Artículos de Opinión | Chris Harman | 31-08-2013 | .
Este artículo fue publicado por primera vez, en inglés, con el
título "The Prophet and the proletariat" en International Socialism
Journal (Nº 64, otoño de 1994), la revista trimestral del Socialist Workers
Party (GB), partido del cual Chris Harman era un militante destacado. Esta
edición castellana fue publicada por Izquierda Revolucionaria (ahora En lucha /
En lluita). 1ª edición: noviembre de 2001. Por razones de espacio, se han
omitido algunas secciones de interés más de tipo histórico.
Introducción
Desde la revolución de 1978-1979 en Irán, la vida política en
Oriente Medio y otros lugares como Pakistán, Indonesia y Magreb, está dominada
por los movimientos islamistas. Estos movimientos, que Occidente ha etiquetado
de "fundamentalismo islámico", "islamismo",
"integrismo", "islam político" o de "renovación
islámica", tienen como objetivo "regenerar" la sociedad
volviendo a las enseñanzas originales del profeta Mahoma.
Se han convertido en una fuerza mayoritaria en Irán y Sudán
(donde están todavía en el poder), en Egipto, Argelia y Tayikistán (donde
libran una violenta lucha armada contra el Estado), en Afganistán (donde, desde
el final de la guerra contra el gobierno prosoviético, se enfrentan movimientos
islamistas rivales), en los territorios ocupados (donde su compromiso político
desafía la hegemonía de la OLP sobre la resistencia palestina), en Pakistán
(donde constituyen una parte significativa de la oposición) y en Turquía (donde
el Partido del Bienestar llegó a controlar las alcaldías de Estambul, Ankara y
otras numerosas ciudades).
El crecimiento de estos movimientos ha causado un enorme choque
entre los intelectuales liberales, provocando una oleada de pánico entre los
que creían que la "modernización" que siguió a la victoria de las
luchas anticoloniales, de los años 1959 y 1960, conduciría inevitablemente a la
aparición de sociedades más ilustradas y menos represivas.1
Por el contrario asistieron al desarrollo de fuerzas que parecen
inspirarse en una antigua sociedad menos liberal, que impone a las mujeres el
aislamiento, utiliza el terror para reprimir el librepensamiento y amenaza con
los más bárbaros castigos a quienes desafían sus decretos. En países como
Egipto y Argelia, los liberales se ponen del lado del Estado que les persiguió
y encarceló en el pasado, en la guerra que lleva a cabo contra los partidos
islamistas.
Pero los liberales no son los únicos en haberse sumido en la
confusión por el crecimiento del islamismo. Lo mismo le ha sucedido a la
izquierda. No sabe cómo reaccionar frente a lo que considera como una doctrina
oscurantista, apoyada por fuerzas tradicionalmente reaccionarias y que goza de
un cierto éxito entre las capas más pobres de la sociedad. De aquí surgen dos
enfoques opuestos.
El primero es el de considerar el islamismo como la encarnación
de la reacción, como una forma de fascismo. Esta posición fue la adoptada
después de la revolución en Irán por el catedrático de universidad británico
Fred Halliday, el cual se consideraba de izquierdas, que daba al régimen iraní
el nombre de "islam con rasgos fascistas."2 Gran parte de la
izquierda iraní adoptó este enfoque después de la consolidación del régimen de
Jomeini en 1981-1982, enfoque que recupera hoy la izquierda en Egipto y
Argelia. Así por ejemplo, un grupo marxista revolucionario argelino sostiene la
opinión de que los principios, la ideología y la acción política del FIS
"son comparables a los del Frente Nacional en Francia" y que se trata
de "una corriente fascista."3 La conclusión práctica a la que
fácilmente conduce tal análisis es a la construcción de alianzas políticas
dirigidas a impedir el crecimiento de los fascistas a cualquier precio. Así
Halliday deducía que la izquierda en Irán tenía la culpa por no aliarse con la
"burguesía liberal" entre 1979 y 1981 para oponerse "a las ideas
y a la política reaccionaria de Jomeini."4 Hoy en Egipto, la izquierda
influenciada por la tradición comunista dominante apoya, de hecho, al Estado en
su guerra contra los islamistas.
El enfoque opuesto, es el de considerar a los movimientos
islamistas como movimientos "progresistas" y
"anti-imperialistas" en defensa de los oprimidos. Esta posición fue
adoptada por la mayor parte de la izquierda iraní en la fase inicial de la
revolución de 1979: el Tudeh, partido influenciado por la URSS; así como gran
parte de los Fedayín, organización guerrillera; y los Muyahidín del Pueblo,
islamistas de izquierda. Todos ellos calificaban a todas las fuerzas que
apoyaban a Jomeini de "pequeña burguesía progresista." La conclusión
de este enfoque es que había que dar a Jomeini un apoyo casi incondicional.5 Un
cuarto de siglo antes, los comunistas egipcios habían adoptado momentáneamente
esa posición con respecto a los Hermanos Musulmanes, pidiendo que se aliaran
con ellos "en una lucha común contra la «dictadura fascista» de Nasser y
«sus aliados ingleses y americanos»."6
Quiero demostrar que estas dos posiciones son falsas. No alcanza
ni a identificar el carácter de clase del islamismo moderno, ni a definir sus
relaciones con el capital, el Estado y el imperialismo.
Chris Harman, otoño de 1994.
Islam, religión e ideología
La confusión empieza, la mayoría de las veces, por una confusión
sobre el poder de la religión misma. Los creyentes la consideran como una
fuerza histórica de pleno derecho, ya sea para mejor o para peor. Éste es
también el punto de vista de la mayoría de los anticlericales burgueses y de
los librepensadores. Para ellos, combatir la influencia de las instituciones
religiosas y de las ideas oscurantistas constituye en sí mismo la vía hacia la
liberación de los pueblos.
Si bien las instituciones y las ideas religiosas juegan
evidentemente un rol en la historia, este proceso no puede sin embargo
separarse de la realidad material. Las instituciones religiosas, con sus grupos
de sacerdotes y profesores, aparecen en una determinada sociedad y están en
interacción con ella. Sólo pueden mantenerse, mientras la sociedad cambia, si
encuentran alguna manera de cambiar su propia base de apoyo. Así, por ejemplo,
una de las más importantes instituciones religiosas del mundo, la Iglesia
católica romana, surgió a finales de la antigüedad y sobrevivió adaptándose,
primeramente a la sociedad feudal durante un milenio luego, con mucha
dificultad, a la sociedad capitalista que sucedió al feudalismo, sin embargo ha
debido cambiar gran parte del contenido de su propia doctrina.
Las personas han dado siempre interpretaciones diferentes a sus
ideas religiosas, en función de su propia situación material, de sus relaciones
con otras personas y de los conflictos en los que se encontraban implicados. La
historia está llena de ejemplos de personas que profesan creencias religiosas
casi idénticas y que se encuentran en campos opuestos en el momento de grandes
conflictos sociales. Este fue el caso durante las convulsiones sociales que
sacudieron Europa durante la crisis del feudalismo en los siglos XVI y XVII,
cuando Lutero, Calvino, Munzer y otros dirigentes "religiosos"
ofrecieron a sus fieles una nueva visión del mundo gracias a una
reinterpretación de los textos bíblicos.
Con relación a esto, el islam no difiere en nada de otras
religiones. Apareció en un contexto dado; el de las comunidades de mercaderes
de las ciudades de Arabia del siglo VII, en una sociedad en la que la sociedad
se organizaba todavía, esencialmente, sobre una base tribal. Luego el islam se
extendió a través de la sucesión de grandes imperios formados por algunos de
aquellos que aceptaban los preceptos musulmanes. Permanece hoy como ideología
oficial de numerosos estados capitalistas (Arabia Saudí, Sudán, Pakistán, Irán,
etc.), pero también como fuente de inspiración de numerosos movimientos de
oposición.
El islam ha conseguido sobrevivir en sociedades tan diferentes
porque ha sabido adaptarse a los intereses de las distintas clases. Así, por
ejemplo, ha conseguido recursos, para construir sus mezquitas y para pagar a
sus predicadores, de comerciantes de Arabia, burócratas, terratenientes y
comerciantes de grandes imperios, como de industriales del capitalismo moderno.
Pero al mismo tiempo, ha conseguido la fidelidad de las masas, transmitiendo un
mensaje adecuado para llevar consuelo a los pobres y a los oprimidos. En cada
etapa de su evolución, el discurso del islam ha oscilado siempre entre la
promesa de una cierta protección para los oprimidos y la garantía de una
protección, contra cualquier cambio revolucionario, para las clases
explotadoras.
Así el islam exige que los ricos cumplan con un impuesto
islámico del 2,5% (el zakat) para socorrer a los pobres, que los gobernantes
actúen justamente y que los maridos no maltraten a sus esposas. Pero al mismo
tiempo considera la expropiación de los ricos por los pobres como un robo,
afirma que la desobediencia a un gobierno "justo" es un crimen que debe
ser castigado duramente y sólo atribuye a las mujeres derechos inferiores a los
de los hombres en los ámbitos del matrimonio, la herencia o sobre los hijos, en
caso de divorcio. Seduce tanto a los ricos como a los pobres regulando la
opresión y levantando una muralla contra una opresión aún más dura, pero
también contra una eventual revolución. El islam constituye, al igual que el
cristianismo, el hinduismo y el budismo, el corazón de un mundo desprovisto de
él y el opio del pueblo.
Pero ningún conjunto de ideas puede encontrar tal eco entre
clases tan diferentes, en particular en una sociedad sacudida por convulsiones
sociales, a menos que esté llena de ambigüedades. Debe poder permitir
interpretaciones diferentes, incluso si esto conduce a sus discípulos a atacarse
mutuamente.
El islam demuestra esta condición casi desde sus orígenes.
Después de la muerte de Mahoma en el 632 dC, apenas dos años después de la
conquista de la Meca por los musulmanes, aparecieron discrepancias entre los
discípulos de Abu Bakr, que se convierte en el primer califa (es decir el
sucesor de Mahoma como jefe del islam) y Alí, el marido de Fátima, hija del
profeta. Alí afirmaba que ciertas decisiones tomadas por Abu Bakr aumentaban la
opresión. Estas divergencias aumentaron para, finalmente, desembocar en una
batalla entre ejércitos musulmanes rivales, la batalla del Camello, con 10.000
muertos. Estas divergencias provocaron el primer gran cisma, dando lugar a dos
versiones del islam, la sunita y la chiíta. Este hecho no fue más que el primero
de una larga serie. Se vieron aparecer, de manera recurrente, grupos que
denunciaban el sufrimiento que los impíos infligían a los oprimidos y
reclamaban un retorno a la "pureza" original del islam, tal como
existía en los tiempos del profeta. Como dice Akbar S. Ahmed en su libro
Descubriendo el islam:
"A lo largo de toda la historia del islam, los dirigentes
musulmanes han predicado un cambio hacia un ideal (...) Se hacían así
portavoces de movimientos étnicos, sociales o políticos a menudo confusos (...)
