Torturados en el campo de la desmemoria
Entre 6.800 y 17.000 represaliados republicanos estuvieron presos en el
campo de concentración de Albatera (Alicante) una vez finalizada la Guerra
Civil. Los reclusos fueron apresados cuando esperaban en el puerto de Alicante
un barco para escapar.
ALEJANDRO
TORRÚSMadrid23/09/2012 09:00 Actualizado: 23/09/2012 09:20
El lugar donde estuvo alojado el campo de
concentración. ALICANTE VIVO
1 de abril
de 1939, recién terminada la Guerra Civil. Miles de hombres afines a la
República que se habían desplazado hasta el puerto de Alicante con la esperanza
de escapar por mar de la represión del régimen de Franco han sido trasladados
hasta Albatera (Alicante) en trenes para ganado. Allí, han sido encerrados en
un reinventado campo de concentración. Pocos saben donde están y ninguno qué
pasará con ellos. José Eduardo Almudéver, de 93 años de edad, recuerda para Público
su primera experiencia en el campo: “El primer domingo vino a visitarnos el
falangista Ernesto Giménez Caballero. Se subió encima de un pequeño banco. Nos
miró a todos desde arriba y nos dijo: 'Así como estáis todos delante de mí, os
podría matar con una ametralladora'”.
Nadie puede
asegurar con certeza cuántos represaliados habitaron el campo de concentración
de Albatera. La Hoja Oficial de Alicante (28/IV/1939) cifraba en 6.800 los
presos, sin embargo, los reclusos que consiguieron salvar la vida hablan de un mínimo
de 15.000 personas. José Eduardo Almudéver, que tenía 19 años por aquel
entonces, habla de 17.000 personas. El menú de los presos sí que está más
claro. “Una lata de sardinas para cada tres personas y un trozo de pan para
cada cinco. Eso sí, no todos los días. Sólo cuando se acordaban”, relata José
Eduardo.
El campo
estuvo abierto durante ocho meses. Hasta noviembre del 39. Entonces, los presos
que quedaban fueron traslados a los centros penitenciarios de sus lugares de
origen. La visita de Ernesto Giménez Caballero no fue la única que recibieron
los presos. El segundo domingo de abril visitó el campo, según recuerda
Almudéver, el párroco de Albatera, quien acompañado de cuatro militares “limpió
los bolsillos” de todos los presos.
José Eduardo
Almudéver recuerda su primer día en el campo de concentración“Nos robó todo lo
que teníamos encima. A mi me quitó la pluma estilográfica, lo único que tenía
encima. Recuerdo que me dijo: 'Esto no es para un alfabeto como tú'. El cura ni
siquiera sabía decir la palabra analfabeto. Según la Biblia, Dios creó el
domingo para no trabajar. El cura vino a robarnos ese mismo día”,
ironiza Almudéver, quien señala que lo más sangrante no fue ya el robo sino que
al día siguiente el cura publicó en el boletín parroquial que los presos
republicanos habían donado por su propia voluntad dinero y joyas por valor de
tres millones de pesetas.
La zanja
Julián Ramos
recuerda como su padre, Juan Ramos, le contaba una y otra vez lo que vivió en
el campo de Albatera. Juan sólo tenía 14 años y su único delito era ser el hijo
del alcalde socialista de San Bartolomé de las Abiertas (Toledo). “Mi padre nos
ha contado mil veces la historia de la zanja. Los militares ordenaron a los
presos cavar una zanja para hacer sus necesidades junto a la verja de salida.
Entonces, cuando los presos se acercaron la primera noche a hacer sus
necesidades fueron ametrallados en aplicación de la ley de fugas”, recuerda
Ramos para Público.
Aunque la
experiencia más traumática para el padre de Julián no fue tener que hacer sus
necesidades encima durante la noche para no morir ametrallado. Juan recordaba a
su hijo que estuvieron ocho días sin recibir ni una gota de agua. “Al octavo
día, según me contó, llegó un camión cisterna que comenzó a regar todo el
campo. Los presos tuvieron que beber el agua de los charcos mientras
eran filmados por los militares”, relata Julián, que señala que entre esos
militares, según los recuerdos de su padre, había soldados alemanes.
Las 'sacas'
Con el paso
de los días, los militares fueron identificando a la población reclusa y
enviando cartas a sus ayuntamientos de origen informando de que el preso estaba
en el campo de Albatera. José Eduardo recuerda que casi todos los días llegaba
gente de Falange para llevarse a algún preso. Muchos no llegaban a su
ayuntamiento de destino. Otros sí. Entre los presos este hecho era conocido
como las 'sacas': “sácame a este de aquí”.
María Muñoz
recuerda como su padre fue'paseado' por Móstoles
Este es el
caso de Gerardo Muñoz, maestro de profesión y simpatizante de Izquierda
Republicana. El ayuntamiento de Móstoles lo reclamó y los militares del campo
de concentración lo enviaron a la ciudad donde trabajaba... en un ataúd.
Su historia la recuerda Celia Muñoz, su hija, quien tenía 15 años cuando vio
como su padre era 'paseado' por toda la ciudad a golpes por los militares, con
todo el pueblo mirando para que cundiera el ejemplo y como después era atado a
un balcón para mayor humillación de la familia.
“Tras
pasearlo lo encerraron en la cárcel de Yeserías. Allí fui a visitarlo el 23 de
junio. Con la cantidad de presos que había, los gritos y los lamentos fue
imposible hablar con él. Casualmente reconocí a uno de los guardias de la
prisión. Había sido director de una colonia de verano donde me enviaron durante
la guerra. El director me prometió que al día siguiente nos concedería a los
hermanos una visita a solas con él. A las 7.00 horas del 24 de junio fuimos
a verle. Ya lo habían fusilado”, recuerda a Público Celia Muñoz.
El campo, sin localizar
Cuando en
noviembre de 1939 el régimen de Franco decidió cerrar el campo de
concentración, los encargados del mismo destruyeron toda la documentación
existente sobre el mismo. No queda ni un rastro oficial del mismo. La
coordinadora de asociaciones de memoria histórica de Alicante, Juanjo Martínez,
está tratando de elaborar un listado con los presos. De momento, sólo ha podido
localizar a cerca de 700. La única bala que les queda en la recámara es el
Tribunal de Cuentas, quien debió autorizar partidas de gasto para el
mantenimiento del campo de concentración.
La ubicación
exacta del campo también es difícil de precisar. Hasta el momento y gracias a
los supervivientes han conseguido ubicar donde estaba la cocina. “Cuando
abandonaron el campo lo mandaron repoblar con palmeras para que no dejar ni
rastro. Pretendían que el campo de concentración fuera olvidado, como si nunca
hubiese existido”, señala a Público Juanjo Martínez, presidente de la
coordinadora. Sin embargo, las torturas y desgracias que se llevaron a cabo
no se borraron de la mente de los represaliados. Torturados en el campo de
la desmemoria.
Fuente: www.publico.es
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