Artículos de
Opinión | Helios F. Garcés | 31-12-2013 |
Reflexiones
de un feminista decolonial
En las
últimas décadas (1), a lo largo y ancho del Estado Español, especialmente en el
seno de los movimientos sociales, sindicatos y partidos políticos minoritarios,
los hombres jóvenes (2) comenzamos a interesarnos por las teorías feministas;
lo cual es, sin duda alguna, una noticia de carácter positivo (3). Sin embargo,
es necesario un análisis libre del énfasis acrítico en el acuerdo o desacuerdo
sin más que este fenómeno provoca en la opinión general.
No se trata
entonces de dar la efusiva bienvenida al acontecimiento y ni mucho menos de
reservarse el derecho de admisión a los hombres desde los movimientos
feministas. Mas de lo que se trata es de averiguar de qué forma su acercamiento
a los mismos (4) es necesario, pero también –y es el caso que nos ocupa– en qué
medida ciertos hombres cuyos privilegios de género no han sido cuestionados con
la radicalidad adecuada consiguen sobrevivir como machistas encubiertos a
través de poses filo feministas que les permiten enmascarar su verdadera
posición.
El
compromiso parcial
Evidentemente
no hay nada de destructivo en que los hombres adquiramos y defendamos el
proyecto ético-político que articulan los feminismos, todo lo contrario. No
obstante, hemos de reconocer que, tal y como apuntábamos con anterioridad,
entre nosotros/ellos, abundan numerosos impostores que, utilizando aquellos
elementos estéticos y superficiales de los feminismos que les interesa
utilizar, disfrazan su falta de compromiso total con el proyecto ético-político
sobre el que precisamente se sustentan los mismos.
Para seguir
haciendo visibles los factores que posibilitan la adquisición, tan parcial como
interesada, de este falso compromiso, propongo a continuación un pequeño
paréntesis en el que trasladaré la reflexión a otro, y sin embargo cercano,
espacio de confrontación. Es fácilmente comprobable la manera en la que las
teorías críticas (5) son utilizadas, especialmente desde ciertos segmentos del
universo académico, para engordar el currículum intelectual y la reputación
ideológica de los investigadores y estudiosos progresistas de turno. Lejos de
llevar hasta sus últimas consecuencias muchos de los presupuestos y apuntes
expuestos en los textos e ideas más representativas de las citadas corrientes,
los intelectuales en cuestión utilizan aquellos elementos y categorías de
análisis que de dichas teorías les conviene adquirir para reafirmarse ante las
miradas públicas en su falsa conciencia contestataria y blindarse ante posibles
exigencias y críticas externas.
Así mismo,
-cerrando paréntesis- sucede algo similar en el seno de las organizaciones- de
partido o no- que luchan contra las denominadas jerarquías de poder. Observemos
cómo incluso entre militantes que dicen pretender enfrentar los conflictos
silenciados por el status quo, se produce la dificultad manifiesta de ejercer
la crítica cuando las observaciones giran en torno a determinados privilegios.
En este caso nos referimos a los privilegios que afectan a las jerarquías
género sexuales y étnico-raciales.
Es por ello
que estamos en condiciones de afirmar lo siguiente: aunque la promoción
hipócrita de la idea de igualdad realizada por los aparatos propagandísticos de
la socialdemocracia ha conseguido impregnar de cierta popularidad la defensa
–light, eso sí– de cierto feminismo de corte liberal, en el fondo las
cuestiones género sexuales siguen constituyendo, generalmente, un gran hueso,
para el común de la ciudadanía del Estado (6).
Cuando nos
referimos a la ciudadanía nos referimos al conjunto de la misma. Hablamos de la
derecha pero también hablamos de la izquierda ya que el sexismo no es
patrimonio exclusivo de la primera. Bastaría con recordar la afluencia lamentable
de algunas voces, determinadas en la izquierda, que han desarrollado toda una
tecnología conceptual –en la que el rigor y la honestidad intelectual brillan
por su total ausencia– a través de la que pretenden ningunear el valor ético
político de los feminismos. Con la misma saña con la que la derecha ha
caricaturizado la profundidad y riqueza de las propuestas antisistémicas
reduciéndolas a sus aspectos más contradictorios y simplificados, estos
pensadores utilizan el evidente y lógico descrédito que persigue al feminismo
liberal para deslegitimar las prácticas feministas en su conjunto, haciendo
extensible la hipocresía y fraudulencia del primero a todos los demás.
