Ponencia para la
Conferencia Internacional del
Movimiento Popular
Perú,
Madrid, Octubre de
2012
Artículos de Opinión | Tamer Sarkis Fernández | 20-05-2013 |
¿Qué
rumbo de relaciones interclase están imprimiendo en España las recetas de
empobrecimiento notable aplicadas sobre proletariado, pequeña burguesía,
campesinos y ganaderos, burguesía media productiva y aristocracia obrera, por
inspiración de aquello que Sarkozy llamó “necesidad del Capital de re-fundarse”
durante las reuniones de Bloque que sucedieron al infarto del parásito/padrino
estadounidense?.
Incluso
si eludimos cuestiones relativas a la mutación de la consciencia en sí en
consciencia para sí, y al papel en ello de los comunistas, ¿es cierto que el
gran re-ajuste impreso sobre las condiciones de las “clases subalternas” y del
proletariado -con toda su pareja sociología evolutiva de distorsión de rostros,
de demacrado y de nuevos rostros, especies sociales...- esté haciendo de
catalizador a una re-acción apreciable y acumulativa siquiera refleja,
instintiva, defensiva, entre los órganos dominados bajo el cuerpo social?.
¿No
será el espectáculo, dirigido por y al servicio del Bloque imperialista
declinante y de sus filiales oligárquicas “nacionales”, quien, por su vocación
de tragarlo y reciclarlo todo para re-lanzarlo como imagen arrojadiza,
hipertrofia la anécdota en “acontecimiento” a pronunciar desde su propia lógica
intestina de lucha entre fracciones y hacia ella misma?. Supuesta
“espontaneidad” sonorizada y engullida por el revival espectacular de “las dos
Españas”, poco más que duelo entre colosos financieros escenificado: Botín
contra el BBVA, Gas Natural contra REPSOL, y, por consiguiente, MEDIAPRO contra
El Mundo y el PSOE contra el PP -ayer Falange contra el Opus Dei.
¿Hablamos
de “acontecimientos” derivando hacia un proverbial “punto de no retorno”, o en
el fondo estamos hablando de vistosos espasmos motrices y pataletas cuyo agitar
no acarrea desplazarse cualitativo de coordenadas y quizás ni siquiera avance
cuantitativo en calendario más allá de una fecha roja?. Tanto da: sea el caso
uno o lo otro, ¿de qué campos de clase en pie hablamos realmente, de qué confluencias
y de qué jerarquía ordenadora de formas y de objetivos más allá de la
multiplicidad de presencias que confluyen?.
Cuando
algunos comunistas formulan, sobre la supuesta “clase en movimiento”, el
diagnóstico de estar marcándose su ruta de pasos desde una fatal abducción en
el espectáculo, y a continuación retan a “la clase” a escapar del espectáculo
bajo su guía, ¿no será el comunista en esa escena, el único preso del
espectáculo que denuncia?. ¿No estará simplemente confundiendo la
identificación de su “objeto de clase”?. ¿Quién le ha dicho al comunista que la
contradicción entre base social y sentido objetivo del movimiento, es una
relación de falsa consciencia?; ¿Quién le ha dicho que no se trata de una
relación presidida por la perfecta coherencia de tal base con su condición
aristobreril sedienta de explotar, en su beneficio y en su Bienestar, nuevas
Providencias económicas ofertadas por las Potencias imperialistas a cambio de
obtener entera sumisión política y de ahondar si cabe en la dependencia
económica?: “Catalunya, nou Estat d’ Europa”.
Al
fin y al cabo, la aristocracia obrera es una clase parasitaria que debe su Ser
al sol imperialista que más caliente, y lo sabe, o lo intuye. Incluso si en
Catalunya salió a caminar ciega respecto del trasfondo de interés objetivo
propio, su red de órganos de clase (sindicatos, ONGs, corporaciones
administrativas, prensa, partidos, tejido cívico, asociacionismo...) es ojos y
lazarillo. Sensor agudo en captar por dónde despunta el sol que más calienta
-si por el Norte, o el Oeste, o más al Oeste allende el Atlántico-, y hábil en
sacar a su clase a la calle.
Cito
la movilización del 11 de septiembre en Catalunya, porque no faltaron allí las
comparsas comunistas, recorriendo la riada irracionalista con escuálidos fajos
de octavillas en mano -triste caricatura del arma de la dialéctica, aún por
reconstituir-, prestas esas comparsas a “elevar la dimensión de clase ínsita a
la conciencia nacional” e incluso a “re-situarla como fuerza directriz del
proceso nacional”..., ¡cuando, en realidad, el proletariado catalán fue el gran
ausente!. Él: superviviente en sus barriadas castellano-hablantes, de condición
inexistente hasta para sí mismo, como tragado por un agujero negro de silencio
espectacular que lo destierra cada mañana a una dimensión de no-oficialidad y
por tanto de irrealidad. “Algunos se llaman profundos porque van a pescar a
lagos muy profundos, donde no hay peces. A eso ni siquiera le llamo yo
superficial” (Friedrich Nietzsche).
