Monarquía - Casa irreal
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Escrito por Amadeo Martínez Ingles /UCR
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Domingo, 01 de Septiembre de 2013 00:00
Alfonso de Borbón y su hernano Juan Carlos
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El secreto mejor
guardado de la dictadura franquista. La verdadera historia de un fratricidio
que cambió la historia de España. Un crimen de Estado ordenado por Franco,
planificado por sus servicios secretos y presuntamente ejecutado por su
delfín, Juan Carlos de Borbón
Amadeo Martínez Ingles
nos remite la Portada, el Sumario, la Introducción y el Epílogo de su nuevo
libro "La muerte de "El Senequita" (en referencia al hermano
del actual rey de España, el infante D. Alfonso, muerto en trágicas
circunstancias en 1956), escrito con el carácter de "dedicación
exclusiva" durante los tres últimos meses después de recibir, a últimos
de marzo, una precisa, inédita y sorprendente información procedente de
testigos presenciales de tan dramático hecho histórico.
Es este un libro, que se publicará en las próximas semanas y que según el propio autor lo califica de espectacular, impresionante e históricamente revolucionario, pues da un vuelco total a todo lo que los españoles conocíamos hasta el moment sobre este trágico asunto. Un tema que ha sido siempre tabú en nuestro país y sobre lo que sin duda ha sido el secreto mejor guardado del franquismo y la posterior transición. Porque la muerte de D. Alfonso de Borbón "El Senequita" en marzo de 1956, ahora lo sabemos y también lo podrá saber el lector a ciencia cierta, nunca fue un mero accidente familiar y ni siquiera ocurrió en el sitio en el que nos habían dicho (Villa Giralda, Estoril) sino un perverso y sádico crimen de Estado ordenado por el mismísimo Franco, planificado por sus servicios secretos y, según los abundantes indicios racionales quue se desprenden de la información que facilita el presente libro, presuntamente ejecutado por Juan Carlos de Borbón siguienddo las directrices del dictador.
La muerte de “El
Senequita”
Introducción
Durante años y años he
investigado la vida y milagros del actual rey de España, Juan Carlos de
Borbón. He publicado cuatro libros, ninguno autorizado por su divina
majestad, sobre aspectos muy concretos de su ya largo reinado, todos los
cuales gozaron de un gran éxito inicial de ventas y enseguida sufrieron la
persecución, el bloqueo, el ataque inmisericorde y el intento de destrucción
final por parte de un poder sistémico monárquico/oligárquico que durante las
cuatro últimas décadas se ha creído, y en consecuencia actuado, el amo y
señor de la vieja finca hispánica abandonada por el dictador Franco tras su
aburguesada muerte el 20 de noviembre de 1975.
De todos los episodios (familiares, personales, políticos, sociales,
institucionales…) abordados en esos trabajos históricos sobre la ya dilatada
vida de este sin par heredero de Franco a título de rey y que conforman de
una u otra manera su también extenso reinado, uno de los que me impactó muy
especialmente desde el principio y que, junto al luego exhaustivamente
tratado por mí 23-F, marcaría sobremanera el curso de mis investigaciones
futuras fue sin ninguna duda la muerte de su hermano, el infante D. Alfonso
de Borbón, acaecida “oficialmente” (muy pronto se dará cuenta, amigo lector,
de por qué uso entrecomillada esta última palabra) en Estoril (Portugal) el
29 de marzo de 1956, a causa de un certero disparo en la cabeza efectuado por
él mismo con su pequeña pistola de calibre 22 en lo que, si hacemos caso de
nuevo a las informaciones oficiales de la época, constituyó un desgraciado
accidente familiar.
Pues así es, debo reconocerlo, he estudiado con especial dedicación este
dramático suceso histórico envuelto durante décadas en un espeso halo de
misterio antes de atreverme a sacarlo a colación en mis trabajos y, no
digamos, a pontificar sobre él, centrando particularmente mi atención sobre
algunas circunstancias, ciertamente sorprendentes, relacionadas con el mismo.
Por ejemplo. Que tanto los pocos historiadores que a lo largo de los años
se han atrevido a tratar siquiera someramente tan oscuro y desgraciado hecho,
como los comentaristas políticos y sociales de España y Portugal (los dos
países relacionado especialmente con el mismo), como los escasos periodistas
que lo han deslizado fugazmente en sus crónicas y columnas, coincidan casi
milimétricamente en sus escritos al calificarlo sin ambages de ninguna clase
como “desgraciado accidente familiar”, ocurrido mientras dos supuestos niños
(que en realidad no eran tan niños, pues tenían 18 y 14 años de edad y el
mayor de ellos, el causante de la tragedia, era un militar profesional con
amplia experiencia en el manejo de armas de fuego) jugaban con una pistola.
Hecho insólito donde los haya máxime teniendo en cuenta que, según las
informaciones proporcionadas por la propia familia Borbón, el arma causante
de la tragedia les había sido facilitada a ambos hermanos por su propia
madre.
Resultaba sorprendente, sin duda, la general aceptación de la casa
paterna de Villa Giralda como dramático escenario de un vodevil sangriento en
el que dos elitistas adolescentes (uno de ellos, repito, profesional de las
armas y alumno de la primera Academia militar de la nación) se divertían
jugando con una pistola de verdad disparando proyectiles de fuego real sobre
un blanco colocado en la pared de la habitación de uno de ellos, coincidiendo
prácticamente todos en la hora exacta en la que ocurrió el mismo (las 20,30
horas, aunque en este extremo es cierto que encontré un par de voces
discordantes que lo situaban en horas de la mañana), en la forma y manera en
las que habían actuado los diferentes miembros del clan en tan imprevistos e
irracionales momentos, y en la especial y gallarda postura del padre en
relación con el hijo muerto y con su presunto homicida... es decir, en la
casi totalidad de los detalles previos y posteriores al desgraciado evento
borbónico. Pareciera que todo hubiera acontecido siguiendo un guión
preestablecido por alguien o bien que, sucedido ese hecho desgraciado por
sádico designio del maleficio histórico de los Borbones, todos los actores y
comparsas de semejante tragedia a la griega hubieran recibido muy precisas
consignas de lo alto para asumirlo, gestionarlo y colgarlo en las páginas de
la historia conforme a intereses muy particulares de los encumbrados
prebostes que en aquellos dramáticos momentos mandaban en el sutil juego
político que se desarrollaba en Madrid y Estoril: el dictador Franco y el
exiliado pretendiente a la corona española, D. Juan de Borbón.
