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El domingo se conmemoró el Día Internacional
de la Mujer sin que el Estado español brindara
el más mínimo homenaje al colectivo que, quizás, más lo merecía: el de las
luchadoras republicanas que se unieron a la Resistencia en Francia para
combatir a las tropas nazis y que pagaron un altísimo precio por su valentía
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Mujeres de Andalucía, Cataluña,
Madrid, Valencia, las dos Castillas… que fueron hechas prisioneras por la
Gestapo y terminaron encerradas entre las alambradas de campos de concentración
como Ravensbrück, Mauthausen o Auschwitz
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Setenta años después de la
liberación de esos centros de explotación y exterminio, ha llegado el momento
de sacarlas del olvido al que fueron condenadas, primero, por el franquismo y,
más tarde, por el llamado "Espíritu de la Transición"
Carlos Hernández - Madrid/Els
Guiamets/Hendaya/París
09/03/2015 - 20:54h
Neus Català con su traje de prisionera
«No supimos valorar lo que habíamos hecho. Por eso
permanecimos en silencio, incluso tras la muerte de Franco». Quien así habla es
una de las mujeres que más ha luchado y más ha sufrido por defender la libertad
en España y en el resto de Europa. A punto de cumplir el siglo de vida, Neus
Català me sonríe desde su silla de ruedas. Sus cuidadoras acaban de sacarla de
la triste habitación en la que una docena de ancianos dormitaba frente al
televisor, para traerla a la luminosa sala de visitas de la residencia
geriátrica en la que pasa los últimos años de su larga y tormentosa existencia.
«No nos hemos hecho valer como los hombres. La gente no sabe que también hubo
españolas en los campos de concentración de Hitler», añade con voz firme.
No hay amargura en sus palabras, simplemente una
prolongada resignación. Siete décadas después de recuperar la soñada
libertad, Neus es consciente de que ella y sus compañeras son las olvidadas
entre los olvidados. Si España enterró la historia de los más de 9.000
compatriotas que pasaron por los campos de la muerte del III Reich, aún más
ignorada fue la historia que escribieron las mujeres. Mejor tarde que
nunca y, por ello, el Gobierno catalán le acaba de conceder la medalla de oro
de la Generalitat. Madrid, sin embargo, sigue mirando para otro lado.
Ignoradas por Franco, despreciadas por nuestra democracia
«Me ha sorprendido tanto saber que hubo mujeres combatiendo
en la Guerra de España y, después, en la Resistencia… Yo pensaba que en esa
época, en España las mujeres estaban encerradas en casa esperando a sus
maridos. No sabía que hubiera tanta igualdad durante la República». Isa es
sevillana, tiene 25 años y estudia dirección y administración de empresas.
Al igual que la inmensa mayoría de jóvenes y no tan jóvenes
españoles, ha sido víctima de unos planes educativos que mantienen secuestrada
la historia más reciente de nuestro país. Yo mismo soy de una generación que en
el colegio, instituto y universidad veía cómo el curso terminaba siempre
"casualmente" antes de que diera tiempo a explicar lo ocurrido en la
España del siglo XX. ¿Te suena el cuento? Seguro que sí.
Los historiadores franquistas escribieron durante cuarenta
años un relato manipulado y profundamente falso que no fue corregido con
la llegada de la democracia. La vieja cantinela de "no remover el
pasado" fue ni más ni menos que eso, dejar las cosas como estaban, es
decir como los franquistas querían que estuvieran. Y hoy pagamos el precio de
ese error: somos el único país democrático con calles y plazas dedicadas a
fascistas y genocidas; el único en que se equipara a víctimas y a verdugos; el
único en el que nuestro Gobierno homenajea a quienes combatieron codo con codo
con las tropas nazis y desprecia a los que lucharon por la libertad en Europa.