Esto abre la vía a todo un abanico cismático que caracteriza el pensamiento
islámico, desde el chiísmo, con sus ramificaciones como los ismaelitas, hasta
otros movimientos más efímeros (...) La historia musulmana está llena de Mahdis
[imanes] dirigiendo revueltas contra el orden establecido, y perdiendo a menudo
la vida (...) Estos cabecillas procedían a menudo del pequeño campesinado o de
grupos étnicos empobrecidos. La utilización del discurso islámico reforzó su
sentimiento de pobreza y consolidó el movimiento."7
Incluso el islam tradicional no constituye, al menos en sus
formas populares, un conjunto de creencias homogéneas. La difusión de esta
religión que cubre toda la región, yendo de la costa atlántica del Noroeste de
África al golfo de Bengala, implica la incorporación en la sociedad islámica de
pueblos que integran al islam muchas de sus antiguas prácticas religiosas,
incluso si éstas están en contradicción con algunos de los preceptos originales
del islam. Por eso las formas populares del islam incluyen a menudo cultos de
santos locales o de santas reliquias, prácticas consideradas sacrílegas por el
islam ortodoxo. Es así como prosperan las fraternidades sufíes que, sin
constituir rivales de talla para el islam tradicional, ponen el acento sobre la
experiencia mística y mágica, lo que numerosos fundamentalistas encuentran
inaceptable.8
En esta situación cualquier llamamiento a un retorno a las
prácticas del profeta, es de hecho sinónimo, no de conservar el pasado, sino de
transformar el comportamiento de la gente hacia algo totalmente nuevo.
Esto ha sido cierto si miramos el resurgimiento islámico a lo
largo de este siglo. Surgió, en primer lugar, como un medio para hacer frente a
la conquista material y a la transformación cultural de Asia y del Norte de
África por parte de la Europa capitalista. Los partidarios de esta renovación
de la fe afirmaban que esta transformación nunca habría sido posible sin la
corrupción de los valores islámicos, de la que los grandes imperios medievales,
por su avidez de bienes materiales, eran responsables. El único medio de
regenerar el mundo musulmán era resucitar el espíritu fundador del islam, como
fue expresado por los cuatro primeros califas (o, para los chiítas, por Alí).
Es lo que, por poner un ejemplo, justifica a los ojos de Jomeini la denuncia de
la casi totalidad de la historia del islam desde hace 1.300 años. En su obra
Islam y Revolución, Jomeini señalaba:
"Desgraciadamente, el verdadero islam tiene una corta vida.
Primeramente losomeyas [la primera dinastía árabe fundada por Alí], después los
abasidas[que los conquistaron en el 750 dC], hicieron mucho daño al islam. Más
tarde, los monarcas que reinaron sobre Irán continuaron en la misma vía;
deformaron completamente el islam, y lo sustituyeron por una cosa muy
diferente."9
Así, mientras que el islamismo puede ser presentado por sus
defensores y sus detractores como una doctrina tradicionalista, fundada sobre
el rechazo del mundo moderno, las cosas son en realidad bastante más complejas.
La aspiración a recrear un pasado mítico corresponde a una voluntad, no de
dejar la sociedad existente tal como está, sino de reformarla completamente.
Aún más, este deseo de reformar la sociedad no puede tener como meta una copia
conforme al islam del siglo VII, puesto que los islamistas no rechazan todos
los aspectos de la sociedad actual. Por regla general, aceptan la industria y
la tecnología modernas así como una gran parte de la ciencia sobre la que se
apoyan, de hecho afirman que el islam, como doctrina más racional y menos
influenciada por la superstición que el cristianismo, está mucho más en armonía
con la ciencia moderna. Así que los partidarios del resurgimiento del islam
intentan crear algo que no había existido anteriormente, fusionar las antiguas
tradiciones y las formas modernas de vida social.
En consecuencia, reducir a todos los islamistas a unos
"reaccionarios" es un error, tanto como el asimilar el
"fundamentalismo islámico" en su conjunto, al fundamentalismo
cristiano que es el bastión del ala derecha del Partido Republicano
norteamericano. Personajes como Jomeini, los dirigentes de los grupos
muyahidines rivales en Afganistán o como los dirigentes del Frente Islámico de
Salvación (FIS) en Argelia, utilizan ciertos temas tradicionalistas y juegan
con la nostalgia de grupos sociales en vías de desaparición, pero atraen
también a corrientes radicales aparecidas con la transformación de la sociedad
por el capitalismo. Olivier Roy, en su obra Islam y resistencia en Afganistán,
cuando evoca a los islamistas afganos, explica que:
"El fundamentalismo es totalmente diferente [del
tradicionalismo]: para el fundamentalismo, es crucial volver a las escrituras y
deshacerse del oscurantismo creado por la tradición. El fundamentalismo busca
siempre el retorno a un estado de cosas anterior; se caracteriza por una
práctica de relectura de los textos y una búsqueda de los orígenes. El enemigo
no es la modernidad sino la tradición, mejor dicho, en el contexto del islam,
todo lo que no es la tradición del Profeta. He ahí la verdadera
reforma."10
El islam tradicionalista es una ideología que busca perpetuar un
orden social minado por el desarrollo del capitalismo, o al menos evocar este
orden con el fin de enmascarar la transformación de la vieja clase dirigente en
clase capitalista moderna, como en el caso de la familia real de Arabia Saudí.
El islamismo es una ideología que, aunque haga un llamamiento a ciertos temas
similares, busca transformar la sociedad, no conservarla en el mismo estado. Es
por lo que el mismo término de "fundamentalismo" no es verdaderamente
apropiado. Como observa Abrahamian en su libro Jomeinismo:
"La denominación de «fundamentalismo» implica la
inflexibilidad religiosa, el purismo intelectual, el tradicionalismo político e
incluso el conservadurismo social y la centralidad de los principios
escriturales-doctrinales. El término «fundamentalismo» implica el rechazo del
mundo moderno."11
De hecho, los movimientos como el de Jomeini en Irán se apoyan
en "la adaptabilidad ideológica y la flexibilidad intelectual, acompañadas
de una contestación al orden establecido y de la toma en cuenta de los
problemas socioeconómicos que alimentan la oposición de masas al status
quo."12
Sin embargo no siempre se distingue claramente lo que diferencia
el islamismo del tradicionalismo. Y esto ocurre precisamente porque la noción
de regeneración social se presenta bajo la forma de un discurso religioso que
es susceptible de diferentes interpretaciones. Esta regeneración puede
significar, simplemente, poner fin a las "prácticas degeneradas"
mediante el retorno a comportamientos supuestamente anteriores a la
"corrupción del islam" por "el imperialismo cultural".
Entonces se hace hincapié en "el pudor" de la mujer y en llevar el
velo, en el fin de "lapromiscuidad" derivada de la mezcla de sexos en
las escuelas y lugares de trabajo, en la oposición a la música Pop occidental y
así sucesivamente. Así, uno de los dirigentes más populares del FIS, Alí
Belhadj, denuncia la "violencia" hacia los musulmanes debido a
"la invasión cultural":
"Nosotros, musulmanes, creemos firmemente que la forma más
grave de violencia que se nos hace no es la violencia física, pues estamos
preparados (...) es la violencia que representa el desafío lanzado a los
sentimientos de la comunidad musulmana por la imposición de una legislación
diabólica, en lugar de la sharia (...)
¿Existe una violencia mayor que la que consiste en propagar y
fomentar lo que Dios ha prohibido? Han creado empresas vinícolas, obra del
demonio, y los prostíbulos están protegidos por policías! (...)
Se puede concebir violencia mayor que la de esta mujer que quema
su velo en una plaza pública, a la vista de todos, diciendo que el actual
código de familia castiga a la mujer, y encuentra afeminados, semi-hombres o
transexuales para apoyarla en su aberración (...)
¿Es violencia exigir que la mujer permanezca en su casa, en una
atmósfera de castidad, de discreción y de humildad, y que no salga más que en
los casos establecidos por el Legislador? (...) ¿Exigir la separación de sexos
entre los estudiantes y los profesores, y la ausencia de esa mezcla
insoportable causa de la violencia sexual?"13
Pero la regeneración puede ser también sinónimo de
cuestionamiento del Estado y de los aspectos de la dominación política del
imperialismo. Así los islamistas iraníes cerraron la más importante estación de
"escucha" americana en Asia y tomaron el control de la embajada de
Estados Unidos. Hezbolá al sur del Líbano, Hamas en Cisjordania y Gaza, han
jugado un papel clave en la lucha armada contra Israel. En Argelia el FIS
organizó manifestaciones multitudinarias contra la guerra dirigida por EEUU
contra Irak, aunque éstas le costaron la pérdida del apoyo financiero de Arabia
Saudí.
La noción de regeneración puede incluso significar, en ciertos
casos, el apoyo a las luchas contra la explotación de los trabajadores y los
campesinos, como fue el caso de los muyahidín iraníes entre 1979 y 1982.
A las diferentes interpretaciones de la idea de regeneración
corresponden naturalmente clases sociales diferentes. Pero la fraseología
religiosa puede impedir, a quienes concierne, identificar las diferencias que
les separan. En el fragor de la lucha, los individuos son susceptibles de
mezclar las posiciones, de manera que la lucha contra levantar el velo de las
mujeres es vista como una lucha contra las compañías petrolíferas occidentales
y contra la miseria extrema de las masas. Así en Argelia, a finales de los 80,
el dirigente del FIS, Belhadj:
"se hizo la voz de todos los que no tenían nada que perder
(...) Concibiendo el islam según las escrituras más puras, predicó la
aplicación estricta de sus mandatos (...) Alí Belhadj partió todos los viernes
hacia la guerra contra el mundo entero. Judíos y cristianos, sionistas,
comunistas y laicos, liberales y agnósticos, gobernantes del Este y del Oeste,
jefes de estados árabes o musulmanes, dirigentes de partidos e intelectuales
occidentalizados fueron los blancos favoritos de sus sermones
semanales."14
Sin embargo, bajo la confusión de ideas, existían intereses
reales de clase.
