Llegó el momento
Artículos de
Opinión | Julio Anguita González | 18-09-2012 |
Todos tenemos asumido que con Septiembre comienza una fase en la situación
económica, social, política e ideológica en la que no caben dilaciones,
análisis de coyuntura o flirteos institucionales. Todo lo ocurrido, hasta
ahora, no es otra cosa que un largo período de acumulación de fuerzas, acciones
y proyectos para abordar esta recta final que tiene su inicio formal con la
petición de rescate que el Reino de España haga a la UE. Durante ese período de
tiempo que tiene su inicio en Maastricht las políticas neoliberales, de mano de
una y otra columna del bipartidismo, se han ido imponiendo y arrasando las
defensas ideológicas de la izquierda, sus valores, sus organizaciones. Y con
ello han minado el arraigo que antaño tuvieron entre sus naturales defensores.
El que de los restos del naufragio queden islotes, presencia combativa e
indómitas voluntades organizadas en precario, no resta un ápice a la realidad
que estoy describiendo.
Septiembre nos va a resumir, vía recortes y pérdida total de la llamada
soberanía nacional un cuadro que de manera muy resumida voy a desarrollar en
una serie de ítems:
1. Una deuda absolutamente impagable.
2. Un país, sus hombres y mujeres, sin horizonte alguno y sin plazo de
futuro.
3. Un país que se diluye en la medida en que sus jóvenes (la España del
futuro) carecen de alternativa alguna. La emigración sólo es viable para
algunos titulados; para el resto sólo quedan la familia y las esporádicas
peonadas de un trabajo jornalero aquí y allá.
4. La estúpida (por irreal y alucinógena) imagen de la Europa cristalizada
en la UE, ha dejado de ser ya un referente para nada serio y avanzado en
derechos humanos, laborales y convergencia social.
5. El pacto de concupiscencias, la transacción que fue la Transición, ha
mostrado su auténtica matriz: una operación de afeite y acicalamiento para que
el franquismo económico y social se bañase en el Jordan democrático y permaneciese
indemne.
6. El llamado Estado de Derecho es una ficción en la que los tres Poderes
del Estado rivalizan en desafueros, mal ejemplo y pérdida de credibilidad.
7. Como consecuencia de lo anterior España está asentada en la permanente
inseguridad jurídica.
8. Una economía que tras el espejismo del ladrillo se muestra carente de
tejido productivo moderno, sin proyecto ni plan de futuro y sobre todo, sin
ganas de tenerlo.
9. Un sistema bancario que en connivencia con otras fracciones de la
oligarquía, se ha dedicado a esquilmar a su propio país. Los escasos exponentes
de capacidad creadora y mantenedora de puestos de trabajo sienten ya la llamada
a su fin.
10. Un sistema político que, con las excepciones de rigor, no da para más.
Desde el vértice del mismo hasta la más amplia base no es otra cosa que una
alianza de intereses espurios, concomitancias con medios de comunicación
convenientemente abducidos y conmilitones en el festín.
Todo ello en una serie de exhibiciones de chulapos y chulapas de la
política y el casticismo más cutre en la que lo anecdótico, lo fugaz, lo
anecdótico, suplantan la seriedad, el rigor y el sentido de la ponderación. No
hay más que seguir durante una semana los informativos nacionales o de
comunidad autónoma para ver que no exagero en absoluto.
El problema que tenemos ante nosotros, mujeres y hombres de la izquierda,
trasciende los márgenes partidarios, los límites conceptuales clásicos y nos
demanda una nueva manera de abordarlos, un nuevo discurso, una nueva
terminología, unos nuevos esquemas organizativos. La organización llamada
Partido no puede ser un conglomerado de afinidades y de fórmulas lingüisticas
heredadas de una tradición más reciente. Precisamente en la tradición más
clásica, encontramos la concepción de Partido como Teoría y Práctica
organizadas para ser sembradas en la sociedad. La apelación al ciudadano
elector ya no vale si no va acompañada de la constancia en la presencia diaria.
El problema que tenemos ante nosotros no es otro que conseguir que la
mayoría de dominados y perjudicados deje de ser mayoría en sí y se convierta en
mayoría para sí, tal y como Marx dijera de la clase obrera. Porque solamente
esa mayoría convertida en poder alternativo puede acabar con este estado de
cosas. Nosotros hemos rozado esa nueva visión y esa nueva práctica, pero nos
dio miedo, vértigo. Volvamos otra vez a ello arrostrando las consecuencias de
todo tipo que ello conlleve. La realidad nos lo demanda.
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