¿Debe el 15-M formar un partido político? Una contribución al debate.
Artículos de
Opinión | José López | 19-05-2013
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Dos años
después de aquel mayo histórico del año 2011 el movimiento de indignación sigue
vivo pero no crece la participación ciudadana en sus convocatorias, a pesar de
que cada vez tenemos más razones objetivas para la indignación. La iniciativa
surgida a raíz del 25-S logró poner en la agenda de los indignados de este país
llamado España la cuestión del proceso constituyente. Ahora sí parece que el
movimiento 15-M tiene claro el gran objetivo político a corto/medio plazo: un
cambio de régimen. Se asienta la idea de que no es posible parar al
neoliberalismo sin transformar profundamente el actual sistema. No sólo hay que
luchar contra los desahucios, contra el progresivo empobrecimiento de la
mayoría, contra el desmantelamiento del Estado del bienestar, contra el
escandaloso desempleo que crece y crece sin parar,…, además, hay que luchar por
un cambio político general de gran envergadura, sin el cual será muy difícil
ganar aquellas luchas parciales.
El reciente
fracaso del 25-A demostró que hay que reivindicar siempre el pacifismo, que hay
que usar un lenguaje inclusivo, que no sea agresivo. Debemos ser moderados en
las formas pero radicales en el fondo. Si reivindicamos la democracia real, un
cambio de sistema, pero siempre mediante métodos pacíficos, somos radicales en
los objetivos pero no en las formas. Esta lección no debemos olvidarla. La
revolución no será posible si no participan activamente en ella muchos más
ciudadanos. Una cosa está más clara que el agua cristalina de los ríos:
necesitamos aglutinar a la mayoría de la población alrededor de la causa
democrática. Es imperativo que las distintas mareas converjan en un único y
coordinado tsunami. Poco a poco vamos avanzando hacia la imprescindible unidad
de las clases populares. Pero la revolución tampoco será posible si no llegan
con suficiente fuerza a las instituciones políticas partidos que aboguen por
cambios sistémicos. Hay que alcanzar el poder político. El cambio debe hacerse
desde dentro y desde fuera del sistema. Los distintos frentes de lucha deben
complementarse, realimentarse mutuamente.
Así pues,
resurge con fuerza el “viejo” debate que ya surgió en su día en las plazas
donde se produjeron aquellas históricas acampadas del año 2011; ¿debe el 15-M
presentarse a las elecciones o no, formar un partido político o no?
Lo primero
que hay que tener claro, en mi modesta opinión, es que es imprescindible que
las movilizaciones en las calles, además de crecer sustancialmente, tengan su
traducción política en las instituciones. Como hemos comprobado en la práctica,
de poco sirven las manifestaciones, las acampadas, las huelgas generales, si
los principales partidos del actual régimen siguen recibiendo el apoyo de la
mayoría de la gente en las urnas. Muchos indignados ya no participan en las
movilizaciones callejeras pues piensan que no sirven de nada. Muchos ciudadanos
todavía siguen apáticos. Es evidente que hay partidos políticos del actual
régimen que apoyan más al 15-M que otros. También es obvio que algunos de ellos
juegan al oportunismo, dicen unas cosas cuando están en la oposición y hacen
otras cuando gobiernan. Debemos recordar siempre que hablan más los hechos que
las palabras. Lo que está claro, en cualquier caso, es que debe haber en los
parlamentos algún partido o coalición de partidos que contribuya a transformar
el sistema desde dentro. La cuestión a dilucidar es cuál o cuáles. A mi modo de
ver, ahora mismo (a nivel estatal) sólo hay una formación política capaz de
encauzar las ansias transformadoras de los indignados, a pesar de sus errores,
carencias y contradicciones (los cuales deberían ser corregidos cuanto antes):
Izquierda Unida (IU).