La naturaleza de clase del islamismo
El islamismo apareció en sociedades traumatizadas por el impacto
del capitalismo, primeramente bajo la forma de una conquista externa por parte
del imperialismo, después, y cada vez más, por la transformación de las
relaciones sociales internas que acompañan a la aparición de una clase
capitalista local y a la formación de un Estado capitalista independiente.
Las antiguas clases sociales fueron reemplazadas por otras
nuevas, aunque este cambio no se realizó de forma clara e instantánea, sino que
fue producto de lo que Trotski llamaba "un desarrollo desigual y
combinado".
El colonialismo se batió en retirada, pero las grandes potencias
imperialistas, en particular EEUU, continuaron utilizando su potencia militar
como herramienta de negociación para influir sobre la producción del mayor
recurso del Oriente Medio: el petróleo.
En el interior, la intervención del Estado -y a menudo la
propiedad estatal- conduce a la aparición de una gran industria moderna, pero
subsisten sectores enteros de la industria "tradicional", basados en
un gran número de pequeños talleres en los que el propietario trabaja a menudo
con dos o tres empleados, normalmente miembros de su propia familia. La reforma
agraria transformó a algunos campesinos en agricultores capitalistas modernos;
pero fue mayor el número de ellos a los que obligó al éxodo, desposeyéndolos o
casi, de sus tierras y, forzándolos a buscar recursos en empleos temporales en
los talleres o en los mercados de los barrios de chabolas en plena expansión.
La considerable expansión del sistema educativo forma a un gran
número de diplomados, pero estos encuentran pocas salidas profesionales en los
sectores punta de la economía, por lo que acaban poniendo todas sus esperanzas
en el acceso a la burocracia estatal; mientras tanto se buscan la vida con
pequeños trabajos en la economía informal: captación de clientes para los
comerciantes, servir de guía a los turistas, vender billetes de lotería,
conducir taxis, etc.
Las crisis económicas de los últimos 20 años han agravado todas
estas contradicciones. La economía nacional ya es demasiado limitada para un
funcionamiento eficaz de las industrias modernas, mientras que la economía
mundial es demasiado competitiva para permitirles sobrevivir sin la protección del
Estado. Las industrias tradicionales no han podido, en general, modernizarse
sin el apoyo del Estado y no aportan una solución a la incapacidad de la
industria moderna de ofrecer empleo a una población urbana en aumento. Sin
embargo algunos sectores han logrado establecer lazos autónomos con el capital
internacional y se resienten, cada vez más, la dominación del Estado sobre la
economía. Los habitantes más ricos de las ciudades consumen cada vez más los
productos de lujo, disponibles en el mercado mundial, creando un descontento
creciente entre los trabajadores temporales y parados.
El islamismo representa un intento de solucionar estas
contradicciones por parte de gente que ha sido educada en el respeto a las
ideas islámicas tradicionales. Pero al islamismo no lo apoyan de la misma forma
todos los sectores de la sociedad.
Algunos de estos sectores se adhieren a una ideología moderna
laica -burguesa o nacionalista-, mientras que otros giran, más bien, hacia una
forma de expresión laica y proletaria. El nuevo islamismo recibe el apoyo de
cuatro grupos sociales diferentes, cada uno de los cuales interpreta el islam a
su manera.
1.-El islamismo de los antiguos explotadores
En primer lugar, encontramos a los miembros de las clases
privilegiadas tradicionales que temen ser los perjudicados por la modernización
capitalista de la sociedad, especialmente los propietarios de tierras (incluido
el clero cuyo dinero depende de las tierras pertenecientes a fundaciones
religiosas), los comerciantes capitalistas tradicionales y, los propietarios de
pequeñas tiendas y talleres.
Son estos grupos los que, a menudo, han financiado las mezquitas
y los que consideran al islam como un medio para defender su modo de vida y
para hacer oír su voz ante los que gestionan el cambio. Así en Irán y Argelia,
fue este grupo el que dio al clero los recursos para oponerse al programa de la
reforma agraria del Estado, en los años 60 y 70.
2.-El islamismo de los nuevos explotadores
A continuación se encuentran, surgidos a menudo del grupo anterior,
ciertos capitalistas que han tenido éxito a pesar de la hostilidad de los
grupos vinculados al Estado. En Egipto, por ejemplo, los Hermanos Musulmanes:
"se han insertado en el tejido económico del Egipto de Sadat en una época
en la que sectores enteros de la economía habían sido entregados al capitalismo
salvaje. Uthman Ahmad, el Rockfeller egipcio, no ocultaba su simpatía por los
Hermanos Musulmanes."15
En Turquía, el Partido del Bienestar,dirigido por antiguos
miembros del Partido Conservador, goza del apoyo de una gran parte de la clase
media. En Irán, entre los comerciantes del bazar que apoyaron a Jomeini contra
el sha, encontramos a ricos capitalistas defraudados por la forma en que la
política económica favoreció a aquellos que estaban próximos a la corona.
3.- El islamismo de los pobres
El tercer grupo es el de los pobres salidos del mundo rural que
han sufrido la expansión de la agricultura capitalista, que se ven forzados al
éxodo hacía las ciudades y a la búsqueda desesperada de un empleo.
En Argelia la reforma agraria sólo benefició a 2 de los 8,2
millones de la población rural. Los 6 millones restantes debieron elegir entre
quedarse en el campo y ver agravarse su pobreza o partir hacia las ciudades en
busca de trabajo.16 Pero en las ciudades:
"el grupo más desprotegido es aquel de parados
irreductibles, compuesto de antiguos campesinos desarraigados que llegaron a
las ciudades en busca de empleo y mejoras sociales (...) y que se han
encontrado separados de la sociedad rural, sin ser, sin embargo, integrados en
la sociedad urbana."17
Han perdido las referencias asociadas a un modo de vida antiguo
-referencias que identifican con la cultura musulmana tradicional-, sin
conseguir ninguna seguridad material o modo de vida estable:
"Para millones de argelinos atrapados entre una tradición
que ya no les inspira una lealtad total y un modernismo que no puede satisfacer
sus necesidades psicológicas y espirituales, especialmente las de los jóvenes,
ya no existen normas claras de comportamiento y creencia."18
En tal situación, incluso la agitación islámica llevada a cabo
por los antiguos terratenientes contra la reforma agraria en los años 70, fue
susceptible de encontrar eco entre los campesinos y los ex-campesinos. En
efecto, la reforma agraria podía convertirse en un símbolo de transformación
del campo que, a su vez, provocaría la destrucción de un modo de vida que,
aunque miserable, sería sinónimo de seguridad:
"Para los terratenientes establecidos en ciudades y los
campesinos sin tierra, los integristas tienen el mismo lenguaje: el Corán
condena la expropiación de los bienes del otro; recomienda a los ricos y a los
que gobiernan, conforme a la Sunna, ser generosos con los indigentes."19
El atractivo del islamismo aumentó a lo largo de los 80, a
medida que la crisis económica acentuaba la diferencia entre las masas
empobrecidas y la élite que representaba un 1% de la población, la que dirigía
el Estado y la economía. La riqueza y el estilo de vida, al modo occidental, de
los pertenecientes a esta élite encajaba mal con la imagen de herederos de la
lucha de liberación nacional contra los franceses, a la que pretendían
pertenecer. Para los antiguos campesinos era muy fácil identificar la conducta
"no islámica" de esta élite como la causa de su propia miseria.
Lo mismo sucedió en Irán. La transformación capitalista de la
agricultura mediante la reforma agraria lanzada por el sha, en los años 60,
sólo benefició a una minoría de campesinos, no aportando ninguna mejora, o
incluso, agravando la situación económica de los demás. Esto acentuó el
antagonismo existente entre los pobres rurales o recién llegados a las ciudades
y el Estado. Antagonismo que benefició a las fuerzas islámicas que se habían
opuesto a la reforma agraria. Así, por poner un ejemplo, cuando en 1962 el sha
envió a las fuerzas del orden contra las grandes figuras del islamismo, sólo
consiguió convertirlos en portavoces del descontento popular.
En Egipto, la Infitah, apertura de la economía al mercado
mundial gracias a los acuerdos firmados con el Banco Mundial y el FMI a partir
de mediados de los 70, agravó sensiblemente la situación de la mayoría de
campesinos y ex-campesinos, creando así enormes resentimientos.
En Afganistán las reformas agrarias impuestas después del golpe
de Estado del PDPA (Partido Democrático del Pueblo de Afganistán, comunistas),
en 1978, condujeron a una serie de levantamientos espontáneos por parte de
todos los sectores de la población rural:
"Las reformas han puesto fin a las formas de trabajo
tradicionales, fundadas sobre un apoyo e interés mutuo, sin ofrecer ninguna
alternativa. Los terratenientes que habían sido desposeídos de sus tierras
dejaron de distribuir semillas a sus aparceros; los prestamistas se negaron a
prestar dinero. Se hablaba de la creación de una banca para el desarrollo
agrícola; de una oficina encargada de supervisar la distribución de las
semillas y del forraje, pero nada de esto se concretó cuando las reformas
fueron efectivamente aplicadas (...) Así, el simple anuncio de las reformas
había privado al campesino de sus provisiones de semillas (...) La reforma no
sólo destruyó la estructura económica sino toda la estructura social de la
producción (...) No es entonces sorprendente que en lugar de conseguir levantar
al 98% de la población contra el 2% de las clases explotadoras, estas reformas
causaran una revuelta general del 75% de la población de las zonas rurales.
Cuando se dieron cuenta de que el nuevo sistema no era eficaz, incluso los
campesinos que al principio habían acogido favorablemente la reforma,
consideraron que vivirían mejor si se volviese al antiguo sistema."20
Pero no es solamente la hostilidad al Estado lo que sensibiliza
a los campesinos con el mensaje de los islamistas. Las mezquitas ofrecen un
punto de referencia social para la gente perdida en una ciudad nueva y extraña.
