Poesía “redentora” en las cárceles franquistas
31 octubre 2012
Félix Población
Periodista y escritor
Periodista y escritor
El mismo día en que Franco dio por cautivo y
desarmado al ejército rojo y puso punto final a la guerra, 1 de abril de
1939, la Asociación Católica Nacional de Propagandistas, organismo al que la
dictadura debe su matriz nacional-católica, publicó el primer número del
semanario Redención. Editado al principio en Vitoria, en la sede del
Servicio Nacional de Prisiones, ese periódico fue el órgano oficial del
Patronato de Redención de Penas por el Trabajo. Dirigido exclusivamente a los
presos políticos y a quienes tuvieran alguna relación con ellos, su objetivo
era redimir espiritualmente a quienes, en palabras del dictador, eran
unos elementos dañados, pervertidos, envenenados política y moralmente.
Además de unos fines manifiestamente adoctrinadores
entre la numerosa población reclusa, la publicación tenía por objetivo servir
de herramienta propagandística del régimen, pues cuanto se difundía desde sus
páginas se promocionaba como una labor patriótica ejemplar, que para nada se
correspondía con la muy amarga y cruel realidad que se vivía en los presididos,
donde no pocos internos perdieron la vida en los primeros años de la posguerra.
El periódico tenía como director a un antiguo redactor
del diario El Debate y estaba redactado por los presos, “formando parte
de ellos -según cuenta José Rodríguez Vega, secretario general de la UGT
entonces- un equipo de periodistas que, con más miedo que dignidad, se avenían
a denostar desde las columnas del semanario lo que habían defendido durante la
guerra. Virtualmente el director era Cabezas, un buen escritor español,
redactor jefe de Avance, de Oviedo, diario socialista. Estaba condenado
a muerte, pena a la que con muy pocas excepciones eran condenados los periodistas
de aquel periodo. El ansia de conservar la vida le hacía humillarse todas la
semanas en elogio de Franco y del nuevo régimen para hacer méritos y escapar a
la temida ejecución”. Otros periodistas, los más, se negaron a colaborar en el
semanario.
Una sección frecuente en Redención era la de
poesía, género del que también se sirvieron algunos reclusos para honrar al
nuevo régimen o a la religión católica que le había prestado palio y preces.
Con una selección de poemas del primer año de publicación, José María Sánchez
de Asiaín (1909-1981), catedrático de Estética y promotor de la poesía como
materia de redención, publicó en 1940 un libro titulado Musa redimida:
poesía de los presos en la Nueva España, editado en los Talleres
Penitenciarios de Alcalá de Henares. La tirada fue de nada menos que 30.000
ejemplares, algo insólito habida cuenta el género del que se trataba, y el
ejemplar constaba de un total de 86 poemas de 41 autores, clasificados en tres
temas: religiosos, la Patria y varios.
En el prólogo hace alusión Sánchez de Asiaín al primer
número del semanario Redención, en cuya portada aparecía esta magnánima
consigna de Franco sobre una fotografía del dictador: Yo quiero ser el
Caudillo de todos los españoles. La edición del libro pretendía salir el
paso -en palabras del prologuista- a quienes, ingenua o malévolamente,
podría creer que la poesía y los poetas de España estaban encadenados.
“Cuando un pueblo, o la Cristiandad entera -afirma-, se han encontrado a sí
mismos en un glorioso destino universal, único vértice de todos los intereses
particulares, surgen los poetas”. Al Patronato de Redención de Penas, aseguraba
a continuación, le ha cabido la bella tarea de acercar las brasas del amor
patrio a tantos pechos ateridos. Un valioso estímulo para la inspiración de
los autores, en opinión de Sánchez de Asiaín, ha sido sin duda la soledad
sonora del maravilloso mundo interior.
Pretendía el mentado catedrático de Estética que los
presos recapacitaran en la solemnidad y grandeza de la hora en que sus versos
fueron publicados, verano de 1940. “La fecha puede resonar con majestad en los
años venideros -vaticina-. España está en ocasión propincua de volver a ser
instrumento de la Providencia: evangelizadora, redentora de pueblos, pimpollo
de la cristiandad. Somos envidia de las gentes, y nos guía la espada más limpia
de los siglos modernos. Esto no es fanfarronada, sino verdad certísima”.
Finalmente, José María Sánchez de Asiaín estimulaba a los reclusos de esta
guisa: “Sentíos españoles y conquistad la libertad física mediante la del
espíritu, pensando que la libertad del alma está en el ejercicio del bien.
Lograda ésta, aquélla vendrá por añadidura. Entonces serán las bodas de España,
celebrando su unidad, libertad y grandeza”.
En una de
esas cárceles, la de Alicante, fallecería enfermo y aterido, el 28 de marzo de
1942, uno de los poetas reclusos cuya obra vive entre nosotros y cuya condena a
muerte no ha sido anulada recientemente -tal como reclamó su familia- por el
Tribunal Constitucional. Esa condena se dictó en 1940, el mismo año en que
Sánchez de Asiaín daba a la propaganda su Musa redimida. Cuentan que a
Hernández, en su lecho de muerte, nadie le pudo cerrar los ojos, y así escribió
Aleixandre: No lo sé. Fue sin música. /Sus grandes ojos azules/ abiertos se
quedaron bajo el vacío ignorante, /cielo de losa oscura, /masa total que lenta
desciende y te aboveda, / cuerpo tú solo, inmenso, / único hoy en la Tierra,
/que contigo apretado por los soles escapa
Fuente: www.publico.es
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