jueves, 2 de enero de 2014

EN BUSCA DEL MACHO ENCUBIERTO

Artículos de Opinión | Helios F. Garcés | 31-12-2013 |
Reflexiones de un feminista decolonial
En las últimas décadas (1), a lo largo y ancho del Estado Español, especialmente en el seno de los movimientos sociales, sindicatos y partidos políticos minoritarios, los hombres jóvenes (2) comenzamos a interesarnos por las teorías feministas; lo cual es, sin duda alguna, una noticia de carácter positivo (3). Sin embargo, es necesario un análisis libre del énfasis acrítico en el acuerdo o desacuerdo sin más que este fenómeno provoca en la opinión general.
No se trata entonces de dar la efusiva bienvenida al acontecimiento y ni mucho menos de reservarse el derecho de admisión a los hombres desde los movimientos feministas. Mas de lo que se trata es de averiguar de qué forma su acercamiento a los mismos (4) es necesario, pero también –y es el caso que nos ocupa– en qué medida ciertos hombres cuyos privilegios de género no han sido cuestionados con la radicalidad adecuada consiguen sobrevivir como machistas encubiertos a través de poses filo feministas que les permiten enmascarar su verdadera posición.

El compromiso parcial
Evidentemente no hay nada de destructivo en que los hombres adquiramos y defendamos el proyecto ético-político que articulan los feminismos, todo lo contrario. No obstante, hemos de reconocer que, tal y como apuntábamos con anterioridad, entre nosotros/ellos, abundan numerosos impostores que, utilizando aquellos elementos estéticos y superficiales de los feminismos que les interesa utilizar, disfrazan su falta de compromiso total con el proyecto ético-político sobre el que precisamente se sustentan los mismos.
Para seguir haciendo visibles los factores que posibilitan la adquisición, tan parcial como interesada, de este falso compromiso, propongo a continuación un pequeño paréntesis en el que trasladaré la reflexión a otro, y sin embargo cercano, espacio de confrontación. Es fácilmente comprobable la manera en la que las teorías críticas (5) son utilizadas, especialmente desde ciertos segmentos del universo académico, para engordar el currículum intelectual y la reputación ideológica de los investigadores y estudiosos progresistas de turno. Lejos de llevar hasta sus últimas consecuencias muchos de los presupuestos y apuntes expuestos en los textos e ideas más representativas de las citadas corrientes, los intelectuales en cuestión utilizan aquellos elementos y categorías de análisis que de dichas teorías les conviene adquirir para reafirmarse ante las miradas públicas en su falsa conciencia contestataria y blindarse ante posibles exigencias y críticas externas.
Así mismo, -cerrando paréntesis- sucede algo similar en el seno de las organizaciones- de partido o no- que luchan contra las denominadas jerarquías de poder. Observemos cómo incluso entre militantes que dicen pretender enfrentar los conflictos silenciados por el status quo, se produce la dificultad manifiesta de ejercer la crítica cuando las observaciones giran en torno a determinados privilegios. En este caso nos referimos a los privilegios que afectan a las jerarquías género sexuales y étnico-raciales.
Es por ello que estamos en condiciones de afirmar lo siguiente: aunque la promoción hipócrita de la idea de igualdad realizada por los aparatos propagandísticos de la socialdemocracia ha conseguido impregnar de cierta popularidad la defensa –light, eso sí– de cierto feminismo de corte liberal, en el fondo las cuestiones género sexuales siguen constituyendo, generalmente, un gran hueso, para el común de la ciudadanía del Estado (6).
Cuando nos referimos a la ciudadanía nos referimos al conjunto de la misma. Hablamos de la derecha pero también hablamos de la izquierda ya que el sexismo no es patrimonio exclusivo de la primera. Bastaría con recordar la afluencia lamentable de algunas voces, determinadas en la izquierda, que han desarrollado toda una tecnología conceptual –en la que el rigor y la honestidad intelectual brillan por su total ausencia– a través de la que pretenden ningunear el valor ético político de los feminismos. Con la misma saña con la que la derecha ha caricaturizado la profundidad y riqueza de las propuestas antisistémicas reduciéndolas a sus aspectos más contradictorios y simplificados, estos pensadores utilizan el evidente y lógico descrédito que persigue al feminismo liberal para deslegitimar las prácticas feministas en su conjunto, haciendo extensible la hipocresía y fraudulencia del primero a todos los demás.
