Sin verdad, sin justicia y sin reparación. La dignidad de Amado Viera
Amores es la memoria democrática de todos
Memoria
Histórica | Mónica Solanas | 18-04-2013 |
La vida no
está fácil para la mayoría. Quienes asientan el Estado en algo que sucedió hace
más de treinta años, quienes hablan de una transición política y social en
nuestro país, no se dan cuenta de que tantos años hace que enterraron a Franco
como los que el Dictador estuvo en el poder. Es mucho tiempo como para seguir
argumentando en base a una conciliación nacional que, por otra parte, siempre
será una burda mentira mientras las cunetas sigan llenas de personas
desaparecidas, sin derecho a ser enterradas dignamente.
El Francés, Raskolnistán
«Reconstruyo
la historia de mi padre dentro del ambiente de tristeza y de dolor de mi madre.
Tardé años en hacerlo, preguntando por aquí y por allá, y también a través del
libro del historiador Julián Chaves»
Conchita
Viera Nevado tiene 80 años. Vive en un pueblo de Cáceres, Valencia de
Alcántara, muy cerca de la frontera con Portugal. Cuando asesinaron a su padre
ella tenía tres años y su hermano, ya fallecido, ocho. Amado Viera Amores fue
el último alcalde democrático que tuvo la población, tras el golpe de estado
del general Franco, hasta 1979. Estuvo en el cargo cinco meses, de febrero a
julio de 1936. Tras ser obligado a dejar la alcaldía, fue detenido y puesto en
libertad sin cargos dos veces. El 25 de septiembre de ese mismo año un policía
y dos falangistas, armados, fueron a buscarle a su casa. «Dijeron que lo
llevaban a Cáceres —explica en la entrevista que mantuvo con DateCuenta—,
pero lo llevaron a matar junto a otros doce hombres en la mina Terría de
la finca Cuadrillas de Arriba, en la carretera comarcal de Cedillo,
dentro del mismo término municipal. Tenía 33 años»
Viera, otro
republicano víctima de su época
Amado Viera
Amores nació en Ceclavín (Cáceres) el 11 de octubre de 1902. Estudió Derecho en
la universidad de Salamanca y trabajó como abogado. Se instaló en Valencia de
Alcántara, se casó y tuvo dos hijos. Los problemas sociales de la época fueron
una de sus grandes preocupaciones. «Mi madre contaba que paseaba muchas veces
por el despacho, con las manos en la cabeza: ¿Pero qué le va a dar esta
pobre gente de comer a sus hijos?». La religión, la reforma agraria, la
educación, fueron temas sobre los que manifestó sus opiniones, progresistas,
las cuales publicó en la prensa local y regional. Esas mismas ideas le llevaron
a ingresar en el sindicato socialista El Redentor, que presidió en dos
ocasiones, además de adherirse a las Juventudes Socialistas y colaborar en la
fundación de la Casa del Pueblo. En febrero de 1936 fue nombrado alcalde de
Valencia de Alcántara. «El 18 de julio de 1936 le obligaron a dejar el cargo»,
explica Conchita. Lo hizo pacíficamente, porque ese era su temperamento;
«siempre llamó a la gente a la paz y a la concordia, incluso estando delante de
sus verdugos»
El 25 de
septiembre de 1936, un grupo de falangistas fue a buscar a Amado Viera Amores
con la excusa de que les acompañase a la Inspección de Policía, en la ciudad de
Cáceres. Pero no era más que una burda mentira. Otra más. La realidad es que le
detuvieron ilegalmente, le secuestraron, le fusilaron y le desaparecieron.
Le sacaron de su casa, le subieron a un coche, le llevaron a Cuadrillas de
Arriba, una finca sita en el mismo municipio en el que vivía, y, junto a otras
doce personas (cifra que no podrá ser comprobada con exactitud hasta que no se
acceda a los restos de la fosa), fue asesinado. Tiraron los cuerpos al interior
de la mina Terría, dentro de la finca. Han pasado casi 77 años desde ese día, y
los cuerpos de los asesinados continúan allí.
