¿Crisis de la deuda o del capitalismo?
En la foto: Tasa de ganancias promedio
(ARP) y la composición orgánica del capital (C/V) para los sectores
productivos, 1948-2009
Artículos de
Opinión | Luke Stobart | 22-10-2012 |
En este
artículo se explica, más allá de todo lo que se ha dicho, de dónde viene
realmente la crisis y por qué son inevitables en el capitalismo.
Constantemente
se habla en los medios de comunicación sobre las causas de la actual crisis y
de su “solución”. Para el Gobierno, el contador de la crisis sólo se activó
cuando el Estado se endeudó, haciendo que la “única receta” fuera el
desmantelamiento del estado de bienestar. Intentan borrarnos la memoria de los
grandes rescates al sistema financiero que hasta ahora, según algunos cálculos,
representa el 21% del PIB estatal.
Otros
reconocen que se cometieron “errores” antes de la crisis, pero limitados al
“exceso de ladrillo”. La solución, para ellos, pasa por seguir por el mismo
crecimiento neoliberal pero con más diversificación económica y transparencia.
Esta idea se solapa bastante con la crítica más a fondo realizada por
economistas de la izquierda combativa, según los cuales la causa de la crisis
ha sido el “modelo español”, basado en la construcción, las inmobiliarias y los
bancos.
Hay algo de
verdad en esta idea. El año anterior a la crisis se construyeron más casas en
el Estado español que en Alemania, Italia y el Estado francés juntos. El
reciente “éxito” de atraer al Estado el mega proyecto Eurovegas demuestra que
este modelo sigue en pie.
No obstante,
hay problemas con ver la crisis en estos términos. Primero, muchos otros
estados sufrieron o sufren una gran burbuja inmobiliaria, como por ejemplo hoy
en día China y Brasil. Además surge la pregunta ¿por qué las inversiones de
capital se concentran tanto en ciertos sectores? Para contestar esta pregunta
es útil consultar las ideas de Marx y de economistas marxistas contemporáneos.
La fuente de
beneficios
Marx
identificó dos divisiones fundamentales en la sociedad. La primera divide la
clase minoritaria que monopoliza los medios de producción (fábricas, oficinas y
herramientas) de la mayoría, que para poder sobrevivir necesitan trabajar para
los primeros. Tenemos el “lujo” de elegir trabajar para un capitalista u otro
(si hay trabajo), pero estamos obligados a trabajar para la clase capitalista,
que en consecuencia paga un salario muy inferior al valor real de nuestro
esfuerzo y preparación. Así, el trabajo asalariado es la fuente última de todos
los beneficios en el sistema, incluidos los que luego acaban en manos de
banqueros en forma de intereses.
El proceso
de explotación se intensifica debido a otra división clave en el capitalismo:
la que se da entre los propios capitalistas. Al competir SEAT con Renault, por
ejemplo, y viceversa, siempre hay una carrera para reducir costes. También los
estados capitalistas compiten para atraer inversiones.
La
competencia intercapitalista urge revolucionar los medios y métodos de
producción (haciendo que Marx reconociera el carácter dinámico de la producción
capitalista), que resulta en introducir nuevas máquinas y herramientas para
producir lo mismo o más con menos trabajadores (crecimiento de “la composición
orgánica del capital” según el término marxista). El primer empresario que
invierte en sistemas nuevos, obtendrá la ventaja de ser el más eficiente, y
poco a poco los demás capitalistas seguirán su pauta para no quedarse atrás.
Pero lo que
es lógico para un solo capitalista, no siempre lo es para el sistema en su
conjunto. A nivel global, ahora la clase capitalista emplea a menos personas en
comparación con el capital invertido. El resultado es una crisis de
rentabilidad, dado que es el empleo de personas (y no máquinas) lo que crea los
beneficios. Esto lo admiten indirectamente los gobiernos cuando insisten en
reducir los salarios para “recuperar la rentabilidad”. Varios estudios sobre la
economía en el Estado español de las últimas décadas han identificado grandes
caídas en la tasa de beneficios (o beneficios por inversión), lo cual
desincentiva las inversiones ya que su único propósito es aumentar su valor.
Los
gobiernos del PSOE y el PP han intentado contrarrestar este declive, y las
diversas recesiones que lo acompañan, por medio de la precarización del empleo
y otras políticas a favor del capital. Como consecuencia, junto con la
estabilidad monetaria creada por la adopción del Euro, creció la economía, bajó
el paro, pero se estancaron los salarios y aumentó la desigualdad social.
Ha habido
una evolución reciente no tan distinta en otros países desarrollados. El
economista marxista Guglielmo Carchedi muestra claramente que en el motor de la
economía mundial, EEUU, ha habido una clara correlación entre el crecimiento de
la composición orgánica del capital y la caída en la tasa de beneficios (véase
el gráfico). También destaca que el crecimiento de la proporción de trabajo
respecto a la maquinaria fue más rápido que el aumento de la tasa de
explotación, haciendo inevitable la crisis.
