Las garantías exigidas por los acreedores del país
disparan el paro, el déficit y la pobreza
Carlos
Punzón
La Voz en
Portugal 21 de abril de 2013 05:00
Decir troika en Portugal es casi un insulto. Las
pintadas contra las tres instituciones invaden Lisboa mientras sus enviados
aprietan al Gobierno. vítor
mejuto, enviado especial
«No se puede
pedir pan a quien tiene la barriga vacía». El refrán luso no solo es una de las
citas más socorridas a la hora de pedir en Portugal que se valoren las
exigencias a las que somete al país la troika a cambio de los 78.000 millones
prestados, sino que la referencia al hambre es puesta encima de la mesa con
creciente frecuencia para apelar a hechos reales con los que culpar al Fondo
Monetario Internacional, a la Comisión Europea y al Banco Central Europeo de la
palpable asfixia que viven los portugueses.
Nadie, ni el
propio Gobierno, niega la senda recesiva, y las cifras mucho menos. La
Administración pública portuguesa debe hoy 209.000 millones de euros, el 126 %
de su PIB, cuando hace solo siete años esa deuda solo suponía el 60 % de su
riqueza.
Deuda
disparada
Pero después
de dos años de intervención económica -la tercera que vive el país vecino tras
las de 1970 y el 85-, su deriva no se ha frenado. La deuda pública en
septiembre pasado suponía el 120 % del PIB y tres meses más tarde ya se había
incrementado tres puntos más. A más deuda, más gasto en intereses y con ello
más recortes internos para obtener fondos con los que pagar, y esa espiral
ahoga a Portugal mientras la troika aprieta para cobrar exigiendo austeridad,
bajada de sueldos y pensiones, despidos en el sector público, prolongación de
la edad de jubilación y, en definitiva, garantías de que los acreedores van a
recibir lo prestado al país para evitar su bancarrota.
El
desempleo, que hace tres años se contaba con una sola cifra porcentual, está a
punto de llegar al 19 %, con 939.000 parados, la cifra más alta en la historia
de un país que cuenta con algo más de diez millones de habitantes, de los que
uno de cada cuatro viven gracias a la economía sumergida. Unos 306.000
desempleados ya no tienen ningún subsidio, frente a 604.000 que cobran el paro
y otros 54.000 que subsisten con una renta de inserción. «Es el problema más
grave sin duda, pero aún lo es más con los jóvenes preparados y titulados que
se están marchando del país por falta de oportunidades», señala a La Voz el
exministro de Economía Luis Braga da Cruz.
En el umbral
de la pobreza
Los agentes
sociales repiten con insistencia la estadística con la que Unicef retrató a
Portugal asegurando que el 25 % de los niños del país viven en el umbral de la
pobreza. «Es que austeridad es igual a pobreza y seguirá siendo así mientras no
se libren recursos para dar confianza con inversiones públicas que tiren del
carro», advierte el economista y consultor Antonio Manuel Figueirido.
Pero difícil
le será a Portugal salir del laberinto que lo ha convertido, según el FMI, en
la tercera peor economía de Europa, tras San Marino y Grecia, y la cuarta en la
lista mundial que encabeza Sudán, al haber perdido el año pasado un 3,2 % de su
riqueza nacional. Portugal debería recortar 15.000 millones más en su gasto
para que su deuda vuelva a la senda de hace siete años, pero el país, e incluso
el propio partido del Gobierno, el PSD, y su socio en el Ejecutivo, el CDS,
piden que se levante el pie de la austeridad a fuego y se aborden otras vías
para frenar el desempleo, propiciar la inversión y sobre todo dejar de dar la
sensación de que es la troika la que gobierna el país, aunque efectivamente lo
hace, hasta para aprobar cualquier nueva fórmula para sus peajes.
Contra la
austeridad
«La
austeridad es violenta y está llegando al límite», advertía esta misma semana
el presidente del Banco Espírito Santo, Ricardo Salgado, para pedir más
pragmatismo a la troika a la hora de favorecer políticas de creación de empleo
que permitan generar recursos para pagar el préstamo recibido por el país.
Pese a su
advertencia, y el ahogamiento de una ciudadanía que ha dejado el coche
masivamente, que ha bajado su consumo interno, que tira de la red social cada
vez con más dimensión y que ha perdido capacidad adquisitiva de manera
vertiginosa, Lisboa, el corazón del país, no da signos de efervescencia
reivindicativa. Los movimientos espontáneos de protesta, como el del 12-M o que
Que se Lixe a Troika!, se han diluido a pesar de la desafección política y
sindical en la crisis poliédrica que sufre Portugal.
Los hombres
de negro no se frenan
El tranvía
28 al que ningún turista debe dejar de subir en Lisboa aunque no tenga
intención de ir a San Jorge o ya esté en el Barrio Alto, se ha convertido en un
escenario de batalla tan mítico como el de Aljubarrota, donde los lusos
derrotaron para siempre a los castellanos. Uno de los representantes de la
troika perdió a manos de uno de los carteristas fijos del citado tranvía el
dinero que llevaba encima para hacer una ruta turística con su familia. El robo
fue celebrado como una victoria moral ante unos hombres de negro que no han
vuelto a aflojar la cartera ni en el tranvía.
Los cinco
enviados de la troika regresaron esta semana a Lisboa para exigir nuevos
compromisos de ajuste tras echar por tierra el Tribunal Constitucional parte de
los recortes pretendidos por el Gobierno para devolver el préstamo. «Nos dan
diez minutos a cada uno de los citados y nos piden incluso que escribamos
nuestras ideas antes para no pasarnos del tiempo», explica un alto cargo del
Gobierno que pide confidencialidad. «Son insensibles a las argumentaciones
sobre el desempleo o la pobreza, vienen aquí a que les demos garantías de que
van a cobrar y cuanto antes», relata un sindicalista. «Se enfadaron cuando
patronal y sindicatos pedimos lo mismo, menos golpes de austeridad. Decían que
estábamos compinchados, prueba evidente de que no conocen Portugal», concluye.
Fuente: www.lavozdegalicia.es
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