Luis García Montero
27 junio 2013
Los
brotes verdes se han convertido en el argumento estrella de la publicidad
oficial. Los discursos políticos de nuestras autoridades son calendarios
diseñados para anunciar la primavera. España es un gran árbol seco de la raíz a
la copa, pero los ojos paternales del poder intuyen que en cualquier momento
van a estallar las hojas del empleo, el consumo y el crédito. Ya se ve la
salida de túnel, la luz esta ahí, pronto volverá a levantarse el trigo.
Lo
que fue una mentira electoral ruidosa –en cuanto ganemos las elecciones,
acabaran todos los problemas como por arte de magia-, se ha convertido en un
estribillo disciplinado que pasa de trimestre en trimestre y de año en año.
Estamos esperando que los brotes verdes se hagan realidad con la misma ilusión
que los habitantes de Villar del Río aguardaban la llegada de los americanos en
la película de García Berlanga. Hace falta volver a rodar historias como la de Bienvenido
Mister Marshall.
Luego
la primavera pasa de largo, no se cumple ninguna promesa, los dramas empeoran y
las cifras tienen más espinas que flores. La experiencia de la gente no
consigue adaptarse a la esperanza de los discursos, porque sólo encuentra más
dificultades cada día a la hora de buscar o conservar el trabajo y pagar la
hipoteca, los estudios de los hijos y las medicinas del enfermo. Rebelde por
naturaleza, la existencia cotidiana no descubre el verde por ningún sitio. Las
cifras son espejismos en la mesa de los trileros.
En
la ideología de los brotes verdes hay algo más peligroso que la distancia entre
los diagnósticos oficiales y la experiencia real. Me refiero a la utilización
del tiempo. El brote verde sitúa la gestión política de la crisis en el tiempo.
Parece que todos participamos en un viaje y que sólo nos falta llegar a la
meta. Las autoridades conducen el autobús, trabajan por nosotros, y a nosotros
nos queda aguantar las curvas en una actitud de espera. Mañana vamos a llegar,
el tiempo pasa, establece un camino, la felicidad nos recibirá con los brazos
abiertos.
Diseñar
la crisis como una cuestión de tiempo supone ocultar el espacio que vivimos
como un campo de batalla. Porque la gestión de esta crisis no se ha pensado
aquí según la estrategia del tiempo, según el ritmo de esos ciclos que han
marcado la economía capitalista. La lógica ha sido otra: aprovechar la
situación para desmantelar de forma agresiva los derechos laborales y los
servicios públicos conquistados por la democracia española. Unos logros
modestos si se comparan con las democracias consolidadas europeas, pero que las
élites económicas españolas no están dispuestas a permitir.
El
clasismo que el ministro Wert defiende de manera desvergonzada para la
educación, no es más que un reflejo del clasismo prepotente que han impuesto
los grandes poderes económicos españoles frente a las pequeñas y medianas
empresas, las clases medias y los trabajadores. Aquí no se han tomado medidas
contra el paro o a favor de la reactivación económica. La política de recortes,
austeridad y pérdida de derechos laborales ha ido encaminada a convertir el
empobrecimiento generalizado en el factor principal de la riqueza de las
élites. Por eso conviene recordar que no estamos en un viaje, sino en una
batalla. No parece lógico insistir en cuándo saldremos de la crisis,
sino en cómo vamos a salir de ella, qué tipo de trabajo van a
tener nuestros hijos, qué servicios públicos van a recibir los
ciudadanos, cuáles van a ser sus condiciones de vida. Lo importante no
es que fluya el dinero, sino el modo de producirlo y su reparto en la vida
cotidiana de la gente.
Las
estructuras del poder no han cambiado ni un centímetro por culpa de la crisis.
Ningún pacto parlamentario ha propiciado la pérdida real de privilegios de las
instituciones financieras, las grandes empresas, los poderes sociales y las
cúpulas políticas a su servicio. Si es posible esperar una alternativa, vivir
con esperanza, no es tanto por las hojas verdes que nos regalen después del viaje,
sino por el coraje democrático y cívico de una población dispuesta a dar la
batalla para defender sus derechos. Que esa población se organice para dar una
respuesta es el único pacto capaz de beneficiar los intereses de la mayoría de
los españoles. Entonces dejaremos de hablar del cuándo para discutir el cómo.
Fuente: www.publico.es
No hay comentarios:
Publicar un comentario