Camino del infierno
Solo después de explicar este contexto es comprensible que
Neus y las más de 300 españolas que sufrieron y murieron en los campos de
concentración de Hitler no sean reconocidas como lo que son: heroínas que
deberían ser puestas como modelo y ejemplo para las nuevas generaciones. Unas
nuevas generaciones a las que se les ha hurtado, sencillamente, la verdad.
Porque decir que Franco fue un dictador sanguinario no es una opinión política,
es una realidad histórica. Porque decir que durante la II República se
alcanzaron las mayores cotas de libertad y de derechos sociales de la
historia, no es un juicio de valor, es un hecho contrastado. Como lo es
recordar que aquella efímera democracia dotó a las mujeres de una igualdad,
derecho al voto incluido, que fue la envidia de los movimientos feministas
europeos. Como verdad, y no opinión, es decir que Franco acabó con todos estos
avances a golpe de paseíllo, torturas y una represión que coordinó con un
aliado y mentor llamado Adolf Hitler.
Libres, luchadoras y resistentes
Neus y el resto de las futuras deportadas crecieron en ese
ambiente de libertad e igualdad que surgió durante la II República. La mayor
parte de ellas se implicaron a fondo en la política que lo impregnaba todo en
aquellos intensos y turbulentos años. Tras la sublevación de una parte del
Ejército, las republicanas tomaron las armas con la misma convicción que sus
compañeros.
Sabían lo que se jugaban frente a un enemigo que gritaba
"Viva la muerte" y a generales como Queipo de Llano que felicitaba
a sus "valientes legionarios" por violar a las mujeres: «ahora por lo
menos sabrán lo que son hombres de verdad y no milicianos maricas», decía ese
siniestro militar que hoy, sin embargo, sigue enterrado en un lugar de honor en
la basílica sevillana de La Macarena.
En la retaguardia o en los frentes de batalla trataron de
frenar el avance franquista, hasta que la amarga derrota las empujó a cruzar
los Pirineos. La democracia francesa recibió al medio millón de españoles como
a perros y a las españolas como a putas. Porque eso era, ni más ni menos, lo
que representaban las mujeres republicanas para los sectores más
conservadores de la sociedad francesa. «Los periódicos de la zona, como El
Patriota de los Pirineos, les tachaban de maleantes, de delincuentes que iban a
contaminar a la gente. Se decía que las españolas eran unas prostitutas porque
abortaban o porque fumaban», recuerda el hispanista francés Jean Ortiz.
Dolors Casadella fue confinada en las playas de St. Cyprien:
«Tuvimos que dormir directamente encima de la arena. Sentada en el suelo, pasé
la noche con mi niña encima de las rodillas. Rápidamente empezaron a morir los
niños españoles. Mi hija vivió 15 días». Como el bebé de Dolors, perecieron más
de 14.000 hombres, mujeres y niños víctimas del frío, el hambre y las
enfermedades.
Pese al maltrato recibido, el inicio de la II Guerra Mundial
y la fulminante ocupación alemana hizo que centenares de españolas se
unieran inmediatamente a la Resistencia contra el invasor nazi. Mujeres que
desempeñaron todo tipo de misiones, como narraba Neus en su libro De la
Resistencia y la Deportación: «En general, las mujeres fuimos utilizadas como
enlaces dentro de la densa red de información, en los pasos por las montañas y
fronteras, en la solidaridad en las cárceles (...). Los controles de la policía
francesa y de las patrullas alemanas los asumíamos primero nosotras. Pero
estuvo además el transporte de armas y propaganda. Las mujeres también
empuñaron las armas en batallas célebres como La Madeleine».
70 años después, Neus posa con su foto
Si algo sorprende de estas luchadoras, es la poca
importancia que dan a lo que hicieron; quizás porque nadie les reconoció su
heroico papel. Nunca olvidaré cuando Pepita Molina me contó su historia en su
pequeño piso de las afueras de París; era la primera vez que alguien se
interesaba por su vida: «El marido de mi hermana Lina se llamaba Luis González.
