Stiglitz: “Un dólar, un voto expresa el fracaso de la democracia”
El escritorio de Joseph
Stiglitz es caótico, con papeles en todas direcciones. Es imposible ver el
fondo. Sobre ellos, dos latas de Coca-Cola Light.
Internacional
| Sandro Pozzi | 27-09-2012 |
No quedaba otra que poner la
grabadora sobre tan frondoso forraje, de casi cuatro dedos de espesor. Su
despacho en la Universidad de Columbia mira a la biblioteca. Está en la octava
planta, altura suficiente para ver el perfil de Manhattan, corazón del
capitalismo. Pero el calor pegajoso del verano se ocupó de poner una capa
blanca de humedad para evitar distracciones.
Stiglitz, economista jefe del
Banco Mundial hasta 2000 y Nobel de Economía en 2001, publica en España su
último libro, en el que explica las causas por las que la desigualdad crece tan
rápido en EE UU y trata de anticipar su impacto económico. Una obra que nace de
un artículo que escribió en Vanity Fair, un vehículo poco usual para los
académicos, y cuyo título se convirtió hace un año en el lema del movimiento
social de protesta Ocupemos Wall Street. “El 1% de la población tiene lo que el
99% necesita”, señala el autor. De alguna manera, este trabajo es una vuelta a
su origen, ya que la desigualdad en un contexto de crecimiento económico fue el
tema de su tesis doctoral. Ahora explica que los mercados no son ni eficientes
ni estables y tienden a acumular la riqueza en las manos de unos pocos. Trata
de lanzar un debate en torno a El precio de la desigualdad. Cómo la división
social pone en peligro nuestro futuro (Editorial Taurus).
Como si tratara de inyectar
moralidad al capitalismo. El día de la entrevista, la revista New York
lanzaba en su portada una pregunta que, por un lado, revela la nostalgia que
los estadounidenses tienen sobre su pasado y, por otro, evidencia en su
respuesta la polarización actual del debate en una sociedad inmersa en una
batalla ideológica constante.
¿Está América muerta? [Se ríe] Eso es una
hipérbole, una exageración.
Pero ¿incita a la reflexión? Cierto, porque claramente
algo no funciona.
¿No cree que hay cierta
obsesión de los estadounidenses con su propio declive? Hay un consenso amplio y
muchas obras escritas sobre la cuestión. Resaltan que el concepto que tiene
América de sí misma –ser número uno en todo– ya no está tan claro como antes.
Seguimos siendo la economía más grande del mundo, pero China lo será en breve y
no hay nada que se pueda hacer contra eso. Ya no somos la economía que crece
más rápido, ni tenemos la renta por habitante más alta. Somos la mayor potencia
militar, pero no somos capaces de resolver ningún problema. Mi libro aborda esa
preocupación general. Además del sentimiento de ser número uno, EE UU se veía
como un país con igualdad de oportunidades, como una sociedad justa. Esos eran
los principios básicos sobre los que pensábamos que nos distinguíamos de los
demás.
La igualdad de oportunidades, la idea de llegar a lo más
alto, es una de las bases del sueño americano. Es una noción muy fuerte de una sociedad justa. Fue lo que
hizo que la gente emigrara hacia EE UU, buscando sus sueños. Ya no es cierto y
es devastador para el concepto que los americanos tienen de sí mismos.
¿Pero el sueño americano es diferente para cada persona? ¿No
significa necesariamente llegar a lo más alto? Hay varios aspectos. El
esencial es que cada generación va a ser mejor que la que le precedió, que cada
persona va a mejorar cada año. Y eso tampoco es válido ahora. El sueldo de un
asalariado adulto en EE UU es hoy inferior al que existía en 1968. El hijo de
un empleado que entonces trabajaba en una planta de ensamblaje en Detroit gana
menos que su padre.
Ese problema lo tiene también
España. Es
cierto que otros países están en una situación similar. Pero el problema para
EE UU es que esto formaba parte de su identidad. Éramos una sociedad dinámica.
Pero ahora EE UU es la sociedad con menos igualdad de oportunidades entre todas
las naciones avanzadas.