Presumir
activación de acción colectiva en respuesta a un golpe abrupto a las
condiciones de subsistencia y a las condiciones de auto-reproducción posicional
en la estructura -un shock social-, se ha demostrado en España a contraluz de
los años de “crisis” nada más que eso: presunción. “La disputa acerca de la
realidad o irrealidad del pensamiento -un pensamiento aislado de la práctica-
es una disputa netamente escolástica” (2ª Tesis sobre Feuerbach). Excepción
hecha de la aristocracia obrera, clase que sí está protagonizando en España sonada
guerra y usando para sí a quien se le agregue, lo cierto es que el resto del
espectro social lesionado por la llamada “crisis” ha yacido marcadamente inerte
en sí mismo (otra cosas son las comparsas y su toque de palmas a la
aristocracia obrera).
Bien
es verdad que ese cuadro exceptúa al Movimiento 15-M y a su Plataforma y sus
derivados, como el 25-S. Este movimiento es muy interesante desde la
perspectiva revolucionaria, albergando en sí la contradicción siguiente: en lo
subjetivo, enarbola un rechazo total abstracto del poder y de la política.
Mientras en lo objetivo, y sin apenas consciencia de sus implicaciones, este
movimiento está centrando su problematización tanto en la cuestión del poder
como en la relatividad de la democracia; es decir, en la realidad o irrealidad
de ésta con arreglo a su carácter de clase y a su propiedad popular o no
popular. No obstante, ello lo hace a través de gestos y de conceptualizaciones
muy limitados todavía, producto de esa auto-limitación subjetiva.
Huelga
decir, a todo esto, que estoy hablando de acción colectiva sostenida, fuera de
episodios fugaces o pintorescos que pierden su huella dejándola en los archivos
digitales del espectáculo. Y hablo, en cualquier caso, de acción colectiva,
ocasionadora de un impacto registrable y repercusor sobre la conciencia, lejos
pues del solo rechistar en boca del taxista, de la pescadera o de las copiosas
filas ante la caja de pago. Un rechistar quizás tornadizo, quizás prolongado en
sus ecos, pero que en cualquier caso llevamos escuchando o pronunciando en
España al menos desde el siglo XVI, con revoluciones o, normalmente, sin ellas.
¿A
qué esperan los paradójicos evolucionistas “de la Revolución”?; ¿a que haya
hambre y ésta desborde el caudal, al que encauzar con profesionalidad
revolucionaria?. Hambre ya hay, y porta en sí su actuar adaptativo por medios
ilegales cuando la subsistencia ya no cabe en la legalidad burguesa: sonadas
apropiaciones de mercancías y ocupaciones de espacios mercantiles. Nada menos;
y nada más.
Y
el avance y extensificación del hambre, de los desahucios..., ¿irá llegando
preñado de algo que no sea la mera proliferación correlativa de tales actos
adaptativos, su organización, su maduración dentro de su propia Lógica de clase
en sí y no para sí, etc.?. ¿O acaso gracias a la provisión comunista de su
“suplemento de alma” -de conciencia-, este curso desatado podrá validar la
premisa hegeliana de transformación de la cantidad en cualidad?.
¿No
será que estaríamos más bien acercándonos a ese funesto punto paralítico que
Marx describiera?: clase reducida a masa indefensa, desarticulada, vendida a
derivar con los vientos del Capital y sometida a un apuro supervivencial de tal
envergadura que apisonaría sus horizontes hasta límites de mero poder sacar la
nariz un ápice por encima del lodazal e ir respirando “gracias al” mejor postor
(patronal en tiempos de Marx, y hoy empresarial e imperialista). Ello sin
descartar el emerger de consabidas formas de lucha, pero insertas en idéntica
racionalidad (auto)conservadora, sólo que esta vez coordinando una colectividad
esfuerzos individuales encaminados a proveer un poco más de oxígeno pantanoso a
uno u otro individuo participante.
Entre
comunistas, somos testigos demasiado a menudo en España, de cierta euforia
evolucionista; éxtasis dimanado de la fe en la fuerza de los acontecimientos,
que habrían de ir haciendo fermentar y madurar una materia lista en su mismo
ambiente y en su misma composición química, para pasar a ser procesada por las
“manos correctas”.
