El pulso entre los dos líderes marcará en gran parte
el futuro de España
Ambos han abierto un boquete en el discurso de los
partidos clásicos
Jaque al
bipartidismo
Se admiran, se temen y se evitan. Los dos líderes políticos
que pugnan por capitalizar la ruptura de la lógica de partidos que opera desde
la transición tienen en común rasgos que les acercan, como la edad, la lucha
por romper el bipartidismo, y la nueva manera de entender la política. Pero hay
abismos que les separan. Pablo Iglesias quiere construir un «nosotros» desde
abajo con Podemos. Albert Rivera cuenta con las sonrisas complacientes de los
empresarios del Ibex 35 a su partido, Ciudadanos.
IOLANDA MÁRMOL / MADRID
Domingo, 5 de abril del 2015
AGUSTÍN CATALÁN |
JOAN CORTADELLAS |
Si se pudiese husmear entre los efectos personales
atravesados por los rayos X de los arcos de seguridad de los aeropuertos
que Pablo Iglesias y Albert Rivera cruzan
varias veces por semana se contrastaría el abismo que separa a dos jóvenes
políticos españoles con aparentes similitudes de liderazgo y potencial en las
urnas. El presidente de Ciudadanos podría guardar en la
cartera decenas de tarjetas de visita de los empresarios más influyentes del
país, que no disimulan ya su interés en auparle y acuden a escucharle a la
gincana de foros -públicos y privados- en los que el barcelonés despliega su
poder de seducción con un lenguaje nuevo que tiene cautivado al 'business'
madrileño. Iglesias lleva en los vaqueros dos viejos teléfonos móviles, y en
ninguno de ellos hay contactos del Ibex, sino de plataformas
sociales con las que el de Vallecas se reúne para dilucidar qué les preocupa y
construir una hoja de ruta para Podemos, sin que esto despierte el
más mínimo interés entre la prensa.
El pulso entre ambos está por llegar y, aunque el resultado
es impredecible por más que se empeñen los gurús en vaticinar, el modo en que
se resuelva ese duelo determinará en gran medida el futuro político de España.
En cualquier caso, resulta innegable que la mera existencia de ambos líderes
impone una nueva forma de hacer política, e implica un cambio en las reglas del
juego. Sus oratorias frescas y directas han conseguido abrir un boquete en el
anquilosado discurso de los partidos tradicionales, y amenazan con llevarse por
delante ese formato anacrónico de debate-monólogo televisivo encorsetado que no
encaja con los nuevos marcos discursivos de Rivera e Iglesias.
Propuesta televisiva
El entorno de Rivera, envalentonado con los resultados
en Andalucía, reclama un enfrentamiento dialéctico entre ambos
líderes convencido de que el catalán puede vapulear a Iglesias con una mejor
oratoria. En el fondo de ese planteamiento subyace la leyenda sobre una
entrevista que el líder de Podemos le hizo a Rivera, tras la cual Iglesias
habría insinuado que preferiría no enfrentarse jamás a un enemigo tan duro de
roer. «Pablo tiene miedo a debatir con él. Se ha negado a aceptar las
propuestas de tres programas de televisión», delatan. En el núcleo de confianza
de Iglesias sonríen con la sugerencia. «El adversario es el PP»,
afirman, aunque está por ver si esta estrategia de ninguneo resulta efectiva.
Lo cierto es que el presidente de Ciudadanos no se da por
rendido y busca las cosquillas al de Vallecas, dejando caer perlas como que «el
modelo de Venezuela es imposible en España» para ver si
Iglesias le responde y lo eleva a categoría de adversario, de momento sin
éxito. Estrategias al margen, ambos líderes se conocen, se admiran y se
respetan.
El escaño en el Europarlamento ofrece a
Iglesias el premio de vivir tres días a la semana «como una persona normal»,
fuera de los focos, pero su trabajo en Bruselas también le
aleja del pulso diario en España y no comparece en rueda de prensa en Madrid
desde el 26 de enero. Los escasos empresarios que han tratado de conocerle de
cerca cuentan en privado, con gran sorpresa, que siguen esperando que les
devuelva la llamada. En el entorno de Iglesias admiten que, para aspirar
a la Moncloa, el líder tiene que cambiar el tono de tertuliano
agresivo por el de hombre de Estado -un terreno en el que Rivera le lleva una
gran ventaja- y por eso van a tratar de cuidar más sus intervenciones públicas.
El peligro de la arrogancia
En la cercanía, e incluso en el Europarlamento, Iglesias
puede sacarse las partes más pesadas de la armadura con la que se atrinchera en
las tertulias y ahí debajo, muy de vez en cuando, se intuye latir a otra
persona. Deja de ser mordaz, se muestra respetuoso, prudente y lejano a la
soberbia que despliega en los platós. Tiene la capacidad de guardar las armas y
relajarse cuando no se siente amenazado. Se pide un té y escucha. Pero ante el
peligro vuelve a ser ese provocador inconformista. Él mismo lo confiesa cuando
le preguntan cuál es su mayor defecto. «La arrogancia», dice, y en efecto hace
gala de ella. Los periodistas madrileños todavía recuerdan con estupor cuando
en una conferencia se quejó de que no recibe nunca preguntas inteligentes y de
que todavía nadie le haya hecho una sola cuestión para la que no tuviese la
respuesta preparada. «Sois unos previsibles».
De Rivera cuentan sus amigos que es un joven sencillo, de
clase media, «ante un reto extraordinario». «Es una persona muy tímida, no es
un político al uso de los que van repartiendo sonrisas falsas y abrazos. Él
saluda con cortesía, pero en esos ambientes no está en su salsa», relata
alguien de su entorno. En los pequeños detalles se le ve esa huella de novato.
Los asistentes al acto aún se sonríen cuando explican que Rivera quedó tan
fascinado por la belleza del Casino de Madrid que antes de subir a la tribuna
de oradores hizo fotos del edificio. Los que le conocen explican que Rivera
«tiene gustos sencillos», que trabaja con mucha ilusión para lograr «una
revolución tranquila» y que ejerce un «liderazgo incluyente, como un buen
'headhunter'».
En el terreno personal, ambos estrenan soltería. Rivera, de
35 años, rompió con su novia de toda la vida el año pasado y dedica dos días a
la semana a estar con la hija que tienen, Daniela. Iglesias, de 37, ha
terminado su relación con la exdiputada de IU Tania Sánchez.
El presidente de Ciudadanos, que fue campeón de natación de
Catalunya y jugador de waterpolo, es muy aficionado al deporte y su pasión por
las motos le ha llevado a trabar amistad con Jorge Lorenzo.
Iglesias aprovecha huecos en Bruselas para salir a correr, es fan de 'Juego
de Tronos' y un lector compulsivo.
En lo estético, disparidad. El barcelonés no tuvo empacho en
desnudarse para un cartel electoral, admite que se cuida, hace 'spinning',
compra los trajes en Hugo Boss y no niega su devoción por los zapatos de
Lottusse. Iglesias no habla de su vestuario y tampoco nadie le pregunta, quizá
por esa literatura que corre sobre su modo de vida austero y su inclinación por
comprar en centros comerciales. El eurodiputado renunció al 'piercing', pero
sigue luciendo camisas de cuadros de cuello infinito y la coleta como emblema,
con la única concesión hecha a un ungüento brillante para el pelo que últimamente
le ponen en los platós y que le roba el aspecto genuino de 'enfant terrible' que
habitaba en el primer Pablo.
Fuente: http://www.elperiodico.com
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