Publicado
en 2 enero, 2014 por victorjsanz
La propia FAO señala en su informe sobre desperdicio
alimentario, que en el año 2007 la tierra cultivada para generar desperdicio
era de 1,4 billones de hectáreas, es decir un 28% de las tierras cultivables a
nivel mundial, en un momento histórico donde cada vez hay más presión sobre
este recurso por fines no alimentarios como son los agrocombustibles o la
simple especulación financiera.
En el estado español no somos una excepción, tiramos
anualmente 2,9 millones de toneladas de alimentos, y como contraste, según
Cáritas, en España 9 millones de personas viven en situación de pobreza (menos
de 6.000€al año).
Está situación de alguna manera ha hecho sonar las alarmas
en el Parlamento de la UE que en año 2012 aprobó una resolución instando a los
estados a iniciar estrategias de reducción del 50% del desperdicio para el año
2050, y a esto corresponde el aluvión de campañas para la reducción
del despilfarro alimentario, entre ellas la lanzada por el Ministerio
de Agricultura, y sorprendentemente las puestas en marcha por las grandes
corporaciones agroalimentarias y de distribución que están invirtiendo una gran
cantidad de recursos.
Campañas que a priori a todo el mundo nos parecerían
justas, necesarias y veríamos con buenos ojos a las empresas que las impulsan,
y este objetivo parece que lo han logrado.
Pero si leemos la letra pequeña, veremos que se trata de
campañas que comparten objetivos y elementos comunes, principalmente esconder
deliberadamente la responsabilidad de la actual industria agroalimentaria en la
generación de cantidades nunca conocidas dedespilfarro alimentario, intentando
hacernos creer que el actual desperdicio alimentario no es una consecuencia del
modelo agroalimentario impuesto por grandes corporaciones los últimos años.
Las multinacionales son en gran medida responsables del
desperdicio alimentario que cada año acaba con miles de toneladas de alimentos
en los vertederos.
La principal línea argumental de todas ellas se trata de
dejarnos bien claro que el principal culpable del despilfarro obsceno
a nivel global es el consumidor. Un consumidor que compra de más, que no sabe
aprovechar productos, que no lee las fechas de caducidad, y que es
despilfarrador por naturaleza. Un consumidor irresponsable al que hay que
educar y hacer cargar con todas las culpas de la cadena alimentaria,
tratándonos como una mezcla de devoradores compulsivos y estúpidos de
solemnidad.
Así nos encontramos en el folleto del propio Ministerio de
Agricultura que en su primer consejo nos dice: “Elige los productos según las
necesidades de tu hogar. Antes de planificar la compra, comprueba el estado de
los alimentos que tienes en casa, sobre todo los productos frescos o
con fecha de caducidad. Planifica los menús diarios o semanales teniendo en
cuenta el número de personas que van a comer.”
Pero, ¿realmente somos los consumidores los grandes
culpables de este desastre? ¿Las grandes empresas y gobiernos no tienen nada
que ver?
Seguramente los consumidores tenemos mucho que ver, pero si
cambiamos el foco de dirección y apuntamos a la industria y sus estrategias
empezaremos a ver los contornos de una responsabilidad inmensamente mayor.
Responsabilidad en términos de cantidad, la Eurocámara
insiste en que “los agentes de la cadena alimentaria” son los primeros
implicados: la industria aporta un 39% de los residuos, mientras restaurantes,
caterings y supermercados son responsables de un 14% y un 5% del total, mucha
de la cual las propias empresas, gobiernos y lobbies alimentarios han
denominado como “inevitable”.
Responsabilidad en el tipo de consumo final pues la mayor
parte del despilfarro en casa es debido a la forma de empaquetar
los alimentos, descuentos, 2X1, y otras estrategias de grandes cadenas de
supermercados que los últimos años han sustituido el comercio de proximidad y
determinan nuestro consumo. Si no lo creen, solo tienen que ver que en nuestro
país el 80% aproximadamente de las compras de alimentos hoy día se realizan a
través de los supermercados, hipermercados y tiendas de descuentos y , pasando
de 95.000 tiendas en 1998 a 25.000 en el 2004. Por tanto cada se cierra más el
embudo del consumo bajo una falsa apariencia de diversidad
La segunda línea argumental, es que las empresas deben y se
comprometen a mejorar la eficiencia de todo el proceso, mejorar cadenas de frío
etc…, pero donde ya advierten que hay poco margen, ya que actualmente hacen
todo lo posible. En cambio sí pueden sumar un eslabón más a la cadena… y lo han
hecho.
Así otro de los elementos comunes de estas campañas es
integrar a los bancos de alimentos en la cadena agroalimentaria. De
esta forma matan dos pájaros de un tiro, mejorar la imagen de la empresa y
ahorrar costes en el tratamiento de residuos.
Una estrategia que se sirve de “cronificar” un tipo de
intervención asistencial y de emergencia temporal como son los bancos de
alimentos para convertirlo en un elemento más y “normalizado de la cadena”,
olvidando por tanto que este tipo de intervenciones genera estigmatización
social y en muchas ocasiones la oferta alimentaria no es adecuada, con ausencia
de alimentos frescos, con alimentos procesados, pobre en micronutrientes y desproporcionada
en energía, grasas saturadas e hidratos de carbono refinados, favoreciendo
enfermedades cardiovasculares, diabetes etc….
Sin embargo estás campañas pasan de puntillas por un
elemento central para la propia UE o la FAO, para la reducción de despilfarro
alimentario como es la apuesta por la agricultura local y los circuitos venta
de proximidad.
La apuesta por este otro modelo de producción y consumo
evita el desperdicio en todas las fases de la cadena, en la fase de producción
principalmente porque no está sujeta a los cánones de la agroindustria y donde
la diversidad es un valor frente a la “homogenización” impuesta en
distribuidoras y mayoristas.
En la fase de distribución porque no necesita enormes
cadenas de frío y de transporte para llegar al consumidor.
Por último, porque la venta directa mejora la adecuación de
la oferta y la demanda, al consumir exactamente lo que se necesita.
Además la propia UE reconoce que este tipo de modelo tiene
otros grandes beneficios, como son la generación de precios dignos para las
personas productoras y, generación de empleo de forma directa e indirecta,
dinamización de los territorios y revalorización del mundo rural, incremento en
general en la calidad nutritiva de los alimentos, etc..
Por esto, en otros países de Europa, llevan años apostando
por este modelo, entre ellos Francia, donde ha desarrollado diversas
estrategias para la promoción de la producción y transformación local,
iniciativas legislativas como es la adaptación de la legislación
higiénico-sanitaria a las características de la pequeña producción e
iniciativas directas como es que la compra pública de alimentos de escuelas,
hospitales, universidades, etc.. provenga de la agricultura y ganadería local,
y convirtiendo el desarrollo de la agricultura de proximidad en uno de los
pilares centrales de su estrategia contra el despilfarro.
En nuestro país nada de estás políticas tienen lugar,
siendo muy esclarecedor si comparamos el dato de venta directa realizada por
agricultores, llegando en Francia a un 20% y en España apenas un 3%.
Como dicen estas campañas, en cuestión de despilfarro
alimentario todos somos responsables y todos tenemos algo que hacer, pero
también tenemos que decir claramente que no todos somos igual de responsables,
y que justamente estás campañas lejos de exigir responsabilidades a los grandes
culpables de esta situación, los eximen y ocultan, cuando no, simplemente los
ayudan a convertir el despilfarro de alimentos en el último “trending
topic” marketing social corporativo.
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