Sin embargo, dicho lo anterior y en contradicción absoluta con ello,
llamaba la atención que nadie, ni en la propia familia directa de los
protagonistas del admitido por todos “accidente familiar”, ni en cualquier
otra colateral o cercana, ni en el Gobierno español, ni en el entorno monárquico
portugués y español del pretendiente, ni en ninguno de los escasos círculos
de amistad personal del a la sazón caballero cadete de la Academia general
Militar de Zaragoza, Juan Carlos de Borbón… estuviera totalmente de acuerdo
en el cómo, en la forma, en el por qué, en cuales fueron las especiales
premisas que se dieron cita en el particular hecho desde el punto de vista
técnico del disparo que causó la tragedia, en qué fue lo que falló para que
todo un militar profesional del Ejército español, de 18 años de edad y con
exhaustiva instrucción sobre el manejo de toda clase de armas portátiles,
cometiera la fragante negligencia de disparar su pistola sobre la cabeza de
su hermano menor en el curso (si volvemos a hacer caso al guión oficial de la
época) de una hipotética sesión de “juegos de guerra”.
Volvía a dar la impresión, tras el consiguiente guirigay de opiniones y
especulaciones puesto en marcha tras el funeral del infante, con Memorias
oficiales de la madre de por medio y con total ausencia del más mínimo rubor
por parte de la mayoría de los que se atrevieron a hablar en una parcela de
opinión con un componente esencialmente técnico, que los supremos guionistas
del teatrillo familiar y político escrito para la ocasión no se habían
atrevido a meterse en camisa de once varas dejando amplia cancha a la
improvisación general y a las meras hipótesis personales. Porque la
Balística, aún siendo una materia menor en el llamado arte de la guerra,
tiene sus principios inmutables que ni la física, la química o la cinética
pueden violentar. Y siempre es arriesgado tratar de explicar lo inexplicable
para salvar a un hijo, un hermano o un noble pariente de sangre azul, echando
mano de vectores, trayectorias, parábolas, ángulos de salida y de llegada,
rebotes y, no digamos, de “balas inteligentes” que buscan un cerebro a
destruir por el camino más corto y expedito: las fosas nasales de su
propietario. En cualquier momento, y por mucho que sea el tiempo transcurrido
desde que el oscuro “accidente” investigado tuvo lugar, nos podemos encontrar
en el camino de la historia con algún técnico en la materia, perseverante y
valentón, intentando reprobar y mandar al infierno todas estas teorías
exculpatorias. Que es lo que este profesional de la historia militar,
modestia aparte, lleva ya años queriendo lograr. Sobre este espinoso tema del
“accidente familiar” de Estoril (que encima, como muy pronto conocerá el
lector, no tuvo lugar en esa bella ciudad portuguesa) y sobre otros
igualmente escandalosos que conciernen a la llamada “familia real” española.
Otra de las extrañas circunstancias que también me llamaría sobremanera
la atención en el curso de la largas y exhaustivas sesiones de investigación
emprendidas sobre este luctuoso acontecimiento histórico que estamos
recordando sería, sin ninguna duda, el singular hecho de que fuera el
mismísimo Franco el que asumiera desde el principio, directa y personalmente,
la gestión y el control de tan desgraciado como insólito acontecimiento,
impartiendo órdenes tajantes y contundentes por teléfono y llegando a
redactar de su puño y letra el texto de la primera nota que la Embajada
española en Lisboa emitió sobre el mismo. Realizando asimismo personales
gestiones con el Gobierno portugués del dictador Salazar para que éste
asumiera todas sus teorías sobre el accidente, no impulsara investigación
judicial o policial alguna sobre el mismo y dando precisas instrucciones
reservadas a la familia de Don Juan de Borbón a través de su propio hermano
Nicolás, embajador en Lisboa, tanto para la forma en que debía ser dado a
conocer a los medios de comunicación nacionales e internacionales como para
la organización del funeral y el entierro del infante fallecido.
Y también, ordenando el urgentísimo regreso a la Academia General Militar
de Zaragoza del presunto homicida, el cadete Juanito, en unos momentos
especialmente penosos para su familia y sin permitir siquiera que éste (que,
evidentemente, nunca mostró ningún deseo de dar la cara y asumir sus
responsabilidades) prestara declaración ante la justicia o la policía
portuguesas. Para lo que no dudó en enviar con toda urgencia a Estoril al
preceptor del cadete, el teniente general Martínez Campos, a bordo de un
avión militar y con instrucciones muy precisas sobre ello.
Y, por último, también resultaba de lo más extraño, si aquél suceso
hubiera sido un mero accidente familiar como propalaba el Gobierno español,
que Franco exigiera a partir de aquél momento a sus ministros, a todo el
aparato del Estado español, al Ejército, a los medios de comunicación y, en
general, a todos los ciudadanos españoles, “el olvido total y permanente” de
lo sucedido aquella dramática Semana Santa en la residencia de la familia
Borbón en Estoril (Portugal). Algo que solicitaría (exigiría, más bien)
igualmente del Ejecutivo de la nación hermana, al frente de la cual se
encontraba, no lo olvidemos, su autoritario colega, el dictador Salazar.
Pero con lo reseñado hasta aquí no se agotarían, ni mucho menos, mis
dudas y especulaciones al tratar de llegar al fondo de lo tratado por periodistas
e historiadores en relación con el famoso y trágico “accidente familiar” de
los Borbón acaecido, según todas las informaciones conocidas hasta la
primavera del año 2013 (sí, sí, hasta la primavera de 2013, ya verá luego el
lector por qué), un desgraciado Jueves Santo de casi sesenta años atrás.
También me resultarían llamativos y dignos de prestarles atención, de cara a
la redacción del ambicioso trabajo histórico sobre el rey Juan Carlos I que
tenía entre manos desde el año 2002 y que acabé publicando en 2008 gracias a
la valiente cooperación de dos esforzados profesionales (mi agente literario
y mi editor, que se jugaron el tipo y acabaron perdiéndolo), algunos hechos
generalmente aceptados como ciertos por todos (historiadores, periodistas y
escritores), como la expeditiva forma en la que el padre del presunto
homicida, D. Juan de Borbón, se había deshecho del arma, supuestamente
asesina, arrojándola al mar, según la mayoría, o al río Tajo, según opinión
parcialmente discordante con la anterior pero en modo alguno contradictoria
(en realidad, le fue requisada al cadete Juanito por los servicios secretos
franquistas inmediatamente después de utilizarla contra su hermano). Y digo
nada contradictoria porque el resultado (y el precio a pagar) de la singular
acción paterna de ocultación de pruebas al deshacerse de la pistola de su
hijo mayor, en un caso de homicidio fragante como aquél, iba a ser el mismo
en un caso como en el otro dado que a los miembros de la judicatura y de las
fuerzas policiales portuguesas, responsables de una hipotética tarea
investigadora sobre la muerte del infante español, no les iba a salir del
forro de sus togas y uniformes (por “imperativo legal”, se entiende)
emprenderla. Y menos aún, mojarse el trasero buscando entre las olas y el
barro la dichosa pistolita.