Sin embargo,
como muchos miembros de dicha coalición reconocen, si bien, probablemente, IU
subirá bastante en votos recibidos, no alcanzará los suficientes como para
gobernar, para liderar el histórico reto al que se enfrenta nuestro país: la
transición hacia un nuevo régimen. Desgraciadamente, por ahora, muchos
ciudadanos siguen presos de prejuicios, siguen pensando que más vale lo malo
conocido que lo bueno por conocer, siguen dominados por el pensamiento único
capitalista incrustado en sus mentes diariamente por la abrumadora mayoría de
medios de “comunicación”. No podemos despreciar el hecho de que muchos
trabajadores, muchos pensionistas, votan a los grandes partidos, a sus
verdugos. Debemos contribuir todo lo posible a que esto deje de ocurrir y, por
desgracia, muchos ciudadanos siguen viendo a IU, a la izquierda del PSOE en
general, como algo radical y trasnochado. Están equivocados, el mayor error es
seguir apoyando en las urnas a quienes nos han llevado a la actual situación. Es
un profundo error no dar una oportunidad a otras organizaciones. A todo esto
sumemos los errores cometidos por la izquierda transformadora.
Por otro
lado, existe, entre otros, el serio riesgo de que si el movimiento 15-M se
presenta a las elecciones, no obtenga los resultados necesarios para
convertirse en una fuerza suficiente como para cambiar el sistema desde dentro.
Esto nadie puede saberlo con certeza, pero esa posibilidad existe. No puede
despreciarse el hecho de que en el actual sistema no todas las agrupaciones
políticas acuden a las elecciones en igualdad de condiciones, de que a unas se
les da mucha más voz que a otras. Es obvio que los grandes medios de
comunicación harán propaganda a favor de unas y en contra de otras (como
siempre han hecho), harían todo lo posible por desprestigiar a ese hipotético
partido del 15-M, lo presentarían ante la opinión pública, como, en el mejor de
los casos, un grupo de personas bienintencionadas pero incapaces de gobernar y
sacar al país de la profunda crisis que vive. Tampoco puede obviarse la actual
ley electoral que beneficia a los grandes partidos en detrimento de los más
pequeños o los nuevos. Existe, además, el riesgo de dividir el voto entre IU y
el 15-M, en caso de que se presentaran por separado, dando así más fuerza a los
partidos tradicionales pro-sistema. Es decir, existe la posibilidad de que si
el 15-M se presenta bajo las siglas de la izquierda, muchos ciudadanos presos
de prejuicios no le apoyen (a pesar de interesarles hacerlo objetivamente), pero
también de que si el 15-M se presenta como tal, independientemente de la
izquierda, muchos votos de la izquierda no fueran a parar a él. En el primer
caso, se espantaría a muchos votantes de la derecha, en el segundo de la
izquierda. ¿Cómo resolver este entuerto? ¿Cómo aglutinar a la mayoría social
alrededor de una fuerza política en el parlamento? ¿Cómo superar los
prejuicios, la falsa conciencia, de gran parte de nuestros conciudadanos? Éstas
son las preguntas a las que debemos intentar responder para dar con la
estrategia política adecuada.
Imaginemos
que el 15-M convoca a la ciudadanía en general, incluidos partidos políticos de
toda índole, incluidos sindicatos, incluidas organizaciones sociales, a un gran
pacto para regenerar la democracia. Que se prescinde, por ahora, de los
conceptos de izquierda y derecha, que, “simplemente” se fija como objetivo
básico desarrollar la democracia política. ¿Por qué debe hacerlo esto el 15-M?
Porque según las encuestas (si bien hay que tomarlas siempre con mucha prudencia),
la mayor parte de la gente simpatiza con él, tanto la gente de derechas como de
izquierdas, aunque no en la misma proporción. En la actualidad, no parece haber
nadie capaz de aglutinar a la inmensa mayoría social, salvo el movimiento 15-M.
Existen diversas iniciativas encaminadas a formar un amplio frente político
pero tienen el “lastre” ideológico, giran en torno a formaciones de izquierda,
o personajes de prestigio, vinculados a determinados partidos políticos, por lo
que muchos votantes de la derecha, probablemente, no votarían a dicho frente, o
tendrían muchas reticencias para hacerlo, por lo menos mientras sigan presos de
prejuicios, de la falsa conciencia. Sin embargo, el 15-M no tiene tanto lastre
ideológico, es el único movimiento popular donde muchos votantes de la
izquierda y la derecha convergen. Es alrededor del 15-M donde es posible
aglutinar a más ciudadanos, dicho movimiento debe ser el epicentro del frente
político ciudadano. Defendiendo las ideas “desnudas”, prescindiendo de
etiquetas ideológicas, llegaremos a más gente. Lo importante son las ideas. El
15-M traspasó fronteras ideológicas, superó sectarismos y dogmatismos,
precisamente, por esto mismo, por centrarse en las ideas. El 15-M ha ayudado a
muchos ciudadanos a liberarse de prejuicios, a redescubrir que en verdad son de
izquierdas. Debe seguir haciéndolo mucho más. Por lo menos, poniendo en
evidencia a los partidos actuales para que tengan que mojarse ante las ideas
propuestas.