El silencio
que provoca el miedo
«Después del
crimen de mi padre nos desalojaron de la casa donde vivíamos». Los dueños se
presentaron de noche y obligaron a Conchita, a su hermano y a su madre a
marcharse. Tuvieron que refugiarse en la casa de los abuelos, junto a los
hermanos de su madre. «Mi padre había comprado otra vivienda, que es en la que
actualmente vivo, pero entonces no nos dejaron ocuparla. Decían que era de
Franco». Todo era de Franco, también sus vidas. Hasta que recuperaron su casa,
sobrevivieron gracias a la herencia de sus abuelos y la ayuda de sus tíos. El
Tribunal de Responsabilidades Políticas de Cáceres les impuso una sanción
económica por responsabilidades políticas. Este Tribunal se amparaba en la Ley
de Responsabilidades Políticas (LRP), la de mayor alcance represivo; fue
aprobada el 9 de febrero de 1939 y su principal función era la de culpabilizar
y sancionar a aquellos que habían respaldado a la República por «haber
desencadenado la Guerra Civil al oponerse al Alzamiento del 18 de julio,
reparando los daños morales y materiales provocados por su comportamiento
político»: un amplísimo espectro de la población. Estas sanciones eran
establecidas de manera paralela a las leyes penales españolas, lo que permitía
imponer diversas condenas contra los republicanos: desde larguísimas penas de
prisión y trabajos forzados —de entre diez a treinta años—, con
inhabilitaciones y prohibiciones civiles incluso para aquellos que cumplieran
las condenas íntegramente, hasta la pena de muerte.
Pero lo más
sorprendente de esta Ley franquista, lo más jodidamente desquiciante,
era su carácter retroactivo: las responsabilidades no solo se referían al
periodo en guerra, sino que se extendían hasta octubre de 1934. Y no es eso
todo. Los supuestos delitos políticos eran transmisibles por herencia,
de manera que si el encausado se encontraba ausente o fallecido, la
responsabilidad del pago de las multas o de la confiscación de los bienes
recaía sobre los familiares del sancionado. La LRP dejó de aplicarse por
Decreto-Ley en octubre de 1969, que también hacía referencia a la prescripción
de todos los delitos cometidos antes del 1 de abril de 1939. Para los
líderes del exilio republicano, las inhabilitaciones y prohibiciones siguieron
vigentes hasta 1975, a la muerte de Franco. A fecha de hoy es imposible dar el
número de represaliados y depurados por esta ley: aun no se ha podido tener
acceso a todos los Archivos de Responsabilidades Políticas de la Audiencia y
los Militares.
La familia
de Amado Viera no pudo, pues, eludir la multa. Reunieron el dinero de la
sanción impuesta por el Tribunal de Responsabilidades Políticas y fueron a la
capital cacereña a realizar el depósito de todo el importe. «A partir de
entonces en mi casa se impuso el silencio». El silencio que provoca el miedo.
Mientras su hermano, al que llamaban el niño-abuelo «debido al carácter
responsable que desarrolló desde pequeño», iba a Madrid a estudiar Derecho, su
madre y ella permanecieron en silencio. No hables, calla. El miedo hizo
que su madre no volviera a salir a la calle nunca más «por no encontrarse con
los criminales. El asesinato de mi padre, fraguado en el mismo pueblo, fue la
comidilla de los bares durante mucho tiempo»
Tuvieron que
pasar 21 años para que Amado Viera fuese reconocido como desaparecido, cuando
el hermano de Conchita inició un expediente de jurisdicción voluntaria en 1957.
Durante esos años, Amado Viera constó como desaparecido y su viuda como casada;
no todos los ejecutados eran inscritos en el registro civil. Gracias a
testimonios orales se ha podido ir localizando el paradero de muchos fusilados
inhumados, como es el caso de Amado Viera. A través del libro La Guerra
Civil en Extremadura. Operaciones militares (1997) del historiador Julián
Chaves Palacio, Conchita supo dónde se encontraban exactamente los restos de su
padre. Pero la recuperación, hasta el momento, ha sido imposible. María Isabel
Ramos, dueña de la finca, les ha impedido el acceso para llevar a cabo las
tareas de exhumación. «Primero se amparó en el arrendador, pero luego el
arrendador se amparó en ella. Al final de una entrevista que tuvimos me dijo
que, después de tantos años, lo que debía de hacer era rezar». Además de esta
entrevista, se le remitieron varias cartas, «incluso un burofax certificado con
acuse de recibo, sin que se haya molestado en contestar. También se ha
intentado el contacto a través de mediadores». Esta prohibición por parte de la
propietaria para realizar las tareas de recuperación fue denunciada por la
Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica de Extremadura (ARMHEX)
el 30 de octubre de 2009.