Las organizaciones caritativas islamistas les ofrecen los servicios sociales
indispensables (clínicas, enseñanza, etc.) que el Estado no les asegura. Así en
Argelia el crecimiento de las ciudades en los años 70 y 80 fue acompañada de un
aumento considerable del número de mezquitas:
"Todo ocurre, en suma, como si la parálisis de la educación
y de la arabización, la ausencia de estructuras culturales y de ocio, la falta
de espacios públicos libres y el hacinamiento en las viviendas, condujeran a
miles de hombres, jóvenes y niños a las mezquitas."21
De ahí, que el dinero que procedía de personas cuyos intereses
eran diametralmente opuestos a los del grueso de la población -la vieja clase
financiera, los nuevos ricos o el gobierno saudita- sirviera para dar a los
pobres un refugio material y cultural:
"En la mezquita, cada uno -antiguo o nuevo rico,
fundamentalista, trabajador de una empresa- ve la posibilidad de elaborar o de
realizar su propia estrategia, sus sueños y esperanzas."22
Esto no borra las divisiones de clase dentro de la mezquita. En
Argelia, por ejemplo, había en los comités religiosos enormes disputas entre
personas de distinto origen social que no veían la construcción de las
mezquitas de la misma forma; uno de los temas más polémicos era, por ejemplo,
la cuestión de si se debían rehusar los donativos para la mezquita, porque
procedían de fuentes impuras (haram):
"En efecto es raro que un comité religioso termine el ciclo
de su mandato, fijado en principio en dos años, en la armonía y la concordia
recomendadas por el culto de la unidad divina que cantan, incansablemente, los
muecines juramentados."23
Las disputas quedaban ocultas bajo una cobertura religiosa y no
impedían la proliferación de mezquitas y la creciente influencia del islamismo.
4.- El islamismo de la nueva clase media
Sea como sea, ni las clases explotadoras
"tradicionales" ni las masas empobrecidas suministran el elemento
vital que alimenta el islam político, defensor del resurgimiento del islam: el cuerpo
de militantes que propagan las doctrinas islamistas y que soportan las
agresiones físicas, el encarcelamiento y la muerte en su enfrentamiento con sus
enemigos.
Las clases explotadoras tradicionales son por naturaleza
conservadoras. Están dispuestas a dar dinero para que otros se peleen,
especialmente si es para defender sus intereses materiales. Es lo que hicieron
cuando se enfrentaron a la reforma agraria en Argelia, a principios de los años
70, o cuando el régimen ba’atistade Siria atentó contra los intereses de los
comerciantesen la primavera de 198024; al igual que cuando los comerciantes y
los pequeños empresarios de los bazares iraníes se sintieron atacados por el
sha, entre 1976 y 1978, o después amenazados por la izquierda entre 1979 y 1981.
Pero se cuidan mucho de no poner sus propios negocios y, sobre todo, sus
propias vidas en peligro. Por tanto, no es en estas clases donde se puede
identificar la fuerza que ha desgarrado sociedades enteras como en Argelia y
Egipto, que provocó el levantamiento de una ciudad entera en Siria, Hama, que
recurrió a los atentados suicidas contra norteamericanos e israelitas en el
Líbano o que hizo que la revolución iraní tomara un giro bastante más radical
del que hubiese querido la burguesía.
Esta fuerza viene, de hecho, de un cuarto sector muy diferente:
de una parte de la clase media surgida con la modernización capitalista del
Tercer Mundo.
En Irán, de este sector proceden los cuadros de los tres
movimientos islamistas que dominaron la vida política en el transcurso de los
primeros años de la revolución. El siguiente informe muestra el apoyo recibido
por el Primer Ministro del periodo post-revolucionario, Bazargan:
"La expansión del sistema educativo iraní en los años 50 y
60 permitió a sectores cada vez mayores de la clase media tradicional, acceder
a las universidades. Enfrentados a unas instituciones dominadas por las
antiguas élites occidentalizadas, estos recién llegados al mundo universitario
sintieron una necesidad urgente de autojustificar su adhesión al islam. Se
incorporaron a los círculos de la Asociación de Estudiantes Musulmanes
[dirigidos por Bazargan y otros] (...) Cuando entraban en la vida profesional,
los nuevos ingenieros se adherían a menudo a la Asociación Islámica de
Ingenieros, igualmente fundada por Bazargan. Era esta red de asociaciones la
que constituía el verdadero apoyo social organizado a Bazargan y al modernismo
islámico (...) El atractivo que suscitaban Bazargan y Talequani consistía en
dar a los individuos, salidos de la clase media tradicional, una imagen de
dignidad que les permitiera afirmar su identidad, en una sociedad dominada, en
el plano político, por lo que consideraban una élite impía, occidentalizada y
corrupta."25
Hablando de los Muyahidín del Pueblo en Irán, Abrahamian destaca
que numerosos estudios de los primeros años de la revolución iraní han señalado
el atractivo de los oprimidos por el islamismo radical, pero que éstos no
formaban la base social de los Muyahidín. Su base era más bien este amplio
sector de la nueva clase media, cuyos padres habían pertenecido a la pequeña
burguesía tradicional. Este autor analiza las actividades profesionales de los
muyahidín arrestados durante el régimen del sha y reprimidos bajo el régimen de
Jomeini por difundir sus ideas.26
Aunque la tercera fuerza islámica del país, finalmente
victoriosa, el Partido republicano islámico de Jomeini, sea a menudo
considerado como un partido dirigido por un clero ligado a los capitalistas
tradicionales, los comerciantes o bazaris, Moaddel ha demostrado que más de la
mitad de los diputados de este partidopertenecían a profesiones liberales:
profesores, funcionarios del gobierno o estudiantes, aún cuando una cuarta
parte de ellos procedían de familias bazari.27 Además, Bayat ha observado que
en su lucha contra las organizaciones de trabajadores en las fábricas, el
régimen podía contar con el apoyo de los ingenieros que trabajaban en ellas.28
Azar Tabari subraya que después de la caída del sha, en las
ciudades iraníes, muchas mujeres eligieron llevar el velo y se colocaron al
lado de los partidarios de Jomeini y en contra de la izquierda. Según esta
escritora, estas mujeres procedían del sector de la clase media que fue la
primera generación en conocer un proceso de "integración social".
A menudo procedían de familias pequeñoburguesas tradicionales
-sus padres eran comerciantes de bazar, artesanos, etc.- pero se habían visto
obligadas a estudiar, porque la industrialización acababa con las fuentes de
ingresos tradicionales de sus familias. Tenían posibilidades de trabajar como
maestras o enfermeras, pero: "Estas mujeres tuvieron que pasar una
experiencia, a menudo penosa y traumatizante, de adaptación a la
sociedad".
"Cuando las mujeres procedentes de esas familias llegaron a
la universidad o al trabajo en los hospitales, todos sus conceptos
tradicionales se vieron atacados por un entorno ajeno al suyo, en el que las
mujeres se mezclaban con los hombres, no se llevaba velo y se vestían según el
último grito de la moda europea. A menudo estas mujeres se veían divididas
entre las costumbres familiares y la presión de este nuevo entorno. No tenían
derecho a llevar el velo en su lugar de trabajo y no podían salir de la casa
familiar sin él."29
Una respuesta corriente a estas presiones contradictorias era la
de "refugiarse en el islam" y el símbolo de esta respuesta era llevar
el velo durante las grandes manifestaciones de masas. Tabari observa un claro
contraste entre esta respuesta y la de las mujeres, cuyas familias habían
formado parte de la nueva clase media desde hacía dos generaciones. Éstas
rehusaban llevar el velo y se identificaban con los liberales o con la
izquierda. O. Roy observa que en Afganistán:
"El movimiento islamista nació en el corazón de los
sectores modernos de la sociedad y se desarrolló a partir de una crítica a los
movimientos populares anteriores (...) Los islamistas son intelectuales y son
el producto de enclaves modernistas en el seno de una sociedad tradicional. Sus
orígenes sociales se encuentran en lo que denominamos burguesía estatal, dicho
de otro modo, son el producto de un sistema de educación gubernamental [un
sistema educativo estatal] que conduce exclusivamente a empleos dentro de la
maquinaria estatal (...) Muy pocos de entre ellos han hecho estudios de letras.
En el campus se mezclan más a menudo con comunistas, a los que se oponen
violentamente, que con los ulamas[los universitarios religiosos] hacia los que
tienen una actitud más ambivalente. Comparten con los ulamas muchas
convicciones, pero el pensamiento islámico se desarrolla en contacto con las
grandes ideologías occidentales a las que consideran como portadoras de la
llave del desarrollo técnico de occidente. A sus ojos, el problema es
desarrollar una ideología política moderna fundada en el islam, que consideran
como la única forma de adaptarse al mundo moderno y como el mejor medio para
hacer frente al imperialismo extranjero."30
En Argelia, el FIS recluta a sus militantes, sobre todo, entre
los estudiantes árabe hablantes (no francófonos) de institutos y universidades
además de entre los numerosos jóvenes que querrían estudiar y que no pudieron
acceder a la universidad:
"Los testimonios reconocen la presencia en el seno del FIS,
al menos, de tres componentes sociales: los comerciantes, entre ellos algunos
que son bastante ricos; una masa de jóvenes sin trabajo y de excluidos de las
escuelas, que forman el nuevo lumpenproletariado de los suburbios; y los
intelectuales árabe hablantes en ascenso social. Estos últimos grupos, los más
numerosos y determinantes, y al mismo tiempo los más determinados, tienen como
representantes respectivos a Belhadj y Abassi Madani."31
Los intelectuales islámicos han hecho carrera gracias a su
control de los departamentos universitarios de teología y de lengua árabe, en
las universidades. Los han utilizado para acaparar un gran número de puestos de
imanes en las mezquitas y de profesores en los institutos. Forman una reserva
que se asegura del reclutamiento prioritario de un mayor número de islamistas
para tales puestos, permitiéndoles así, inculcar sus ideas a la nueva
generación de estudiantes y ejercer su influencia sobre un gran número de
jóvenes.
Ahmed Rouadjia explica como los grupos islamistas empezaron a
crecer a partir de los años 70 gracias al apoyo de estudiantes árabe hablantes
que, debido a su débil dominio del francés, no podían encontrar empleo en la
administración, las industrias punta o en puestos de dirección.32 Así, por
poner un ejemplo, hubo, en los años 80, un violento conflicto con el director
de la Universidad de Constantina: fue acusado de dudar de "la dignidad de
la lengua árabe" y de "hacer apología del colonialismo francés"
pues mantenía el francés como lengua predominante en los departamentos de
ciencias y tecnología.33
"Los diplomados cuya lengua es el árabe se ven, además,
imposibilitados a acceder a los sectores punta, sobre todo en las industrias
más exigentes en materia de conocimientos técnicos y dominio de lenguas
extranjeras (...) Dicho de otra forma, aquellos cuya lengua es el árabe,
incluso titulares de diplomas superiores, no encuentran su puesto en la
industria moderna; la mayoría acaban por volverse hacia las mezquitas."34
Los estudiantes, árabe hablantes recientemente diplomados y,
sobre todo, los antiguos estudiantes que se encuentran en el paro, crean un puente
con la masa de jóvenes fuera de las universidades. En éstos últimos, su cólera
aumenta porque no pueden acceder a la enseñanza superior, a pesar de los años
pasados en un sistema educativo ineficaz y con bajo presupuesto. Aunque hoy se
cuenta con casi un millón de estudiantes en la secundaria, el 80% tienen poca
esperanza de obtener el título de bachillerato35. Aguardan entrar en la
precariedad al margen del circuito profesional.
