sábado, 13 de abril de 2013

HACIA LA TERCERA REPUBLICA





En el 82 aniversario de la proclamación de la II República Española (14 abril 1931), somos muchos los que reclaman un cambio radical en el sistema político vigente, dando paso a una República como forma de Estado, consustancial a la democracia. Y no sin fundamento, estamos a las puertas de esa transformación

Un régimen democrático se sustenta en el principio de igualdad, reconociendo a todos los ciudadanos la misma capacidad para los derechos. En los regímenes no democráticos la igualdad se sustituye por el privilegio, que excluye cualquier relación de igualdad.

No se entiende, desde una posición independiente, la animadversión que provocan palabras como libertad, igualdad y fraternidad esculpidas por la revolución francesa. Quienes tratan de poner límites a la democracia lo hacen, sin duda, por su adscripción al autoritarismo franquista basado en el viejo lema  dios, patria y rey. 


Ese franquismo sociológico crea opacidad en el comportamiento de nuestras instituciones, con su correspondencia lógica de corrupción y nepotismo. Cuanta más democracia, más fiscalización, garantizando que el ejercicio del poder se torne diáfano y limpio.

Cuando conviene, se contrapone lo nimio a lo excesivo; la palabra pierde su genuino sentido; el orden político se sobrepone al moral, convirtiendo al ciudadano en sometido.

Es aberrante la ley que, o no se cumple, o se tergiversa. La Constitución se queda en pura declaración de principios en tanto estos no se desarrollan. Un ejemplo: el art. 67 de la CE establece que los miembros de las Cortes no estarán ligados por mandato imperativo, pese a lo cual, se mantienen las listas cerradas que propician el voto obligatorio al exigirlo así la disciplina de partido. O el art. 8º que atribuye atrevidamente a las fuerzas armadas la misión de garantizar la independencia e integridad territorial del Estado. O el art. 21 CE, que reconoce el derecho de reunión pacífica, desvirtuado por leyes que lo desarrollan (identificación de personas y cargas policiales).

El rey, no solo tiene un tratamiento diferenciado en la CE, sino también en la actitud silente de los partidos políticos, medios de comunicación e instituciones. Poco importa que tal cargo esté vedado a los demás ciudadanos contraviniendo el principio de igualdad, o se declare su persona inviolable y no sujeta a responsabilidad como en toda dictadura que se precie.

La soberanía del pueblo no admite a nadie por encima de la ley. Alfonso XIII, abuelo de Juan Carlos, fue declarado culpable de alta traición por una ley (26-09-1931) de las Cortes de la II República (derogada por Franco en 1938). Se le degradó de sus dignidades derechos y títulos; incautados sus bienes; declarándole fuera de la ley  y prohibiéndole la entrada en territorio español.  
La actual familia Borbón, pese a la propaganda de cortesanos serviles y aduladores, se comporta como sus  antecesores más perversos (Fernando VII, Isabel II y el mencionado Alfonso XIII). La indignidad y falta de decoro es lo más relevante de estos personajes de sainete.

Juan Carlos es rey por la gracia de Franco y no un salvador de la democracia. Esto último se nos viene repitiendo cada vez que cae en tentaciones económicas, cinegéticas, eróticas o deportivas, y así ayudarle a recobrar la vertical de su perdido honor y respeto.

La llamada transición aboca a su fin. Resultan insoportables los escándalos de todo tipo que se han producido en los últimos años. La Constitución y las instituciones se han corrompido hasta la médula, por lo que han de dar paso al gobierno de la República, como en aquel abril de 1931.    

A Coruña, 14 de abril de 2013
Carlos Etcheverría

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