En el fondo, tal actitud no es sino el efecto de una antigua herencia ideológica, hoy casi imperceptible para una gran mayoría, que consiste en profesar la creencia de que tanto racismo como sexismo son problemas súper-estructurales al problema estructural del capitalismo. Resulta una experiencia común el escuchar cómo, frecuentemente, desde foros etnocéntricos y masculinizados, se predica con la afirmación engañosa de que al solucionar el problema económico todos los demás problemas quedarán resueltos. Dicha afirmación no solo es falsa, sino que es profundamente injusta. Por lo general y para percatarse de ello únicamente sería necesario poner en marcha un ejercicio elemental de observación. Echen un vistazo a quiénes son los máximos y principales representantes de tal visión: aquellos cuyos privilegios identitarios están comprometidos por las jerarquías señaladas. No están interesados en cuestionar sus privilegios como garantes del patriarcado y mucho menos lo están en reflexionar sobre su propia masculinidad. Pero han encontrado una nueva manera de sobrevivir como machos en ambientes en los que los signos vulgares del patriarcado son fácilmente reconocibles y, por lo tanto, fácilmente reprobables; no obstante, no sucede así con dimensiones más sutiles del machismo.
Damos por sentado, quizá ingenuamente, que cuando nos referimos a la identidad queda claro que hemos decidido hacerlo –sobre todo en este texto– poniendo el énfasis sobre su faceta epistémica. ¿Qué significa esto? Muy sencillo: uno de los grandes éxitos del capitalismo es haber conseguido que las clases desfavorecidas utilicen la racionalidad liberal en su cotidianidad. Así mismo, Frantz Fanon, a través de "Piel negra, máscaras blancas" nos muestra magistralmente cómo la mentalidad colonial es asumida y reproducida por los sujetos colonizados.
De la misma manera –esta vez al contrario-, una persona significada como europea puede asumir el proyecto zapatista aunque no sea identificada como indígena, o una persona identificada como hombre, puede asumir el proyecto feminista aunque no sea significada como mujer. Baste la aclaración para advertir que hay mujeres en el poder y, sin embargo, eso no significa que el patriarcado occidental, así como los otros, hayafallecido de repente. Si fuese así, Barak Obama y Ángela Merkel serían inauguradores de una era postcolonial y postpatriarcal globalizada en la que el poder, con todas sus complejidades, sería únicamente económico. El imaginar algo así no sería sino caer de nuevo en la ceguera tradicional de las prácticas de cierta izquierda egocéntrica.
Colonialidad y Patriarcalidad del saber
Los numerosos análisis realizados desde la red Modernidad/Colonialidad en torno a la denominada colonialidad del poder (7) nos sirven de gran ayuda para describir la forma en la que el poder moderno (8) trajo consigo la instauración de un nuevo paquete de jerarquías de opresión globalizadas que el sociólogo Ramón Grosfoguel denomina heterarquías del poder. Este complejo entramado de jerarquías es descrito, aparatosamente, como “Sistema-mundo Europeo/Euro-norteamericano cristiano-centrado moderno/colonial capitalista/patriarcal” (9). En consecuencia con lo anterior, hay que recordar aquí, para volver al objeto de nuestra reflexión (10) - y esto produce interesantes reacciones a la defensiva- que también existe una patriarcalidad del saber en tanto que las epistemologías hegemónicas tradicionalmente creadas, difundidas y atendidas, tanto dentro como fuera de la Academia occidentalizada, han sido producidas generalmente desde una subjetividad patriarcal.
De la misma manera existe una masculinidad del saber en tanto que tales epistemes han sido tradicionalmente reproducidas y solidificadas desde una subjetividad masculina y heteronormativa: una subjetividad que ha ocultado su identidad. Es más, hablamos de una subjetividad que precisamente ha construido su hegemonía sobre la ocultación de su propia identidad sexual, de género, cultural y geográfica a la vez que ha visibilizado las subjetividades otras como identidades periféricas y subalternizadas. Una mirada omnipresente, universal y objetiva que se hegemoniza a través de una subalternización de las otras miradas culturales, geográficas, espirituales, étnico raciales y por supuesto sexuales.