Él estaba muy metido en la guerrilla y nosotros ayudábamos en todo lo que
podíamos. Un día a Luis le esperaba la Gestapo en la puerta de casa. Oímos los
disparos y cuando salimos ya estaba muerto. En el forro de su gabardina
encontraron panfletos con propaganda antinazi. Recuerdo que mi hermana Lina nos
dijo: "Aquí no conocemos a nadie". Poco después registraron la casa y
nos llevaron detenidas a las tres. Nos interrogaron por separado pero ninguna
contamos nada y, al final, nos dejaron marchar. Yo ni siquiera pude ir al
entierro de Luis porque los alemanes temían que se convirtiera en un acto de
protesta contra la ocupación. Solo dejaron que asistieran dos personas y,
claro, fueron mi hermana y mi madre. Pocos días más tarde, miembros de la
Resistencia nos avisaron de que los nazis iban a volver a por nosotras y que
debíamos marcharnos cuanto antes. Cogimos unas cuantas cosas y conseguimos
escapar con la ayuda de varios compañeros resistentes».
Torturadas y deportadas
Lina tuvo suerte. Entre 300 y 500 españolas, sin
embargo, fueron detenidas, torturadas y enviadas a los campos de concentración.
A Neus la detuvieron en noviembre de 1943 junto a su marido: «Fue terrible. No
recibí ni un solo golpe, pero tuve que controlar mis nervios durante más de
media hora, con una pistola en cada sien y una ametralladora en la espalda. Me
decían: "Habla, no seas tonta; si tu marido lo ha dicho todo y te lo carga
todo a ti... Te engaña con otras mujeres"».
La práctica totalidad de estas españolas fueron deportadas,
en vagones de ganado, a Ravensbrück, el puente de los cuervos. Su condición de
mujeres fue un agravante más al sádico tratamiento que, de por sí, recibían los
prisioneros. A su llegada les era inyectado un producto químico para que
se les retirara la menstruación. En el caso de Neus, no volvió a tener la regla
hasta 1951. Aún peor lo pasó Alfonsina Bueno que arrastró secuelas durante toda
su vida: «Me llevaron a la enfermería junto a otras cuatro deportadas. Una
enfermera rusa fue obligada a inyectarnos en la vagina o, mejor dicho, en el
cuello del útero, un líquido que ni ella seguramente sabía lo que era. Lo que
yo sí sé es que al salir de la maldita enfermería, entre mis piernas caían unas
gotas amarillas que al mismo tiempo iban quemando la piel».
Las mujeres fueron especialmente utilizadas como
conejillos de indias por los médicos SS. Les amputaban brazos y piernas
para después tratar de reimplantárselos; les provocaban heridas que infectaban
con bacterias con el objetivo de probar nuevos medicamentos; les cortaban
músculos y les rompían huesos para estudiar los procesos de regeneración y
practicar técnicas de trasplantes.
Otra de las amenazas que pendía siempre sobre ellas era la
de pasar a formar parte del ejército de prostitutas que abastecía los
burdeles que el III Reich abrió para "satisfacer las necesidades de sus
tropas". Dolors Casadella, que había perdido a su hija pequeña en los
campos franceses, tenía claro que nunca acabaría sirviendo en uno de esos
tugurios: «Una mañana, al despertar la jefa de la barraca gritó: "Las que
quieran ir a una casa de prostitución que pasen por mi despacho". Todas
gritamos: "Hum". "Os prevengo que si no hay voluntarias, os
cogeremos por la fuerza". Esto fue terrible, sobre todo las más jóvenes
decidimos matarnos si nos hacían esto».
Dolors no tuvo que suicidarse pero vio como otras compañeras
sí lo hicieron tras contemplar horrorizadas la forma en que eran asesinados
sus hijos. Así lo recuerda Neus: «A las madres que daban a luz en aquella
época les ahogaban el bebé en un cubo de agua (...). Cuando el horno crematorio
no daba más de sí, se abría una zanja, se llenaba de gasolina y se les prendía fuego.