"El integrismo toma su fuerza y su influencia de las
frustraciones de amplias capas de la sociedad, especialmente la juventud,
excluidas del sistema social y económico. Uno de los factores que ha
contribuido al éxito del integrismo es la utilización de un lenguaje simple,
directo y conciso. Si hay miseria, malestar y frustraciones, es porque los que
están en el poder no obtienen su legitimidad de la shura [consulta] sino sólo
de la fuerza (...) La restauración del islam de los primeros años haría
desaparecer esas desigualdades."36
Gracias a la influencia que ejerce sobre un amplio conjunto de
estudiantes, intelectuales y diplomados desocupados, el islamismo consigue
extenderse y controlar la propagación de sus ideas en los barrios pobres y en
los suburbios donde viven los antiguos campesinos. No se puede considerar este
movimiento como "conservador". Los jóvenes árabe hablantes cultos no
se vuelven hacia el islam porque quieran que las cosas queden como están, sino
porque creen que el islam permite un cambio social fundamental.37
En Egipto, el movimiento islamista nació hace unos 65 años,
cuando Hassan al-Banna creó a los Hermanos Musulmanes. Este movimiento creció a
lo largo de los años 30 y 40, a medida que se evaporaban las ilusiones sobre la
capacidad del Partido Nacionalista laico, el Wafd, de combatir a la dominación
británica sobre el país. Su base social estaba compuesta principalmente por
funcionarios y estudiantes. Tuvo una gran influencia en las manifestaciones
estudiantiles de finales de los años 40 y principio de los 50.38 Se extendió
rápidamente entre los trabajadores y los campesinos y, en su apogeo, contaba
con medio millón de miembros. Para construir su movimiento Hassan al-Banna
estuvo dispuesto a colaborar con personas próximas a la monarquía egipcia. El
ala derechista del Wafd se interesó en los Hermanos Musulmanes como contrapeso
a la influencia comunista en el medio obrero y estudiantil.39
Pero los Hermanos Musulmanes pudieron rivalizar con los
comunistas en la conquista de las clases medias empobrecidas (y, a través de
ellas, de ciertas capas de desheredados de las ciudades), únicamente porque
detrás de su lenguaje religioso existía una promesa de reformas, que iban más
allá de lo que deseaban sus aliados de la derecha. Sus objetivos eran "en
última instancia incompatibles con el mantenimiento del status quo político,
económico y social tan querido por la clase dirigente". En consecuencia,
los "lazos entre los Hermanos Musulmanes y los dirigentes conservadores
eran a la vez inestables y frágiles."40
Cuando el nuevo régimen militar de Abdul Nasser concentró todo
el poder en sus manos, a principio de los años 50, la organización de los
Hermanos Musulmanes fue casi destruida. Seis dirigentes del movimiento fueron
ahorcados en diciembre de 1954 y varios miles de miembros enviados a campos de
concentración. La tentativa de relanzar a los Hermanos Musulmanes a mediados de
los 60 se saldó con nuevas ejecuciones. Después de la muerte de Nasser, Sadat y
después Mubarak autorizaron al movimiento para desarrollar una actividad
semi-legal, a condición de que se evitase la confrontación directa con el
régimen. La dirección de lo que se denomina a veces "Neo-Hermanos
Musulmanes", se plegó a estas restricciones y adoptó una posición
relativamente moderada y "conciliadora". El movimiento obtenía
importantes sumas de dinero de algunos de sus miembros, que se habían exiliado
en Arabia Saudí en los años 50 y que habían hecho fortuna gracias al boom
petrolífero.41 Los Hermanos Musulmanes pudieron así construir "un modelo
alternativo, el de un Estado musulmán" con "sus bancos, sus servicios
sociales, sus redes educativas y... sus mezquitas."42
Esto redujo su influencia sobre una nueva generación de
islamistas radicales que habían surgido, como los Hermanos Musulmanes en su
origen, de las universidades y de la capa empobrecida de la pequeña burguesía
"moderna". Estos nuevos islamistas radicales asesinaron al Presidente
Sadat en 1981 y desde entonces han llevado a cabo una lucha armada contra el
Estado y la inteligencia laica:
"Lo que conocemos como fundamentalistas en Egipto, es una
minoría de personas que incluso luchan contra los Hermanos Musulmanes (...)
Estos grupos están compuestos esencialmente de jóvenes (...) son gente muy
pura, dispuestos a sacrificar su vida y darlo todo por la causa (...) Sirven de
punta de lanza a los diferentes movimientos; pues son capaces de llevar a cabo
acciones terroristas."43
Las asociaciones islamistas de estudiantes que llegaron a
dominar las universidades egipcias durante el mandato del Presidente Sadat,
"constituían la verdadera organización de masas del movimiento
islámico."44Surgieron como reacción a las condiciones en las universidades
y a las sombrías perspectivas profesionales, propuestas a los estudiantes que
obtenían su diploma:
"El número de estudiantes, poco menos de 200.000 en 1970,
superó en 1977 el medio millón (...) La intención loable y democrática de
dispensar al máximo número de niños del país una enseñanza superior gratuita,
formadora de expertos como la base del desarrollo, tuvo como efecto, por falta
de medios, una educación a la baja cuyo coste, en pérdida de tiempo y energía,
es ampliamente superior a los beneficios."45
El hacinamiento es un problema, particularmente agudo, para las
estudiantes que se ven sometidas a toda clase de acosos en las aulas y en los
autobuses sobrecargados. En respuesta a esta situación:
"Las jama’at islamiyya[asociaciones islámicas] deben su
considerable fuerza a su capacidad para identificar estos problemas y dar
soluciones inmediatas: la utilización de fondos procedentes de los sindicatos
de estudiantes para asegurar un servicio de minibuses para las estudiantes
[dando prioridad a las que llevaban velo], llamando a la separación de sexos en
las aulas, la organización de grupos [que se reunían en las mezquitas]
encargados de revisar los cursos, y de publicar ediciones baratas para que
todos pudieran tener acceso a los textos esenciales."46
Los jóvenes diplomados no escapan a la pobreza endémica que
golpea a una gran parte de la sociedad egipcia:
"Todo diplomado tiene derecho en Egipto a un puesto en la
función pública. Arma absoluta contra el no-empleo, esta ley es la proveedora
por excelencia de un gigantesco paro disfrazado que llena las oficinas de una
administración pletórica, donde la productividad del trabajo es tan débil como
mal retribuida (...) El servidor del Estado puede ciertamente alimentarse
comprando los productos subvencionados por el Estado, de venta en las
cooperativas, pero apenas puede rebasar este nivel de subsistencia alimentaria
(...) El doble o triple trabajo es el premio de cada funcionario (...) Cuántos
administrativos, en alguno de los innumerables departamentos ministeriales o
cuántos maestros, no son a partir de medio día, albañiles o conductores de
taxi; trabajos que realizan tan mal que podrían ser realizados por analfabetos
(...) Una campesina analfabeta que llega a la ciudad y logra colocarse como
criada en casa de un khawaga [extranjero] cobra un salario que es más o menos
el doble del de un profesor adjunto universitario."47
La única manera de salir de este aprieto es encontrar un empleo
en el extranjero, en particular en Arabia Saudí y en los Países del Golfo. Y
esto no es solamente un medio para salir de la pobreza, es para la mayoría de
ellos una condición necesaria para el matrimonio, en una sociedad en las que
las relaciones sexuales antes del matrimonio no son frecuentes.
Los islamistas supieron articular estos problemas utilizando un
discurso religioso. Como escribió Kepel con relación a un dirigente de una de
las primeras sectas islamistas, su posición no significa que: "esté a
punto de comportarse como un fanático salido de otro siglo (...) sino que
incide, a su manera, sobre un problema crucial de la sociedad egipcia
contemporánea."48
Como en Argelia, una vez construida su base de masas en las
universidades, los islamistas pueden extender su influencia a un medio más
amplio, el de los barrios pobres de las ciudades donde los estudiantes o
antiguos estudiantes se mezclan con la masa de desheredados buscando
desesperadamente sobrevivir. Esta nueva implantación comenzó después de la
violenta represión, llevada a cabo por el régimen, contra el movimiento
islamista en las universidades, después de las negociaciones de paz con Israel
a finales de los 70.
"Es el punto de partida de la expansión al mundo no
estudiantil de la predicación de los jama’at islamiyya. Cuadros y agitadores
islamistas van a predicar al pueblo para reclutar nuevos adeptos en los barrios
populares. Sea lo que sea, este acoso, lejos de detener a los jama’a, les da un
segundo aliento (...) El mensaje de los jama’a comienza a oírse más allá del
mundo estudiantil. Los cuadros y los agitadores islamistas se fueron a predicar
a los barrios obreros."49
El islam radical como movimiento social
La base de clase del islamismo es similar a la del fascismo
clásico y a la del fundamentalismo hindú del BJP, del Shiv Sena y del RSS en la
India. Todos estos movimientos han reclutado a sus miembros tanto en el seno de
la clase media de "cuello blanco" y en el medio estudiantil, como
entre los comerciantes y los miembros de profesiones liberales de la pequeña
burguesía tradicional. Este aspecto, unido a la hostilidad de la mayoría de los
movimientos islamistas hacia la izquierda, los derechos de la mujer y las ideas
laicas, ha llevado a muchos socialistas y liberales a denunciar a estos
movimientos como fascistas. Esto es un grave error.
La base social pequeñoburguesa no ha sido patrimonio del
fascismo, es igualmente una característica del jacobismo, de los nacionalistas
del Tercer Mundo, del estalinismo maoísta y del peronismo. Los movimientos
pequeñoburgueses sólo se convierten en fascistas cuando aparecen en una fase
precisa de la lucha de clases y juegan un rol específico. Este rol no es
solamente el de movilizar a la pequeña burguesía, sino el de explotar la
amargura que se experimenta ante la crisis que el sistema les hace soportar,
transformándola en bandas de violentos, dispuestos a servir al capital en su
proyecto de destrucción de las organizaciones obreras.
