22/06/2013 - 20:22h
Caídos sí, no muertos, ya
postrados titanes
Miguel Hernández
Sospecho que Miguel Hernández,
el muchachón de Orihuela que dijo Neruda, anda en el limbo de los poetas
cívicos, olvidado y romo, lejos del puntiagudo brío de sus carnívoros
cuchillos. Pastoreando por igual cabras y sonetos, versos libres y la
sensualidad de la naturaleza, frecuentaba de joven la biblioteca pública y leía
a Virgilio y Verlaine gracias a su amigo Luis Almarcha, canónigo local, que con
el correr de los años llegó a obispo de León. La morralla española, mantilla y
rosario, echó sobre él, sobre su corazón nutriente, un capote de paseo, negro,
violentamente negro, hasta terminar con su vida, bronquitis, tifus y
tuberculosis, en la prisión de Alicante un 28 de marzo de 1942. Tenía 31 años y
la pluma llena de salvajes metáforas.
Poeta por convicción que le
brota del pecho y el estómago, casi un desparecido de la cultura ajena a la
resistencia antifranquista, el que será tenaz combatiente republicano, publica Perito
en lunas en Murcia, enero de 1933. La edición consta de 300 ejemplares y
aunque ha pasado ya por Madrid, frecuentado tertulias, pateado la calle sin
dinero, acarreado naranjas para regalar a sus benefactores y agitado un par de
cartas de recomendación, el libro enferma de indiferencia. Media docena de
distraídas reseñas. Llorará Hernández (Orihuela, 1910), en el melifluo hombro
de Lorca, consagrado ya, que le responderá con una breve nota de alabanza y
lejanos cumplidos. Arranca Hernández con tristeza de campesino y una poesía
culta, gongorina: el paso necesario. Su perseverancia superará el desafío.
Quiere ser poeta, ciudadano poeta, combatiente poeta, hortelano poeta, amante
poeta, todo, si puede ser, y poeta.
Anda Hernández cabizbajo y
ausente por este siglo XXI de extrañezas y extrañamientos, bajo la curtida piel
del cielo, en el reino oscuro del silencio. Salvo algunos especialistas,
investigadores del fonema, profesores de gruesa gafa, noctámbulos y
melancólicos, y sus afines ideológicos, cada vez menos (pese a las mareas de
protesta), su poesía está huérfana de lectores. Ha pasado demasiada agua bajo
el puente desde 1942, agua sucia, escoriada de franquismo y de la desmemoriada
democracia de mercado, para que sea reconocida la palabra de un escritor que
llevó el compromiso lírico a la batalla, a la barricada que separa la vida y la
muerte. Eso que se denominó compromiso -en 1930 era solo la lucha por la
dignidad humana frente al fascismo- la poesía social, de fuerte carga política
y humana, no está de moda. Poco a poco fue la Generación del 27, Dámaso Alonso
le consideró epígono del grupo, recobrando su sitio en el panteón: azares y
recomendaciones editoriales, amistad y guiños intelectuales. Con el paso del
tiempo, instalada la lógica cultural de la socialdemocracia de consumo,
inmersos en masificación del PSOE, los poetas salieron de sus tumbas.
Aniversarios, ediciones de obras completas, homenajes en el Círculo de Bellas
Artes, congresos a cargo de las diputaciones y pagadores varios:
reivindicaciones. Casi todos menos Miguel Hernández. Poeta y comunista. Demasiado
sintagma para nuestra pandereta nacional.
Repito la idea, círculo mágico
contra el culpable abandono, para hacerla visible en el texto. Como se repite
en Nanas de la cebolla la aterradora imagen de la herbácea, hija del
vientre de la tierra, convertida en “sangre de cebolla”. “Vuela niño en la
doble / luna del pecho. / Él, triste de cebolla. /Tú, satisfecho. / No te
derrumbes. / No sepas lo que pasa / ni lo que ocurre.” El tiempo se detiene y
veo a Hernández, voluntario en el Quinto Regimiento, cavando trincheras en
Cubas, afueras de Madrid, septiembre de 1936. Emilio Prados le sacará del duro
trabajo y empezará otras tareas, acorde con su talento, de agitación y
propaganda. Es el Hernández, si posible, más político, el que interioriza el
conflicto militar, el que observa la guerra como lucha de clases: la guerra de
España. El poeta ha luchado, miliciano, con el Campesino, y en Viento del
pueblo, publicaciones del Socorro Rojo Internacional, 1937, desplegará toda
su fuerza contenida, la pasión del combate justo. De Rosario, dinamitera
a Sentado sobre los muertos, pasando por El niño yuntero o Canción
del esposo soldado con el impresionante arranque “He poblado tu vientre de
amor y sementera”. Dedicado a Vicente Aleixandre, MH anotará en el prefacio:
“El pueblo espera a los poetas con la oreja y el alma tendidas al pie de cada
siglo”.