Pero toda subjetividad ostenta una identidad, a menos que hablemos, claro está, de la supuesta existencia de una identidad divina (11); una mente sin sexo, sin color, sin procedencia y sin género; como la de los ángeles del imaginario católico que tantos quebraderos de cabeza supusieron para los teólogos medievales. Para dificultar el camino de aquellos que temen enfrentar la compleja cuestión de las identidades amparándose en significativos y deshonestos (12) temores a la posible emergencia de nuevos esencialismos, debemos advertir que desde nuestra perspectiva- una perspectiva decolonial- la identidad no es un constructo estático, homogéneo y metafísico(13).
Los activistas y sus micromachismos
Lógicamente, y tal y como hemos señalado, dentro de estos grupos, a ningún hombre se le ocurrirá cuestionar la libertad sexual, el derecho al aborto o la igualdad entre sexos; sin embargo, basta que las feministas señalen y ataquen su machismo en dimensiones como el lenguaje humorístico, en el epistemológico o en sus interesadas prioridades revolucionarias para que, de pronto y porrazo, la comunidad de machos haga acto de presencia a través de la mofa condescendiente paternalista, ninguneando como causas menores las reivindicaciones y análisis feministas.
Por otra parte y apuntando a un nivel mucho más profundo- incluso psicológico- se encuentra lo referente a las maneras en las que tales hombres gestionan sus relaciones con sus compañeras de lucha en espacios que a menudo se suponen libres de sexismo. Hombres que a menudo han adquirido la habilidad de hablar en femenino plural y que se declaran acólitos del amor libre o poli amor; hombres que en su muro de Facebook o Twitter comparten proclamas feministas, declaraciones y artículos sobre Femen; hombres que se declaran públicamente feministas y que, sin embargo, siguen hipersexualizando de manera reiterativa a las mujeres que les rodean. Debe quedar fuera de toda duda el que señalando lo anterior pretenda censurar o delimitar el surgimiento natural del deseo sexual entre personas conscientes de las jerarquías género sexuales. Confundir una cuestión con la otra constituiría un grave error analítico y político.
El privilegio género sexual
Sostener que las cuestiones género sexuales únicamente deben interesar a aquellos seres humanos que sufren la violencia directa que tales jerarquías producen constituye un profundo error de ceguera ética. Podría parecer demasiado simplista el insinuar que un mito como el descrito esté instalado en la conciencia de un amplio grupo de hombres que se consideran a sí mismos como militantes de izquierda. Pero, lamentablemente, no lo es.
Los patriarcados son posibles porque se fundamentan sobre determinados roles; por lo tanto, para señalar y cuestionar con contundencia el patriarcado, es necesario cuestionar dichos roles. No basta con afiliarse y decir “sí”; la batalla ideológica comienza precisamente en aquello que, en un principio, no percibimos como ideológico. Ahora bien, ¿son los roles género sexuales hegemónicos productos ideológicos, culturales, políticos?
Los hombres heterosexuales gozan inconscientemente del privilegio de no tener que cuestionar su identidad porque la suya es la identidad política, y epistemológica de la subjetividad dominante. Por lo tanto, para un hombre feminista, el primer paso podría ser abrir los ojos ante la realidad privilegiada en la que se desarrolla su identidad género sexual. ¿Cuál es esa realidad? Comencemos por admitir que la mirada moral intersubjetiva es una mirada masculinizada. Dimensiones como la del juego político, como la publicitaria; ámbitos como el de la literatura, el arte; o facetas humanas como la de las sexualidades, articuladas a través del lenguaje como núcleo íntimo de cualquier episteme y del cuerpo como motor de vida y vehículo de control, opresión o liberación; son esferas y espacios utilizados para solidificar el patriarcado occidentalocéntrico. Por lo tanto son dichos espacios los susceptibles de ser analizados, cuestionados y transformados.
