06 de Abril
de 2015 (13:05 h.)
Cada vez estoy más convencido de que la
situación de la crisis política actual, que está provocando tanto sufrimiento
humano, se explica por la claudicación de la socialdemocracia a sus
principios.
Cada vez
estoy más convencido de que la situación de la crisis política actual, que está
provocando tanto sufrimiento humano, se explica por la claudicación de la
socialdemocracia a sus principios. Situación que no se corrige, nada más hay
que observar la actuación política actual del Partido Socialista en Francia.
Por ello, parece pertinente reflexionar sobre el papel clave que la
socialdemocracia ha desempeñado en el pasado reciente en cuanto al progreso
humano. Conviene hacer un poco de historia, porque si los que nos declaramos
socialdemócratas sabemos de dónde venimos, puede que sepamos a dónde tenemos
que ir. Obviamente las líneas que siguen a continuación no tendrán interés
alguno para todos aquellos que solo se declaran socialdemócratas cuando están
en la oposición o en campañas electorales, lo que supone un auténtico ejercicio
de perversión ideológica. A grandes rasgos las siguientes ideas están extraídas
del libro Educación pública de L.
Gómez Llorente, uno de los más grandes pensadores del socialismo
español, tanto en su vertiente política como en la sindical. Fue diputado por
Asturias, vicepresidente del Congreso de Diputados, miembro de la Ejecutiva del
PSOE, con participación activa en la redacción de nuestra Carta Magna, en
concreto del art. 27 y la defensa del voto particular de la forma de Gobierno,
en defensa de la República; además de defensor de la enseñanza pública y gran
experto en el tema del laicismo. Pero por encima de todo destacó por su
enfrentamiento con Felipe González en el XXVIII Congreso y en el Extraordinario
celebrados en 1979, al oponerse a que el PSOE renunciara al marxismo. Como sabemos
finalmente triunfó la postura contraria de Felipe González.
El
socialismo en su historia ha atravesado por tres fases bien diferenciadas: el
socialismo utópico, el socialismo científico y la socialdemocracia. Solo quiero
fijarme en el tercero. La socialdemocracia plasmada en la II Internacional, en
cuanto a sus métodos es la conquista pacífica del Estado por parte de la clase
trabajadora a través de las elecciones, y de ahí la organización de la tarea
política de los partidos de la clase obrera, hermanados con sus
correspondientes sindicatos. Cabe señalar que el marxismo revolucionario y la
socialdemocracia coinciden en la necesidad de la posesión del poder del Estado,
o sea, la ley y el monopolio de la fuerza coactiva para llevar a cabo cambios
en el régimen de propiedad y en el sistema de producción conducentes al
socialismo, ya sea por la vía revolucionaria o por la evolutiva.
Sin embargo
la socialdemocracia en el siglo XX hizo con buen criterio rectificaciones
importantes a sus planteamientos doctrinales iniciales. A medida que avanza el
siglo se apercibe que no es tan importante socializar la producción de la
riqueza como socializar una parte importante de las rentas producidas.
Igualmente que en la sociedad industrial avanzada, que produce un manantial
importante de bienes para asegurar un adecuado bienestar para todos, lo
importante no es cómo se producen, sino cómo se distribuyen esos bienes.
Descubre
que se puede compatibilizar la producción en régimen capitalista con la
producción de bienes y servicios en régimen socializado, como también una
cierta asignación de recursos por el mercado con una redistribución de recursos
por parte de servicios estatales a través de la vía fiscal. En una palabra,
descubre el Estado providencia. Y que, además, todo esto es compatible con la
práctica de constituciones democráticas, donde se explicitan derechos
individuales y un sistema parlamentario. Es el modelo centroeuropeo que se
expande las tres décadas posteriores al final de la II Guerra Mundial, en el
que se alternan gobiernos socialdemócratas y demócrata-cristianos. Se llame
Estado providencia o Estado de bienestar, siempre aparece el término
Estado. El Estado de bienestar, corrector de las injusticias sociales generadas
por el mercado, no hubiera sido posible sin un poder fuerte, que respetando las
garantías democráticas, anteponía el interés general al particular, y que no
vaciló siempre que fue necesario en sustituir la iniciativa privada para
conseguir el bienestar social. Un poder estatal que proclamó sin ambages que la
política fiscal era un factor de redistribución de la riqueza, y que el Estado
tendría que controlar de alguna manera la dirección de los grandes flujos
inversores. El Estado asumió servicios básicos fundamentales como la educación,
la sanidad, las pensiones, el subsidio de desempleo… Incluso en España en
tiempos de Rodríguez Zapatero la atención a la dependencia y que el gobierno de
Rajoy la está dinamitando. Así Europa occidental salió de la miseria de la
posguerra. En esos momentos el Estado todavía era soberano en gran parte como
para poder diseñar unas políticas económicas, en las que cabían unas
diferencias entre las políticas liberal-capitalista y las socialdemócratas.