Cautivos y derrotados. La
República ha perdido la guerra. Esa que no podía ganar. La tierra se abre bajo
los pies de Hernández. El eminente Joaquín de Entrambasaguas, filólogo y
contable de almacén, manda destruir, abril de 1939, sin encuadernar, miles de
copias de El hombre acecha. El sendero del odio está custodiado por
gastrónomos como el citado catedrático. Poeta de la tierra, como si él mismo
fuera surco, polvo o trigo, poeta de atea religiosidad que escribe homenajes a
su hijo muerto, a Dolores Ibárruri, al hambre, a los soldados y pueblos de
España, su poderío le hace insoportable para los vencedores. Del verso libre al
encasillado soneto. Del soneto al verso libre. De Aleixandre a Neruda. Miguel
Hernández, culto y popular, niño pastor que no pudo estudiar, lector voraz y
subversivo, rompe las formas poéticas, desgarra las palabras, arrastra el ritmo
por los entresijos de su conciencia inquieta. Poco dado a elogios, Juan Ramón
Jiménez escribirá en El Sol, 23 de febrero de1936, de El rayo que no
cesa, “Tienen su empaque quevedesco los poemas, es verdad, su herencia
castiza. Pero la áspera belleza tremenda de su corazón arraigado rompe el
paquete y se desborda como elemental naturaleza desnuda.”
“No hay más historia de España
que la que ellos quieren”, se lee en Todo lo que se llevó el diablo
(Tusquets, 2010), de Javier Pérez Andújar. Ni historia ni relato. Hernández es
un fantasma delgado que recorre veredas y acequias con un zurrón lleno de pan y
queso, versos dulces y envenenados, que claman por salir del lugar perdido, más
allá de la mentira, que la cultura liberal, neoliberal o postliberal les ha
asignado. No es un G27 ni un G36. Su generación es un puñado de libros agrupados
en unos dóciles volúmenes, Obra Completa, I y II, Espasa Calpe, 1992. El
purgatorio de los escritores es un espacio cerrado, claustrofóbico, infierno de
penas, atroz encierro para un mozo curtido en los desmontes. En 1925, por orden
de su padre padrone, abandonó los estudios con los jesuitas de Santo
Domingo y volvió a los animales. En el campo escribe versos místicos,
incendiados de amor, siguiendo el eco de Juan de la Cruz. MH vive rodeado de
cabras, damiselas de antaño, que rumian adjetivos y hierba fresca.
Enero de 1940. Antonio Buero
Vallejo, preso en la madrileña cárcel de Conde de Toreno, condenado a muerte,
luego conmutada la pena por treinta años, igual que MH, coge un lápiz,
carboncillo, y dibuja el rostro de Miguel para que su hijo sepa de su padre. El
4 de marzo, Hernández envía el retrato a su mujer, Josefina Manresa, con una
nota. “No quiero dejar de cumplir en lo que puedo mi palabra, y ya que no puedo
ir de carne y hueso, iré de lápiz, o sea, dibujado por un compañero de fatigas,
como verás, bastante bien. Se lo enseñarás al niño todos los días para que vaya
conociéndome, y así no me extrañará cuando me vea.” Imaginemos la escena. Una
cocina pequeña blanqueada por una luz mediterránea que calienta el escaso
alimento disponible. El niño, en el regazo de su madre, contempla con asombrado
un rostro extraño. “Un carnívoro cuchillo / de ala dulce y homicida / sostiene
un vuelo y un brillo /alrededor de mi vida.
Diseccionados los poetas,
devorados por notas a pie de página que, como voraces hormigas, marcan el
camino de las páginas, urge saltarse normas y volver a la primitiva calidez de
MH. Ajeno a los tópicos, MH es un poeta de la vida y la transformación que
merece una pausada mirada máxime ahora, cuando la casta dominante y sus perros
guardianes, nos arrojan, de nuevo, al vertedero de la Historia. Nunca le
perdonaron su elegancia de poeta sencillo ni la fiereza de sus críticas. Para
ellos, la canalla que regentea esa España obscena y deprimente, por decir con
Cernuda, copio estos versos. “Hombres veo que de hombres / solo tienen, solo
gastan / el parecer y el cigarro, / el pantalón y la barba. Fuente: http://www.eldiario.es/
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