Tras reconocer el privilegio género sexual del que somos garantes nos queda por delante el trabajo de renunciar de forma sincera al mismo. Pero para ello –ya lo hemos dicho– no bastan las palabras; es necesario zambullirse en un esfuerzo creciente por localizar costumbres, automatismos y facetas que podríamos incluso considerar, por error, como espontáneas y analizar hasta qué punto tales cuestiones nos hacen permanecer unidos a lo que jocosamente llamamos “la comunidad de machos”. Nuestra facilidad para juzgar los cuerpos femeninos en base a juicios supuestamente estéticos; nuestra dificultad para escuchar con atención y tomar en serio las voces femeninas y nuestra habitual tendencia a establecer poses condescendientes y paternalistas con las compañeras podrían ser varios entre tantos ejemplos de lo descrito con anterioridad. Al fin y al cabo, lo que hace situar la opresión género sexual en inferioridad de condiciones frente a las jerarquías de clase es que los hombres son los dueños del espacio público (entendemos espacio público como espacio político). Los hombres se hacen dueños de dichos espacios y los ordenan según sus prioridades. Pero estos hombres no son personas sin identidad, sino que son varones, son blancos y son heterosexuales. Evidentemente no se trata de demonizar a los hombres, sino de romper con la hegemonía identitaria y construir una nueva identidad donde quepan muchas identidades, siguiendo la fuerza del lema zapatista.
El cuestionamiento de la masculinidad dominante
¿Qué es el hombre? ¿Qué es un hombre? ¿Qué es ser un hombre? ¿Qué significa ser hombre? Todas estas preguntas forman parte de un corpus tradicional de interrogantes filosóficos en la historia del pensamiento occidental convencional. Todas ellas han recibido respuestas atendiendo a la idea de “hombre”, no como constructo ideológico sexuado o racializado y con una identidad geopolítica, sino como constructo filosófico que supuestamente dirige la atención hacia la subjetividad humana, sin más. Sin embargo, y como prolegómeno para nuestra reflexión, el filósofo nigeriano Chukwudi Eze a través de su ensayo El color de la razón: La idea de “raza” en la Antropología de Kant (14) nos hace cuestionarnos, por ejemplo, el aparente desinterés racial con el que Kant, como representante primordial del pensamiento moderno occidental, enfocó sus reflexiones en torno a al ser humano.
De hecho, desde mi punto de vista, a lo que realmente nos invita el análisis de Eze, es a poner en duda enérgicamente esa idea tan absurda como inconscientemente generalizada de que en la historia de la filosofía occidental se ha reflexionado alguna vez, verdaderamente, sin tener en cuenta la cuestión de la identidad étnico racial, género sexual, geopolítica o corpo-política del sujeto histórico que reflexiona (15). Si Chukwudi Eze ha tenido la inteligencia y valentía de plantear una cuestión de ese calibre no es para que nos quedemos simplemente embelesados. Volvamos a preguntar también sobre el género-sexo de la razón.
¿Cuál es la identidad de la razón? Los seres humanos –lo sentimos por los estudiantes de filosofía, los filósofos son seres humanos– que se hicieron la pregunta “¿Qué es el hombre?” a lo largo de la modernidad, tenían una identidad y estaban situados geo y corpo políticamente –lo sentimos, de nuevo, por los estudiantes de historia de la filosofía occidental.
Podemos volver a replantear la pregunta a nivel filosófico ahondando en el género y la sexualidad ocultos en el concepto absolutizador “hombre”, utilizado arrogantemente como sinónimo de ser humano. Sin embargo, nada de ello servirá para nuestro propósito si no nos preguntamos a nosotros mismos “qué significa ser un hombre” y por último y más importante “qué significa, para mí, ser un hombre”. Evidentemente a los intelectuales eruditos les parecerá poco elevado dirigir una reflexión como la anterior a un nivel intersubjetivo, pero es precisamente ahí donde se encuentra una de las resistencias machistas más considerables ante la labor de cuestionar nuestra propia masculinidad: un hombre no se hace preguntas personales sobre la masculinidad en el espacio público. La masculinidad es un tabú masculino. Sin embargo existe; y es precisamente un determinado tipo de masculinidad la que históricamente se ha impuesto y hegemonizado a través del poder moderno.
Entonces, ¿qué es la masculinidad? ¿Qué significa ser masculino? ¿Qué significa, para mí, ser masculino? ¿Ser masculino es ser fuerte; ser seguro de sí, ser protector; ser masculino es ser un líder? ¿Ser masculino es ser heterosexual? ¿Ser masculino es ser un depredador sexual? El patriarcado subsiste gracias a la institucionalización hegemónica de la masculinidad dominante y sobrevive en cada uno de nosotros/as hasta que comencemos a hacernos las preguntas oportunas. Tales preguntas deben afectarnos a nivel íntimo y deben comenzar a formar parte de nuestras relaciones humanas.