Aunque la verdad es que pasados tantos años, décadas más bien, llegados a
estas alturas del siglo XXI y después de conocer lo que usted, amigo lector
(no se me ponga nervioso), va a tener oportunidad de conocer ya que está escrito
negro sobre blanco en las páginas que siguen, no debe caber la menor duda a
nadie de que hicieron bien ambas instituciones portuguesas en no mover un
solo dedo para investigar algo que ha resultado ser falso de toda falsedad,
dado que la muerte de Alfonsito “El Senequita” nunca fue un accidente
fortuito sino un bien planificado asesinato político, un crimen de Estado
dentro del siniestro operativo sangriento montado por un dictador sin
escrúpulos como Franco (el asesinato del infante español sería el primero
pero no el último de la serie) tendente a abortar y neutralizar como fuera,
utilizando a tope los servicios secretos militares españoles de la época, la
conspiración política (“Operación Ruiseñada”) que el padre del asesinado, D.
Juan de Borbón, auxiliado por D. Juan Claudio Güell, conde de Ruiseñada como
cabeza política, y por el teniente general Juan Bautista Sánchez, capitán
general de Cataluña, como jefe militar, comenzaron a organizar tanto en
España como en Portugal a partir del otoño de 1955.
De todo esto y de muchas cosas más, amigo lector, se va a enterar a lo
largo del libro que tiene en sus manos, procurando que no se le pongan los
pelos, si los tiene, como escarpias, gracias a una exhaustiva investigación
personal del historiador militar que esto escribe (perdón por la inmodestia)
pero, sobre todo, gracias al valor y al sentido de la historia de un
ciudadano español de base, de a pie, que, guardando como oro en paño durante
años y años las preciosas informaciones que le fueron transmitidas en su día
por su progenitor ya fallecido (presente en la Semana Santa de 1956 en el
lugar y en el momento en el que realmente se produjo la muerte del infante D.
Alfonso de Borbón y por ello testigo de excepción de uno de los mayores
misterios políticos e históricos de la dictadura franquista y de la
consiguiente monarquía juancarlista) sobre las especiales circunstancias en
las que se desarrolló tan dramático e histórico acontecimiento y que no
tenían nada que ver con las oficiales propaladas por el aparato de
información y propaganda del franquismo... decidió, recién comenzado el año
2013, ponerlas desinteresadamente a disposición de todos los españoles a
través de mi modesta pluma.
Y no para aquí la cosa, intrigado lector, en relación con el guión que durante
años ha presidido el misterioso drama del asesinato del joven Borbón en marzo
de 1956, porque aún debo trasladarle la sorpresa morrocotuda que sufrí la
primera vez que leí, en uno de los poquísimos libros de historia que han
tratado el tema, la sorprendente frase que D. Juan de Borbón, sumido en la
desolación y la tristeza más absolutas, dirigió a su hijo mayor, Juan Carlos,
el día de autos, todavía de pie y con la pistola humeante al lado del cadáver
de su hermano Alfonso: “Júrame que no lo has hecho a propósito”. Que
encerraba en su escueta literatura la enorme y descorazonadora duda que, ante
semejante tragedia familiar, se agarraba como una lapa a su angustiado
corazón de padre. Y que, muchos años después, hace escasos meses, me sería
confirmada en toda su literalidad por la segura fuente que antes mencionaba,
pero ¡ojo! no como pronunciada a las 20,30 horas del día 29 de marzo de 1956
en Villa Giralda (Estoril, Portugal), hora y lugar señalados para el
desgraciado evento por los supremos guionistas políticos del mismo, sino
algunas horas antes, en la madrugada de ese mismo y desgraciado Jueves Santo,
cuando los sicarios del dictador Franco llegaron a su casa con el cadáver de
su hijo asesinado la tarde anterior en un lujoso palacete de una pequeña y
bella localidad extremeña situada a bastantes kilómetros de la turística
ciudad portuguesa en la que vivían sus padres, y que muy pronto le va a
resultar a usted, amigo lector, sumamente familiar.
Porque, efectivamente, fue en el recoleto pueblo de Casatejada, en
Extremadura, en España, en un precioso palacio neogótico propiedad del conde
de Ruiseñada, delegado en España del pretendiente D. Juan de Borbón y
dirigente máximo de una conjura ya en marcha en esas fechas contra el
dictador Franco, donde se produciría, sobre las seis de la tarde del 28 de
marzo de 1956, la muerte del infante D. Alfonso de Borbón. Y no en el curso
de un accidente familiar como siempre nos habían contado políticos y
cortesanos del franquismo y de la llamada transición sino, según abundantes
indicios racionales que se desprenden del análisis de las informaciones
reservadas recibidas por el historiador que suscribe y de su propio trabajo
de investigación histórica plasmado en el presente libro, por un verdadero y
real asesinato político ordenado por Franco, planificado por sus testaferros
políticos y militares y ejecutado (presuntamente ejecutado)... ¡por su delfín
político y heredero in pectore, Juan Carlos de Borbón, actual rey de España!
Quien con esa acción despreciable y delictiva en grado sumo se habría
asegurado su designación como heredero del autócrata a título de rey,
desbancando de un perverso plumazo a todos sus numerosos y regios
contrincantes. ¡Impresionante, verdad, amigo lector! ¡Difícil de creer!
¡Apabullante! ¡Demencial! ¡Revolucionario! Sí, sí….seguro que tiene algo de
todo eso lo que le estoy contando, pero es que la historia, desgraciadamente,
es así. La hacemos los hombres, no los ángeles. Y precisamente los que la
hacen a lo largo de los siglos son aquellos hombres con poder que,
pretendiendo escribirla conforme a sus egoísmos y ambiciones personales, no
dudan en cometer crímenes execrables para lograrlo.
