores.
La austeridad no funciona y, además, es imposible que funcione. O, mejor
dicho, la austeridad solo está funcionando para aumentar la rentabilidad y
competitividad de las grandes empresas, a costa de las rentas salariales, la
reducción de los bienes y las inversiones públicos y la pérdida de bienestar de
la mayoría de la población. El aumento de la competitividad que ha
experimentado la economía española en los últimos años se ha basado en la
reducción de los costes laborales y ha permitido incrementar la rentabilidad de
las grandes empresas, aumentar la productividad del trabajo, ampliar mercados
exteriores a costa de los socios comunitarios con los que compite en precios
(Francia, principalmente; pero también Italia) y ampliar los flujos de entrada
de inversión extranjera directa. Tales mejoras relativas en la competitividad y
rentabilidad de las empresas exportadoras permiten sostener un bajo y frágil
crecimiento del producto, pero no pueden generar un nuevo motor de crecimiento
ni consolidar un nuevo modelo de crecimiento sostenible. Más bien, en sentido
contrario, profundizan y refuerzan las especializaciones que basan su
competitividad en la reducción de precios y aumentan la productividad mediante
los recortes de plantillas y la sustitución de empleos fijos por empleos
precarios de inferior cualificación y remuneración. Eso es lo que da de sí la
austeridad. La austeridad supone una losa sobre el crecimiento y, lo que es aún
peor, sobre el potencial de crecimiento, ya que destruye capacidades
productivas y tejido empresarial viables.
El aumento de las exportaciones conseguido mediante la presión sobre los
salarios y los derechos de las clases trabajadoras no permite compensar la
debilidad de la demanda interna ni equilibrar de forma sostenible las cuentas
exteriores. El equilibrio de la balanza por cuenta corriente conseguido en los
últimos tiempos descansa en dos pilares: una mayor competitividad asociada al
recorte continuo de costes laborales y fiscales; y un crecimiento mínimo de la
actividad económica para lograr que la debilidad de la demanda interna contenga
las importaciones.
La estrategia conservadora de salida de la crisis basada en la austeridad
y la devaluación salarial solo autoriza a caminar en una dirección: un largo
túnel de bajo y precario crecimiento, no exento de potenciales nuevos episodios
críticos, que no permite vislumbrar cuándo se recuperarán los empleos, los
salarios, los bienes públicos y los derechos perdidos. Ese escenario central de
bajo crecimiento es el único compatible con las políticas económicas que están
en vigor y su consecuencia lógica.
La agitación de los medios de comunicación afectos al Gobierno del PP
pueden coyunturalmente camuflar esa realidad, pero no hay solución cabal a los
problemas de la economía española y del resto de los países del sur de la
eurozona sin romper con las políticas de austeridad impuestas por la derecha
conservadora, los mercados y las instituciones europeas. España no va bien ni
puede ir bien mientras prevalezcan las políticas de austeridad, por mucho que
las rentas del capital y de la propiedad crezcan a costa de las rentas
salariales y que el crecimiento estadístico de la productividad del trabajo y
la reducción real de los costes laborales y fiscales hagan más competitivas a
las empresas exportadoras y aumenten la capacidad de atracción de la economía
española para la inversión extranjera. España no va bien porque el muy alto
nivel de desempleo se perpetúa con las políticas de austeridad y devaluación
salarial, la mayoría de la población pierde capacidad adquisitiva, los empleos
son cada vez más precarios y los bienes públicos se privatizan y
deterioran.
La derecha española cree que ha descubierto, al calor de las políticas de
austeridad impuestas por las instituciones europeas, un nuevo modelo de
crecimiento compatible con cifras insoportables de desempleo y el estancamiento
de los salarios. Más aún, sabe fehacientemente que el mantenimiento del desempleo
masivo, la precarización del empleo y la pérdida de poder adquisitivo de los
salarios son condiciones necesarias para recuperar la rentabilidad de las
empresas, facilitar el trasvase masivo de las rentas del trabajo a favor de las
rentas del capital y favorecer un recorte y deterioro de los bienes públicos
que permita ampliar el negocio privado. La debilidad de la demanda de los
hogares, la reducción del gasto y la inversión del sector público y las altas
tasas de desempleo resultan funcionales para aumentar las ganancias de las
rentas del capital, equilibrar a la baja la balanza por cuenta corriente y
mantener vivo el objetivo de la consolidación fiscal.
Las nefastas políticas estructurales que desregulan los mercados
laborales para complementar las políticas de austeridad y promover la
devaluación salarial no pueden arreglar nada. Es hora de la política y de hacer
comprender a la derecha y a los poderes económicos que la mayoría social no
acepta más recortes, que la ciudadanía no traga más austeridad. No solo es que
sea difícil creer, por lo que se ve a nuestro alrededor, que la precaria
reactivación que se está produciendo suponga una mejora. Es que la ciudadanía
ya sabe que el aumento de las rentas del capital y de la rentabilidad de las
empresas, lejos de suponer una mejora significativa del empleo o la
recuperación de los salarios, los bienes públicos perdidos o los derechos
laborales eliminados, está significando y presupone la perpetuación del
desempleo, la extensión del empleo indecente y los salarios que no permiten
alcanzar unas condiciones de vida dignas y el reino de la desigualdad y la
exclusión social.
La ciudadanía debe afrontar un dilema esencial en los próximos meses:
sostener las políticas de austeridad y devaluación salarial que consolidan y
profundizan las estructuras y especializaciones productivas que presenta en la
actualidad la economía española o promover un cambio que permita acometer
inversiones modernizadoras de estructuras y especializaciones productivas que
impulsen la productividad global de los factores, mejoren la gama de los bienes
producidos y exportados y permitan conseguir empleos y salarios decentes y un
Estado de bienestar digno de tal nombre.
Y en términos políticos, el dilema se traduce a corto plazo en una opción
primaria: escuchar lo que plantea y reivindica la mayoría de la sociedad o
escuchar lo que exige la patronal, el capital financiero y las grandes
empresas. Lograr una mayoría progresista para alcanzar el poder político y
utilizar esa herramienta para incrementar la protección de los sectores
sociales más desprotegidos y más golpeados por la crisis y dar prioridad a la
creación del empleo decente y a la reversión de los derechos y bienes públicos
perdidos o dar por bueno que los partidos políticos y elites económicas
responsables del austericidio sigan en el poder otros cuatro años y mantengan,
con algunos retoques imprescindibles, los mismos objetivos, prioridades y
políticas que han provocado tanta desolación.
Fuente: www.nuevatribuna.es
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