Es por eso que los movimientos hitleriano y mussoliniano eran
fascistas, mientras que por ejemplo el movimiento peronista en Argentina no lo
era. Si bien Perón cogió prestados ciertos temas de la iconografía fascista,
tomó el poder en circunstancias excepcionales que le permitieron incorporar y
corromper las organizaciones de trabajadores, utilizando la intervención del
Estado para desviar las ganancias de los grandes capitalistas financieros hacia
la expansión industrial. Durante los seis primeros años de su reinado, un
conjunto específico de circunstancias permitieron que los salarios reales
aumentaran aproximadamente un 60%. Es todo lo contrario a lo que se hubiera
producido bajo un régimen verdaderamente fascista. Sin embargo, la
intelectualidad liberal y el Partido Comunista argentino continúan calificando
al régimen de "peronismo nazi", que es lo que hace hoy la mayor parte
de la izquierda respecto al islamismo.50
Los movimientos de masas islamistas, en Argelia o en Egipto,
desempeñan un papel diferente al del fascismo. No están prioritariamente
dirigidos contra las organizaciones obreras y, no ofrecen sus servicios a los
sectores dominantes del capital para resolver sus problemas, a costa de los
trabajadores. Están a menudo implicados en enfrentamientos armados contra las
fuerzas del Estado, lo que raramente sucede en el caso de los partidos
fascistas. Lejos de ser los agentes directos del imperialismo, estos
movimientos han adoptado eslóganes y emprendido acciones antiimperialistas que
han perjudicado, considerablemente, los importantes intereses de capitalistas
nacionales e internacionales (en Argelia durante la guerra del Golfo, en Egipto
contra "la paz" con Israel, en Irán contra la presencia
norteamericana después del derrocamiento del sha).
A finales de los 70, la CIA había conseguido la colaboración de
los servicios secretos paquistaníes, así como de los Estados pro-occidentales
de Oriente Medio con el fin de armar a miles de voluntarios, salidos de esta
región, para combatir a los soviéticos en Afganistán. Cuando estos voluntarios
regresaron a sus países, se dieron cuenta de que habían combatido por los
intereses de EEUU cuando creían combatir "por el islam". Constituyen
ahora un núcleo duro de oponentes a casi todos los gobiernos que los empujaron
a luchar. Incluso en Arabia Saudí, donde el Estado utiliza todos sus medios
para imponer la interpretación wahabista ultra-puritana de la sharia islámica
(la ley religiosa), la oposición reivindica hoy el apoyo de "los miles de
combatientes afganos", asqueados de la hipocresía de una familia real,
cada vez más integrada en la clase capitalista dominante internacional. La
familia real saudí se ha vuelto contra los que apoyaba en el pasado, ha
suspendido toda ayuda financiera al FIS argelino por apoyar a Irak durante la
Guerra del Golfo, al igual que ha deportado al millonario saudí Bin Laden por
financiar a los islamistas egipcios.
Quienes, en la izquierda, no ven en el islamismo más que a un
movimiento "fascista" no tiene en cuenta el efecto desestabilizador
de los movimientos islamistas sobre los intereses capitalistas en Oriente Medio
y, acaban por colocarse al lado de los Estados, que son los aliados más fieles
del imperialismo y del capitalismo local. Es la actitud que adoptaron, en
particular, quienes dentro de la izquierda egipcia estaban influenciados por
los vestigios del stalinismo. Fue, igualmente, el caso de gran parte de la
izquierda en Irán, en la fase final de la guerra entre Irán e Irak, cuando el
imperialismo americano envió su flota para combatir a Irán al lado de Irak. Y
existe el peligro de que le ocurra a la izquierda laica en Argelia, donde una
guerra civil está a punto de estallar entre los islamistas y el Estado.
Pero si bien es falso caracterizar los movimientos islamistas de
"fascistas", también es incorrecto calificarlos pura y simplemente de
"antiimperialistas" o "antiestatales". No se conforman con
combatir a las clases y a los Estados que explotan y dominan a la mayoría de la
población, sino que igualmente luchan contra la laicidad, las mujeres que
rechazan doblegarse a la noción islámica de "pudor", contra la
izquierda y, en ciertos casos muy importantes, contra las minorías étnicas o
religiosas. Los islamistas argelinos establecieron su influencia sobre las
universidades a finales de los 70 y principios de los 80 organizando, con la
complicidad de la policía, "expediciones de castigo" contra la
izquierda. La primera persona a la que asesinaron no era un representante del
Estado, sino un militante trotskista. Con motivo de la feria del libro de 1985,
denunciaron el Hard-Rock Magazine, la homosexualidad, las drogas y la música
punk. En las ciudades argelinas donde establecieron sus feudos, organizaron
ataques contra las mujeres que osaban enseñar una pequeña parte de su piel. La
primera manifestación del FIS en 1989 fue en respuesta a las manifestaciones
"feministas" y "laicas",denunciando la violencia islámica,
de la que las mujeres eran las principales víctimas.51 Su hostilidad no se
manifiesta solamente contra el Estado y el capital extranjero, sino también
contra más de un millón de ciudadanos argelinos que, por la educación recibida,
de la que no son responsables, tienen como primera lengua el francés, y también
contra el 10% de la población que habla bereber en lugar de árabe.
Igualmente, en Egipto, los grupos islamistas armados asesinan
laicos e islamistas que están en profundo desacuerdo con ellos. Animan a los
musulmanes al odio comunitario, intentando alentar pogromos, contra la minoría
copta, que representa el 10% de la población. En Irán, entre 1979 y 1981, el
ala jomeinista del islamismo ejecutó a más de 100 personas por "crímenes
sexuales", como la homosexualidad y el adulterio. Sus seguidores
excluyeron a las mujeres del sistema judicial y organizaron bandas de asesinos,
los Hezbolá, para atacar a las mujeres sin velo y a los militantes de izquierda.
La represión que dirigieron contra los islamistas de izquierda, los Muyahidín
del Pueblo, provocó miles de víctimas. En Afganistán, las organizaciones
islamistas que habían mantenido una larga y sangrienta guerra contra la
ocupación soviética, se masacraron entre ellas con armamento pesado después de
la salida de los rusos. Zonas enteras de Kabul fueron totalmente destruidas.
Incluso cuando los islamistas destacan su
"antiimperialismo", a menudo no dan en el blanco. El imperialismo de
hoy no se identifica con una dominación directa de las potencias occidentales
sobre el Tercer Mundo, sino que es un sistema mundial de clases capitalistas
independientes ("privadas" y Estatales), integradas en un mercado
mundial único. Ciertas clases dominantes son más potentes que otras. El control
que ejercen sobre el acceso a los intercambios comerciales y sobre el sistema
bancario -y a veces la fuerza pura y simple- les permite imponer sus propias
condiciones. Estas clases dominantes están a la cabeza del sistema de
explotación, pero justo por debajo se encuentran las clases dominantes de los
países menos ricos, las cuales están arraigadas en su economía nacional. Éstas
también se benefician del sistema, integrándose cada vez más en las dominantes
redes multinacionales, e invirtiendo en las economías de países avanzados
(aunque a veces se revuelven contra los "de arriba").
El sufrimiento que soporta la gran mayoría de la población, no
es debido, únicamente, a las grandes potencias imperialistas y a sus agentes
como el Banco Mundial y el FMI; también es el resultado de la participación
entusiasta en la explotación de capitalistas menos poderosos y de sus Estados,
que son directamente responsables de la introducción de medidas que empobrecen
a la gente y le destrozan la vida. Bajo su responsabilidad la policía y las
prisiones son utilizadas para aplastar a todo tipo de resistencia.
La diferencia respecto al imperialismo clásico de los imperios
coloniales, cuando los colonos occidentales controlaban el Estado y tenían la responsabilidad
de la represión, es grande. Las clases explotadoras autóctonas oscilaban
entonces entre la resistencia al Estado (cuando éste intentaba atentar contra
sus intereses) y la colaboración con él (como muralla contra esos que ellos
mismos explotaban). No estaban, necesariamente, en los puestos de vanguardia en
la defensa del sistema de explotación contra la revolución. Lo están hoy.
Forman parte del sistema, a pesar de sus disputas ocasionales. No jugarán, de
ahora en adelante, más el rol de oponentes ambivalentes.52
Por consiguiente, toda ideología que se conforme con considerar
al imperialismo extranjero como al enemigo a abatir, elude todo cuestionamiento
serio del sistema. Expresa la amargura y la frustración de la población, pero
desvía el ataque contra sus verdaderos enemigos. Esto es verdad para la mayor
parte de las diferentes versiones del islamismo, así como para la mayoría de
los diferentes nacionalismos tercermundistas de hoy; designan un enemigo bien
real, el sistema mundial y se enfrentan a veces violentamente al Estado, pero
ocultan las responsabilidades de la mayoría de la burguesía local que es, sin
embargo, el compañero más perdurable del imperialismo.
Un estudio llevado a cabo por Abrahamian, sobre el jomeinismo en
Irán, compara a éste con el peronismo y sus formas similares de
"populismo":
"Jomeini retomó los temas más radicales (...) en algún
momento parecía incluso más radical que los marxistas, pero continuaba
defendiendo la propiedad pequeñoburguesa. Este radicalismo pequeñoburgués lo
aproximaba a los populismos latinoamericanos y en particular al
peronismo."53
Abrahamian prosigue:
"Por «populismo» entiendo un movimiento de clases medias
poseedoras que moviliza a las clases inferiores, en particular a los pobres de
las ciudades, gracias a una retórica radical dirigida contra el imperialismo,
el capitalismo extranjero y el establishment político (...) Los movimientos
populistas prometen aumentar considerablemente el nivel de vida y convertir al
país en independiente de las potencias extranjeras. Lo que es más importante
todavía, al atacar al status quo mediante esta retórica radical,
intencionadamente no llegan a amenazar a la pequeña burguesía ni al principio
de propiedad privada. Los movimientos populistas insisten pues, inevitablemente
sobre la importancia, no de una revolución socioeconómica, sino sobre una
reconstrucción cultural, nacional y política."54
Los mencionados movimientos suelen confundir los problemas, al
sustituir una lucha real contra el imperialismo, por una lucha puramente
ideológica contra lo que ven como sus efectos culturales. Para ellos, es el
"imperialismo cultural" y no la explotación lo que es la fuente de
los problemas. La lucha no va dirigida contra las fuerzas que están realmente
implicadas en el empobrecimiento de la gente, sino contra los que hablan
lenguas "extranjeras", los que aceptan otras religiones o los que
rechazan los modos de vida supuestamente "tradicionales".