Pasividad
administrativa
Conchita
Viera se adhirió a la asociación hace ya muchos años, como hija de
desaparecido; la ARMHEX es una de las primeras que se constituyó como
asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica en España, en el año
2002. Fue ella quien, tras unos años de adhesión a la misma, planteó la
recuperación de los restos de su padre y del resto de fusilados de la finca Cuadrillas
de Arriba. «Lo primero que hicimos fue canalizar su demanda a la Junta de
Extremadura, en el año 2008», explica José Manuel Corbacho, presidente de la
Asociación. Y fue entonces cuando se toparon con el primer problema: la fosa se
encuentra situada en un terreno de propiedad privada y era necesario el permiso
del propietario. Al negar la dueña el acceso a la finca « la situación se ha
estancado durante años, con la pasividad de la administración»
Al inicio
del proceso, la asociación propuso a la hija de Amado Viera la presentación de
un Proyecto y «optar, una vez publicada, a la Orden PRE/809/2011, de 4 de
abril: la convocatoria oficial de concesión de subvenciones destinadas a
actividades relacionadas con las víctimas de la Guerra Civil y del franquismo,
correspondientes al año 2011». En la ARMHEX tenían bastante claro que esta
podía ser la última convocatoria antes del cambio de gobierno, «la idea era
poder presionar más a la misma administración y a la propiedad con el Proyecto
ya aprobado»
En noviembre
de 2011, el Ministerio de la Presidencia del gobierno del PSOE aprobó el
Proyecto denominado “Búsqueda y recuperación de los restos de las personas
víctimas de la represión en Valencia de Alcántara (Cáceres), en el paraje
denominado Cuadrillas de Arriba” (proyecto 305.1). Asimismo, se hizo entrega de
la correspondiente subvención, una dotación de 40.000 euros, destinada al
sondeo arqueológico de la misma; cumplía todos y cada uno de los requisitos
legales que la Ley exige a tal efecto. Esto es: quién y por qué se hace la
solicitud; estudio previo; identificación del equipo técnico que va a llevar a
cabo la exhumación y detalles de la intervención arqueológica. La entrega de la
subvención supone que la puesta en marcha del Proyecto no supondría actualmente
ningún coste adicional a las administraciones públicas. «Hasta la fecha, la
Dirección General de Patrimonio de la Consejería de Educación y Cultura de la
Junta de Extremadura —administrada por el grupo Popular— no ha avanzado en
el trámite del expediente de ocupación temporal forzosa del terreno, tal y como
se recoge en el artículo 14 de la Ley de la Memoria Histórica. Si tal trámite
no se lleva a cabo, el Proyecto no podrá ejecutarse»
Desprotección
jurídica de las víctimas
Hace más de
tres años que la ARMHEX se puso en contacto con la Junta de Extremadura para
trasladarle la problemática surgida con la finca Cuadrillas de Arriba. Sin
embargo, la Dirección General de Patrimonio de la Junta de Extremadura no ha
movido pieza para que avance el trámite del expediente de ocupación forzosa del
terreno, amparado en el apartado tercero del artículo 14 de la Ley. Dicho
artículo refiere literalmente que, en el caso de ser los terrenos a los que se
quiere acceder de titularidad privada, Si no se obtuviere dicho consentimiento,
las Administraciones públicas podrán autorizar la ocupación temporal. Pero
en el caso de Amado Viera han convergido la negativa por parte de Ramos, la
dueña de la finca, y la absoluta falta de respuesta de la Junta ante la
solicitud de trámite del expediente de ocupación forzosa de los terrenos. Es la
primera vez que un Proyecto de estas características se encuentra con esta
traba. No hay precedentes; «normalmente se suele llegar a un acuerdo con los
propietarios de los terrenos, concediendo las autorizaciones de acceso», señala
Corbacho. Este trámite ya se ha realizado anteriormente y de forma habitual en
otras situaciones de la comunidad extremeña. Por ejemplo, en casos de acceso a
terrenos privados donde se hallan restos arqueológicos. «¿Por qué cuando se
trata de restos romanos o neolíticos estos expedientes se tramitan sin
problemas, y cuando se trata de restos de la Guerra Civil hay ese veto o
inacción?»