Pero bueno, creo que me he adelantado algo (bastante diría yo) a lo que
quería fuese un prólogo sucinto y adecuado a las sorprendentes revelaciones
sobre el misterio histórico de la muerte de “El Senequita” que encierran las
páginas del presente libro. Líneas atrás, intuía un probable nerviosismo en
el lector al iniciar su lectura y parece ser que es a mí a quien los nervios
por acercarle el final me han jugado una mala pasada. Pues nada, echo para
atrás la moviola y sigo con la Introducción que comencé a redactar con la
vista puesta en que el lector conozca todos los antecedentes de tan
interesante tema histórico, antes de abordar el impresionante y real
recorrido histórico del tema tras las nuevas y secretas informaciones
llegadas a mí hace muy pocos meses.
Ante las noticias y publicaciones, interesadas unas, sesgadas otras y
falsas casi todas, relacionadas con uno de los mayores y más largos misterios
de la historia reciente española, al investigador militar que suscribe no le
quedó otro remedio que, si quería acabar en esta vida el voluminoso libro que
llevaba años redactando sobre la desconocida (sí, sí, desconocida, españolito
que me lees y que creías conocer como nadie al personaje) vida del último rey
Borbón, Juan Carlos I, dar por bueno (con muchas reservas, desde luego) el
relato generalizado de los hechos volcado hasta entonces en libros de
memorias familiares, biografías acarameladas cortesanas publicadas en el
extranjero y artículos periodísticos (todos foráneos, también, porque aquí en
España sobre este insondable misterio borbónico de la muerte del infante
Alfonsito “El Senequita”, ni durante el franquismo ni luego en el
juancarlismo, no ha escrito ni dios) y dedicarme a investigar y analizar tan
espinoso asunto desde el punto de vista estrictamente profesional, volcando
mi trabajo en los aspectos técnicos y balísticos del supuesto accidente con
arma de fuego, a fin de llegar a delimitar las verdades y mentiras que podían
encerrar las rebuscadas hipótesis sobre el mismo facilitadas por el Gobierno
español y por los familiares más cercanos del presunto homicida. Aspectos
técnicos estos, en los que sin duda tendría mucho que decir habida cuenta de
que nadie hasta el momento (ni civil ni militar) se había atrevido a entrar
en semejante y resbaladizo terreno.
Y dicho y hecho. Pero para poder apoyar o rechazar, bajo el punto de
vista de un profesional técnico en la materia, las variopintas hipótesis que,
procedentes casi todas de la propia familia Borbón y del propio culpable del
sangriento desaguisado, circulaban “soto voce” tratando de explicar lo
inexplicable y dando, de entrada, carta de naturaleza a lo que todo el mundo
¡faltaría más! asumiría enseguida como un “desgraciado accidente”, necesitaba
conocerlas en su totalidad, resumirlas, analizarlas previamente y rechazar
las que no presentaran un mínimo de coherencia y verosimilitud. Por lo que
una vez realizado semejante rastreo previo serían tres, sólo tres, las
hipótesis que decidí deberían pasar, sin acritud personal alguna por mi parte
pero con un sentido claro de la honestidad y el respeto a la verdad (estas
cualidades al militar, como el valor, se le suponen), por el insobornable
microscopio del investigador imparcial. Estas tres hipótesis o explicaciones
familiares más o menos plausibles, que pretendían enmascarar la cruda
realidad de un hecho desgraciado y, como mínimo, sumamente negligente del que
había sido protagonista todo un profesional cualificado de las Fuerzas
Armadas españolas de la época (caballero cadete de la Academia General
Militar de Zaragoza), y en la actualidad rey de España, eran las siguientes:
A).- Juan Carlos apuntó con su pistola en broma a Alfonsito y, sin
percatarse de que el arma estaba cargada, apretó el gatillo.
B).- Juan Carlos apretó el gatillo sin saber que la pistola estaba
cargada y la bala, después de rebotar en la pared, impactó en el rostro de
Alfonsito.
C).- Alfonsito había abandonado la habitación para buscar algo de comer
para Juan Carlos y para él. Al volver, con las manos ocupadas, empujó la
puerta con el hombro. La puerta golpeó el brazo de su hermano quien apretó el
gatillo involuntariamente justo cuando la cabeza de Alfonso aparecía por la
puerta.
En realidad, ninguna de estas tres hipótesis podía ser tomada ni
medianamente en serio por analista o experto alguno. Y yo, desde luego, no lo
hice aunque las estudié (era mi obligación) hasta en sus más nimios detalles.
Y resultaron ser, eso, sólo hipótesis rebuscadas, infantiles e inconsistentes
para cualquiera, no necesariamente experimentado en balística sino simplemente
un poco conocedor del complejo mundo de las armas. Eran, desde luego, meras
explicaciones familiares, subjetivas e interesadas, que trataban de crear una
realidad virtual que para nada tenía que ver con lo que realmente ocurrió
aquél nefasto día entre los dos hermanos Borbón con el trágico resultado de
muerte para el más joven e inexperto de ellos y que, de haber sido
investigado y aclarado como se supone se debería haber hecho en un Estado
civilizado, hubiera devenido con toda seguridad en graves responsabilidades
penales para el entonces infante y heredero “in pectore” de Franco, Juan
Carlos de Borbón.
Y de esta forma lo haría constar, desestimando por completo semejantes
hipótesis exculpatorias de la realidad, en el Informe final del exhaustivo
trabajo técnico de investigación que estoy comentando y que, con el objetivo
último de que se constituyera al efecto una Comisión de Investigación que
depurara las responsabilidades nunca asumidas por el actual rey de España,
Juan Carlos I, me permití enviar en septiembre de 2005, enero de 2006 y
febrero de 2007, al presidente del Congreso de los Diputados de las Cortes
Españolas. Y más tarde, ante la ausencia de respuesta de éste, en septiembre
de 2008, al Fiscal General de Portugal, solicitándole que abriera por fin la
investigación judicial que no se hizo a su debido tiempo en esa República
hermana. Investigación a la que, efectivamente, se comprometió el máximo
representante de la Ley de la nación portuguesa (Procurador-Geral da
Republica) pero que a las pocas semanas sería desestimada, según fuentes
portuguesas, por la “oportuna” intervención de la Casa Real española. Este
largo Informe (40 páginas) vería definitivamente la luz, como un capítulo
más, en el libro “Juan Carlos I, el último Borbón”, cuya primera edición
salió a las librerías en los primeros meses de 2008. Provocando un auténtico
revulsivo político y social que la Casa Real española y los medios de
información del Gobierno intentarían parar a toda costa ya que el libro
dejaba bien claro, negro sobre blanco, que la muerte del infante D. Alfonso
de Borbón pudo no ser motivada por un mero accidente cuando los dos hermanos
Borbón jugaban con la pistola propiedad de Juan Carlos sino que en ella,
técnicamente, se podría esconder una muy probable y clara intencionalidad.
