Artículos de Opinión | José Haro Hernández | 20-04-2013 |
’La razón de
la enfermedad de España es un modelo de Estado inviable, fuente de todo
nepotismo y corrupción, impuesto por una oligarquía de partidos en connivencia
con las oligarquías financiera y económica, y con el poder judicial y los
organismos de control a su servicio. No hay separación de poderes, y los
diputados representan a los partidos que los ponen en la lista. Todo esto lleva
a una economía sumergida que llega al 20% del PIB, que frena la eficacia y
desarrollo del país’. Quien así
escribe no es un antisistema. Esto lo dice Claudia Müller, corresponsal
en Madrid de varias publicaciones económicas alemanas. Así nos ven desde la
desapasionada distancia de quien no participa directamente en la briega
política hispana. Y así nos perciben porque así somos. Claudia no retrata un
sistema democrático con más o menos imperfecciones, sino un Régimen, aquél que
comenzó a andar en 1978, y cuyas lacras y carencias el paso del tiempo y la ola
neoliberal han convertido en áreas engangrenadas que anticipan su
descomposición absoluta. La impresión de que esto se hunde es muy generalizada
ante la evidencia de una corrupción de naturaleza estructural que emponzoña
absolutamente todas las vigas maestras del Estado. Por ello, el conjunto de los
y las demócratas, y no sólo la izquierda, ha de exigir la apertura de un
Proceso Constituyente que articule un sistema democrático en este país, con
separación de poderes, con mecanismos de fiscalización sobre los representantes
políticos (listas abiertas, posibilidad de revocación, etc), con controles
sobre la financiación de los partidos y con normas anticorrupción que pequen de
exhaustivas y reglamentistas, además de una ley electoral democrática. Una
democracia que por defecto no puede ser otra cosa que republicana, dada la
vinculación indisoluble de la monarquía con el actual estado de cosas en tanto que
vértice de ese ’Estado inviable, fuente de todo nepotismo y corrupción’.
Así pues, no basta con propuestas para el cambio que se limiten a descabalgar
del gobierno al PP (en la Región de Murcia y en España): hay que sustituir el
Régimen, es preciso configurar nuevas instituciones, pues desde las actuales no
se pueden poner en práctica políticas muy diferentes a las que ahora padecemos.
El otro
espacio sobre el que debiera discurrir cualquier propuesta de cambio
progresista hace referencia a la imperiosa necesidad de recuperar la soberanía
monetaria, hoy secuestrada por la troika, a fin de poder emprender políticas
orientadas al pleno empleo. Todo el mundo, excepto la señora Merkel, sostiene
que es preciso acometer actuaciones encaminadas al crecimiento. Muchos hablan
incluso de un Plan Marshall para Europa del Sur al menos. Éste sólo puede ser
impulsado por el sector público, algo que también se comparte desde el sentido
común, habida cuenta de que el inversor privado no pone un duro en esta
situación de atonía absoluta de la demanda. Y para que desde lo público se cree
empleo significativamente, el Banco de España debe ponerse al servicio de ese
objetivo, prestando al Estado a un interés 0 a fin de que éste genere
directamente puestos de trabajo. La construcción neoliberal de Europa no
permite este uso público de la emisión monetaria, sin el cual es imposible
salir de la actual depresión, crecer y pagar la deuda que se estime como
legítima. Por tanto, abandonar la eurozona, salir del euro, recuperando la prerrogativa
estatal de la fabricación de moneda (hoy privatizada) y desembarazarse así de
la tiranía de la troika, es la única garantía para crear millones de puestos de
trabajo y, por consiguiente, alcanzar la cohesión social, la cual sólo se
consolidará si una democracia republicana garantiza, a través de la reforma
fiscal y del fin del fraude tributario, la satisfacción de esa deuda con el
banco emisor.
República (democrática
y federal)y soberanía monetaria no son ya exigencias maximalistas: se trata de
los dos carriles obligatorios por los que forzosamente ha de circular cualquier
programa político que pretenda dar respuesta a la revuelta que se avecina.
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