¿Cuándo se produjo ese
cambio? El
punto de inflexión, el principio del fin, fue 1989. Cuando se marchó Ronald
Reagan y llegó George Bush. En lugar de una comunidad que luchó junta contra
Hitler, se convirtió en cada persona luchando por sí misma. Empezaron a
romperse los sindicatos. Se quitó de en medio a gente como Paul Volcker
[expresidente de la Reserva Federal], que entendía las finanzas, y se puso en
su lugar a Alan Greenspan, favorable a la desregulación. Se rebajaron los
impuestos a los ricos. No pasó de la noche a la mañana, fue un proceso que dura
hasta hoy.
La severidad de la crisis
económica refuerza esta idea de declive. ¿Dónde está la voz de esa rabia? El movimiento Ocupemos Wall
Street se esfumó. El gran problema que tuvo ese grupo de protesta social es que
no creyó en la organización. Vieron a los partidos políticos como una fuente de
los problemas actuales y no quisieron imitarlos. Es simple, no se puede cambiar
la sociedad sin organización. Se distanciaron del sistema actual, y eso les
hizo menos atractivos como movimiento. El momento fue también equivocado,
porque con las elecciones la gente pone más esfuerzos en la esperanza de que
quizá haya un cambio político, pero saben que no será así.
Un cambio que prometió hace
cuatro años Barack Obama, utilizando precisamente la esperanza como lema. Cierto. Hay mucho pesimismo
entre los jóvenes y el electorado en general, porque Obama no resolvió los
problemas y ven también que tiene a gente muy cercana a la banca, en particular
[Timothy] Geithner [secretario del Tesoro]. Quizá lo haga [Mitt] Romney
[aspirante republicano a las presidenciales de noviembre], pero creo que es
peor su alternativa porque no refleja los valores y las preocupaciones de la
mayoría. Al menos, Obama dice que los millonarios deben pagar tantos impuestos
como la gente que es pobre. Romney paga impuestos inferiores al 15%, como el 1%
que está en lo más alto, lo que es menos que la gente que se gana la vida
trabajando. Como dice Warren Buffett, eso no es justo. Para Romney, sin
embargo, está bien.
LOS DADOS DEL ÚLTIMO CENSO de población en EE UU revelan
que 150 millones de personas son pobres o tienen una renta por debajo de la
media. Eso equivale a casi uno de cada dos habitantes. Y esto sucede mientras
la paga media de los grandes ejecutivos de Wall Street subió un 20% el último
año. Al inicio de su libro, el profesor Stiglitz cita la ingente fortuna de la
familia Walton –propietaria de la cadena comercial WalMart– como ejemplo de
esta brecha social; dicho con sus palabras: “Lo bien que están los que están
más arriba y lo pobres que son los que están abajo del todo”. En este caso en
concreto, la riqueza que acumulan los seis herederos, casi 70.000 millones de
dólares, equivale a la del conjunto del 30% de la sociedad estadounidense con
menos recursos.
Los ricos hablan de lo que
devuelven a la sociedad con obras filantrópicas. ¿Qué valor tiene eso? No es suficiente, no es una
alternativa. Al no pagar impuestos, no contribuyen de manera justa a la
sociedad, a la educación, a las infraestructuras, a la investigación. Primero
abusan de sus empleados, pagándoles bajos salarios, y después abusan del
sistema público, al no dar la cobertura sanitaria necesaria a sus empleados. Es
decir, usan los recursos del resto y luego dan una pequeña parte de su fortuna.
Donar no es la respuesta.
Una empresa se crea para generar
riqueza. Pero en ese 1% también hay muchos políticos, elegidos por el ciudadano
y que no responden a sus problemas. Ese es el gran peligro del sistema político: gente muy rica
usa el dinero para ser elegida y luego para asegurarse de que seguirán siendo
ricos, rebajando impuestos. Hay gente, como Buffett, que dice que tenemos un
sistema que está corrupto y cree que hay que cambiarlo. Desafortunadamente, hay
gente que da mucho dinero a candidatos políticos que quieren mantener el poder
económico y político de las élites. Eso es lo peligroso. Es una sociedad
dividida que se refuerza a sí misma.
Esta desigualdad de
oportunidades, ¿cómo mina la democracia de un país que pretende exportarla? Una manera de describir lo
que está sucediendo en EE UU es saber precisamente lo que produce una
democracia: debe haber un compromiso, y ese compromiso debe reflejar la visión
del votante que está en el centro. Unos quieren más educación, otros menos.