Esto viene bien a ciertos sectores de la clase capitalista
local, a los que no les importa practicar "la cultura autóctona", al
menos en público. Beneficia igualmente a miembros de la clase media que,
purgando a una parte de la antigua oficialidad, hacen avanzar su propia
carrera. Pero todo esto limita el peligro que representan tales movimientos
para el imperialismo como sistema.
El islamismo moviliza la ira popular, pero también la ahoga.
Alienta la voluntad de actuar pero la orienta hacia un callejón sin salida.
Desestabiliza la máquina estatal, al tiempo que frena la lucha real contra el
Estado.
El carácter contradictorio del islamismo procede de la base
social de sus principales cuadros. La pequeña burguesía, como clase, no puede
tener una política independiente y coherente. Esto ha sido aplicable a la
pequeña burguesía tradicional: comerciantes y miembros de profesiones liberales
que trabajan por su cuenta, que han estado siempre atenazados entre un deseo de
seguridad, que los impulsaba hacia el conservadurismo y la esperanza de un
cambio radical, que los beneficiara individualmente. Pero actualmente esto
también es cierto para la nueva clase pequeñoburguesa empobrecida -o para la
potencial clase media integrada por estudiantes desocupados, aún más pobres- en
los países menos avanzados económicamente. Éstos pueden soñar con la edad de oro
de épocas anteriores. Pueden pensar que su futuro depende del progreso social
provocado por una transformación revolucionaria. Pero también pueden echar la
culpa a otros sectores de la población que se benefician de un dominio
"injusto" sobre los empleos de la clase media, impidiendo así
realizar sus aspiraciones: los sectores en el punto de mira son esencialmente
las minorías étnicas y religiosas, los que hablan una lengua diferente y las
mujeres trabajadoras que hacen caso omiso al "respeto por la tradición".
La posición que estas clases medias adopten, no depende
solamente de factores materiales inmediatos, sino que depende también de las
luchas a escala nacional e internacional. Así, en los años 50 y 60, los
combates anticolonialistas inspiraron a la mayoría de la potencial clase media
del Tercer Mundo. Era comúnmente aceptado que la vía a seguir era un desarrollo
económico controlado por el Estado. La izquierda laica, o al menos sus
tendencias nacionalistas y estalinistas, representaba esta visión de las cosas
y ejercía cierta hegemonía en las universidades. En este estado de cosas,
incluso los que habían tenido, inicialmente, una orientación religiosa fueron
atraídos por lo que era considerado como la izquierda -por ejemplo la guerra
del Vietnam contra los americanos o la denominada revolución cultural en China-
y comenzaron a rechazar el pensamiento religioso tradicional, especialmente
sobre la cuestión de las mujeres. Es lo que sucedió con las teologías de la
liberación católicas en América Latina y con los Muyahidín del Pueblo en Irán.
Incluso en Afganistán, los estudiantes islamistas:
"Organizaron manifestaciones antisionistas durante la
guerra de los seis días, contra la política americana en Vietnam y los
privilegios de la clase dominante. Se oponían violentamente a ciertas
personalidades tradicionalistas, al Rey y sobre todo a su primo Daud (...)
Protestaban contra la influencia que el extranjero -tanto la Unión Soviética
como Occidente- ejercía sobre Afganistán, así como contra los que habían especulado
durante la hambruna de 1972, pidiendo que el enriquecimiento personal fuera
controlado."55
El final de la década de los 70 y el comienzo de los 80,
estuvieron marcados por un cambio de clima político.
Por una parte, las masacres en Camboya, la miniguerra entre
Vietnam y China, el deslizamiento de ésta hacia el campo americano, provocaron
una desilusión general con respecto al pretendido modelo "socialista"
encarnado por los Estados de la Europa del Este. Los acontecimientos de finales
de los 80 en los países del Este y en la URSS no hicieron más que aumentar esta
desilusión.
La decepción fue todavía más brutal en algunos países de Oriente
Medio. Los regímenes locales habían pretendido construir versiones nacionales
de "socialismo", más o menos calcadas del modelo de los países del
Este. Incluso los que desde la izquierda criticaban a sus gobiernos, tenían
tendencia a aceptar este proyecto y a identificarse con él. Así en las
universidades argelinas a comienzos de los 70, la izquierda se ofreció voluntaria
para ayudar en la implantación de la reforma agraria en los campos, a pesar de
que el régimen ya había reprimido una organización de estudiantes de izquierda
y que mantenía un control policial sobre las universidades. En Egipto, los
comunistas continuaban viendo en Nasser a un socialista, incluso después de que
los hubiese enviado a prisión. Para muchos, la desilusión respecto al régimen
se volvió, igualmente, una desilusión con respecto a la izquierda.
Por otra parte, asistimos al surgimiento de algunos Estados
islámicos como fuerza política; la toma del poder por Gadafi en Libia, el
embargo petrolífero decretado por Arabia Saudí contra Occidente después de la
guerra árabe-israelí de 1973 y, después, la espectacular puesta en escena
revolucionaria de la República Islámica iraní, en 1979.
Los mismos sectores de estudiantes y de jóvenes que durante
cierto tiempo habían girado hacia la izquierda, comenzaron a sentirse atraídos
por el islamismo. En Argelia, por ejemplo: "Jomeini ocupa de repente el
lugar de Lenin, Mao o Guevara, en la imaginación de cierta juventud
musulmana."56
El cambio inminente y radical que parecían proponer los
movimientos islamistas les valdría un enorme apoyo. Los dirigentes de estos
movimientos triunfaron.
Sin embargo, las contradicciones del islamismo no
desaparecieron, sino que surgieron con fuerza en el siguiente decenio. El
islamismo, lejos de ser invencible, es víctima de sus propias tensiones
internas, que en varias ocasiones han enfrentado a sus partidarios. La historia
del islamismo en los años 80 y 90, como la del stalinismo en Oriente medio en
los años 40 y 50, estuvo marcada por los choques, las traiciones, las
escisiones y la represión.
Conclusiones
La izquierda ha cometido un error al considerar a los
movimientos islamistas ya sea como reaccionarios y "fascistas", o sea
como "anti-imperialistas" y "progresistas". El islamismo
radical, con su proyecto de reconstrucción de la sociedad sobre la base del
modelo establecido por Mahoma en la Arabia del siglo VII, es de hecho una
"utopía" salida de una fracción desposeída de la pequeña burguesía.
Como en toda "utopía pequeñoburguesa", sus partidarios se ven
obligados a elegir entre una lucha heroica, pero desesperada, para imponer esta
utopía a quienes dirigen la sociedad o bien comprometerse con ellos,
facilitando así un barniz ideológico a la perpetuación de la opresión y la
explotación. Esto conduce inevitablemente a escisiones entre el ala radical y
terrorista del islamismo, y el ala reformista. Conduce también a un cierto número
de radicales a pasar de utilizar las armas, con el fin de crear una sociedad
libre de opresores, a utilizar estas mismas armas para imponer a las personas
"comportamientos islámicos".
Los socialistas revolucionarios no podemos considerar a los
pequeñoburgueses utópicos como a los principales enemigos. Ellos no son los
responsables del sistema capitalista mundial, del sometimiento de millones de
personas a la dinámica ciega de la acumulación capitalista, del saqueo de
continentes enteros por los bancos o de las maniobras y conspiraciones que han
provocado una sucesión de guerras espantosas desde la proclamación del
"Nuevo Orden Mundial". No han sido responsables de los horrores de la
guerra entre Irán e Irak que comenzó por la voluntad de Saddam Hussein de hacer
un favor a los EEUU y las monarquías del Golfo, y terminó con la intervención
americana al lado de Irak. Tampoco de las masacres en el Líbano, con la
ofensiva de los falangistas, la intervención siria contra la izquierda y la
invasión israelí que crearon las condiciones que dieron nacimiento al
militantismo chiíta. No son tampoco responsables de la Guerra del Golfo, con
sus "daños quirúrgicos" sobre los hospitales de Bagdad y la masacre
de 80.000 personas que huían de Kuwait hacia Basora. La pobreza, la miseria,
las persecuciones, la negación de los derechos humanos seguirían existiendo
todavía en países como Egipto y Argelia aunque mañana desaparecieran los
islamistas.
Por todas estas razones, los socialistas revolucionarios no
podemos dar nuestro apoyo al Estado contra los islamistas. Los que le dan su
apoyo, justificándolo en la amenaza que los islamistas hacen pesar sobre los
valores seculares, no hacen más que facilitarles la tarea de presentar a la
izquierda como a un componente de la conspiración, "impía" y
"secular", de los opresores contra los sectores más pobres de la
sociedad. Repiten los errores cometidos por la izquierda en Argelia y Egipto,
cuando alabaron a los regímenes que no hacían nada por la población, presentándolos
como "progresistas", errores que permitieron a los islamistas crecer.
Olvidan que todo apoyo prestado por el Estado a los valores seculares es
puramente accidental: cuando le convenga, firmará un acuerdo con los islamitas
más conservadores para imponer partes de la sharia -en particular las que
imponen duros esfuerzos a la población- a cambio de su colaboración, con el fin
de mantener a distancia a los radicales y destruir su esperanza de acabar con
la opresión. Es lo que sucedió en Pakistán bajo Zia y en el Sudán de Nimayri, y
es más o menos la solución que la administración Clinton aconsejó a los
generales argelinos.
Pero los socialistas revolucionarios no pueden tampoco apoyar a
los islamistas. Esto equivaldría a sustituir una forma de opresión por otra, a
reaccionar a la violencia estatal con el abandono de la defensa de las minorías
religiosas y étnicas, de las mujeres y de los homosexuales; de comprometerse
con la práctica de la utilización de chivos expiatorios que permiten continuar
con la explotación capitalista sin estorbos, a condición de que adopte formas
"islámicas". Sería abandonar la finalidad de una práctica socialista
independiente, basada en la lucha de los trabajadores, arrastrando y
organizando a todos los oprimidos y los explotados, por un seguidismo de una
utopía pequeñoburguesa que no puede tener éxito.
