Pedro Luis Angosto
01
de Abril de 2015(19:50 h.)
Como
todos los niños y adolescentes de mi generación, yo también fui educado en el
nacional-catolicismo pese a ir a una escuela pública, entonces daba igual, hoy
casi también. Un crucifijo en el centro, Primo de Rivera a un lado, Franco,
Caudillo de España, al otro. Maestros depurados y otros de Falange, curas y monjas
por todos lados, a todas horas, para la doctrina y lo del infierno, niños
en el pabellón de la derecha, niñas en el de la izquierda. Ningún contacto,
pecado mortal. La Virgen del Pilar, el día de los Santos, las ánimas
benditas del Purgatorio, la Inmaculada, San José de Calasanz, el niño pobre, la
Candelaria, San Blas, la Cuaresma y luego la Semana Santa. Todo el calendario
marcado, no había día sin su afán, con flores a María que madre nuestra es:
Todo mujeres y niños, algunos ya talluditos, detrás de la Virgen de Fátima,
cantando militarmente “Entre todas las mujeres, entre todas las mujeres, y
bendito sea el fruto de tu vientre, Jesús. Santa, santa María Madre de Dios,
ruega por nosotros, por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte
amen, Jesús”.
Llegaban
los “padres” misioneros, dirigidos por un tío alto, delgado y destartalado, con
cara de pocos amigos, no sé si carmelita o jesuita, no lo recuerdo, nos
obligaban a fabricar banderas del Vaticano y de España, una en cada mano, pantalón
corto, camisa blanca y un aburrimiento espantoso
Llegaban
los “padres” misioneros, dirigidos por un tío alto, delgado y destartalado, con
cara de pocos amigos, no sé si carmelita o jesuita, no lo recuerdo, nos
obligaban a fabricar banderas del Vaticano y de España, una en cada mano,
pantalón corto, camisa blanca y un aburrimiento espantoso. El fraile
destartalado alzaba los brazos amenazante arengando a las masas infantiles a
luchar contra todo lo que se moviera, contra la vida, bajo pena de eterno castigo
divino. Tenía cinco, siete, nueve, diez, doce años y lo que mejor había
aprendido en la escuela era a saber que la vida era un valle de lágrimas, sobre
todo cuando me hablaban de Dios y su corte celestial.
Cuando
se murió el perro, muchos creímos que la rabia se iría con él, pero no. Decayó
la Semana Santa, decayeron los toros, incluso el fútbol pasó por un periodo
bastante triste. Un espejismo. A partir de los ochenta las viejas cofradías
volvieron a reorganizarse con el apoyo económico de las instituciones
democráticas
Era
negra, muy negra la doctrina y quienes la impartían, pero si hay algo que
recuerdo con profundo espanto de aquella escenografía tenebrosa es la Semana
Santa. Aquellas vacaciones no eran como las demás, eran siniestras.
En casa acababan de comprar un televisor Telefunken blanco y negro de un solo
canal en el que me había aficionado a las novelas por entregas que emitían poco
antes del telediario de la noche. Al llegar los días de pasión, la televisión,
que apenas emitía diez horas al día, se apagaba y se cubría con un paño negro
que apartábamos parcialmente cuando estábamos solos para ver trompetas,
capirotes y más tedio. A la hora de las procesiones, el Ayuntamiento apagaba
las luces, cuatro peras, del pueblo dejando a los cirios el protagonismo de la
noche, mientras en los muros viejos y bellísimo de mis calles se reflejaba la
sombra gigante de los cucuruchos penitentes. Un Cristo flagelado, una dolorosa
con siete puñales en el corazón, unas mujeres y unos hombres descalzos que arrastran
cruces, un yacente y los negros con la Virgen de la Soledad que decían iba
guapísima con sus lágrimas y su manto recién bordado. Los Oficios, tres o
cuatro horas oyendo a un cura repetir lo mismo una y otra vez. Ora sentados,
ora de pié, pellizco en el muslo, en el brazo, nene estate quieto!! El cine
cerrado, la tele tapada, los bares bajo cuatro candados, ayuno obligado que mi
abuela se saltaba a escondidas dándonos onzas de chocolate con pan o torradas
de vino y azúcar, sin que nadie se enterase ni siquiera Dios. Eso sí, llegaba
el domingo y las campanas sonaban, repiqueteaban como si fuese el fin del
mundo, madre nos despertaba dando aleluyas a la resurrección del Señor y nos
íbamos a la huerta a hincharnos a habas crudas, con dos cojones.