Unos quieren más gasto, otros menos. El sistema actual no refleja a la persona
que está en el centro. El sistema se ha desplazado de una persona un voto hacia
un dólar un voto. El político ya no va puerta a puerta para ganarse el apoyo
del electorado. Lo que hace es comprar espacios publicitarios, usa una variedad
de mecanismos. Los ricos invierten y después exigen un retorno. Son los que
dictan la política.
Es la vía que usan los dos
partidos en EE UU.
Cierto. Porque quieren ganar y esa es la manera. Y ese círculo vicioso entre
economía y política es el que trato de describir. Solo hay que fijarse en el
electorado joven. Solo el 20% vota. ¿Por qué una proporción tan baja? Porque
miran a demócratas y a republicanos y ven que son los banqueros, los grupos que
manejan el dinero, los que dictan el rumbo del país. Hay, sin embargo, una
diferencia. Muchos demócratas se encuentran incómodos con esto, no creen que
las corporaciones representen los intereses de la gente, ni creen que deberían
tener libertad ilimitada para pagar a las campañas. Los republicanos, sin
embargo, sí creen que se pueden comprar votos.
La
voz económica que alerta a América
Joe Stiglitz fue miembro del
consejo que propone la estrategia económica del presidente de EE UU durante la
Administración de Bill Clinton, entre 1993 y 1997. En la actualidad, además de
ser profesor en la Universidad de Columbia, preside la International Economic Association,
vinculada a la Unesco.
En 2001 ganó el Premio Nobel
de Economía junto a George A. Akerlof y A. Michael Spence “por sus análisis de
los mercados con información asimétrica”. Stiglitz nació en Gary (Indiana) en
1943, curiosamente también el lugar de nacimiento del primer Nobel de Economía,
Paul Samuelson. En su nuevo libro denuncia que EE UU tiene el mayor nivel de
desigualdad de las economías avanzadas y repite que en Europa hay más movilidad
social.
Se puede criticar a los
republicanos, pero es un demócrata el que está en la Casa Blanca y durante su
mandato el desequilibrio social ha crecido. También es cierto, por eso el sentimiento de frustración.
Pero también lo veo de otra manera. La gente a la derecha ha hecho que las
cosas estén mucho peor. Los excesos de Bush, recortando impuestos a los ricos,
fueron mucho peores que los de Clinton. Los jueces del Tribunal Supremo que
dictaminan que las corporaciones puedan gastar el dinero que quieran son
republicanos. Por eso creo que es erróneo decir que demócratas y republicanos
son lo mismo. El problema es que socialistas en Europa y demócratas en EE UU
han fallado. Pero para mí, al menos, tienen una visión que es injusta para
alguien que hace más de un millón de dólares, y eso es todo un reto en el
sistema actual.
¿Visión? ¿No cree que la
gente espera resultados?
Obama ha sido una decepción. Asunto por asunto, fiscal, política
medioambiental, salud, se puede decir que no ha hecho tanto como me hubiera
gustado. Pero con un republicano de presidente iremos hacia atrás.
Al final, EE UU es un
verdadero campo de batalla de ideas. Más que de ideas, también de dinero, ideología e
intereses. Si fueran solo ideas, tendría muy claro quién va a ganar las
elecciones.
Capitalismo, por tanto, al
servicio de todos. Pero la desigualdad no es exclusiva de una economía de
mercado.
Puedes tenerla en muchos tipos de sociedad. La hubo, y mucho, durante el
comunismo y en las dictaduras. Pero el argumento es que, siendo democracias,
debemos asegurarnos de que se dan las oportunidades para crear una sociedad más
igual. Y lo sorprendente es que nuestras democracias, que deberían responder al
ciudadano corriente, no están teniendo éxito en esto. Eso muestra lo cortos que
nos quedamos en cuanto a nuestros ideales democráticos. Un dólar un voto es la
máxima expresión del fracaso de nuestras democracias.