En el fondo,
tal actitud no es sino el efecto de una antigua herencia ideológica, hoy casi
imperceptible para una gran mayoría, que consiste en profesar la creencia de
que tanto racismo como sexismo son problemas súper-estructurales al problema
estructural del capitalismo. Resulta una experiencia común el escuchar cómo,
frecuentemente, desde foros etnocéntricos y masculinizados, se predica con la
afirmación engañosa de que al solucionar el problema económico todos los demás
problemas quedarán resueltos. Dicha afirmación no solo es falsa, sino que es
profundamente injusta. Por lo general y para percatarse de ello únicamente
sería necesario poner en marcha un ejercicio elemental de observación. Echen un
vistazo a quiénes son los máximos y principales representantes de tal visión:
aquellos cuyos privilegios identitarios están comprometidos por las jerarquías
señaladas. No están interesados en cuestionar sus privilegios como garantes del
patriarcado y mucho menos lo están en reflexionar sobre su propia masculinidad.
Pero han encontrado una nueva manera de sobrevivir como machos en ambientes en
los que los signos vulgares del patriarcado son fácilmente reconocibles y, por
lo tanto, fácilmente reprobables; no obstante, no sucede así con dimensiones
más sutiles del machismo.
Damos por
sentado, quizá ingenuamente, que cuando nos referimos a la identidad queda
claro que hemos decidido hacerlo –sobre todo en este texto– poniendo el énfasis
sobre su faceta epistémica. ¿Qué significa esto? Muy sencillo: uno de los
grandes éxitos del capitalismo es haber conseguido que las clases
desfavorecidas utilicen la racionalidad liberal en su cotidianidad. Así mismo,
Frantz Fanon, a través de "Piel negra, máscaras blancas" nos muestra
magistralmente cómo la mentalidad colonial es asumida y reproducida por los
sujetos colonizados.
De la misma
manera –esta vez al contrario-, una persona significada como europea puede
asumir el proyecto zapatista aunque no sea identificada como indígena, o una
persona identificada como hombre, puede asumir el proyecto feminista aunque no
sea significada como mujer. Baste la aclaración para advertir que hay mujeres
en el poder y, sin embargo, eso no significa que el patriarcado occidental, así
como los otros, hayafallecido de repente. Si fuese así, Barak Obama y Ángela
Merkel serían inauguradores de una era postcolonial y postpatriarcal globalizada
en la que el poder, con todas sus complejidades, sería únicamente económico. El
imaginar algo así no sería sino caer de nuevo en la ceguera tradicional de las
prácticas de cierta izquierda egocéntrica.
Colonialidad
y Patriarcalidad del saber
Los numerosos
análisis realizados desde la red Modernidad/Colonialidad en torno a la
denominada colonialidad del poder (7) nos sirven de gran ayuda para describir
la forma en la que el poder moderno (8) trajo consigo la instauración de un
nuevo paquete de jerarquías de opresión globalizadas que el sociólogo Ramón
Grosfoguel denomina heterarquías del poder. Este complejo entramado de
jerarquías es descrito, aparatosamente, como “Sistema-mundo
Europeo/Euro-norteamericano cristiano-centrado moderno/colonial capitalista/patriarcal”
(9). En consecuencia con lo anterior, hay que recordar aquí, para volver al
objeto de nuestra reflexión (10) - y esto produce interesantes reacciones a la
defensiva- que también existe una patriarcalidad del saber en tanto que las
epistemologías hegemónicas tradicionalmente creadas, difundidas y atendidas,
tanto dentro como fuera de la Academia occidentalizada, han sido producidas
generalmente desde una subjetividad patriarcal.
De la misma
manera existe una masculinidad del saber en tanto que tales epistemes han sido
tradicionalmente reproducidas y solidificadas desde una subjetividad masculina
y heteronormativa: una subjetividad que ha ocultado su identidad. Es más,
hablamos de una subjetividad que precisamente ha construido su hegemonía sobre
la ocultación de su propia identidad sexual, de género, cultural y geográfica a
la vez que ha visibilizado las subjetividades otras como identidades
periféricas y subalternizadas. Una mirada omnipresente, universal y objetiva
que se hegemoniza a través de una subalternización de las otras miradas
culturales, geográficas, espirituales, étnico raciales y por supuesto sexuales.