Por todo lo anterior, la labor de los hombres feministas no debería consistir en integrarse en los movimientos y adquirir responsabilidades de liderazgo, acaparando la palabra y la acción o dirigiendo a la colectividad. Tampoco reside la respuesta en quedarse al margen y centrarse en las cuestiones de clase. ¿Entonces?
Recapitulemos: el primer paso podría ser despertar a la consciencia de que se es garante del patriarcado. En segundo lugar deberíamos esforzarnos por renunciar a dicho privilegio. Por último está el cuestionarnos nuestra propia masculinidad. Evidentemente no debe existir un orden, las tres empresas deberían ser acogidas y puestas en marcha simultáneamente, con la misma honestidad y con la misma dedicación.
Una propuesta: un feminismo decolonial
No podría abandonar esta exposición sin antes hacer referencia a lo que considero uno de los problemas más graves que encontramos en la lucha contra los patriarcados. Así como no hay un solo feminismo, no hay un solo patriarcado. No habrá verdadera lucha contra los patriarcados si tal y como Zillah Eisenstein apunta en Señuelos sexuales. Género, raza y guerra en la democracia imperial (16), las y los feministas occidentales, apoyando el proyecto de las grandes potencias, utilizan deshonestamente sus batallas para legitimar el imperialismo y la colonialidad epistemológica frente a otras culturas. Es habitual observar cómo desde determinados espacios que se conciben a sí mismos como feministas se realiza un retrato absolutamente injustificable de las culturas y cosmovisionesotras atribuyéndoles un machismo endémico. El ataque constante hacia el islam o hacia el pueblo romaní no son sino claros ejemplos actuales de lo descrito. Existen las mujeres musulmanas y pueden hablar. Existen las mujeres romaníes y pueden hablar. Ellas hablan, pero ¿sabemos escuchar? Así como la labor de un hombre no es liderar la causa feminista sino aprender y luchar codo con codo, atendiendo las demandas de las mujeres feministas, la labor de las y los feministas occidentales es escuchar las demandas e ideas de las mujeres otras y ponerse a su disposición.
Será quizás entonces cuando podamos comenzar a descubrir la intersección en la que se cruzan todas las jerarquías de poder y así podamos enfrentarlas con sinceridad. No podrá abordarse ningún problema con la radicalidad necesaria mientras establezcamos prioridades interesadas en base a la supuesta importancia que le conferimos a unas causas, situándolas, de nuevo, por encima de las otras. Feministas que sostienen que la lucha contra el patriarcado es más importante que la lucha contra el racismo y el clasismo. Movimientos de base que sostienen que la lucha de clases es más importante que la lucha contra el patriarcado y el racismo. Antirracistas que sostienen que la lucha contra el racismo es más importante que la lucha de clases y la lucha contra los patriarcados. Sí esa es nuestra torpe estrategia, cuando terminemos con nuestros respectivos enemigos, tendremos que enfrentarnos entre nosotros/as.
Es por eso que, desde aquí, lanzamos nuestra propuesta: el feminismo decolonial. Un feminismo otro que encuentra su genealogía en pensadoras y activistas tan diferentes y distantes como Sojorneur Truth, Gloria Anzaldúa, Angela Davis, Silvia Marcos, entre otras, y cuyas exponentes actuales, entre las que cabría destacar a María Lugones, Ochy Curiel, Yuderkys Espinosa, entre otras, resignifican toda la herencia anterior otorgándole un cuerpo teórico acorde a las nuevas necesidades. El emergente feminismo islámico o las prácticas revolucionarias de las mujeres zapatistas no son sino claros ejemplos vivos de ello. Teniendo como punto de partida el lugar en el que se cruzan las diversas jerarquías de poder modernas, el feminismo decolonial pretende atacar el entramado de opresiones en su nudo central, con la intención de desatarlo.
Helios F. Garcés
Citas:
(1) Es cierto que el interés y sensibilidad que ante las teorías feministas han manifestado numerosos hombres no representa un fenómeno exclusivamente nuevo. Sin embargo, consideramos que gracias al esfuerzo realizado por nuestras compañeras en determinados espacios, los feminismos han adquirido una mayor relevancia en la formación de muchos hombres, especialmente en los movimientos sociales de base.
Obviamente, también de mujeres. Pero en este artículo trataremos la relación de los hombres con el feminismo, dado su exclusivo privilegio en el sistema sexo/género.