Y es que Juan Carlos conocía en aquellas fechas (Semana Santa de 1956),
como caballero cadete de la Academia General Militar con sede en Zaragoza, el
uso y manejo de cualquier arma portátil del Ejército español y por lo tanto,
con más seguridad, el de una sencilla y pequeña pistola semiautomática como
la Star de 6,35 mm (o calibre 22 en su caso) en cuya posesión estaba, según
todos los indicios, desde el verano del año anterior (la tesis de que le fue
regalada por Franco como premio a su ingreso en el Ejército se abre camino
con absoluta seguridad después de mis últimas investigaciones y las recientes
informaciones reservadas recibidas). En consecuencia ¿Cómo se le pudo
disparar esa pequeña y manejable pistola, apuntando a la cabeza de su hermano
Alfonso, si además previamente tuvo que cargarla (introducir el cargador con
los cartuchos en la empuñadura del arma), después montarla (empujar el carro
hacia atrás y luego hacia delante para que un cartucho entrara en la
recámara), a continuación desactivar el seguro de disparo con el que todas
las pistolas están dotadas, y finalmente, presionar con fuerza el disparador
o gatillo (venciendo las dos resistencias claramente diferenciadas que
presenta) para que entrara en fuego? Es prácticamente imposible,
estadísticamente hablando, que a un militar profesional se le escape
accidentalmente un tiro de su arma si sigue el rígido protocolo aprendido en
la instrucción correspondiente y al que los reglamentos obligan bajo severas
penas disciplinarias.
Pues bien, amigo lector, concluido el extenso Informe sobre la muerte del
infante D. Alfonso de Borbón del que le acabo de hablar (que yo sepa, el
único que se ha redactado en este país y en el mundo entero sobre este
apasionante tema bajo el punto de vista técnico y que, eso sí, sería recogido
en un importante documental de la prestigiosa firma norteamericana Discovery
Channel y distribuido a todo el planeta), enmudecidas las Cortes Españolas,
la Fiscalía General del Estado portugués, el Gobierno español y las más altas
instituciones del Estado (Consejo General del Poder judicial, Consejo de
Estado, Tribunal Supremo…etc, etc) que lo habían recibido oficialmente, y
publicado (aunque silenciado y reprimido) el libro que lo acogía en sus
páginas… a comienzos del año 2008 el misterio sobre la extraña muerte del
infante D. Alfonso de Borbón “El Senequita” volvió a tomar carta de
naturaleza en la triste historia de este país. Era bien cierto, y yo por eso
respiraba con cierta tranquilidad profesionalmente hablando, que con mi
trabajo había demostrado fehacientemente a tirios y troyanos que los hechos
no podían haberse desarrollado como la familia (y el propio interesado)
habían descrito en libros, periódicos y declaraciones personales. Y que mis
alegatos y disquisiciones habían tenido hasta trascendencia internacional
pero la cruda realidad era que, a punto de comenzar la segunda década del
siglo XXI, seguíamos con la nebulosa histórica a cuestas, ocultando la
verdadera realidad de un hecho, presuntamente criminal, de alto nivel
institucional y sumamente desgraciado e importante que con toda seguridad
cambió en su día la historia de España.
Pero ¡hete aquí! que a punto de terminar el mes de marzo de 2013, en
plena crisis económica, política y social en una España sumida en el
desencanto, la miseria y la desesperanza, iba a saltar una pequeña lucecita
que iluminara, quizá ya para siempre, el verdadero discurrir de los
acontecimientos históricos ocurridos en aquella dramática Semana Santa de
1956. Una luz que, escondida durante decenios en lo más íntimo de una persona
que vivió de presente aquél desgraciado evento, la legó a su descendiente
directo cuando, a punto de llevársela con él al limbo de la historia, decidió
que ella, a pesar del oscurantismo oficial y de los espurios intereses de los
poderosos, debería iluminar algún día nuestro enrevesado pasado como pueblo.
Una luz que un esperanzador día de últimos de marzo de 2013 llegaría a la
cuenta de correo de mi ordenador envuelta en este misterioso mensaje:
“Coronel: Tengo una información muy importante que pienso le interesaría
conocer. Es en relación con su consulta al Fiscal General de Portugal. Por
supuesto, muy confidencial, no quisiera que se utilizara mi nombre. Un
cordial saludo.”
Mensaje, firmado por supuesto, al que tras mi promesa de confidencialidad
absoluta seguirían bastantes más hasta completar una profusa información de
gran valor histórico y primerísima mano sobre el sin duda (y así lo he
señalado en la portada de este libro) más intrincado misterio tanto de la
dictadura franquista como de la subsiguiente transición.
Llegado a este punto, amigo lector, debo señalarle que el segundo email
del, por aquellas fechas, desconocido comunicante, me dejaría helado,
pasmado, incrédulo, anonadado, sorprendido, estupefacto… Y no sigo porque,
aunque en este especial caso podría hacer una decorosa excepción, nunca he
sido amigo de la hipérbole y el maximalismo literario o epistolar y le dejo a
usted que conforme se adentre en las páginas del libro que todavía tiene en
sus manos (¡ojo, no se le caiga!) se vaya asombrando y anonadando solito. Que
seguro que lo va a hacer.
Pues sí, como me deslizó mi particular “diegotorres” en uno de los
primeros y sabrosos correos electrónicos que me envió (perdón por la broma en
un asunto tan serio como este) al justificar sus preciosas y relevantes
confidencias, “a los españoles nos han venido engañando todos estos años como
a chinos”, aunque yo me permitiría añadir que los portugueses, en esta trama
histórica que estamos analizando y sacando a la luz, tampoco es que hayan
salido muy bien parados como luego veremos.
¡Nada era verdad! O casi nada de lo que nos habían metido durante décadas
en nuestras disciplinadas meninges los cínicos planificadores sociales de la
férrea y sanguinaria dictadura franquista (capitaneados y dirigidos
personalmente por el propio autócrata), sus sucesores políticos en la
sobrevenida, regalada (con trampa, más bien), vigilada y manifiestamente
mejorable democracia juancarlista, la familia (y él mismo) del actual rey de
España, Juan Carlos I con sus voluntaristas, melifluas y egoístas hipótesis
angelicales sobre la muerte de “El Senequita”; y en general todos aquellos
que conocían la verdad de los hechos dentro de una trama perversa que a
finales de los años cincuenta del pasado siglo solo buscaba la permanencia
del franquismo en el poder, desactivando como fuera una conspiración
monárquica temeraria y mal planificada. Y que finalmente fracasaría
estrepitosamente.