Pero toda
subjetividad ostenta una identidad, a menos que hablemos, claro está, de la
supuesta existencia de una identidad divina (11); una mente sin sexo, sin
color, sin procedencia y sin género; como la de los ángeles del imaginario
católico que tantos quebraderos de cabeza supusieron para los teólogos
medievales. Para dificultar el camino de aquellos que temen enfrentar la compleja
cuestión de las identidades amparándose en significativos y deshonestos (12)
temores a la posible emergencia de nuevos esencialismos, debemos advertir que
desde nuestra perspectiva- una perspectiva decolonial- la identidad no es un
constructo estático, homogéneo y metafísico(13).
Los
activistas y sus micromachismos
Lógicamente,
y tal y como hemos señalado, dentro de estos grupos, a ningún hombre se le
ocurrirá cuestionar la libertad sexual, el derecho al aborto o la igualdad
entre sexos; sin embargo, basta que las feministas señalen y ataquen su
machismo en dimensiones como el lenguaje humorístico, en el epistemológico o en
sus interesadas prioridades revolucionarias para que, de pronto y porrazo, la
comunidad de machos haga acto de presencia a través de la mofa condescendiente
paternalista, ninguneando como causas menores las reivindicaciones y análisis
feministas.
Por otra
parte y apuntando a un nivel mucho más profundo- incluso psicológico- se
encuentra lo referente a las maneras en las que tales hombres gestionan sus
relaciones con sus compañeras de lucha en espacios que a menudo se suponen
libres de sexismo. Hombres que a menudo han adquirido la habilidad de hablar en
femenino plural y que se declaran acólitos del amor libre o poli amor; hombres
que en su muro de Facebook o Twitter comparten proclamas feministas,
declaraciones y artículos sobre Femen; hombres que se declaran públicamente
feministas y que, sin embargo, siguen hipersexualizando de manera reiterativa a
las mujeres que les rodean. Debe quedar fuera de toda duda el que señalando lo
anterior pretenda censurar o delimitar el surgimiento natural del deseo sexual
entre personas conscientes de las jerarquías género sexuales. Confundir una
cuestión con la otra constituiría un grave error analítico y político.
El
privilegio género sexual
Sostener que
las cuestiones género sexuales únicamente deben interesar a aquellos seres
humanos que sufren la violencia directa que tales jerarquías producen
constituye un profundo error de ceguera ética. Podría parecer demasiado
simplista el insinuar que un mito como el descrito esté instalado en la
conciencia de un amplio grupo de hombres que se consideran a sí mismos como
militantes de izquierda. Pero, lamentablemente, no lo es.
Los
patriarcados son posibles porque se fundamentan sobre determinados roles; por
lo tanto, para señalar y cuestionar con contundencia el patriarcado, es
necesario cuestionar dichos roles. No basta con afiliarse y decir “sí”; la
batalla ideológica comienza precisamente en aquello que, en un principio, no
percibimos como ideológico. Ahora bien, ¿son los roles género sexuales
hegemónicos productos ideológicos, culturales, políticos?
Los hombres
heterosexuales gozan inconscientemente del privilegio de no tener que
cuestionar su identidad porque la suya es la identidad política, y
epistemológica de la subjetividad dominante. Por lo tanto, para un hombre
feminista, el primer paso podría ser abrir los ojos ante la realidad
privilegiada en la que se desarrolla su identidad género sexual. ¿Cuál es esa
realidad? Comencemos por admitir que la mirada moral intersubjetiva es una
mirada masculinizada. Dimensiones como la del juego político, como la
publicitaria; ámbitos como el de la literatura, el arte; o facetas humanas como
la de las sexualidades, articuladas a través del lenguaje como núcleo íntimo de
cualquier episteme y del cuerpo como motor de vida y vehículo de control,
opresión o liberación; son esferas y espacios utilizados para solidificar el
patriarcado occidentalocéntrico. Por lo tanto son dichos espacios los
susceptibles de ser analizados, cuestionados y transformados.
Tras
reconocer el privilegio género sexual del que somos garantes nos queda por
delante el trabajo de renunciar de forma sincera al mismo. Pero para ello –ya
lo hemos dicho– no bastan las palabras; es necesario zambullirse en un esfuerzo
creciente por localizar costumbres, automatismos y facetas que podríamos
incluso considerar, por error, como espontáneas y analizar hasta qué punto
tales cuestiones nos hacen permanecer unidos a lo que jocosamente llamamos “la
comunidad de machos”. Nuestra facilidad para juzgar los cuerpos femeninos en
base a juicios supuestamente estéticos; nuestra dificultad para escuchar con
atención y tomar en serio las voces femeninas y nuestra habitual tendencia a
establecer poses condescendientes y paternalistas con las compañeras podrían
ser varios entre tantos ejemplos de lo descrito con anterioridad. Al fin y al
cabo, lo que hace situar la opresión género sexual en inferioridad de
condiciones frente a las jerarquías de clase es que los hombres son los dueños
del espacio público (entendemos espacio público como espacio político). Los
hombres se hacen dueños de dichos espacios y los ordenan según sus prioridades.