José Manuel
Corbacho presentó el pasado mes de marzo, en representación de Conchita Viera,
una solicitud de prórroga de ejecución del proyecto: el día 31 de ese mismo mes
expiraba el plazo de concesión de subvención. Y Conchita Viera ya había
recibido el importe de la misma. Es una solicitud con un carácter totalmente
excepcional: nunca antes en España un titular de un terreno se había negado a
ayudar, por lo que es la primera vez que se ha solicitado la tramitación de
este expediente de ocupación forzosa a una Administración. Es necesario
conseguir tiempo. Hasta que la propietaria de la finca acceda a permitir el
acceso a la misma o hasta que la Junta de Extremadura tome la determinación de
llevar adelante el expediente de ocupación forzosa. En el texto de la solicitud
de aplazamiento se apela directamente a la necesidad de «una actuación tutelar
de las administraciones públicas para con nosotros, como familiares de estas
víctimas». En el texto de la Ley 52/2007 —o de la Memoria Histórica— se indica
de manera clara el deber del legislador de «reparar a las víctimas», a la
contribución que se pretende con este texto legal de «dar satisfacción a los
ciudadanos que sufrieron, directamente o en la persona de sus familiares, las
consecuencias de la tragedia de la Guerra Civil o de la represión de la
Dictadura». Pero la realidad es otra bien distinta. El cuerpo de Amado Viera
continúa en la mina Terría. El suyo y el de una decena de asesinados más.
«Hay muchas
cosas que no se quiere que se sepan. Se amparan en el acuerdo que se hizo en la
Transición, pero yo no recuerdo haber acordado nada con nadie», explica
Conchita. A pesar de la aprobación y entrada en vigor de la Ley de la Memoria
Histórica, muchos familiares de víctimas siguen encontrándose hoy en una
situación de total desprotección jurídica. El Estado no ha asumido como labor
propia las tareas de protección y defensa de la memoria democrática de una
parte de nuestra historia todavía reciente. Y eso solamente podrá ser si se
consigue establecer verdad, justicia y reparación sobre un
episodio tan doliente de nuestra historia reciente. Todavía hay miles de
personas, víctimas de la represión, que no constan inscritas en el Registro
Civil como fallecidos. Nacieron, «pero no murieron oficialmente»,
explica Corbacho. Nos explica el presidente de ARMHEX que hay constatación
sobre una serie de órdenes precisas que se dictaron a los pocos días de
cometerse el golpe de Estado «para que no se inscribieran en los Registros
Civiles a los fusilados con la clara intención de dejar el menor rastro posible
del genocidio que estaban cometiendo». En noviembre del 36, el gobierno
golpista publicó —en la página 154 del BOE número 27 de fecha 11/11/1936— el
Decreto 67: Dictando reglas a las que habrá de sujetarse la inscripción del
fallecimiento o desaparición de personas, ocurridos con motivo de la actual
lucha nacional contra el marxismo. Este Decreto permitía legalizar
las muertes de familiares desaparecidos como consecuencia de la guerra, y en el
mejor de los casos «aceptando falsear la causa de la muerte, siendo
frecuente las siguientes: “En choque con fuerza armada”, “A consecuencia del
bando de guerra” o simplemente “A consecuencia del Glorioso Movimiento
Nacional”, “hemorragia aguda”, “choque con las fuerzas”, etc.»
