Artículos de
Opinión | Matías Emiliano Casas * | 31-12-2013 |
La crisis europea
presenta, en su estado actual, una de las consecuencias más significativas en
términos políticos y sociales: el rebrote de los discursos identitarios que
conforman una estrategia directa para la captación ideológica de la población.
Es un recurso añejo que se actualiza desde la extrema derecha europea quien
encontró en la agitación social, producida por la debacle económica, el
fermento propicio para sus metas políticas. Las huellas de la crisis no sólo se
observan en las tasas de desempleo o en los ajustes y el recorte de derechos,
también se manifiesta en la emergencia por reafirmar las identidades
nacionales, consideras en peligro por los flujos migratorios.
La identidad
es un concepto polisémico. Ese carácter implica la posibilidad de reinterpretarlo
y establecerlo bajo parámetros diversos y, en ocasiones, contradictorios.
El psicólogo
social Henri Tajfel ha sido uno de los fundadores de la teoría de la identidad
social. Sus estudios se focalizan en la construcción de un sentimiento de
pertenencia a nivel grupal o social que excede la singularidad de la persona.
Su aporte coloca al prejuicio en el centro del análisis sobre la constitución
del “nosotros” y la clasificación de los “otros”. La doctora en Psicología Olga
Lasaga Millet auguraba, hace sólo algunos años, sobre la identidad europea: “Si
se consigue generar en la ciudadanía un sentimiento de identidad, es decir que
ser europeo se convierta en una referencia para cada individuo, se coadyuvará a
que prospere una Europa social, fuerte y solidaria que garantice el bienestar y
la prosperidad de su población.” Las continuas reafirmaciones por preservar las
identidades nacionales “amenazadas” refutan la profecía de la psicóloga. El
“otro” es constituido por diferentes movimientos políticos no sólo como lo
diferente sino como lo peligroso, como el enemigo que atenta contra la unidad
nacional.
No es
necesario realizar una revisión profunda por la historia moderna de los estados
nacionales para corroborar las múltiples atrocidades que buscaron refugio legitimador
en la cuestión de la identidad. Los influjos del positivismo durante el siglo
XIX y sus resabios en la primera mitad del siglo XX garantizaron un sustento
científico- ideológico para jerarquizar las “razas” humanas. El continente
europeo fue testigo privilegiado de los conflictos entre naciones que tuvieron
su desenlace en los campos de batalla. En coyunturas belicosas la categoría de
“enemigo” se utiliza ligada a la cuestión de la supervivencia. La construcción
de su figura –elaborada siempre a partir de una identidad diferente, sea
religiosa, política o étnica- se sustenta en la disposición combativa de ese
“otro” que comparte el código de luchar hasta el final. Empero, cuando la
guerra no forma parte de la escena presente, el referente para la amenaza y el
peligro debe reconocerse en otra parte. La Europa contemporánea ha designado
como enemigo a los inmigrantes que provienen no sólo de otros continentes sino
de los países más pobres de la Unión. Sus itinerarios deshacen los caminos de
un pasado de imperio y conquista a fuerza de sangre y fuego. Este “enemigo” ya
no viste de soldado ni porta armamentos de vanguardia a diferencia de los
ejércitos de las potencias europeas, sino que se moviliza en pos de modificar
sus condiciones de vida.
El escenario
político europeo presenta varios indicadores que permiten alertar sobre el
avance de la extrema derecha. España, Grecia, Italia, Alemania, Francia, son
algunos de los países en los cuales se produjeron movilizaciones a partir de
distintas agrupaciones políticas que desarrollan una retórica filo-fascista. Es
interesante observar los argumentos y las estrategias discursivas que
pronuncian para construir una explicación de la crisis que omita o matice la
responsabilidad del sistema capitalista en su conjunto.
El Frente
Nacional Francés, con Mariane Le Pen en la dirección, es un penoso ejemplo de
la estigmatización que sufren los inmigrantes desde esos sectores políticos.
Para el histórico partido francés, que viene celebrando un incremento
importante en su poder de convocatoria, la causa principal de la crisis radica
en la “invasión” proveniente de los países africanos y de los denominados
“países árabes”. El desempleo, el déficit, la inseguridad y demás consecuencias
que pueden reconocerse como endémicas al funcionamiento del sistema se
simplifican y caracterizan en la figura de los inmigrantes.
El
historiador polaco Witold Kula esperaba que las experiencias del pasado
adviertan lo que no hay que hacer, y no lo que debe hacerse. La advertencia
parece no ser escuchada en el continente europeo. El alegato de la identidad
intensifica una efervescencia que no sólo se legitima desde la defensa y la
exaltación de lo “propio” sino que se va solidificando a partir de la
exclusión, rechazo, y –en algunos casos- odio del enemigo construido. La
violencia simbólica, que se práctica desde los discursos políticos, en
ocasiones se torna física. La nacionalidad y el amor a la patria se confunden
con intransigencia y exclusión de la diversidad. La combustión social que
provoca la crisis busca responsables. Los partidos de ultraderecha europeos ya
los identificaron.
* Profesor
Magister en Historia ( UNTREF / CONICET)
Fuente: www.tercerainformacion.es
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