Pero estos hombres no son personas sin identidad, sino que son varones, son
blancos y son heterosexuales. Evidentemente no se trata de demonizar a los
hombres, sino de romper con la hegemonía identitaria y construir una nueva
identidad donde quepan muchas identidades, siguiendo la fuerza del lema zapatista.
El
cuestionamiento de la masculinidad dominante
¿Qué es el
hombre? ¿Qué es un hombre? ¿Qué es ser un hombre? ¿Qué significa ser hombre?
Todas estas preguntas forman parte de un corpus tradicional de interrogantes
filosóficos en la historia del pensamiento occidental convencional. Todas ellas
han recibido respuestas atendiendo a la idea de “hombre”, no como constructo
ideológico sexuado o racializado y con una identidad geopolítica, sino como
constructo filosófico que supuestamente dirige la atención hacia la
subjetividad humana, sin más. Sin embargo, y como prolegómeno para nuestra
reflexión, el filósofo nigeriano Chukwudi Eze a través de su ensayo El color de
la razón: La idea de “raza” en la Antropología de Kant (14) nos hace
cuestionarnos, por ejemplo, el aparente desinterés racial con el que Kant, como
representante primordial del pensamiento moderno occidental, enfocó sus
reflexiones en torno a al ser humano.
De hecho,
desde mi punto de vista, a lo que realmente nos invita el análisis de Eze, es a
poner en duda enérgicamente esa idea tan absurda como inconscientemente
generalizada de que en la historia de la filosofía occidental se ha
reflexionado alguna vez, verdaderamente, sin tener en cuenta la cuestión de la
identidad étnico racial, género sexual, geopolítica o corpo-política del sujeto
histórico que reflexiona (15). Si Chukwudi Eze ha tenido la inteligencia y
valentía de plantear una cuestión de ese calibre no es para que nos quedemos
simplemente embelesados. Volvamos a preguntar también sobre el género-sexo de
la razón.
¿Cuál es la
identidad de la razón? Los seres humanos –lo sentimos por los estudiantes de
filosofía, los filósofos son seres humanos– que se hicieron la pregunta “¿Qué
es el hombre?” a lo largo de la modernidad, tenían una identidad y estaban
situados geo y corpo políticamente –lo sentimos, de nuevo, por los estudiantes
de historia de la filosofía occidental.
Podemos
volver a replantear la pregunta a nivel filosófico ahondando en el género y la
sexualidad ocultos en el concepto absolutizador “hombre”, utilizado
arrogantemente como sinónimo de ser humano. Sin embargo, nada de ello servirá
para nuestro propósito si no nos preguntamos a nosotros mismos “qué significa
ser un hombre” y por último y más importante “qué significa, para mí, ser un
hombre”. Evidentemente a los intelectuales eruditos les parecerá poco elevado
dirigir una reflexión como la anterior a un nivel intersubjetivo, pero es
precisamente ahí donde se encuentra una de las resistencias machistas más
considerables ante la labor de cuestionar nuestra propia masculinidad: un
hombre no se hace preguntas personales sobre la masculinidad en el espacio
público. La masculinidad es un tabú masculino. Sin embargo existe; y es
precisamente un determinado tipo de masculinidad la que históricamente se ha
impuesto y hegemonizado a través del poder moderno.
Entonces,
¿qué es la masculinidad? ¿Qué significa ser masculino? ¿Qué significa, para mí,
ser masculino? ¿Ser masculino es ser fuerte; ser seguro de sí, ser protector;
ser masculino es ser un líder? ¿Ser masculino es ser heterosexual? ¿Ser
masculino es ser un depredador sexual? El patriarcado subsiste gracias a la
institucionalización hegemónica de la masculinidad dominante y sobrevive en
cada uno de nosotros/as hasta que comencemos a hacernos las preguntas
oportunas. Tales preguntas deben afectarnos a nivel íntimo y deben comenzar a
formar parte de nuestras relaciones humanas.
Por todo lo
anterior, la labor de los hombres feministas no debería consistir en integrarse
en los movimientos y adquirir responsabilidades de liderazgo, acaparando la
palabra y la acción o dirigiendo a la colectividad. Tampoco reside la respuesta
en quedarse al margen y centrarse en las cuestiones de clase. ¿Entonces?
