01 enero de
2014
Tania
Sánchez Melero
Este
año que terminó ayer pasará a la historia del país como el año de la
corrupción; entre el caso Bárcenas, los EREs, la Gürtel, Caja Madrid y demás
sorpresas, pareciera que nadie se salva. Hemos vivido durante todo el año
el bochorno colectivo de ver a dirigentes de partidos y organizaciones sociales
teniéndose que tragar, una y otra vez, la manida frase “pongo la mano en el
fuego por mis compañeros”.
Deberían estar ya prevenidos de que esa posición
termina, invariablemente, con extremidades superiores abrasadas por la fuerza
de los hechos innegables e incontestables que la justicia o los medios van
desvelando sobre cada caso particular, y que el recurso posterior a calificar a
los señalados como manzanas podridas, sólo les hace contagiarse de su
podredumbre. Flaco favor a la democracia hacen los practicantes de la fe ciega
en la honestidad del compañero caído en desgracia, pues uno tras otro acaban
dando la razón a quienes les interesa convertir en idea socialmente asumida eso
de que la corrupción es consustancial al poder y rasgo característico de la
cultura ibérica .
Yo soy más de la teoría de que la corrupción es propia
de sistemas políticos y económicos basados en la expropiación de lo colectivo
en favor de las minorías, y que la mejor garantía para exterminarla es
construir una sociedad civil organizada y consciente de su imprescindible labor
de control democrático en la gestión de lo público.
Como decía Max Weber la ética política debe ser la
ética de la responsabilidad y no la ética de la moral. Por eso, a mí no valen
llamadas a la confianza y la fe ciega, y exijo, al menos a la izquierda, que
evalúe los hechos políticos considerando las consecuencias sociales de las
decisiones que se adoptan individual o colectivamente. No es baladí esta
distinción entre las decisiones individuales y colectivas, porque la
responsabilidad de las mismas varía sustancialmente. Quienes militamos en una
organización política, nos hacemos corresponsables de las decisiones que se
debaten y adoptan colectivamente, aunque se tenga un posición contraria a las
mismas. Pero no tenemos por qué asumir las decisiones de aquellos que, en
nuestro nombre, actúan de manera contraria a los principios y valores que
debían representar y que además obtienen beneficios individuales asentados
sobre perjuicios colectivos.
Quienes decidieron ser colaboradores necesarios de la
conversión de las únicas herramientas económicas con algo de valor social, las
cajas de ahorro, en una pieza más del engranaje especulador que ha arruinado
este país, no lo han hecho de acuerdo a decisiones políticas de las organizaciones
que les nombraron como sus representantes, no al menos en el caso de Izquierda
Unida, que jamás autorizó a Moral Santín a ser el mejor aliado del presidente
Blesa, y a cobrar sustanciosas comisiones por ello, como acaban de hacer
público algunos medios.
De la misma forma, quienes han utilizado su cargo
público para enriquecerse, o enriquecer a otros, adoptando decisiones que no
han sido ni compartidas ni respaldadas por las organizaciones que los
nombraron, no pueden esperar que dichas organizaciones les protejan y
defiendan.
Pero para que esto sea algo más que una declaración
personal, y contribuya a la construcción de una democracia real, las
organizaciones debemos actuar en coherencia con nuestros principios y
objetivos, y eso no pasa por poner la mano en el fuego por nuestros
representantes, sino por aplicarnos lo que aspiramos a instalar como mecanismo
general de acción política.
No pongo la mano en el fuego ni por el mejor de mis
compañeros de partido. A todos ellos y a todas ellas, les pido cuentas, datos
así como la explicación política de las decisiones que adoptan, y si no pueden
darlos, si no son coherentes con los principios políticos que nos unen, sólo
les pido que den un paso atrás y asuman que sus necesidades y aspiraciones
particulares no deben jamás desprestigiar los proyectos colectivos.
La política con letras mayúsculas, al menos desde la
izquierda, implica que el termómetro de nuestros actos, sea el grado en que
nuestras decisiones nos acercan o alejan de la dignidad, la justicia y la
libertad.
Por eso al 2014 le pido menos manos
quemadas al fuego lento de la fe ciega y la cara dura, y más dimisiones
inmediatas.
Fuente: www.publico.es
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