Jorge Moruno Danzi
31 mayo 2013
Sin esclavitud no hay algodón; sin algodón no hay industria moderna.
K.Marx.
En el Milán
del siglo XVII ante la expansión de la peste que hizo estragos en la sociedad,
la sicosis se extendía en la creencia de sus ciudadanos contra aquellos que
vinieron a llamar como los “untadores”. Este era el nombre que recibían
aquellos que se creía que iban untando con sustancias infectas las puertas de
la ciudad, ayudando así, a extender la enfermedad. En la nueva Edad Media a la
que nos están enviando las élites de burócratas europeos y españoles al
servicio de las finanzas, los parados se perfilan como perfectos sustitutos de
los untadores. No se debe a la maldad o la bondad de los gobernantes, no
es una cuestión moral, se trata de una opción ideológica basada en el
odio a la democracia y por lo tanto, el desprecio a la población y a sus
perspectivas de vida. La prestación por desempleo empieza a dejar de ser un
derecho, para convertirse en un grillete que acerca al parado al rango de reo,
de culpable a ojos de la sociedad. Quien tiene la culpa arrastra la deuda y al
igual que sucede a nivel macroeconómico, culpables lo son quienes menos
culpa tienen. El fascismo social se nutre de aquellos principios que ubican a
los más débiles y desposeídos en el punto de mira de los que se encuentra un
peldaño más arriba; es la guerra del penúltimo contra el último. El
desprecio al paria no surge de los sectores populares, al contrario, se puede
manifestar entre ellos, pero es un discurso que siempre surge de las élites que
se inocula de arriba hacia abajo en defensa de sus intereses.
El empleo,
aquel elemento que la modernidad acabó naturalizando como la principal
actividad humana y que con el tiempo, los explotados lo usaban de punto de
partida para luchar contra la explotación a la que les sometía, ha cambiado
radicalmente su significado. Los breves tiempos en los que, tras 150 años, el
salario aumentaba a la par que la productividad y el consumo, colapsó hace décadas,
pero la emisión de crédito ha maquillado el descenso del peso salarial sobre el
total del PIB. Todo lo que en su tiempo llego a ser el Estado en términos
sociales se esfuma paralelamente al ascenso del Estado penal. Pasamos del
bienestar (welfare) al estado de trabajo (workfare). Trabajar ya no aporta
ningún bienestar, aunque sea fuera del empleo, ahora si quieres sobrevivir
debes aceptar menos bienestar para poder trabajar. Hemos pasado del “da igual
que empleo sea mientras que te paguen”, al “da igual que salario sea mientras
trabajes.” Todos somos potenciales parias, en mayor o menor medida, pero
siempre apuntando en la dirección que nos conduce al barranco.
Así las
cosas, las medidas que anuncia la Comunidad de Madrid de forzar a los parados
que cobran prestación a presionar a la baja el precio de la fuerza de trabajo,
o el consejo del Banco de España de pagar por debajo del salario mínimo
interprofesional –SMI-, buscan –entre otros motivos- ofrecer a los
especuladores una imagen de país competitivo. El esperpento que guía las líneas
maestras de nuestra lumpen-oligarquía gobernante tiene un claro proyecto de
país: hundir a España en la servidumbre. Seremos competitivos a ojos de quienes
invierten para luego fugarse a la bolsa, en tanto y cuanto, seamos baratos,
precarios y en ausencia de toda ley protectora. Gota a gota, nos vamos
hundiendo en un océano de podredumbre donde a los que levantan la dignidad del
país les llaman vagos y a los patriotas anti-españa. La gente común y su
igualdad de nacimiento es lo que da sentido a una nación, la casta
financiera-política-patronal son los colonos que nos quieren convencer de
que el trabajo nos hace libres.
Fuente: www.publico.es
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