¿Se pueden evitar las crisis financieras?: La lección de la historia
Artículos de
Opinión | Juan Torres López | 27-10-2012 |
La sabiduría
convencional más extendida y de mayor influencia social tiende a presentar las
crisis financieras como una especie de accidentes inevitables, y precisamente
por ello, también impredecibles. Los modelos que se enseñan en las facultades
de Economía muestran que la probabilidad de que los mercados financieros se
perturben fatalmente cuando se les deja actuar libremente es casi nula, así que
solo el azar o fenómenos accidentales podrían considerarse como sus causas
desencadenantes cuando efectivamente se producen (Como dice Joseph Stiglitz en
Caída libre. El libre mercado y el hundimiento de la economía mundial, Taurus,
Madrid 2010, p.131, “según los modelos estándar, el tipo de crac de los
mercados de acciones que se produjo el 19 de octubre de 1987 podría ocurrir
solo una vez cada 20.000 millones de años, un lapso de tiempo mayor que la
existencia del universo. Pero, a continuación, otro acontecimiento ‘de una vez
en la vida’ se produjo tan solo diez años después, como parte de la crisis
financiera de 1997-1998″).
Como en
otras ocasiones y en relación con otros asuntos, este tipo de explicaciones se
mantienen y difunden, a pesar de que la realidad muestra tercamente que no son
veraces, hasta convertirse en las que todo el mundo da como buenas y
aceptables. Actualmente disponemos de datos suficientes como para saber con
bastante precisión cuándo y dónde se han producido las crisis financieras, qué
factores las han provocado y cuál ha sido el entorno económico, político,
institucional, social o incluso psicológico en el que se han producido, cómo se
han manifestado y qué efectos han tenido. Esos datos nos proporcionan, para
periodos ya muy largos de tiempo, un conocimiento bastante riguroso y
contrastado de todo lo que tiene que ver con las crisis financieras y
particularmente de las circunstancias que se dan o no cuando se han producido y
cuando no las ha habido.
Los datos
históricos son muy elocuentes, tal y como demuestra la Gráfica nº 1 que
presenta Alan M. Taylor en una investigación recientemente publicada (Alan M.
Taylor, The great leveraging. Working Paper 18290 http://www.nber.org/papers/w18290,
p. 3.) a partir de los datos ampliados que proporcionan Qian, Reinhart y Rogoff
(Rong Qian, Carmen M Reinhart, and Kenneth S Rogoff, On Graduation from
Default, Inflation and Banking Crises: Elusive or Illusion?, NBER
Macroeconomics Annual 2010, MIT Press).
En ella
puede comprobarse que, en los diversos países estudiados, las crisis
financieras no se han producido en todos los momentos ni con igual intensidad
en todas las economías, sino que ha habido fases con mayor incidencia de crisis
que en otras y que, en algún período largo, ni siquiera se han producido. Se
puede deducir, entonces, que si descubrimos qué tienen de particular las etapas
con apenas crisis financieras y aquellas otras en las que abundan, podremos
deducir las condiciones para que estas no se produzcan.
Los datos
empíricos demuestran que desde la finalización de la segunda guerra mundial
hasta los años ochenta el porcentaje de economías de alto, mediano o bajo
ingreso que sufrieron crisis financieras fue prácticamente nulo, a diferencia
de lo que había ocurrido en épocas anteriores y también a partir de los
ochenta. Por tanto, se pueden establecer en principio dos grandes conclusiones.
La primera, que las crisis financieras son evitables, puesto que prácticamente
no se dieron durante un periodo muy largo de la historia contemporánea. La
segunda, que lo que habría que hacer para evitarlas sería, sencillamente,
tratar de reproducir las condiciones que se dieron en los periodos en los que
no hubo crisis financieras
Los factores
asociados a la ausencia de crisis financieras
Las
características de las economías capitalistas en las que prácticamente no hubo
crisis financieras entre 1945 y 1980 son también muy claras.
Desde el
punto de vista del marco institucional se daban dos circunstancias principales
que sabemos que limitan la generación de este tipo de crisis: una regulación de
las finanzas nacional y bastante severa y un control de capitales que hacía
imposible que se dirigieran de un lugar a otro imprevisiblemente, sin dejar
rastro o sin la supervisión de las autoridades. Algo que además implicaba que,
salvo en casos muy particulares y para operaciones expresamente prohibidas, no
existían los más tarde llamados paraísos fiscales ni nada por el estilo.
Además
sabemos que, aunque esta etapa no fue ajena a la expansión del crédito, su
crecimiento fue relativamente moderado, sobre todo, si se le compara con el que
se da en las fases en las que la proporción de países sufriendo crisis
financieras es mucho mayor. Y también que en ese periodo apenas si se producía
lo que más tarde fue una innovación financiera vertiginosa y casi compulsiva
para satisfacer las demanda de liquidez para operaciones especulativas, porque
la inmensa mayoría de las operaciones financieras, y sobre todo bancarias,
estaban principalmente o casi exclusivamente orientadas a financiar a las empresas,
al consumo y al negocio productivo, que no necesitan los productos sofisticados
que tanto atraen a los especuladores, sino una financiación directa, rápida,
económica y segura.