Las
experiencias traumáticas de la Revolución rusa, los fascismos, las dos guerras
mundiales propiciaron que las clases propietarias aceptasen un Estado poderoso,
para garantizar un orden democrático, en el que a la vez que se mantenía la
propiedad privada de los medios de producción, se controlaban los intereses del
capital con unas leyes sociales reguladoras del mundo del trabajo. Por ello, no
deberíamos olvidar, sería un ejercicio de amnesia lamentable, que la paz social
en libertad de la que disfrutó Europa durante un largo periodo se basó en un
control social razonable de la actividad económica. El sistema mixto, el
equilibrio sector público-sector privado; libre iniciativa-intervención
estatal, sirvieron para forjar uno de los momentos de mayor progreso económico
y estabilidad política de la reciente historia europea.
Visto lo
cual, el ataque brutal al Estado por parte del neoliberalismo, que podemos
observarlo en el debilitamiento de la soberanía del Estado, la disminución de
sus competencias, el desprestigio de sus instituciones y la moda privatizadora,
es un ataque frontal a la verdadera esencia de la socialdemocracia.
La
reducción del papel del Estado para controlar la actividad económica, la brutal
e irreversible disminución de los recursos estatales con reformas fiscales
regresivas, y, por ende, de su capacidad de redistribución de la riqueza; la
brutal desregulación del trabajo, y la ausencia de resortes para controlar los
flujos financieros, suponen la quiebra del modelo socialdemócrata de reforma
social. Por todo ello los partidos “socialdemócratas” europeos están en un
callejón sin salida, y como no saben responder a las expectativas de una gran
parte de su antiguo electorado, cada vez su peso político se está reduciendo a
marchas forzadas, y, de momento, de una manera irreversible, tal como se
refleja en los distintos procesos electorales. El descrédito de los partidos
llamados “socialdemócratas” no es correlativo al de la socialdemocracia, cuya
validez para solucionar los graves problemas sigue plenamente vigente, lo único
que se necesita es que haya políticos con la suficiente altura moral y coraje
político para volver a rescatarla del callejón de la historia, donde ha
quedado arrumbada y olvidada por algunos políticos.
Quiero
terminar con una última reflexión que me la ha sugerido también Gómez Llorente.
No me sirven esos argumentos usados por algunos autoproclamados
socialdemócratas, de que el contexto histórico de hoy es muy distinto al de
después de la II Guerra Mundial. Evidentemente es distinto, pero lo que nunca
puede ser distinto para la socialdemocracia el principio de una voluntad
política de una racionalización global inclusiva de los recursos, sin dejarse
arrastrar por la “racionalidad económica” (economicismo), ni por la
“racionalidad tecnológica” (tecnicismo). Ese planteamiento está inserto
en la tradición humanista occidental que concibe lo económico como un orden
instrumental subordinado, como un medio en pro de una finalidad superior: la
plena realización de cada ser humano. Para apuntalar este principio
fundamental, al que no puede renunciar un socialdemócrata, Gómez Llorente
recurre a Fernando de los Ríos, el cual señaló en su libro El sentido
humanista del socialismo del que extraigo dos sustanciosos fragmentos para
leerlos y reflexionarlos, y que me parecen de rabiosa actualidad. El primero:
“De cuanto va dicho resulta, pues, evidente, que lo económico para el
socialismo es, y no puede menos de ser, un medio, medio cuya dominación reputa
esencial porque precisamente ha puesto de manifiesto que, o el régimen
económico es sometido al sojuzgamiento que exige su mera significación
material, o la vida espiritual, estrella del socialismo, es obscurecida por la
adscripción de las personas a las cosas. En 1921, escribíamos: «Así como el
capitalismo ha significado la exaltación de la idea de libertad aplicada a los
objetos económicos con el fin de hacer más fácil la servidumbre de los hombres,
el socialismo, en cambio, representa el
sometimiento de la economía a un régimen disciplinario para hacer posible un
mayor enriquecimiento de la libertad de las personas.” El segundo:
“El constitucionalismo nace para servir a los hombres facilitándoles la
realización de sus fines humanos, y si en una primera etapa creyó suficiente, a
este propósito, la libertad civil, la garantía personal, en una segunda estimó
que era necesaria la libertad política y dedujo que requería ésta, como forma
instrumental, la democracia. Y ahora, en una tercera etapa histórica, ante la
presión social de nuevas fuerzas, ante la experiencia de siglo y medio de
maquinismo capitalista y el requerimiento ideal de hombres de tendencias muy
varias, comienza a hallar realización
inequívoca el constitucionalismo social, que sólo es posible negándole a las
cosas lo que es privativo de las personas: la libertad”.
Fuente: http://www.nuevatribuna.es/
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