Así desapareció un gran número de niños judíos o gitanos. Las SS les hacían
bajar a las zanjas, con un bombón en la mano, bajo el cínico pretexto de
protegerles de un bombardeo. Alguna vez lo hacían tan cerca del campo que sus
madres oían sus alaridos y se volvían locas de dolor».
Solidaridad y resistencia
Al igual que los hombres, las deportadas destacan la
solidaridad como uno de los principales factores que les ayudó a salir con
vida de los campos. Simone Vilalta me muestra su tesoro; el regalo que le
hicieron sus compañeras durante su estancia en Ravensbrück: «Cuando cumplí 21
años me entregaron este librito que habían hecho a mano y en el que habían
escrito una breve historia. Me acuerdo mucho de la solidaridad que tuvimos
entre nosotras. Hubo una mujer mayor que yo que me hizo de madre. Esos son los
únicos buenos recuerdos que tengo del campo».
Simone Vilalta nos muestra su traje rayado
Esa solidaridad abarcó desde compartir la poca comida que
recibían hasta proteger a las compañeras que se encontraban más débiles. Pero
también les llevó a montar una organización clandestina para recabar
información y organizar acciones de sabotaje.
Muchas de las prisioneras trabajaban en fábricas de
armamento que nutrían a la Wehrmacht. Cualquier pequeña acción encaminada a
retrasar o paralizar la producción era considerada un éxito por las españolas
del pijama a rayas. Neus se especializó en inutilizar los proyectiles que
fabricaba en el subcampo de Holleischen: «Saboteábamos las balas que teníamos
que fabricar. Unas compañeras se dedicaban a cazar moscas y después las
poníamos en la zona que albergaba el detonador. Cuando no teníamos moscas,
escupíamos. Estoy segura de que muchas de las cajas de balas que salían de allí
nunca pudieron utilizarse. Cuando regresábamos a la barraca nos preguntábamos
entre nosotras: ¿Cuántas moscas has matado hoy? "Veinte, treinta,
cincuenta". Cada mosca era una bala que no serviría para acabar con la
vida de algún compañero. Estas pequeñas cosas representaban para nosotras una
gran victoria. Era peligroso y si te cogían no lo contabas, pero seguimos
haciéndolo hasta el final».
Y ese final llegó en 1945 cuando las tropas soviéticas y
aliadas fueron liberando, uno a uno, los campos de concentración. Llegó la
libertad para las españolas pero no la felicidad. Sin patria a la que regresar,
la mayoría se instaló en Francia donde tuvieron que afrontar unas penurias
económicas que se veían agravadas por el desarraigo social y por las terribles
secuelas físicas y psíquicas que arrastraban de su deportación. Algunas no
lo resistieron y llegaron a suicidarse. Otras, como Neus, trataron de rehacer
sus vidas sin dejar de mirar a la España que languidecía baja la dictadura
franquista.
Sus compañeros sintieron la más amarga de las traiciones
tras la muerte de Franco. Ellos pensaban que había llegado, por fin, su
momento. Creían que serían reconocidos como el resto de deportados lo habían
sido por sus naciones 30 años atrás. Las luchadoras como Neus ni siquiera se lo
plantearon. Como ella misma decía al comienzo de este artículo: «No supimos
valorar lo que habíamos hecho». Cuarenta años después es el Estado español
el que sigue sin querer valorarlas, sin querer reconocerlas. No es
ignorancia, no es casualidad, no es dejación… Es una actitud premeditada de
olvido. Olvido para tratar de enterrar la verdad y seguir equiparando a
víctimas y a verdugos.
(Este artículo se ha elaborado con extractos y testimonios
recogidos en el libro Los últimos españoles de Mauthausen de Ediciones B)
Más información web recomendada: www.deportados.es
Fuente: www.eldiario.es
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