nuevatribuna.es | 02 Octubre 2013 - 17:45 h.
El gobierno trama ampliar la jornada de los
guardias civiles de 37,5 a 48 horas. A lo que debe sumarse una nueva vuelta de
tuerca en la libertad de expresión y la reciente congelación salarial. Sin
olvidar la progresiva disminución de plantilla, algo especialmente grave en
servicios peligrosos desempeñados por el cuerpo policial peor pagado y
que, para más recochineo, más horas trabaja.
Y de fondo un silencio hosco, denso, ¿pusilánime?
Llegados a este punto uno se pregunta: ¿dónde tiene el honor la
Guardia Civil? Salvo que por honor se entienda sacar brillo al tricornio para
formar ante las “autoridades” y quebrar la voz mientras se canta por enésima
vez aquello de “Viva España, viva el rey…”.
Por mi parte, y si me permiten el uso tabernario del lenguaje,
considero que el honor consiste en poner de una santa vez los cojones encima de
la mesa y apostar por el fin de tanto atropello, humillación y burla. Exigir,
simplemente, un trato como el de sus homólogos.
Sin duda mucha “gente de orden” (misa dominical, putas los sábados
y fraude a Hacienda y la S.S. todo el año) babearán ante la imagen de una
Guardia Civil como la de antaño, con su capote largo lamiendo el suelo, sus
botas, el Máuser al hombro tronchando la espalda, ateridos en invierno y
reventados de sofoco en verano… ¡Oh, qué disciplina y abnegación, sigamos
robando a los trabajadores y al Estado que la Benemérita vela por nosotros!
Por no hablar de las épocas de la bicicleta o del Renault 4 latas…
¡qué tiempos! Nos forrábamos (como hoy) mediante contratos públicos, pufos a
Hacienda, especulación, sueldos y jubilaciones millonarias de banqueros a costa
del contribuyente y de tasas bancarias abusivas… ¡pero la disciplina de la
Guardia Civil aventaba a los “revolucionarios” que nos señalaban!
Y hoy… ¡que tranquilidad aporta contar con unas docenas de miles
sumisos policías militarizados! Trabajan, obedecen y aguantan los malos
tratos sin rechistar como la seráfica Cenicienta de Ana Botella. Están
dispuestos a enfrentarse a otros trabajadores como ellos para protegernos a
nosotros. Sus servicios de información vigilan a quienes no se pliegan en
protestas domesticadas y, lo más importante, como el conejillo de las pilas
Duracell… resisten, resisten, resisten.
Por ello, en pago de sus servicios, vamos a devolverlos a las
condiciones de los años ochenta y setenta. A ser posible
con profusión de himnos, trajes de gala, medallitas de purpurina y
latón. El obispo que no falte, por Dios (nunca mejor dicho), junto a las
“autoridades civiles y militares” que, dicho sea de paso, se gastarán en el
banquete subsiguiente más de lo que un guardia civil pueda ahorrar en su vida.
Y llegados a este punto solo cabe repreguntarse: ¿dónde tiene el
honor la Guardia Civil? Tal vez en la mente de ese Instituto armado el honor se
ubique en las extrañas lindes del “aguantar los malos tratos sin rechistar”.
Pues bien, muchos no compartimos ese concepto de “honor”. Entre
otras cosas porque sin dignidad no cabe honor. Y quien se deja pisar sin la más
leve reacción carece de dignidad.
No estoy proponiendo un alzamiento. Ni mucho menos. Bien sabemos
que llegados a ese mojón las cosas empiezan mal y acaban peor. Pero sí resultaría
deseable que la unidad y la dignidad se impusiera entre los Guardias civiles y
de manera indiscutible y decidida, unidos y firmes, lucharan por su honor. El
honor de verdad, aquel que, en la lucha por los derechos, se antepone a los
intereses particulares y asume las consecuencias… este es el verdadero honor. Y
a este honor de verdad suele acompañarle la victoria.
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