Artículos de Opinión | José Graziano da Silva* | 25-06-2013
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En
el año 2000 los países miembros de las Naciones Unidas se comprometieron a
crear "un mundo más pacífico, próspero y justo" y a "liberar a
los hombres, mujeres y niños de las condiciones lamentables e inhumanas de la
extrema pobreza". Los Objetivos de Desarrollo del Milenio establecieron
metas claras y fueron fundamentales a la hora de aunar esfuerzos e impulsar el
desarrollo en numerosos países.
No
es casualidad que el primero de estos objetivos tenga como meta reducir a la
mitad la proporción de personas que pasan hambre y viven en la pobreza extrema
en el mundo para el 2015. Derrotar el hambre y la pobreza extrema es requisito
indispensable para alcanzar los demás objetivos.
La
buena noticia es que se han hecho progresos. A la fecha de hoy, al menos 35
países ya han alcanzado esta meta. Entre ellos, 17 países han alcanzado incluso
un objetivo aún más ambicioso de reducir a la mitad el número total de personas
subnutridas, fijado en la Cumbre Mundial de la Alimentación organizada por la
FAO en 1996, incluyendo a Cuba, Guyana, Nicaragua, Perú, San Vicente y las
Granadinas y Venezuela.
No
obstante, no debemos olvidarnos de que incluso alcanzando la meta de reducir a
la mitad las personas que padecen hambre, la otra mitad continuaría sufriendo.
¿Qué decir a esta mitad?
Aún
hoy existen cerca de 870 millones de personas que pasan hambre, 49 millones de
ellas en América Latina y el Caribe. Nuestro objetivo debe ser garantizar la
seguridad alimentaria para todos, en línea con la Iniciativa América Latina y
el Caribe Sin Hambre 2025.
Para
alcanzar este objetivo necesitamos de un enfoque integral, vinculando los
ámbitos productivos y social, y que responda a las causas del hambre hoy. A
diferencia de cuando la FAO fue creada en 1945, la inseguridad alimentaria no
es hoy un tema de producción —existen alimentos suficientes en el mundo— sino
de acceso: en la mayoría de los casos, la gente simplemente no tiene ingresos
para comprar los alimentos que necesita o los recursos para producir lo
necesario.
Paradójicamente,
el 70 % de las personas en situación de hambre y pobreza extrema vive en zonas
rurales y muchos de ellos son agricultores de subsistencia. Si logramos que
estos campesinos incrementen su productividad, podremos conseguir que alimenten
no solo a sus familias sino sus aldeas y comunidades locales.
Y,
como varios países de América Latina y el Caribe están comprobando, cuando
logremos vincular la agricultura familiar con programas de protección social
como la alimentación escolar o transferencias condicionadas, podremos tener
resultados aún más positivos al mejorar la dieta de los niños y dinamizar las
economías locales.
Estamos
a menos de mil días del plazo para alcanzar los Objetivos de Desarrollo del
Milenio. Es el momento para un impulso final, que nos empujará también en
dirección al objetivo más ambicioso y necesario: erradicar el hambre.
Esta
debe ser una decisión tomada por toda la sociedad, a la vez que garantizar la
seguridad alimentaria es un deber del Estado. El derecho a la alimentación es
un derecho humano fundamental y no un acto de asistencialismo.
Cada
vez más países ven la lucha contra el hambre desde esa perspectiva de derechos
humanos, lo que facilitará nuestro camino. Quedó claro en el proceso de
consultas organizado por los gobiernos de Colombia y España —con el apoyo de la
Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO)
y el Programa Mundial de Alimentos (PMA)— para ayudar a definir los Objetivos
de Desarrollo Sostenible que entrarán en vigor en el 2015.
Somos
la primera generación que puede eliminar el hambre en el mundo. Mostremos que
también queremos hacerlo.
*Director
General de la FAO
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