Sí, sí, efectivamente, intentaron (y lo consiguieron casi al cien por
cien) engañarnos a todos los españoles. No como a “chinos de todo a cien”,
que son más listos que el hambre, sino como a ciudadanos de tercera, sumisos,
crédulos y temerosos de nuestros propios gobernantes en una dictadura cruel y
sanguinaria y, también, como súbditos aparentemente satisfechos en una pseudo
democracia virtual que, en estos momentos, con casi cuarenta años de vida y
comenzada la segunda década del siglo XXI, ha sacado por fin a la superficie
la perversa alma con la que nació: la franquista.
Si acaso, del guión que fabricaron los supremos planificadores del
tinglado y del consiguiente teatrillo mediático montado por la familia
Borbón, lo único que podía mantenerse en pie era la secuencia en sí misma de
la muerte del infante D. Alfonso a manos de su hermano mayor, porque eso lo
reconoció el mismo homicida ante amigos y familiares, pero, desde luego, ya
con absoluta certeza, no siguiendo ninguna de las tres hipótesis amañadas por
su entorno familiar y político (y que yo me he permitido desmontar de raíz)
sino, lisa y llanamente, disparando a matar, buscando herir mortalmente a su
víctima eligiendo premeditadamente una trayectoria letal a través de sus
fosas nasales ya que de otra forma el pequeño proyectil de calibre 22 (o 6,35
mms) nunca habría podido traspasar su bóveda craneal.
Porque, según las preciosas informaciones de mi fuente (procedentes,
vuelvo a repetirlo, de un testigo presente en el escenario del crimen), el
guión oficial era verdadero en puntos como los siguientes: a) los dos
infantes estaban solos en la habitación de Alfonsito; b) era por la tarde; c)
la pequeña pistola propiedad de Juan Carlos fue la que escupió plomo sobre la
cabeza de su hermano; d) la muerte del infante fue instantánea; e) el
homicida/asesino emitió gritos desaforados tras su acción… etc, etc, pero
¡ojo! no así el escenario ya que los hechos ocurrieron
¡NO EN VILLA GIRALDA! ¡NO EN ESTORIL! ¡NO EN PORTUGAL! ¡NO CERCA DE LOS
PADRES DE AMBOS!...SINO ¡EN EL PALACIO DE LAS CABEZAS! ¡EN LA FINCA DE CAZA
DEL CONDE DE RUISEÑADA! ¡EN CASATEJADA! ¡EN CÁCERES! ¡EN ESPAÑA! ¡Y NO EL 29
DE MARZO DE 1956 SINO EL DÍA ANTERIOR, EL 28 DE MARZO DE 1956, A LAS SEIS DE
LA TARDE!
Sorprendentes revelaciones que en seguida me darían pie, amigo lector,
para tirando del hilo de las mismas, relacionándolas con antiguos
conocimientos míos procedentes de investigaciones anteriores sobre este
“supuesto accidente familiar borbónico” y “cruzándolas” con informaciones muy
reservadas que corrieron como la pólvora por cuarteles y salas de banderas
del Ejército español, y muy especialmente de la Capitanía General de
Cataluña, sobre una subterránea conjura antifranquista y monárquica (la
llamada “Operación Ruiseñada”, en alusión a su máximo dirigente político, D.
Juan Claudio Güell, conde de Ruiseñada, y representante en España del propio
pretendiente a la corona, D. Juan de Borbón, que llegaría a conocimiento de
los servicios secretos militares del Régimen en el otoño de 1955)… llegar a
desentrañar toda una serie de hechos cruentos de alto nivel, asesinatos más
bien para qué nos vamos a andar con remilgos históricos, ordenados por la
cúpula del franquismo y cometidos durante los años 1956 al 1958 con la
finalidad de desmontar esa conspiración monárquica y destruir manu militari a
sus elitistas cabecillas políticos y militares.
EL PRIMERO DE LOS CUALES, EL ASESINATO DEL INFANTE D. ALFONSO “EL
SENEQUITA” FUE COMETIDO EL 28 DE MARZO DE 1956, EN EL PALACIO DE LAS CABEZAS
(CASATEJADA, CÁCERES), POR SU HERMANO MAYOR JUAN CARLOS (DELFIN POLÍTICO YA
EN AQUELLOS MOMENTOS DEL DICTADOR Y ASPIRANTE A CEÑIR LA CORONA ESPAÑOLA)
SIGUIENDO PRESUNTAMENTE ÓRDENES DE FRANCO
Según abundantes indicios racionales que se desprenden de los datos que
aporta el presente libro e iba claramente dirigido contra la máxima cabeza de
la conjura, D. Juan de Borbón, que, efectivamente, sería destruido física y
emocionalmente con semejante tragedia familiar.
En las páginas que siguen del libro que tiene en sus manos, amigo lector,
tendrá cumplida respuesta a todas sus dudas. A las que tiene hora y a las que
le irán surgiendo sobre la marcha del relato. Espero que así sea porque debo
reconocer que no me ha resultado nada fácil dar forma al presente trabajo.
Ningún laberinto o puzzle gigante es sencillo de doblegar y esta misión mía,
a cumplir en apenas tres meses de intensa dedicación, tenía en sus genes
escrita con carácter indeleble la palabra “imposible”. Pero no ha sido así
¡faltaría más! Siga, siga leyendo, que merece la pena. Se lo aseguro.
La muerte de “El
Senequita”
Epílogo
Pues hasta aquí, amigo
lector, mis últimos estudios, análisis e investigaciones sobre la muerte del
infante D. Alfonso de Borbón “El Senequita”, hermano menor del actual rey de
España, fallecido en marzo de 1956 por un disparo de éste y que, junto a la
valiosa información recibida este mismo año 2013 por parte de fuente
solvente, me han permitido desentrañar, espero que sea así y para siempre, el
más oscuro y enrevesado secreto/misterio de la dictadura franquista y la
posterior transición.
A lo largo de los siete capítulos precedentes he podido presentarle lo que,
estoy seguro, constituye su definitiva dimensión real desde el punto de vista
histórico, la verdad, toda la verdad (escandalosa, sin duda) sobre uno de los
más diabólicos y depravados crímenes de Estado que se hayan podido cometer
nunca en este sanguinario país. Y que ha permanecido durante casi sesenta
años escondido, oculto, hibernado, interesadamente olvidado, tras las
perversas bambalinas de la censura oficial y la confabulación monárquica.