En resumidas
cuentas, los factores que estuvieron asociados a la etapa más larga de
estabilidad financiera del último siglo y medio fueron una supervisión
financiera nacional y estrecha, control de capitales, crecimiento limitado del
crédito, orientación preferente de los recursos financieros a la actividad
productiva, y ausencia de innovación financiera con pretensión especulativa.
Todo lo cual fue de la mano, y eso no podía ser fruto de la casualidad, de más
ahorro, de mayor tasa de inversión real, y de elevados ritmos de crecimiento de
la actividad y el empleo.
No quiero
decir con ello que la ausencia de crisis financieras en los años llamados
gloriosos del capitalismo fuese asociada a la mejor de las situaciones
económicas, porque es bien sabido que en esta etapa se producían otros
problemas provocados por la desigualdad, el control de los mercados o la
asimetría en el ejercicio de la derechos de apropiación que son típicos del
capitalismo (Una crítica de ese periodo en Juan Torres López, Desigualdad y
crisis económica. Fundación Sistema. Madrid 2000). Pero lo que sí creo que se
puede afirmar rotundamente es que bajo determinadas condiciones es posible
evitar que se produzcan las perturbaciones y crisis financieras que nos asolan
en nuestra época. No es verdad, por tanto, que las crisis financieras sean un
fenómeno accidental o inevitable, ni siquiera en la economía capitalista
porque, como hemos visto, cuando ésta (bien es cierto que como consecuencia de
un equilibrio de fuerzas que restringe la capacidad de obrar del capital)
limita la libertad del capital financiero, reprime la volatilidad de las
inversiones improductivas y desincentiva eficazmente las operaciones
especulativas, entonces, la realidad muestra que se evita la existencia de
crisis financieras.
Prueba de
esta últimas afirmaciones la proporciona, sensu contrario, lo que ha ocurrido
en la etapa posterior y última analizada. Cuando a partir de 1980 se desmantela
el régimen financiero anterior, haciendo que desaparezca casi toda la
supervisión y dando vía libre a los capitales e inversores, cuando se instala
el régimen de plena libertad de movimientos del capital, cuando se permite que
las nuevas tecnologías se utilicen para crear modos supersofisticados de
inversión especulativa, cuando se deja que el sistema financiero y bancario
aleje los recursos de su uso productivo para dedicarlos a la especulación,
cuando se aplican políticas que reducen los ingresos de la mayoría de la
población y de las empresas, que se ven obligadas a endeudarse constantemente,
o que imponen modos de vida (propiedad de la vivienda, grandes infraestructuras,…)
que reclaman grandes cantidades de crédito, … es entonces cuando las crisis
financieras vuelven a producirse por doquier, llegándose a dar, si se suman a
las situaciones de stress financiero más coyuntural, en número superior a 130
desde 1970 hasta la actualidad (Sobre los orígenes y naturaleza de la crisis,
Juan Torres La crisis delas hipotecas basura, ¿por qué se ha caído todo y no se
ha hundido nada? Sequitur, Madrid 2010. Versión en pdf en: http://juantorreslopez.com/wp-content/uploads/sequitur-final.pdf).
En
definitiva, pues, sabemos perfectamente lo que hay que evitar y lo que hay que
establecer, lo que hay que hacer y lo que no, para que no haya crisis financieras.
Si las hay, por tanto, no es porque no sepamos cómo evitarlas. Y si hoy día no
se toman medidas efectivas para acabar con la actual no es porque no sepamos
qué hay que hacer para terminar con ella.
Lógicamente,
eso lleva a poner sobre la mesa otro tipo de cuestiones, a las que no puedo
responder aquí: por qué no se adoptan las medidas que podrían poner fin a la
crisis y si no será que hay grupos sociales y financieros cuyos beneficios son
tan cuantiosos en el régimen liberalizado asociado a las etapas de crisis
financiera, que les compensa mantener ese régimen, porque dichos beneficios
superan con mucho los costes que les pueda produce una crisis financiera, sobre
todo, cuando pueden hacer que las autoridades y organismos “jueguen a su
favor”.
Y otra
última cuestión a la que tampoco puedo referirme ahora, es tratar de saber si
el capitalismo de nuestra época, el que ya ha probado la sangre que supone
poder invertir 1.000 millones de dólares cada cuatro segundos, y obtener de esa
forma beneficios extraordinarios y mucho más cómodos que los que proporciona la
economía productiva, si esos especuladores que hoy día actúan como si fueran
los amos del mundo, van a estar dispuesto a dejar de beberla para vivir con
beneficios limitados y para ponerse al servicio de las empresa y los
trabajadores y familias que crean riqueza (Sobre este asunto, Vicenç Navarro y
Juan Torres López, Los amos del mundo. Las armas del terrorismo financiero.
Espasa, Barcelona 2012).
Pero eso es
algo que solo con el tiempo se podrá responder.
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