Imaginemos
que para dicho “pacto” se establece un programa básico de reformas políticas en
el que se incluyera, como mínimo: una ley electoral justa (“una persona, un
voto”), referendos más frecuentes y siempre vinculantes, una profunda y
verdadera separación de todos los poderes, revocabilidad (que el pueblo pueda
expulsar del poder a cualquier cargo público electo mediante referéndum sin
esperar a las siguientes elecciones), mandato imperativo (que los programas
electorales sean de obligado cumplimiento). Tal vez, también podría incluirse
en dicho programa que el pueblo pueda decidir mediante referéndum, precedido de
un amplio debate donde todas las opciones puedan ser conocidas en igualdad de
condiciones, la cuestión República vs. Monarquía. En cualquier caso, habría que
buscar un programa mínimo que pudiera ser apoyado por la gran mayoría de
nuestros conciudadanos. Esto puede implicar, por ahora, renunciar a ciertas
cosas, las cuales sí serán asumibles por el conjunto de la ciudadanía en cuanto
se desbloquee la actual situación, en cuanto el debate se generalice y
profundice.
De lo que se
trata, por ahora, insisto, es de lograr el apoyo ciudadano suficiente para
ayudar a provocar cambios sistémicos desde el propio sistema, para lograr un
gran vuelco electoral. Dicho programa básico podría girar en torno a la
siguiente idea central: la democracia dista mucho de ser perfecta y puede ser
mejorada notablemente de manera continua, empezando (pero no terminando) con
ciertas medidas concretas, como las mencionadas. ¿Cuántos ciudadanos no
estarían de acuerdo con este programa mínimo de regeneración democrática?
¿Cuántos partidos políticos podrían permitirse el lujo de rechazarlo ante la
opinión pública? Nosotros, desde la izquierda, sabemos perfectamente quiénes
están a favor y en contra de la verdadera democracia, pero muchos de nuestros
conciudadanos no. Nuestro objetivo fundamental inmediato es superar prejuicios,
unir a la ciudadanía alrededor de una idea central, la cual debe ser defendida
de manera concreta por cierto frente político. Un frente amplio en el que puedan
participar todos los ciudadanos, incluso todos los partidos, al menos
potencialmente. Aún queda cierto tiempo para las siguientes elecciones (no es
previsible que el actual gobierno las adelante) y el posicionamiento de los
diferentes partidos políticos respecto de dicho programa básico del 15-M podría
ayudar a muchos ciudadanos a abrir los ojos, a darse cuenta de quiénes están de
su lado y quiénes no, a romper las ataduras mentales con el pasado, a superar
esos prejuicios de los que hablábamos. Indudablemente, como mínimo, se
generaría un debate, mejor dicho, el debate se generalizaría.
El 15-M
necesita, además de seguir vivo en las calles, además de seguir en la lucha del
día a día, alguna acción política global que le sirva de revulsivo, que suponga
una salida a la actual situación de estancamiento mental en la que se
encuentran muchos ciudadanos desencantados con los grandes partidos pero que no
saben aún a quién votar en las próximas elecciones, o que aún piensan en votar
a los de siempre porque no ven alternativas, o que no participan en las
convocatorias públicas del 15-M a pesar de simpatizar con ellas. Y esa acción
podría ser la que acabo de mencionar: un pacto propuesto al conjunto de la
ciudadanía. Frente al pacto de Estado que intentan montar los partidos del
régimen para salvarlo, nosotros debemos reivindicar un gran pacto social
abierto a todo el mundo, a los ciudadanos en primer lugar, pero también a todos
los partidos políticos, para superar el actual régimen decadente. Dicho pacto
debe ser llevado a cabo por un frente político que aglutine a los ciudadanos y
a todo tipo de organizaciones que estén de acuerdo con sus objetivos básicos
(más y mejor democracia) y estrategias (el pacifismo y la propia metodología
democrática).
Pero para
ello, cuanto antes, el 15-M debería tener una red de portavoces coordinada a
nivel estatal, elegida en las asambleas y controlada por ellas en todo momento.