Cuando
se murió el perro, muchos creímos que la rabia se iría con él, pero no. Decayó
la Semana Santa, decayeron los toros, incluso el fútbol pasó por un periodo
bastante triste. Un espejismo. A partir de los ochenta las viejas cofradías
volvieron a reorganizarse con el apoyo económico de las instituciones
democráticas, sacaron brillo a los santos, mandaron hacer nuevos tronos y
llamaron al heroísmo popular para volver a sacar los santos a hombros y dejar
los viejos carros que se pusieron cuando no había voluntarios. La cera volvió a
crecer, del mismo modo que lo hicieron otras fiestas populares, que lo hizo el
fútbol, que lo hicieron los toros, ocupando calles y plazas con su liturgia
sangrienta, pero ahora custodiados vírgenes y santos por guardias civiles y
policía municipales democráticos. En España volvía a amanecer y en las entrañas
de cofradías, hermandades, directivas de equipos de fútbol y clubs taurinos
fueron anidando “políticos” que hacían “política” por otros medios, pero que
estaban deseando hacerla como está mandado. La Semana Santa se convirtió en
seña de identidad de cientos de pueblos y ciudades, los equipos de fútbol en
algo más que un club, y los toreros en ídolos de masas gracias a los programas
del corazón de tonadillera, chulo, caradura y mis: Las fuerzas del pasado
habían logrado tejer una inmensa tela de araña que como nunca antes, impregnaba
todos los ámbitos de la vida pública, llenando los callejeros de todo el país
–como otrora- de nombres de curas, mosenes, festeros mayores, papas, pregoneros
y mártires de la causa: Más de la mitad de las calles de todo el país están
dedicadas a profesionales del catolicismo, militares, prominentes festeros o
panegiristas. Muchas veces me he preguntado que podría haber hecho este país
con el descomunal esfuerzo dedicado a pasear santos sangrientos, ensalzar
patrones y patronas locales, jalear a toreros o endiosar a equipos de fútbol y
futbolistas.
Hoy,
gracias a Dios, la Semana Santa es otra cosa, y la mayoría de la población,
siempre que tenga dónde vivir, qué comer, y con qué pagar la luz y el agua,
toma ese periodo del año como algo lúdico, bien viajando, bien compartiendo
unos días con amigos y familia, bien acudiendo a ver santos flagelados y
vírgenes torturadas o quedándose en casa a escuchar las consignas doctrinarias
que cada día emiten las televisiones del régimen en telediarios, series,
transmisiones deportivas y programas deformativos de la más diversa índole. Sin
embargo, las calles siguen ocupadas durante semanas por costaleros, pasos,
santos, trompetas, tambores, legionarios, beatos y políticos del pasado cogidos
del brazo con los que se decían laicos y venían para cambiar las cosas. Como
tantas veces ha dicho el teólogo Juan José Tamayo, la fe es algo personal e
íntimo que nada tiene que ver con la religión en las escuelas ni con los santos
en las calles. Entre tanto, mientras el país se desangra a manos de quienes
simulan emoción ante un paso, un gol del Madrid –que también es algo más que un
club- o una “faena” de Ponce, la tela de araña urdida por los hombres del
pasado sigue creciendo, ahora bajo el imperio de la televisión y los periódicos
del pensamiento único por la gracia de Dios y las nuevas tecnologías del
onanismo perpetuo. Qué cruz!!!
Fuente:
www.nuevatribuna.es
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