Demostrar
las desapariciones
A finales de
los años 70, el gobierno de UCD aprobó una Ley de Pensiones de Guerra. «Por
supuesto», señala Corbacho, «sin mencionar en ningún momento las razones de tal
hecho, que no eran otras que el abandono absoluto en el que el franquismo dejó
a sus víctimas». Para acceder a estas pensiones, los familiares debían demostrar
la desaparición: la responsabilidad era, pues, de las víctimas, no de los
verdugos. Y no olvidemos que eran estos últimos los que disponían de la
información que requerían. Para Corbacho, esta situación tuvo su lado bueno:
«se puso al descubierto la lamentable situación existente» al tener los
ayuntamientos —sobre los que recayó la tramitación de estos expedientes— que
reunir los documentos exigidos. El número de actas de defunción ilocalizables
era altísimo, unas veces porque no existían y otras porque era imposible
localizarlos: estaban fechados en períodos indeterminados entre los años 40 y
las siguientes dos décadas. «Entre otros requisitos, estos familiares fueron
obligados a inscribir a sus deudos a través de un Expediente de Inscripción
Fuera de Plazo o Diferido», nos aclara Corbacho, «lo que exigía la
declaración de dos personas que dieran fe del hecho»
Imaginen la
dificultad que pudo suponerles la localización de esas dos personas, de
encontrar testigos que siguieran vivos, en muchas ocasiones, cuarenta años
después de los hechos a probar. Y tampoco debemos perder de vista que la
tramitación de estos expedientes «puso en manos de los responsables de los
Juzgados de Primera Instancia un instrumento fácil para rechazar, congelar o
invalidar estos expedientes», como bien destaca el presidente de la ARMHEX, «al
daño causado en su momento, se añadía la humillación de unos procedimientos
legales ideados para que las personas asesinadas no pudiesen adquirir ni tan
siquiera la condición de víctimas». Que los expedientes fueran resueltos
quedaba, pues, en manos de un personal judicial que, como nos cuenta Corbacho,
«en general y salvo excepciones, era muy poco o nada consciente del delicado
material humano que se estaba manejando».
Ni verdad,
ni justicia, ni reparación
Amado Viera
Amores no ha recibido ni verdad, ni justicia, ni reparación. Tampoco
reconocimiento: el ayuntamiento de Valencia de Alcántara, por el que han pasado
dos alcaldías del Partido Socialista, no ha movido un dedo por restituir su
memoria: «jamás lo han nombrado. Jamás han tenido un pleno extraordinario por
él ni le han hecho un homenaje». Ni tan siquiera pide que le pongan su nombre a
una calle, como propuso en una ocasión un concejal socialista hace ya tiempo.
Pero, cuenta Conchita, la mayoría dijo que eso era política.
«Anteriormente habían puesto una calle a las víctimas del terrorismo, pero lo
de mi padre lo consideraban política. ¡En el lugar en el que había sido
alcalde!».
Política.
Y no les
falta razón, como nos dice José Manuel Corbacho. Porque las exhumaciones se
hacen hoy por política, de la misma manera que las fosas no se abrieron antes
por política. «Lo cierto es que la política posibilita, o no, la investigación
de aquellos crímenes». Desde el inicio de la Guerra Civil, son casi 77 años de
política de silencio, de ignorancia activa, de lo que algunos han decidido lo
que conviene y lo que no a la ciudadanía en cuanto a la recuperación de nuestra
memoria reciente. «Los mismos que se alarman y descalifican las exhumaciones son
los que se quitan de encima el asunto diciendo que esto divide a los
ciudadanos»
Que los
familiares de los asesinados se hagan visibles en primera línea provoca
desconcierto y conmoción, y más cuando nos topamos con un caso como el de Amado
Viera, un caso en el que confluyen lo absurdo llevado al extremo con la
herencia recibida de una etapa negra en la que dominaba la implantación del
miedo, la represión brutal y el extremo abuso de poder por parte de los
verdugos. Conchita solo pide ayuda. Ayuda para recuperar una parte de su
historia. Su padre. Historia que también es nuestra. «Si a mí nadie me ha
pedido perdón, ¿cómo voy a perdonar? Deseo con todas mis fuerzas sacar a mi
padre de ahí. Y lo haría por cualquiera, es una cuestión de conciencia, una
satisfacción de tranquilidad: saber que no están tirados como si fueran bichos»
«Que no se
nos olvide», dice Corbacho: «fue por política por lo que asesinaron al padre de
Conchita. Y también a las otras personas que están en la fosa de la mina en
Cuadrillas de Arriba». Y eso abre otra pregunta, que apunta el mismo Corbacho,
y cuya respuesta sería uno de los pilares sobre los que se asentaría la
restitución de la memoria democrática.
¿Quién se lo
va a decir oficialmente a Conchita y a sus familiares?
Fotografía: Aitor
Fernández
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