Ésta es una de las grandes lacras que arrastra, a nivel organizativo, el
movimiento 15-M. En caso de decidir, en determinado momento, presentarse a las
elecciones, dicha organización básica podría ser el germen del partido del
15-M. Para ello, por el momento, el movimiento ciudadano debe irse preparando,
dando un gran salto organizativo, pero diferenciándose radicalmente del resto
de partidos políticos. Si alguna vez el 15-M aspira a recibir en las urnas el
apoyo de la mayoría de la ciudadanía que simpatiza con él, primero debe
demostrar que es capaz de organizarse mejor, pero que también lo hace de manera
radicalmente distinta: dando el máximo protagonismo posible a las bases, a los
ciudadanos. Si la gente ve a un nuevo partido organizado a la vieja usanza (es
decir, de arriba abajo, en vez de al revés) entonces no confiará en él, o, lo
que es peor, dicho partido se traicionará a sí mismo. No es lo mismo simpatizar
con cierto movimiento que apoyarlo en las urnas para que nos gobierne. Que el
15-M tenga la simpatía de la mayoría no le garantiza el voto de la mayoría. Las
mejores encuestas son siempre las votaciones. Para que la mayoría decida
apoyarlo en las urnas, el 15-M deberá demostrar que tiene un programa claro
para la transición a la democracia real, deberá aspirar a la responsabilidad de
gobernar o ayudar a gobernar el país, sin complejos. El ciudadano corriente
debe percibir que dicho movimiento puede gobernar, construir, además de
protestar. Hay que hacer una intensa labor de propaganda para, no sólo
denunciar la falsa democracia actual, las políticas antipopulares ejercidas por
gobiernos elegidos popularmente (ésta es la gran contradicción de la actual
“democracia” que hay que superar), sino que también para explicar que hay
alternativas concretas y factibles para salir de la crisis con más dignidad,
que otro sistema es posible, además de necesario. El ciudadano de la calle debe
tener claro que es imprescindible desarrollar la democracia para lograr
gobiernos que gobiernen para el pueblo, y no para ciertas minorías, que de poco
sirve elegir a los gobiernos si luego éstos no responden ante el pueblo. La solución
es la democracia real.
A modo de
conclusión, en mi humilde opinión, todavía no es el momento de constituir un
partido político del 15-M, pero el movimiento popular sí puede y debe irse
organizando más y mejor para, dado el caso, dar ese salto. Cuando se dé (en
caso de que se decida dar), habrá que ver si convendrá coaligarse con ciertas
formaciones políticas ya existentes (en particular de la izquierda) o no. Pero
mientras, ese frente ciudadano que podría constituirse a corto plazo, así como
un importante salto cualitativo en la organización interna del 15-M (la
formación de una red de portavoces coordinada a nivel estatal, una coordinadora
15-M), sembraría el terreno para que la indignación ciudadana alcanzase alguna
vez con fuerza las instituciones políticas. También cabe la posibilidad de que
IU (la cual debe, en paralelo, hacer un gran esfuerzo para formar un amplio
frente de izquierdas, aglutinando a toda la izquierda anticapitalista) suba lo
suficientemente en votos como para poder gobernar (esto sería lo ideal pues el
15-M mantendría su apartidismo), si sabe abanderar acertadamente la causa
democrática, si consigue vencer los prejuicios de muchos ciudadanos que, por
ahora, ni se plantean votar a dicha coalición. Y, en esto, el 15-M, de manera indirecta,
y manteniendo siempre, al menos por el momento, su independencia respecto de
los partidos políticos, puede ayudarla mucho con el pacto ciudadano mencionado
en este artículo. Si alguien tiene alguna idea mejor, bienvenida será. Si
alguien cree que lo planteado en este artículo no es factible, que explique por
qué, que dé alguna alternativa. El debate está abierto.
Lo que
ocurra en los próximos meses o años en nuestro país dependerá de quién lleve la
iniciativa: la ciudadanía o las élites actuales. La revolución no es posible
sin una estrategia adecuada. Frente al pacto de Estado, pacto social. El frente
ciudadano (o como se quiera denominar) podría contribuir mucho a pasar de la
indignación a la revolución. En la unión está nuestra fuerza. Debemos dar
prioridad a lo que nos une frente a lo que nos separa. La democracia real
interesa a la inmensa mayoría. Unámonos en torno a la lucha por ella.
15 de mayo
de 2013
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