La situación,
salvadas las distancias, recuerda bastante la que se produjo en el tiempo que
precedió al estallido de la burbuja inmobiliaria
01/11/2013 - 20:09h
El ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro. / Efe
Mientras se intensifica la campaña propagandística
oficial sobre el muy positivo momento económico que estamos viviendo, y que
ahora apoyan acríticamente medios privados otrora muy influyentes como El
País, un puñado de analistas, muy pocos, se está esforzando por demostrar,
con datos que el gobierno y los grandes bancos ocultan u olvidan, no solo que
las cosas siguen estando igual de mal que siempre, cuando menos en lo
sustancial, sino incluso que nuevos peligros acechan a nuestra economía. El hecho
de que los socialistas, por motivos que ellos sabrán, se hayan sumado a la
corriente que dice que efectivamente se está produciendo una mejoría, aún
poniendo las consabidas pegas, sugiere que esas opiniones críticas van por
libre.
La situación, salvadas las distancias, recuerda
bastante la que se produjo en el tiempo que precedió al estallido de la burbuja
inmobiliaria. También entonces quienes advertían de lo que se venía encima. Por
el contrario, y mientras algunos indicios ya presagiaban el desastre, cientos
de voces autorizadas –desde el gobierno socialista, los bancos, y toda suerte
de instituciones económicas- aseguraron una y otra vez, hasta lavar el cerebro
de la gente, que no pasaba nada, que el ladrillo estaba en perfecta forma.
Hasta que se vino debajo de un día para otro.
Más tarde quedó claro que aquella campaña tenía
objetivos muy precisos. Que, de un lado, había servido para que el gobierno
Zapatero ganara tiempo –y hasta que batiera a Rajoy en las elecciones de 2008–.
Y, de otro, a que los bancos privados –que no las cajas de ahorros– hicieran
cuanto necesitaban, entre otras cosas vender preferentes a los más incautos o
deshacerse de compromisos con algunas inmobiliarias, para reducir la dimensión
del batacazo que sabían que iban a pegarse y del que, más tarde, el dinero
público le ayudaría a resarcirse.
Ahora estamos, más o menos, en lo mismo. La campaña
oficial que dice que la recuperación está en marcha y que el dinero extranjero
acude en masa a España porque, de repente, ha descubierto que el futuro de
nuestro país es de ensueño, tiene por objetivo reforzar políticamente a un
Rajoy más débil que nunca –en términos internos y de popularidad– y de paliar
sus pésimas perspectivas electorales. Pero también sirve a sus socios más
privilegiados, la gran banca y, en general, a todo el sector financiero, que,
contrariamente a lo que se nos dice día tras día, está muy tocada y, en algún
caso, al borde de lo peor.
Cristóbal Montoro acaba de asegurar en una entrevista
en El País que la buena marcha de la bolsa en los últimos meses es uno
de los indicadores de que las cosas van muy bien. Sin añadir que todas las
bolsas europeas han subido al unísono con la española y que, entre las
europeas, la que más lo ha hecho ha sido la griega –un país en el que nadie se
atreve a decir que eso sea un buen síntoma- y en otras latitudes, la palma se
la han llevado la venezolana y la argentina, en donde la situación económica,
más que mala, es pésima. Nuestro ministro tampoco ha dicho que en las últimas
semanas el “rally” bursátil se ha apagado bastante y que la principal razón de
ese frenazo ha sido la caída de las cotizaciones de los grandes bancos. Y esto
último sólo tiene una explicación: la de que los inversores dudan de su futuro
a corto y medio plazo.
Una razón bastaría para explicar esa actitud: el
crecimiento imparable de la morosidad, del número de amortizaciones de créditos
que dejan de pagarse, que ya está en el entorno del 13%. Eso, según las cifras
oficiales, que en este y en otros casos puede que no coincidan con la realidad:
al tiempo que hay quien dice que la subida del 0,1 % del PIB en el tercer
trimestre, otro de grandes los logros del gobierno, pudiera ser el resultado de
algún apaño contable, se acaba de saber, y esto no es una hipótesis, que los seis
mayores bancos acaban de reconocer como morosos 14.000 millones de créditos que
en sus cuentas hasta ahora figuraban como “refinanciados”, es decir, sin
problemas.
Aparte de que está claro de que el gobierno y el Banco
de España les ha permitido hacer ese apaño, no deja de llamar la atención que
la noticia aparezca justo después de que esos mismos seis bancos hayan
anunciado unos beneficios de 7.778 millones de euros durante los nueve primeros
meses de 2013. Si la recalificación de los citados créditos se hubiera
publicado antes de ese anuncio, los beneficios se habrían convertido en
pérdidas –que seguramente es la situación en que se encuentran no pocos bancos–
y ninguno de ellos habría podido prometer dividendos.
Mientras tanto, se espera que de uno de estos días el
gobierno autorice a los bancos a computar como capital 50.000 millones de
deducciones de impuestos en operaciones, sobre todo en el sector inmobiliario,
que han dado pérdidas o que son créditos que no se van a pagar. Las trampas no
paran. Pero de eso no se habla. A la banca no le interesa y sí, en cambio, que
se pregone en todos los frentes que la inversión extranjera está como loca por
invertir en España. Cuando lo cierto es que resulta un tanto patético comprobar
a donde está acudiendo –a operaciones especulativas y a comprar empresas a
precio de saldo, incluyendo en ellas al 6 % de FCC que ha adquirido Bill Gates–
y el hecho de que el dinero extranjero no muestre el mínimo interés por entrar
en nuestros bancos. Por algo será.
Aunque entre los silencios clamorosos casi destaca más
que los anteriores el que se ha construido en torno al dato de que la inflación
está cayendo a una tasa del un 0,1. El ministro De Guindos ha despachado el
asunto diciendo que eso es circunstancial y que el índice de precios volverá a
subir en breve. Sin dar un solo argumento al respecto. Pero, ¿y si no fuera
así? ¿Y si los precios estuvieran bajando porque lo hacen también los salarios,
la actividad económica y, consiguientemente la demanda? ¿Y si España, en lugar
de hacia la cacareada recuperación, se estuviera encaminando hacia la
deflación? Es decir, hacia una situación aún peor que la actual, porque en una
deflación el coste de las deudas, y de su servicio, aumenta sin parar. Y España
-el Gobierno, las empresas y la banca– está endeudada hasta las cejas. Y si hoy
casi no puede pagar lo que debe, ¿cuántas desgracias en la economía real habrán
de producirse para hacer frente a mayores obligaciones?
Fuente: http://www.eldiario.es/
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