Recapitulemos:
el primer paso podría ser despertar a la consciencia de que se es garante del
patriarcado. En segundo lugar deberíamos esforzarnos por renunciar a dicho
privilegio. Por último está el cuestionarnos nuestra propia masculinidad.
Evidentemente no debe existir un orden, las tres empresas deberían ser acogidas
y puestas en marcha simultáneamente, con la misma honestidad y con la misma
dedicación.
Una
propuesta: un feminismo decolonial
No podría
abandonar esta exposición sin antes hacer referencia a lo que considero uno de
los problemas más graves que encontramos en la lucha contra los patriarcados.
Así como no hay un solo feminismo, no hay un solo patriarcado. No habrá
verdadera lucha contra los patriarcados si tal y como Zillah Eisenstein apunta
en Señuelos sexuales. Género, raza y guerra en la democracia imperial (16), las
y los feministas occidentales, apoyando el proyecto de las grandes potencias,
utilizan deshonestamente sus batallas para legitimar el imperialismo y la
colonialidad epistemológica frente a otras culturas. Es habitual observar cómo
desde determinados espacios que se conciben a sí mismos como feministas se
realiza un retrato absolutamente injustificable de las culturas y
cosmovisionesotras atribuyéndoles un machismo endémico. El ataque constante
hacia el islam o hacia el pueblo romaní no son sino claros ejemplos actuales de
lo descrito. Existen las mujeres musulmanas y pueden hablar. Existen las
mujeres romaníes y pueden hablar. Ellas hablan, pero ¿sabemos escuchar? Así
como la labor de un hombre no es liderar la causa feminista sino aprender y
luchar codo con codo, atendiendo las demandas de las mujeres feministas, la
labor de las y los feministas occidentales es escuchar las demandas e ideas de
las mujeres otras y ponerse a su disposición.
Será quizás
entonces cuando podamos comenzar a descubrir la intersección en la que se
cruzan todas las jerarquías de poder y así podamos enfrentarlas con sinceridad.
No podrá abordarse ningún problema con la radicalidad necesaria mientras
establezcamos prioridades interesadas en base a la supuesta importancia que le
conferimos a unas causas, situándolas, de nuevo, por encima de las otras.
Feministas que sostienen que la lucha contra el patriarcado es más importante
que la lucha contra el racismo y el clasismo. Movimientos de base que sostienen
que la lucha de clases es más importante que la lucha contra el patriarcado y
el racismo. Antirracistas que sostienen que la lucha contra el racismo es más
importante que la lucha de clases y la lucha contra los patriarcados. Sí esa es
nuestra torpe estrategia, cuando terminemos con nuestros respectivos enemigos,
tendremos que enfrentarnos entre nosotros/as.
Es por eso
que, desde aquí, lanzamos nuestra propuesta: el feminismo decolonial. Un
feminismo otro que encuentra su genealogía en pensadoras y activistas tan
diferentes y distantes como Sojorneur Truth, Gloria Anzaldúa, Angela Davis,
Silvia Marcos, entre otras, y cuyas exponentes actuales, entre las que cabría
destacar a María Lugones, Ochy Curiel, Yuderkys Espinosa, entre otras,
resignifican toda la herencia anterior otorgándole un cuerpo teórico acorde a
las nuevas necesidades. El emergente feminismo islámico o las prácticas
revolucionarias de las mujeres zapatistas no son sino claros ejemplos vivos de
ello. Teniendo como punto de partida el lugar en el que se cruzan las diversas
jerarquías de poder modernas, el feminismo decolonial pretende atacar el
entramado de opresiones en su nudo central, con la intención de desatarlo.
Helios F.
Garcés
Citas:
(1) Es
cierto que el interés y sensibilidad que ante las teorías feministas han
manifestado numerosos hombres no representa un fenómeno exclusivamente nuevo.
Sin embargo, consideramos que gracias al esfuerzo realizado por nuestras
compañeras en determinados espacios, los feminismos han adquirido una mayor relevancia
en la formación de muchos hombres, especialmente en los movimientos sociales de
base.
Obviamente,
también de mujeres. Pero en este artículo trataremos la relación de los hombres
con el feminismo, dado su exclusivo privilegio en el sistema sexo/género.
