"Si
le doy de comer a los pobres, me dicen que soy un santo. Pero si pregunto por
qué los pobres pasan hambre y están tan mal, me dicen que soy un
comunista." Hélder Câmara
Artículos de
Opinión | Adolfo Padrón Berriel* | 31-12-2013 |
Navidad
2013. El invierno saca a relucir una cara más de la miseria creciente: “la
pobreza energética”. El índice de mortalidad, asociado a la falta de recursos
para combatir las bajas temperaturas y las enfermedades que de ellas se
derivan, aumenta en un 21%. El gobierno estatal y los consorcios eléctricos
discuten públicamente (riña de enamorados) sobre quién es el responsable del
vergonzoso y constante incremento de las tarifas (70% en los últimos cinco
años).
El “govern
catalá” decreta una tregua para los menesterosos: anuncia que durante el primer
trimestre de 2014, no se permitirán cortes de luz por impago en la casa del
“pobre paupérrimo”. Que a marzo le suceda abril, ya es harina de otro costal,
porque una cosa es calentar la barriga del hambriento con un buen plato desopa
boba y otra bien distinta es ocuparse en buscarremedio definitivo a su
necesidad.
Sin duda,
¡menos es nada! En eso consiste precisamente la caridad, en un gesto de
desprendimiento compasivo destinado a aliviar la urgencia que genera la
penuria, sin más propósito en sí, que el de la propia ejecución del acto
misericorde: “Dar de comer al hambriento; dar de beber al sediento; vestir al
harapiento”. Sin preguntas; sin cuestionar la razón de ser de los hechos; sin
objetivo de intervenir sobre las causas que originan esa realidad.
En la
mayoría de las ocasiones, el ejercicio de la caridad viene ligado a un sincero
sentimiento de solidaridad y a un profundo compromiso ético. Personas,
colectivos sociales y hasta instituciones, se entregan desinteresadamente a la
encomiable labor de paliar el sufrimiento ajeno. En no pocos casos, sin
embargo, se plantea como una simple penitencia, como un ejercicio de expiación
de culpas o un remedio eficaz contra la mala conciencia; incluso como una
hipócrita demostración de falsa humanidad a la búsqueda de aplausos y
reconocimiento.
Pero, en
todos los casos, la caridad es utilizada a su favor por los gobiernos para eludir
su directa responsabilidad sobre la misma gestación de la pobreza. La historia
señala como los regímenes y modelos político-económicos más injustos, los que
han fomentado las mayores cotas de desigualdad social y la más vergonzante
concentración de la riqueza, son los que menos escrúpulos muestran en esgrimir
la beneficencia como una herramienta propia, correctora de los “desajustes” del
sistema -la limosna fideliza al pobre, porque mitiga su desesperación al tiempo
que le arrebata su dignidad y le hace creer que sólo merece los despojos-.
En estos
días de “espíritu navideño”, el gobierno reconoce que ha acometido los mayores
recortes económicos de toda la etapa post-franquista. Reconoce que la
ciudadanía se ha visto sometida a un expolio sin precedentes –ellos dicen
privación imponderable- y hasta reconoce que, como consecuencia, “hay mucha
gente pasándolo mal” -valga el eufemismo-. Se atreve incluso a “agradecernos
las renuncias” –como si todos y cada uno de nosotros y nosotras les hubiésemos
autorizado a empobrecernos y a arrebatarnos los derechos más básicos-.
En estos
días de “espíritu navideño”, el gobierno promete: 2014 marcará el punto de
inflexión en el que todos esos “esfuerzos” hallarán su recompensa. Sin duda
cuenta con indicios de que las cosas están cambiando: la banca duplicó sus
beneficios en 2013 respecto a 2012; las grandes corporaciones mercantiles se
han robustecido, las compañías eléctricas españolas son las más ricas de toda
Europa y el capital especulativo internacional babea y se frota las manos
contemplando las posibilidades de negocio que ahora brinda un estado como el
nuestro –sin haber tenido que recurrir a la acción bélica directa, como en
otras latitudes del planeta-.
Sin embargo,
para el común de los mortales, nada parece indicar que las cosas vayan a
cambiar para bien, sino todo lo contrario: En el horizonte se divisan nuevos
recortes, nuevas vueltas de tuerca en la reforma laboral, más rebajas
salariales, mayor destrucción de los servicios públicos esenciales,…, y con
todo ello, más empobrecimiento y menos protección social.
Por otro
lado, este mismo gobierno que promete “maná cayendo del cielo” no parece
esperar grandes algarabías populares; más bien parece estar preparando la
contención de futuribles estallidos sociales.
Llámenme mal
pensado, pero algo no cuadra entre tanta felicidad anunciada y la prisa en
sacar adelante una ley de Seguridad Ciudadana destinada a criminalizar la
movilización y la protesta y redoblar su represión. Como tampoco cuadra que,
entre tanto recorte, se considere una urgencia dotar a las fuerzas
antidisturbios de medios de “actuación” más contundentes (incluidos millonarios
camiones cisterna que sólo sirven para dispersar a la muchedumbre a manguerazo
vivo).
No hay
justicia si hay pobreza, porque no hay pobres sino empobrecidos; no hay
carentes sino desposeídos.
Los datos y
los hechos hacen sospechar que la justicia se nos aleja a galope vivo y su
figura se va achicando en la distancia. Refugiémonos pues en la caridad –si aún
no estamos preparados para nada más-, pero al menos, comencemos a preguntarnos
por qué hay pobreza.
“El que no
sabe es un imbécil. El que sabe y calla es un criminal”. Bertolt BrechtCanarias
a 29 de diciembre de 2013
*Adolfo
Padrón Berriel es Miembro de co.bas-Canarias, de Canarias por la Izquierda y
portavoz de ésta en el Movimiento por un Frente Amplio.
Fuente: www.tercerainformacion.es
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