Como consecuencia de todo ello y apoyándome en los claros e irrefutables
indicios racionales de culpabilidad que de esas informaciones, estudios y
análisis se desprenden, en primer lugar para el dictador fallecido pero,
sobre todo, para el actual monarca español
YO ACUSO
Al ciudadano Juan Carlos de Borbón, en la actualidad jefe del Estado español
por designación directa y personal de Franco, de haber presuntamente
asesinado, en marzo de 1956, siendo cadete del Ejército español con 18 años
de edad y experto en el uso y manejo de toda clase de armas portátiles, a su
hermano menor el infante D. Alfonso de Borbón. Presunto fratricidio que jamás
fue investigado por instancia judicial alguna y que al hilo de las investigaciones
e informaciones que recoge el presente trabajo, y que ya ha podido constatar
el lector, podría verse afectado por claras y rotundas circunstancias
agravantes que lo harían especialmente punible. Como las de premeditación,
alevosía, parentesco, engaño, abuso de autoridad, conspiración para
realizarlo, uso de medios y funcionarios del Estado para llevarlo a cabo...
etc, etc.
Por todo ello
EXIJO
Al citado ciudadano Juan Carlos de Borbón que con la máxima celeridad, con
carácter urgentísimo y preciso, informe al pueblo español de las
circunstancias, pormenores y posibles hechos anómalos que pudieron concurrir
en la reunión que mantuvo en la tarde del 28 de marzo de 1956 con su hermano
D. Alfonso y que concluyó, abruptamente, con la muerte instantánea de éste
tras recibir un certero disparo en la cabeza que le penetró por las fosas
nasales y le destrozó el cerebro.
Asimismo, le exijo que aclare con rotundidad el inaudito hecho de que él, a
la sazón todo un profesional de las FAS españolas que tenía en aquellos
momentos realizados innumerables ejercicios de tiro con armas portátiles en
la Academia Militar en la que cursaba sus estudios, pudiera cometer la
inexplicable y culposa negligencia de apretar el disparador de su pistola sin
verificar antes si ésta estaba cargada y sin poner en práctica el rígido
protocolo de actuación para el manejo y disparo de armas portátiles que por
su profesión debía conocer y estaba obligado a cumplir.
Si el citado ciudadano Borbón, todavía jefe del Estado español por
designación digital franquista, se negara, como es su costumbre, a dar
explicaciones claras y contundentes al pueblo español sobre sus
responsabilidades (de entrada, penales, porque entonces no disfrutaba de inviolabilidad
constitucional alguna pero en todo caso históricas y políticas) en la muerte
de su hermano D. Alfonso
REITERO UNA VEZ MÁS
A las Cortes Generales, legítimas y directas representantes del pueblo
soberano español a que en el plazo más breve de tiempo promuevan la apertura
de una Investigación Judicial que, a pesar del tiempo transcurrido (los
crímenes execrables de Estado no deben quedar jamás impunes) y con el auxilio
de los profesionales que fueran necesarios (forenses, policía judicial,
expertos en historia, en Balística...) pudiera proceder a aclarar
definitivamente el dramático suceso histórico que estamos tratando y depurara
las posibles responsabilidades en las que pudo incurrir el entonces joven
cadete del Ejército español, Juan Carlos de Borbón, y que él nunca quiso
asumir presentándose a las autoridades policiales y judiciales pertinentes.
Exhumando, si fuera preciso, el cadáver del infante D. Alfonso de Borbón
"El Senequita", que en la actualidad reposa en el monasterio de El
Escorial.
A este respecto, debo señalar nuevamente, que el historiador que suscribe, ya
en septiembre de 2008, envió un prolijo Informe sobre este desgraciado asunto
del misterioso fallecimiento de Alfonso de Borbón al Fiscal General de
Portugal, solicitándole la apertura de la investigación judicial que no se
llevó a cabo en 1956 cuando todas las informaciones apuntaban a un accidente
u homicidio imprudente en Villa Giralda (Estoril) del que era presunto
responsable su hermano Juan Carlos. La citada autoridad portuguesa acusó
recibo del Informe y prometió "analizar el caso" pero días después
procedió a archivarlo por, según fuentes lusas, por presiones de la Casa Real
española.
EN RESUMEN
Un crimen de Estado, como el cometido presuntamente por Juan Carlos de Borbón
(actual rey de España por el voto personal, testicular y genocida del
fallecido, gracias a Dios, dictador Franco) en la persona de su hermano menor
Alfonsito, conocido familiarmente por "El Senequita" dadas las virtudes
intelectuales y morales que poseía y que como él mismo aspiraba a la corona
de España aunque respetando los teóricos derechos de su padre, no puede
quedar impune. No debe permitirlo ni la historia de este país ni, por
supuesto, el pueblo español, que desde hace casi sesenta años ha permanecido
en la oscuridad más absoluta en relación con este asunto al no permitir
investigación alguna ni el franquismo golpista rampante que tuvimos que
sufrir hasta 1975 ni, desde luego por la cuenta que le traía, su heredero, el
juancarlismo coronado y pseudo demócrata que todavía, hecho unos zorros y
desprestigiado hasta la médula, vive sus últimas semanas o meses encaramado
en la jefatura del Estado de este país.
Y TERMINO EL PRESENTE
EPÍLOGO
¡Pero que clase de
maldición ha podido caer sobre este pobre pueblo español como para tener que
soportar durante cuarenta años a un dictador rebelde y genocida y, después,
casi otros tantos, a su heredero digital coronado, un presunto asesino de su
propio hermano que, según los abundantes indicios que se desprenden de las
páginas del presente libro, habría ejecutado tan brutal fratricidio siguiendo
órdenes del mismísimo Franco, enfrascado en aquellos momentos en desmontar a
sangre y fuego una conspiración contra su persona liderada por el
pretendiente D. Juan de Borbón!
¡Amigos, compañeros,
demócratas, republicanos, ciudadanos españoles en general!
¡Acabemos de una vez
con esta maldición!
¡Está en nuestras
manos hacerlo!
¡Hasta que no lo
consigamos, no alcanzaremos la verdadera libertad como pueblo! ¡Ni seremos
dueños de nuestro destino!
Indice
Capítulo Primero
Palacio de Las Cabezas
(Casatejada, Cáceres), cuna de la restauración monárquica en España.