Los islamistas no son nuestros aliados. Son los representantes
de una clase que intenta influir sobre la clase trabajadora y que, cuando lo
consigue, atrae a los trabajadores ya sea hacia un aventurismo inútil y
desastroso, o sea hacia una capitulación reaccionaria ante el sistema o, como
ocurre a menudo, a una cosa tras otra.
Pero esto no quiere decir que podamos tomar una postura
abstencionista e indiferente respecto a los islamistas. Éstos surgen de grupos
sociales muy numerosos que sufren bajo la sociedad actual. Sus deseos de
revolución podrían ser canalizados hacia objetivos progresistas, si estuvieran
inspirados por un ascenso de luchas obreras. Incluso cuando el nivel de luchas
no crece, muchos de los que se sienten atraídos por versiones radicales del
islamismo pueden ser influenciados por los socialistas revolucionarios, siempre
y cuando éstos combinen una independencia política, en relación a todas las
formas de islamismo, con una voluntad de aprovechar las oportunidades, para
atraer a individuos islamistas hacia formas de lucha auténticamente radicales.
El islamismo radical está lleno de contradicciones. La pequeña
burguesía se impulsa siempre en dos direcciones. Hacia la rebelión radical
contra la sociedad y, hacia el compromiso con ella. Es por lo que el islamismo
oscila entre la rebelión dirigida a lograr una insurrección completa de la
comunidad musulmana y el compromiso, a fin de imponer reformas
"islámicas". Estas contradicciones se expresan inevitablemente en
conflictos agudos, a menudo violentos, en el interior de los grupos islámicos.
Los que consideran al islamismo como un monolito, completamente
reaccionario, olvidan que surgieron conflictos entre los islamistas sobre la
postura a adoptar cuando Arabia Saudí e Irán estaban en campos opuestos durante
la guerra entre Irán e Irak. Divergencias que años después llevaron al FIS
argelino a romper con sus patrocinadores sauditas, o a los islamistas de
Turquía a organizar manifestaciones pro-iraquíes, organizadas e impulsadas
desde las mezquitas, que a su vez fueron financiadas por los sauditas, durante
la Guerra del Golfo y están también los violentos enfrentamientos armados entre
ejércitos islamistas rivales en Afganistán. Hay divergencias en el seno de la
organización Hamas, entre los palestinos, sobre la aceptación o el rechazo de
un compromiso con la corrupta administración palestina de Arafat -y como
consecuencia indirectamente con Israel- con relación a la introducción de leyes
islámicas. Tales diferencias de actitud surgen, necesariamente, una vez que el
islam "reformista" establece acuerdos con Estados integrados en el
sistema mundial, pues cada uno de estos Estados es rival de otros y establece
sus propias alianzas con los imperialistas dominantes.
Divergencias similares son susceptibles de surgir cada vez que
el nivel de luchas obreras crece. Quienes financian las organizaciones
islamistas quieren que cesen estas luchas, quieren hacerlas desaparecer.
Algunos jóvenes islamistas radicales, por el contrario, apoyarán
instintivamente la lucha. Los dirigentes de las organizaciones estarán atados,
murmurando sobre la necesidad, para los empresarios de ser caritativos y para
los trabajadores de dar muestras de paciencia y perdón.
Finalmente, el desarrollo mismo del capitalismo fuerza a los
dirigentes islamistas a hacer malabarismos ideológicos cuando se aproximan al
poder. Oponen "valores islámicos" y "valores occidentales".
Pero lo que se llaman valores occidentales no tienen raíces en ninguna cultura
europea mítica. Encuentran su origen en el desarrollo del capitalismo de los
dos últimos siglos.
Así, hace un siglo y medio, la actitud mayoritaria en el seno de
la pequeña burguesía británica con respecto a la sexualidad era muy similar a
la predicada hoy por los partidarios del resurgir musulmán (la sexualidad fuera
del matrimonio estaba prohibida, y en ciertos aspectos, las mujeres tenían
menos derechos de los que garantizan la mayoría de las versiones del islam; la
herencia estaba reservada al hijo mayor, mientras que el islam atribuye a la
hija la mitad de la parte del chico; no existía derecho al divorcio, mientras
que el islam concede este derecho en un número muy limitado de casos). El
cambio en las actitudes inglesas no es atribuible ni a elementos inherentes a
la psicología occidental, ni a unos pretendidos "valores
judeocristianos", sino al impacto del capitalismo en el desarrollo: la
necesidad de la fuerza de trabajo femenino obligó a cambiar ciertas actitudes
y, lo que es más importante, colocó a las mujeres en una posición social que
les permitió reivindicar cambios más importantes.
Incluso en países donde la Iglesia católica había sido
inmensamente poderosa, como en Irlanda, Italia, Polonia o Estado español, tuvo
que aceptar, de mala gana, una disminución de su influencia.
Los países donde el islam es la religión del Estado, no podrán
inmunizarse de las presiones que les empujan hacia cambios similares, por mucho
que se esfuercen.
La experiencia de la República Islámica Iraní nos lo demuestra.
A pesar de toda la propaganda oficial que desea que el rol principal de las
mujeres sea el de madres y esposas, y a pesar de todas las presiones ejercidas
para excluirlas de determinadas profesiones como la justicia, la proporción de
mujeres trabajadoras ha aumentado ligeramente. Continúan representando el 28%
de los empleados estatales, el mismo porcentaje que había en el momento de la
Revolución.57 En este contexto el régimen decidió cambiar su política de
control de natalidad; el 23% de las mujeres utilizan anticonceptivos,58 y en
ciertos casos se ha suavizado la obligación de llevar velo. Si bien en el
ámbito del divorcio y de la familia, las mujeres no tienen iguales derechos que
los hombres, conservan el derecho al voto, hay varias diputadas, van a la
escuela, disponen de una cuota de plazas universitarias en todas las
disciplinas y son incitadas a seguir estudios de medicina y un entrenamiento
militar.59
Abrahamian apunta a propósito de Jomeini:
"Sus discípulos más próximos se burlaban a menudo de los
«tradicionalistas» a los que calificaban de «chapados a la antigua». Les
acusaban de estar obsesionados por la pureza ritual; de impedir a sus hijas ir
a la escuela; de imponerles el velo incluso fuera de toda presencia masculina;
de rechazar las actividades intelectuales tales como el arte, la música o el
ajedrez y, lo peor de todo, a rehusar la utilización de medios como la prensa,
radio y televisión."60
Nada de todo esto nos debería sorprender. Quienes dirigen el
capitalismo y el Estado iraníes no pueden prescindir de la mano de obra
femenina presente en sectores clave de la economía. Y los sectores de la
pequeña burguesía que han constituido la columna vertebral del PRI, habían
comenzado, a lo largo de los años 70, a enviar a sus hijas a la universidad y a
la búsqueda de empleo, precisamente porque querían disponer de ingresos
complementarios, con el fin de aumentar los ingresos de la familia y de
facilitar el matrimonio de sus hijas. No están dispuestos, ya en los años 80, a
abandonar estos ingresos por motivos religiosos.
Como cualquier otra ideología, el islamismo no puede bloquear el
desarrollo económico y social, aunque siempre aparecerán en su seno intentos de
este tipo, que encontrarán su expresión en violentos conflictos entre sus
partidarios.
Los jóvenes islamistas son, generalmente, los productos
inteligentes y sofisticados de la sociedad moderna. Leen libros y periódicos,
miran la televisión y están al corriente de todas las divisiones y
enfrentamientos que se producen en el interior de sus propios movimientos. Sean
cuales sean sus esfuerzos por cerrar filas cuando se enfrentan a los
"secularistas" de la izquierda o de la burguesía, han conocido y
conocen profundos debates en su seno que han creado dudas dentro del propio
movimiento, de la misma forma que los sectores pro-ruso y pro-chino del
estalinismo mundial, aparentemente monolítico, los tuvieron hace treinta años.
Los socialistas revolucionarios podemos aprovechar estas
contradicciones para conseguir que algunos de ellos pongan en duda su apego a
las ideas y a organizaciones islamistas, pero solamente si construimos
organizaciones independientes, que no puedan ser identificadas ni con los
islamistas ni con el Estado.
Sobre determinadas cuestiones estaremos en el mismo campo que
los islamistas; contra el imperialismo y contra el Estado. Fue el caso, por
ejemplo, de un gran número de países durante la Guerra del Golfo. Debería ser
también el caso de países como Francia o Gran Bretaña cuando se trata de
combatir el racismo. Allí donde los islamistas están en la oposición, nuestra
regla de conducta debe ser: "con los islamistas a veces, con el Estado
nunca".
Pero incluso en este caso, discrepamos de los islamistas en
cuestiones fundamentales. Defendemos el derecho a criticar la religión, así
como el derecho a practicarla. También defendemos el derecho a no llevar velo,
así como el derecho de las jóvenes que viven en países racistas como Francia, a
llevarlo si así lo desean. Nos oponemos a las discriminaciones que lleva a cabo
el gran capital, en países como Argelia, con respecto a los árabe hablantes
pero también nos oponemos a las discriminaciones de las que son víctimas los
bereberes, ciertas capas de la clase trabajadora o los sectores más bajos de la
pequeña burguesía, que fueron educados en lengua francesa. Sobre todo, nos
oponemos a todo acto que enfrente, basándose en cuestiones religiosas o
étnicas, a unos sectores de explotados y oprimidos contra otros. Esto significa
que lo mismo que defendemos a los islamistas contra el Estado, defendemos a las
mujeres, homosexuales, los bereberes o los coptos contra ciertos islamistas.
En el momento en que estemos en el mismo campo que los
islamistas, uno de nuestros deberes es el de polemizar con firmeza con ellos,
ofrecerles nuestra alternativa, y no solamente sobre la actitud de sus
organizaciones hacia la mujer y las minorías, sino también sobre una cuestión
fundamental: ¿necesitamos la caridad de los ricos o necesitamos cambiar y
destruir las relaciones de clase existentes?
En el pasado, la izquierda ha cometido dos errores frente a los
islamistas. El primero ha sido el de considerarlos como fascistas, con los que
no tenían nada en común. El segundo considerarlos como unos
"progresistas" a los que no habían que criticar.
Estos dos errores han contribuido a que los islamistas crezcan,
en detrimento de la izquierda, en la mayoría de los países del Oriente Medio.
Hace falta un enfoque diferente; considerar al islamismo como un producto de
una profunda crisis social que no puede resolver y, por lo tanto, luchar para
ganarse a algunos de sus jóvenes partidarios hacia otra perspectiva muy
diferente, independiente y socialista revolucionaria.
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