Estas
manos, a su vez, habrían de ser perfecto objeto de forja por obra automática de
la sociología compleja que elabora una distribución diferencial de aquella
Physis del acontecer y la concreta a ésta distintamente en tanto que frutos: es
como si las ideas se salieran de la realidad que las encierra implícitas, y
rodaran a través de un plano inclinado hasta ir acumulándose sobre ciertas
coordenadas particulares, tocando a las puertas cerebrales de los sujetos. El
espontaneísmo situacionista lo explicaba así de fácil: la teoría situacionista
es un producto de la sociedad espectacular-mercantil, tanto como la cibernética
o el ciclotrón; el espectáculo produce a los ojos que saben leerla.
El
pensamiento descrito es, en el fondo, puro utopismo parejo a aquel viejo
utopismo pre-marxista que ensoñaba llamar a la puerta de los directores
sociales y convencer demostrando el juicio inscrito a sus cartapacios, a sus
planos y a sus Tratados. En ambos momentos el cientificismo está elucubrando
una esencia a-histórica latente en su objeto humano de acción, esencia que, por
si fuera poco, aparenta pesar más que las relaciones entre las clases, sus
luchas, sus intereses, ideologías y dialéctica de transformaciones.
Toda
la diferencia estriba en que, donde el viejo utopista decía “conciliación
pensante del sujeto con los valores humanos”, “nuestro” nuevo evolucionista
dice “proletariado”, y donde aquél escribía “Razón”, éste escribe “historia”.
En el viejo caso, la base ideológica consiste en un objetivismo -que no
objetividad- de signo idealista: lo objetivo, ente ajeno a contradicción
mundana, ente que vale para todos, se impone sobre lo subjetivo a través de
haberse encarnado en Idea comunicable. En el caso personificado por el
evolucionista “comunista”, la base ideológica es de un objetivismo -que no
objetividad- de cariz sin embargo materialista: lo objetivo, por su mismo curso
inmanente, se auto-produce de un lado como idea focalizada en una franja
particular. Mientras de otro lado se auto-produce como receptividad respecto de
la idea, en el ámbito de una generalidad de clase. Generalidad a quien no
restaría más que escuchar el lenguaje conscienciador de esa esencia que su
propia práctica social ha producido en sí.
“El
materialismo anterior, globalmente considerado (sin exceptuar el de Feuerbach),
concibe el elemento objetivo, la realidad, la sensorialidad, bajo la forma,
exclusivamente, de objeto o de visión. Nunca como actividad sensorial humana.
Nunca como práctica. Nunca, en suma, subjetivamente. Y ésa es su insuficiencia
básica. Insuficiencia que explica, por otra parte, que el lado activo no haya
sido desarrollado sino de manera abstracta, y en oposición al materialismo, por
el idealismo -que, naturalmente, no conoce la actividad real, sensible, como
tal” (1ª Tesis sobre Feuerbach).
Bajo
el mecanicismo evolucionista se esconde un abuso dogmático de la correcta
premisa de Marx que conecta el ser social proletario (definido por la posición
proletaria en el orden productivo, como por su alienación de los medios de
subsistencia y de su producción misma) con la síntesis de dos cualidades en ese
ser: necesidad y capacidad revolucionarias. La tergiversación mecanicista suele
confundir la determinación a necesitar hacer y a poder hacer, con la
determinación a hacer, cuestión última que requiere de la adición de voluntad a
la capacidad, para transforma a ésta última en poder consumado (poder
político), y no ya en mero poder consumar.
Pero
la característica dogmática de este marco reside sobre todo en hacerse y
propagar una representación abstracta del ser social proletario -en efecto
invariante en tanto que substancia-; el dogmatismo, al desvestir la esencia
general respecto de las concreciones contextuales que la atraviesan y que la
producen a ésta en una dialéctica de fenómeno-esencia, des-realiza la
substancia al estar pretendiendo desnudarla y purificarla. Haciendo abstracción
de lo concreto -de ese acopio de caracteres y de relaciones contradictorias que
Georg Lukács llamaba “mediaciones” y que operan en unas y otras condiciones
históricas-, el dogmatismo degrada la substancia del ser social hasta el bajo
punto de hacer una metafísica del proletariado, a quien re-elabora como entidad
supuestamente indistinta para todo el arco histórico capitalista y la totalidad
de sus épocas, periodos, contextos y coyunturas. Este ejercicio conduce al
dogmatismo a mantener y a obedecer de modo fetichista a un postulado de
espejismo ya pulverizado por Lenin en ¿Qué hacer?: el mito del proletariado
abstracto, entendido como generalidad de composición y concebido en su
generalidad práctica, realizando en sí y por sí su potencia revolucionaria
inmanente.
Esta
precisa falsificación metafísica vuelve a la carga arruinando todo balance a
propósito de cómo la evolución capitalista con arreglo a épocas sucesivas, y su
desarrollo de las clases y de las capas, ha afectado dialécticamente al
proletariado bajo las Potencias y los Estados imperialistas, a sus
representaciones, a sus relaciones interclase, a sus intereses inmediatos no
históricos de clase en sí (clase del capitalismo), a sus expectativas,
identificaciones y emulaciones subjetivas, tanto como a sus perspectivas reales
de integración, de consumo y de subsistencia.