Las
tendencias identificadas también provocaron la forma del estallido: la crisis
financiera-inmobiliaria. Ante una situación general de baja rentabilidad, los
capitalistas centraron sus inversiones en los “valores en alza”: primero, en
las acciones de las empresas “puntocom”; luego, en la vivienda; en este último
caso haciendo disparar sus precios. El “efecto riqueza” resultante animó a un
peligroso e insostenible endeudamiento familiar que también ha sido un factor
en la crisis.
Cuando
pinchó la burbuja del ladrillo, este sector dejó de impulsar lo que era una
economía débil en sus fundamentos para empujarla atrás. Intoxicó masivamente
las cajas, hecho que se escondió hasta hace poco y que los dos grandes partidos
no arreglaron, en parte por sus enormes vínculos con su gestión.
La crisis no
es sólo de un sector o ni siquiera una crisis financiera; es claramente
sistémica (también del sistema productivo). Además es mundial, gracias a
procesos similares en países como EEUU, donde un colapso en un solo subsector
inmobiliario contagió al sistema bancario mundial a causa de unir deuda de alto
riesgo con deuda más segura en “nuevos productos financieros” opacos. Éstos se
revendieron en cadena con el aval de las mercenarias de evaluación crediticia.
La crisis de
la deuda de los estados (o “soberana”) es solo la continuación de esta misma
crisis. No se redujo la crisis con los históricos rescates, sino que se
convirtió en estatal. Cuando estalla otro banco, el último la corrupta Bankia,
y el estado vuelve al rescate, el contraste con su pasividad ante los problemas
mucho mayores de las personas se hace evidente y nos recuerda el origen de los
males y quiénes deberían pagar por ellos.
Matando al
paciente
Otra causa
de la profundidad de la crisis en el Estado son las políticas de “austeridad”
que imponen a los países periféricos de la eurozona, pues deprimen el gasto
cuando menos se necesita hacerlo. Esto lo reconoce hasta el conseller de
Economía de la Generalitat de Catalunya, Andreu Mas Colell, un recortador en
serie que había atacado al PP por no hacer reformas suficientes. En una entrevista
a la BBC reconoció que la medicina de los recortes “mataba al paciente”.
En gran
parte estas reformas las imponen los líderes europeos, aunque sin resistencia
por parte de los gobernantes neoliberales de la periferia. Los recortes
salvajes adoptados por el PP en julio son casi idénticos a los previstos en el
memorando del rescate debatido en el parlamento alemán semanas antes. Merkel y
compañía no pueden ignorar que el control europeo directo sobre Grecia, donde
se sustituyó a un presidente elegido por un banquero, contribuyó a derrocar a
dos gobiernos pro-austeridad, junto con las huelgas generales.
Por tanto,
durante la crisis soberana posterior en que entró el Estado español, han
intentado disimular su control, o controlar indirectamente, principalmente
marcando férreos máximos del déficit.
¿Hemos de
pagar la deuda? ¿Y salir del euro?
La respuesta
a la primera pregunta es no. No puede quedar más claro que debemos exigir el no
pago inmediato de la deuda, arma que se utiliza para someter a los pueblos. El
impago, sin duda, chocará frontalmente con los intereses de los poderosos
bancos centroeuropeos, los principales titulares de la deuda.
La respuesta
a la segunda pregunta es sí. Debemos prepararnos para una salida del euro. No
es real sostener, como hace el partido anti-neoliberal griego Syriza, que se
puede renegociar el pago de la deuda radicalmente a la baja a la vez que
afirman ser “los que más defienden el euro”. Salir de forma unilateral del euro
podría convertirse en un ejemplo a seguir para los demás estados en apuros,
algo que no sería aceptado por las clases dirigentes.
Para
asegurar que la salida del euro no resultaría demasiado problemática a corto
plazo, será necesario introducir otras medidas paralelas, tales como controles
de capital o la nacionalización de la banca bajo control popular. Pero si
esperamos a que un gobierno “mejor” adopte éstas u otras medidas radicales,
será demasiado tarde.
A pesar de
todo esto, si aceptamos que la crisis es sistémica y no puntual, sabremos que
estas medidas no serían suficientes por sí solas para acabar con la crisis. Por
tanto la clave pasa por la adopción de exigencias de este tipo (ver abajo) en
los movimientos y espacios de izquierda existentes, o en los espacios nuevos
que se puedan crear.
5 medidas
para acabar con la crisis
No al
rescate de los poderosos. No al memorándum de condiciones. Ni un euro más para la banca para
continuar con sus beneficios privados. Nacionalización del conjunto de la banca
bajo el control democrático del pueblo.
No pagar la
deuda pública. Salida de
una Unión Europea diseñada para favorecer las finanzas y los intereses de las
grandes empresas.
Subida de
impuestos a los grandes capitales y fortunas. Intervención de las grandes sumas de capital que las
empresas no están invirtiendo para finalidades sociales y acabar con la crisis
ecológica.
Reducción de
la jornada laboral y reparto del trabajo, sin bajar salarios, para acabar con el paro. Edad de
jubilación a los 60 años.
Expropiación
de los pisos en manos de los bancos para la población que necesita una vivienda.
Fuente: http://tercerainformacion.es/

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