29 de diciembre de
1954: Rendez-vous de alto nivel en la hermosa finca de caza de los condes de
Ruiseñada. Encuentro en “la segunda fase” entre el dictador Franco y el
pretendiente D. Juan de Borbón. Negocian, pero no se ven. Su odio recíproco
lo impide. Objetivo: Sentar las bases para reinstaurar (instaurar, según el
autócrata) la corona borbónica en España. La culpa, esta vez, no será del
mensajero. Al final, el generalísimo impondrá sus tesis: “El futuro de la
monarquía española no pasa por Estoril sino por Madrid”.
Capítulo Segundo
Vacaciones (secretas)
en Las Cabezas
Semana Santa de 1956:
Los hermanos Borbón (Juan Carlos y Alfonsito) acuden al palacio cacereño
neogótico de D. Juan Claudio Güell, conde de Ruiseñada y representante en
España del conde de Barcelona, para disfrutar de unas jornadas cinegéticas
antes de acudir ambos a Estoril. Alfonso (“El Senequita”) directamente desde
Madrid. Juan Carlos, desde la Academia General Militar de Zaragoza. El padre
de ambos, Don Juan, no sabe nada. Franco sí, quizá demasiado. Lunes 26 y
martes 27 de marzo de 1956: Los infantes se divierten.
Capítulo Tercero
Una extraña muerte
“made in Spain”
28 de marzo de 1956:
Tarde trágica en el suntuoso palacio de Las Cabezas. El infante D. Alfonso de
Borbón “El Senequita” (14 años) muere de manera instantánea al recibir en la
cabeza un certero disparo efectuado por su hermano Juan Carlos (18 años,
caballero cadete de la Academia General Militar y experto en toda clase de
armas portátiles del Ejército de Tierra español). “Estaban solos enredando
con la pistola que Franco le había regalado a Juan Carlos”, según una persona
del entorno más íntimo del conde de Ruiseñada presente en la finca en
aquellos dramáticos momentos.
Capítulo Cuarto
Un cadáver en el
maletero
“Que lo saquen
inmediatamente de España y se lo lleven a Estoril en el más absoluto de los
secretos. Nadie debe saber nada de lo ocurrido en Las Cabezas” ordena Franco
tras ser avisado de urgencia. Don Juan de Borbón, conde Barcelona, también
recibe de inmediato la macabra noticia: “El infante D. Alfonso acaba de morir
en un fatal accidente”. Una siniestra caravana, con el cadáver de “El
Senequita” y el cariacontecido Juan Carlos en el mismo coche, emprende
urgente camino hacia Portugal esa misma tarde/noche. Abren y cierran la
marcha efectivos de la Guardia Civil y les acompañan agentes de los servicios
secretos españoles.
Capítulo Quinto
Tragedia griega en
Villa Giralda
Amanecer del 29 de
marzo de 1956: Momentos dramáticos para D. Juan de Borbón. Después de horas
de angustiosa espera recibe, en su casa de Estoril, el cadáver de su hijo más
amado. “Júrame que no lo has hecho a propósito”, le espeta a su hijo mayor
causante de la tragedia. Franco, a través del Cuerpo diplomático y de los
servicios de información del Ejército y de la Guardia Civil, toma las riendas
de la operación. La embajada española en Lisboa emite una nota absolutamente
falsa sobre el “desgraciado acontecimiento” situándolo en la propia Villa
Giralda y haciendo único responsable al fallecido. La familia Borbón también
se suma a la equívoca Nota. Sin embargo, el 17 de abril el semanario italiano
Settimo Giorno pone las cosas en su lugar, acusando directamente a Juan
Carlos de ser el autor del disparo que mató al “Senequita”.¿Quien filtró la
escandalosa información al rotativo italiano? Esa es la clave de todo el
misterio. Y de ella se desprenden tres esclarecedoras afirmaciones: 1ª La
muerte del infante no fue accidental sino premeditada. 2ª Tuvo lugar en el
palacio Las Cabezas (Cáceres) y no en Villa Giralda (Estoril). 3ª Fue
ejecutada por orden de Franco.
Capítulo Sexto
¿Homicidio imprudente
o fratricidio premeditado?
Un manto de silencio
cubrirá durante décadas el terrible secreto de la familia Borbón. Y el de
Franco que, sospechosamente, ordenará olvidar política, social e
históricamente el rocambolesco y trágico suceso, conocido en su verdadera
dimensión por un número muy escaso de personas de su entorno y del conde de
Ruiseñada. Ni la justicia portuguesa ni la española (civil o militar)
investigarán nada. No obstante, pasados más de cincuenta años, en 2008, el
misterio borbónico/franquista sobre la extraña muerte de “El Senequita”
volverá a la actualidad de la mano de una extensa y no autorizada biografía
sobre el rey Juan Carlos I. El Fiscal General del Estado de Portugal, país
donde se dijo que habían ocurrido los hechos, recibe del autor de ese trabajo
un extenso informe solicitando que se abra una investigación judicial sobre
los mismos. La Fiscalía portuguesa acusa recibo y accede a investigar. La
Casa Real española lo impide.
Capítulo Séptimo
Fue algo más: Un
crimen de Estado ordenado por Franco y ejecutado por su heredero (a título de
rey) y presunto cómplice, Juan Carlos de Borbón.
“Operación Ruiseñada”:
A comienzos de 1956, una peligrosa conspiración monárquica antifranquista,
con raíces en España y Portugal, amenaza al régimen nacido el 18 de julio de
1936. Franco, inmisericorde, desmontará la conjura político-militar a sangre
y fuego, mediante brutales operativos de sus servicios secretos y de altos
mandos fieles a su persona. El 28 de marzo de 1956 será ejecutado por un
disparo en la cabeza efectuado por su hermano Juan Carlos el infante D.
Alfonso de Borbón “El Senequita”, con el fin de destrozar física y
emocionalmente a su padre, D. Juan, líder indiscutible de la revuelta. El 30
de enero de 1957, el teniente general Bautista Sánchez, capitán general de
Cataluña, morirá “suicidado” en Puigcerdá a instancias de los tenientes generales
Muñoz Grandes (ministro del Ejército) y Ríos Capapé (capitán general de
Valencia), enviados por el autócrata. El general Gallarza será tiroteado por
un sicario castrense de alto nivel, pero logrará salvar la vida. El 23 de
abril de 1958, Don Juan Claudio Güell, conde de Ruiseñada, representante en
España del conde de Barcelona y máximo ejecutivo de la conjura en España,
fallece en extrañas circunstancias (envenenado) en Touis, en el expreso en el
que volvía de París.
Epílogo
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Nuevos Republicanos 1905 Club de Opinión Política
domingo, 1 de septiembre de 2013
LA MUETRTE DE " EL SENEQUITA"
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