(2) Hacemos
entender aquí que, como Ochy Curiel, entre otras/os, dudamos sobre la idoneidad
de utilizar las categorías “hombre” o “mujer” como símbolos esencializadores de
las sexualidades humanas. Sin embargo, reconocemos que nos resulta útil hacerlo
y que nuestra intención es hacer referencia a cuestiones que se producen
precisamente en el universo orgánico que produce tal normatividad.
(3)
Sostenemos, apoyando el lema y el sentido que encabezan y articula el texto
“Feminism it´s for everybody” escrito por bell hooks, que el feminismo es para
todas las personas.
(4) Nos
negamos en rotundo a hablar de feminismo en singular, así como de hablar de
patriarcado. Existen diferentes feminismos que cuestionan los diferentes
patriarcados.
(5) Hoy día
nos resulta imposible el dejar de dudar seriamente que la Escuela de Frankfurt,
en sus diferentes generaciones, así como en sus diversas herencias visibles,
haya agotado la posibilidad de analizar y clarificar las diversas jerarquías
del poder. ¿Qué papel de importancia tuvieron en los análisis realizados desde
dichas corrientes las jerarquías étnico raciales señaladas por Áime Césaire y
Frantz Fanon, entre muchos otros? ¿Qué papel jugaron en tales análisis las
jerarquías sexuales señaladas por Simon de Beauvoir o Kate Millet? ¿Qué
importancia tuvieron las jerarquías género sexuales y étnico raciales,
apuntadas y analizadas por Ángela Davis, Gloria Anzaldúa o Patricia Hill
Collins en todas las anteriores? No existe una teoría crítica: existen las
teorías críticas.
(6) Las
reflexiones que conforman este artículo vienen propiciadas por numerosas
discusiones producidas en diferentes comunidades del Estado Español, por lo que
no me siento con la autoridad necesaria como para extender las consecuencias de
ello a otras realidades geográficas.
(7) La
denominada “colonialidad del poder”, articulada formalmente por Aníbal Quijano,
entre otros/as pero formulada con anterioridad por pensadores/as como Kwame
Nkrumah, hace referencia a la idea de que la categoría moderna de raza goza de
fundamental importancia en el análisis de las causas y consecuencias derivadas
de la división internacional del trabajo y de la construcción del poder
capitalista moderno en sus respectivas y numerosas dimensiones. Se percibe
entonces la colonialidad como la cara oculta de la modernidad. Enrique Dussel,
Walter Mignolo, María Lugones, Ramón Grosfoguel, Silvia Rivera Cusicanqui,
etcétera, no son sino algunos de los representantes más significativos de la
red Modernidad/Colonialidad.
(8) Habría
que dejar claro que a través de esta esquematización no estamos tratando de
afirmar que dichas jerarquías nazcan, de repente, en la primera modernidad. Mas
lo que pretendemos es analizar cómo dicho entramado de relaciones adquirió
status imperial a partir del colonialismo
(10) Si bien
es cierto que desde una historiografía convencional eurocentrada se viene
situando el fenómeno de la modernidad en el siglo XVIII en torno a hechos como
la Revolución Francesa, la Revolución Industrial y la Ilustración; el grupo
Modernidad/Colonialidad sostiene que puede defenderse la existencia de una
primera Modernidad a partir de la constitución de España como primer
Estado-Nación moderno imperial colonial, con la capacidad de exportar un
sistema de opresión global.
(11) El
filósofo colombiano, Santiago Castro Gómez analiza en profundidad esta cuestión
en su libro “La Hybris del punto Cero. Ciencia, Raza e Ilustración en La Nueva
Granada (1750-1816)”.
(12) Existe
una tendencia generalizada que consiste en tildar de esencialista cualquier
defensa reivindicativa que de la reconstrucción identitaria de las comunidades
y grupos tradicionalmente oprimidos se haga, desde una filosofía decolonial de
la liberación. Sostenemos que dicha actitud no es sino el efecto de un apego
naturalizado al etnocentrismo dominante, el cual reacciona a la defensiva
acusando a aquellos/as por los que es cuestionado.
(13) No
podemos/queremos concebir la identidad como una categoría pura o esencial, ya
que tal forma de concebirla es absolutamente colonial.
(15) “En
consecuencia –retomando las reflexiones filosóficas de los argentinos Rodolfo
Kush y Enrique Dussel–, la epistemología tiene color y sexualidad, hay
localización geopolítica y “corpo-política”. Entrevista a Ramón Grosfoguel.
Polis, Revista Latinoamericana. Número 18, 2007. Angélica Montes Montoya y Hugo
Busso
Fuente: www.tercerainformacion.es
No hay comentarios:
Publicar un comentario