(2) Hacemos entender aquí que, como Ochy Curiel, entre otras/os, dudamos sobre la idoneidad de utilizar las categorías “hombre” o “mujer” como símbolos esencializadores de las sexualidades humanas. Sin embargo, reconocemos que nos resulta útil hacerlo y que nuestra intención es hacer referencia a cuestiones que se producen precisamente en el universo orgánico que produce tal normatividad.
(3) Sostenemos, apoyando el lema y el sentido que encabezan y articula el texto “Feminism it´s for everybody” escrito por bell hooks, que el feminismo es para todas las personas.
(4) Nos negamos en rotundo a hablar de feminismo en singular, así como de hablar de patriarcado. Existen diferentes feminismos que cuestionan los diferentes patriarcados.
(5) Hoy día nos resulta imposible el dejar de dudar seriamente que la Escuela de Frankfurt, en sus diferentes generaciones, así como en sus diversas herencias visibles, haya agotado la posibilidad de analizar y clarificar las diversas jerarquías del poder. ¿Qué papel de importancia tuvieron en los análisis realizados desde dichas corrientes las jerarquías étnico raciales señaladas por Áime Césaire y Frantz Fanon, entre muchos otros? ¿Qué papel jugaron en tales análisis las jerarquías sexuales señaladas por Simon de Beauvoir o Kate Millet? ¿Qué importancia tuvieron las jerarquías género sexuales y étnico raciales, apuntadas y analizadas por Ángela Davis, Gloria Anzaldúa o Patricia Hill Collins en todas las anteriores? No existe una teoría crítica: existen las teorías críticas.
(6) Las reflexiones que conforman este artículo vienen propiciadas por numerosas discusiones producidas en diferentes comunidades del Estado Español, por lo que no me siento con la autoridad necesaria como para extender las consecuencias de ello a otras realidades geográficas.
(7) La denominada “colonialidad del poder”, articulada formalmente por Aníbal Quijano, entre otros/as pero formulada con anterioridad por pensadores/as como Kwame Nkrumah, hace referencia a la idea de que la categoría moderna de raza goza de fundamental importancia en el análisis de las causas y consecuencias derivadas de la división internacional del trabajo y de la construcción del poder capitalista moderno en sus respectivas y numerosas dimensiones. Se percibe entonces la colonialidad como la cara oculta de la modernidad. Enrique Dussel, Walter Mignolo, María Lugones, Ramón Grosfoguel, Silvia Rivera Cusicanqui, etcétera, no son sino algunos de los representantes más significativos de la red Modernidad/Colonialidad.
(8) Habría que dejar claro que a través de esta esquematización no estamos tratando de afirmar que dichas jerarquías nazcan, de repente, en la primera modernidad. Mas lo que pretendemos es analizar cómo dicho entramado de relaciones adquirió status imperial a partir del colonialismo
(10) Si bien es cierto que desde una historiografía convencional eurocentrada se viene situando el fenómeno de la modernidad en el siglo XVIII en torno a hechos como la Revolución Francesa, la Revolución Industrial y la Ilustración; el grupo Modernidad/Colonialidad sostiene que puede defenderse la existencia de una primera Modernidad a partir de la constitución de España como primer Estado-Nación moderno imperial colonial, con la capacidad de exportar un sistema de opresión global.
(11) El filósofo colombiano, Santiago Castro Gómez analiza en profundidad esta cuestión en su libro “La Hybris del punto Cero. Ciencia, Raza e Ilustración en La Nueva Granada (1750-1816)”.
(12) Existe una tendencia generalizada que consiste en tildar de esencialista cualquier defensa reivindicativa que de la reconstrucción identitaria de las comunidades y grupos tradicionalmente oprimidos se haga, desde una filosofía decolonial de la liberación. Sostenemos que dicha actitud no es sino el efecto de un apego naturalizado al etnocentrismo dominante, el cual reacciona a la defensiva acusando a aquellos/as por los que es cuestionado.
(13) No podemos/queremos concebir la identidad como una categoría pura o esencial, ya que tal forma de concebirla es absolutamente colonial.
(15) “En consecuencia –retomando las reflexiones filosóficas de los argentinos Rodolfo Kush y Enrique Dussel–, la epistemología tiene color y sexualidad, hay localización geopolítica y “corpo-política”. Entrevista a Ramón Grosfoguel. Polis, Revista Latinoamericana. Número 18, 2007. Angélica Montes Montoya y Hugo Busso



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