Sin
ir más lejos, esta metafísica social percibe las clases y sus relaciones tal y
como la física clásica comprendía la materia de composición atómica: las
relaciones quedaban reservadas a los átomos en calidad de estructuras totales,
resolviéndose como síntesis moleculares, mientras las partículas subatómicas
permanecían en una mismidad impermeable a las demás estructuras correlativas.
Pero
la física cuántica nos muestra una realidad micro-física transversal, donde la
materia elemental se relaciona atravesando estructuras permeables, para
integrarse en órbitas y en campos de acción que dejan así de ser ajenos. Por lo
demás, los recorridos elementales trastornan las estructuras y las mutan.
Este
patrón de realidad se reproduce al nivel superior de la materia social o
materia consciente: no hay un proletariado y una aristocracia obrera
metafísicos e inmersos en una relación que produjera solamente efectos “hacia
afuera”. Existe, en cambio, una dialéctica “plasmática” e inter-determinante,
donde, por ejemplo, franjas enteras del proletariado colindantes con la
aristocracia obrera, se comportan políticamente como tal, aunque no lo sean al
nivel de su ubicación socio-económica en la estructura; mientras capas
aristobreriles depauperadas entran a interesarse teóricamente por el
proletariado e incluso por su necesidad histórica revolucionaria. Dichas
re-formulaciones no obedecen, en última instancia, a imantaciones por poderío
ideológico, sino a la muy material razón de las redes, ramificaciones y vasos
capilares regados a partir de los núcleos económicos, así como a las
estructuras laborales satélites, los clientelismos, las dependencias
productivas, etc., que estos núcleos van conformando a través del espacio
social.
No
en vano, un exponente del Capital financiero como es el Banco de Santander, no
es un iceberg aislado en una lejanía metafísica, y contrapuesto absolutamente
en abstracto a aquellos campos de clase con quienes en efecto mantiene un
irreconciliable antagonismo de fondo. El Banco de Santander es también sus tres
millones de accionistas, pequeños y medianos en su gran mayoría, espectro
sensiblemente pequeñoburgués, aristobreril y de porciones obreras nada
desdeñables.
Realidades
como ésta última vuelven necesario abordar los antagonismos interclase desde la
dialéctica, en lugar de razonar con una linealidad que omite a la ligera la
contradicción entre necesidad histórica e intereses inmediatos; entre ser
social substancial y ser sociológico, éste último con su saco de
interdependencias, ayudas, carreras internas a la sombra del sindicato,
favores, oportunidades y oportunismos. Por no hablar, por ejemplo, de las
imbricaciones materiales entre la suerte que corre la empresa matriz, la suerte
correlativa de sus empresas radiales y auxiliares, y las condiciones y
perspectivas en la plantilla de trabajadores.
Por
su parte, el viejo esquematismo que anuncia poco menos que una equivalencia
entre presión económica creciente y desarrollo de la respuesta de clase
orientada hacia finalidades económicas, es una idea que ahora se antoja
risible.
El
proletariado calibra sobre una balanza la enormidad de los riesgos y de las
exclusiones nefastas que ese movimiento le comporta, en relación a lo
miserable, volátil e incluso quijotesco de las mejoras.
Siendo
así, por lo general los proletarios rehúsan “mojarse” en virtud de surcar
tempestades hacia horizontes “de mejora” (contrariamente a la aristocracia
obrera, clase que sí posee cuotas de poder político e ideológico a invertir en
presionar por mejoras para sí, por más que bien poco consiga ya movilizar al
proletariado a tales efectos). Si el horizonte es el de adaptarse y conseguir
mínima seguridad y certidumbre, la ductilidad y el servilismo individuales se
presentan como realistas, mientras que la protesta colectiva deviene camino
innecesariamente escabroso.
Esta
precisa cuestión de fondo, que el proletariado está demostrando haber razonado,
manifiesta la presente resolución dialéctica entre lucha económica y lucha
política, que se sintetiza como identidad donde sólo el desarrollo de la lucha
política puede dar repercusiones económicas. Aunque el proletariado no ha hecho
asimilación subjetiva de esta realidad, y aunque inactivo, sí está ya
objetivamente por encima del viejo plano donde la secuencia económica habría
supuestamente de anteceder a la secuencia política y conformarla. No podemos
celebrar que ése sea el caso de la retaguardia ya hoy históricamente atrasada y
lastre, hasta su ejercicio de auto-crítica y su auto-superación, para la
andadura hacia el comunismo: el comunismo evolucionista, sedicente
“Vanguardia”.
Fuente: http://tercerainformacion.es/
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