Un estudio reúne por
vez primera la relación epistolar entre el pintor surrealista y el poeta
Es una mezcla de
amistad, literatura, arte y flirteo
Salvador
Dalí (izquierda) y Federico García Lorca.
“Tú eres una borrasca cristiana y necesitas de
mi paganismo (...) yo iré a buscarte para hacerte una cura de mar. Será
invierno y encenderemos lumbre. Las pobres bestias estarán ateridas. Tú te
acordarás que eres inventor de cosas maravillosas y viviremos juntos con una
máquina de retratar (…)”. Así de apasionado escribe Salvador Dalí en el verano
de 1928 a su íntimo amigo Federico García Lorca. Era algo más, “un amor erótico
y trágico, por el hecho de no poderlo compartir”, aclararía el pintor en 1986,
en una carta al director publicada en EL PAÍS y dirigida a Ian Gibson, al que
acusa de subestimar sus relaciones con el poeta, “como si se hubiera tratado de
una azucarada novela rosa”.
La
relación entre estos dos genios se dio, con altibajos, entre 1923 y 1936, y dio
pie, colaboraciones artísticas aparte, a un intenso epistolario, una particular
conversación iniciada en 1925 y que, por vez primera, puede leerse en su
conjunto en Querido Salvador, Querido Lorquito (Elba), gracias a la
labor del periodista Víctor Fernández.
Tan
hábil como meticuloso, Fernández (que ha recuperado la erudita edición de las
cartas de Dalí que anotó el estudioso Rafael Santos Torroella) ha reunido
además la correspondencia que Lorca mantuvo también con el padre y la hermana
del pintor, Ana María Dalí, y con Lidia de Cadaqués, extravagante personaje que
se creía la reencarnación de La ben plantanda de Eugeni d’Ors. Tampoco
es tanto epistolario. De la cartas del pintor al poeta aún han sobrevivido una
cuarentena; de las de Lorca a Dalí, apenas siete. Fernández cree que la
explicación a la diferencia aparece si se busca a la mujer. En este caso, a
dos: “Una es Ana María, que vendió mucho material de archivo de su hermano tras
la Guerra Civil; la otra es Gala, que por celos destruyó otras muchas; entre
los papeles de García Lorca ha sido hallada una anotación que reza: “Gala no me
gusta”; luego se sabe que Lorca era uno de los temas no gratos en casa de los
Dalí cuando estaba Gala; entre los papeles del pintor hay cartas de Lorca
recortadas con tijeras; a esa documentación tenía acceso poquísima gente, entre
ellas la mujer del pintor”, sitúa Fernández.
En
una carta de Dalí a Lorca de 1928, comentando la aparición de ‘Romancero
gitano’, Dalí mezcla sexo y crítica literaria: “Federiquito, en
el libro tuyo (…) te he visto a ti, la bestiecita que eres, bestiecita erótica,
con tu sexo y tus pequeños ojos de tu cuerpo (…) tu dedo gordo en estrecha
correspondencia con tu p…”. (...) “Tu poesía se mueve dentro de la ilustración
de los lugares comunes más estereotipados y más conformistas”.
Tras
esas desapariciones está, según el compilador, la sombra de una pulsión
homosexual. La correspondencia, pespunteada de dibujitos de uno y otro y de
postales retocadas, “es un juego de seducción: Lorca da lo mejor de sí mismo,
tratando de encandilar con su palabra a un Dalí que quiere estar a la altura
intelectual del poeta. Uno intenta atrapar al artista en su tela de araña; el
otro deja hacer hasta cierto punto”, opina Fernández.
No
hay nada explícito en las cartas, ni tan siquiera una mención a la joven
Margarita Manso, con la que Lorca mantiene relaciones sexuales a petición del
propio Dalí, voyeur de un encuentro que fue una condición que impuso el
pintor para mantener relaciones con el poeta. El sacrificio de García
Lorca no sirvió de nada porque Dalí siguió sin ceder, en especial durante la
segunda estancia del poeta en Cadaqués, en 1927, como después haría público en
una soez entrevista con Max Aub.
El
pintor surrealista, sin embargo, se sabe atractivo a los ojos del poeta y juega
varias veces con las referencias sexuales. Lo practica incluso en una carta de
principios de septiembre de 1928 en el contexto de una dura crítica literaria
que el pintor hace a Lorca sobre su recién Romancero gitano (ver
despiece).
Algunos
estudiosos quisieron ver en esa misiva el inicio del final de la relación. “No
hubo ruptura sino distanciamiento”, apunta Fernández, quien recuerda que hay
correspondencia posterior y cita una carta en la que Lorca se ríe del pequeño
timo que un Dalí necesitado de dinero intentó perpetrar contra los padres del
poeta bajo el pretexto de que aún no había cobrado como escenógrafo de la obra
de su hijo Mariana Pineda.
El
distanciamiento sería aprovechado por Luis Buñuel, a su modo celoso, que va
haciendo “una labor de zapa en esa relación”; el cineasta, hasta entonces con
escaso eco intelectual y popular, acabaría realizando con Dalí el guion de Un
perro andaluz, título en el que Lorca siempre se sintió aludido.
El
mecanicismo, las películas de Buster Keaton, recomendaciones literarias de todo
tipo (con referencias a Joyce incluidas) y explicaciones de cómo van sus
respectivas obras, algunas comunes, van desfilando por las páginas de la
correspondencia, que Fernández ha trufado con algún inédito, como un dibujo que
el propio Dalí pidió que se llamara Lorca Dalí (1926), o una hoja de
carta de la finca de Coco Chanel, donde se hospedó Dalí, de 1938, y en la que
el artista dibujó una cabeza del ya asesinado García Lorca. “El poeta empezó a
aparecer en dibujos suyos tras su muerte”, explica Fernández.
Defiende
el compilador que Dalí tuvo una época lorquiana que dio frutos en doble
sentido. En Lorca: una Oda a Salvador Dalí, publicada en la Revista
de Occidente (y en apéndice en el libro): “Lorca no hizo nada así por nadie
más”; Dalí, por su parte, habría reflejado al granadino en las pinturas La
academia neocubista y en La miel es más dulce que la sangre, este
último un cuadro en paradero desconocido pero del que el libro recoge un
esbozo. Como obra en común quedará la pieza teatral Mariana Pineda, con
figurines del pintor.
A
Dalí le quedó la sensación de que podía haber evitado quizá la muerte de
Federico. “Creía que no insistió lo suficiente para que le acompañara a Italia
en 1936”. Cuando murió su esposa Gala, en 1982, Dalí se enrocó mentalmente y
viajó a su juventud en la Residencia de Estudiantes, donde en 1923 conoció a
Lorca y a Buñuel. En los huesos, negándose a comer, con 34 kilos, una de las
enfermeras que atendió a Dalí en ese final dijo que en todo ese tiempo sólo le
entendió una frase: “Mi amigo Lorca”.
Fuente: www.elpais.com
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