Si el poder sirve a la
avaricia, ¿cómo puede romperse ese círculo vicioso del que habla? En EE UU hemos puesto el
logro de ganar dinero por encima de cualquier otra cosa. En una sociedad que
destaca la retribución monetaria, tenemos un mal equilibrio. En mi libro hablo
de los planes de incentivos y su efecto destructivo. Mucha gente que trabaja no
lo hace para ganar dinero, sino para vivir. Pero si eres el presidente de una
compañía, ¿por qué no haces lo mismo? El argumento de que es porque tienen un
trabajo más duro es absurdo. El trabajo hay que hacerlo bien. Los incentivos
son importantes, pero no son la vía.
El ejemplo podría ser Wall
Street, donde parece que se premia más el fracaso que el buen trabajo. Por eso hay que tener reglas
que permitan poner freno a los abusos. Siempre habrá gente que solo piense en
enriquecerse. Y en una industria que se dedica a ganar dinero, entonces esperas
que esos abusos sean aún mayores. Nadie lo espera de un profesor que se dedica
a educar a niños. Pero si trabajas para un banco, vas a hacer dinero, por eso
hay que ser más cauto en el sector financiero.
Su Premio Nobel fue por la
teoría de la información asimétrica. ¿Se puede aplicar al escándalo de Barclays
por la manipulación del tipo interbancario? Totalmente. En Barclays sabían lo que hacían, manipulando el tipo de
interés y ganando dinero con ello. Transparencia en el sector bancario es
un sinónimo del concepto de información asimétrica. En el caso del Libor, no
había transparencia, porque con transparencia hay más competencia y con
competencia se reducen los beneficios. Es la avaricia.
Pero en este caso de nuevo
fallaron los reguladores. Incluso el Tesoro de EE UU sabía lo que pasaba, pero
se limitó a mandar una carta como respuesta en lugar de actuar. Se sabía lo que ocurría,
pero no lo fácil que era manipularlo. Por eso el aspecto realmente preocupante
de este caso es que el regulador tenía la competencia de investigar lo que
estaba pasando más en profundidad y no lo hizo. Ni siquiera Geithner volvió a
preguntar si se había corregido el problema. La admisión del secretario del
Tesoro de que sabía lo que pasaba y no hizo nada, más allá de mandar un e-mail,
es consistente con la visión que tiene el público de que están todos en la
misma cama. Y esta es otra fuente de desigualdad: coger dinero de otro de una
manera que destruye riqueza. Por eso es importante, muy importante, tener un
sistema bancario del que te puedas fiar.
Usted considera que la
solución a la crisis en Europa no es adecuada porque retira la demanda del
sistema y no restaura la confianza. La austeridad es uno de los temas de debate
también en la campaña electoral en EE UU. La austeridad va a tumbar la economía. Se está viendo en
España, en Grecia, en Reino Unido. Tratar de reducir el Gobierno va a empujar a
EE UU hacia el mismo experimento que está haciendo Europa, y eso será
desastroso. Hasta el Fondo Monetario Internacional se dio cuenta de eso y dice
que la desigualdad es mala para la economía, porque eleva la inestabilidad.
Esto no se escucha decir de los líderes europeos ni de los estadounidenses, y
eso que la ciencia es muy clara al respecto. Obama lo dice poco. Se ignora la
cuestión públicamente. La austeridad en periodos económicos como el actual es
mala por varios motivos. La gente que no tiene trabajo se empobrece. Y con un
alto nivel de desigualdad, los salarios bajan. Y la austeridad lleva a cortar
gasto en cosas importantes, como la educación y la salud. Por eso estos planes
de austeridad acrecientan los problemas de la desigualdad, lo que a su vez es
una de las razones de la debilidad económica actual.
Es un equilibrio complicado,
porque, en el caso de España o de Italia, debes convencer al mercado de que
estás haciendo los ajustes para que te den la financiación que necesitas. Cuando lo haces, porque lo
haces. Y cuando no, porque no. La noción de que la austeridad hace feliz a los
mercados es equivocada. Fitch rebajó precisamente a España tras presentar su
plan de austeridad porque pensó que debilitará su economía. Y lo harán con
Reino Unido por lo mismo.
Standard & Poor’s recortó
la nota a EE UU porque, entre otros motivos, no hay un plan creíble de ajuste
fiscal. Eso
fue político. EE UU siempre paga sus deudas, por el simple hecho de que es
dueña de su propia máquina de hacer dinero.
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