Aquel verano de 1956, había docenas
de prostitutas que por un duro dejaban que el cliente manoseara cualquier parte
de su cuerpo
Vecinos afectados por el
desbordamiento del río Turia en 1957. / jaime pato (EFE)
VALENCIA.
1956. Aquel domingo de verano el tranvía azul con jardinera que llevaba a la
playa de la Malvarrosa iba cargado de gente que todo lo que esperaba de la vida
era el regalo de pasar un día en el mar. Mientras el tranvía se alejaba junto
al pretil del Turia hacia la avenida del Puerto iba dejando atrás un sonido de
tambores y trompetas de una parada militar, que se celebraba junto al puente
del Real, en la plaza de Capitanía. Sobre la alegre campana del tranvía y las
voces felices de los pasajeros se imponía el eco de un vozarrón oscuro, que a
través del megáfono repetía una y otra vez las consignas patrióticas a una
formación de soldados y falangistas. La brisa traía hacía el tranvía las
palabras gangosas: victoria, caudillo, enemigos, España, comunismo. Pero muy
poco después a esta soflama se impuso la línea azul del mar con el olor a alga
y en la arena de la Malvarrosa se abrieron las sandías.
Aquel verano
de 1956, cuando de noche el tranvía regresaba de la playa, repleto de hombres
silenciosos, madres cansadas de gritar, chavales y niños aún ruidosos, todos
con la piel abrasada, los ojos y labios inflamados por la sal, bajo el puente
de Aragón había docenas de prostitutas que por un duro dejaban que el cliente
manoseara cualquier parte de su cuerpo mientras durara la llama de una cerilla
que ellas mantenían en alto. Parecían luciérnagas. En las charcas de agua
dormida en el viejo cauce del Turia croaban las ranas dando coro a este amor.
Desde las norias y tiovivos de la feria de julio en la Alameda la brisa traía
la canción ay Lilí, ay Lilí, ay Lo, junto a un fragor de garrapiñadas. Contra
la represión política de la dictadura aún quedaba la libertad del mar, pero en otoño
del año siguiente, el 14 de octubre, una gran riada se llevó todo aquel mundo
por delante hasta el fondo de la memoria con más de 400 muertos. Los placeres
prohibidos, el trampolín de la piscina de las Arenas, el bañador de algodón con
cordoncillo, las niñas del Loreto, la facultad de Derecho, el amor en la última
fila de los cines con olor a pachulí, los primeros ginfizz, las revistas de
Gracia Imperio en el teatro Ruzafa.
La ciudad de
las Ciencias de Valencia durante la misa del papa Benedicto,en 2006
VALENCIA,
2006. Si medio
siglo después los pasajeros de aquel tranvía hubieran deseado repetir el viaje
a la Malvarrosa, habrían encontrado Valencia cortada al tráfico y en el aire
tórrido del verano habrían observado que la arenga militar, los tambores y
trompetas, habían sido sustituidos por una inmensa plegaria religiosa que se
elevaba a coro con mil decibelios a la atmósfera desde el puente de
Monteolivete. Allí se había montado a pleno sol un tinglado que no desmerecía
al de los Rolling Stones, y unos cientos de miles de fieles perfumados con
sudor de colonia e incienso elevaban loas al Señor junto a un apabullante
engendro arquitectónico semejante al esqueleto de un inmenso dinosaurio con las
vértebras, la espina dorsal y el cráneo a la intemperie, la Ciudad de las
Artes, toda de cemento blanco, a modo de cómic galáctico fallero, creado con
brutal despilfarro por el arquitecto Calatrava, que también había levantado un
puente nuevo de diseño espacial. Sobre este sueño de espuma manierista enloquecida
ahora el Papa Ratzinger se movía dentro de un tinglado climatizado
artificialmente por seis potentes cañones de aire acondicionado que regalaban
al pontífice un clima semejante al de un centro comercial donde decenas de
cardenales y obispos formaban un gran estofado litúrgico.
Era el ocho
de julio. Unos días antes en Valencia se había producido la tragedia del
suburbano en la estación de Jesús, pero habiendo enterrado precipitadamente a
las 53 víctimas mortales con cuatro golpes de hisopo, como si no hubiera pasado
nada, sobre el tinglado del puente de Monteolivete los Reyes, el presidente del
Gobierno Rodríguez Zapatero, el jefe de la oposición Mariano Rajoy, el
presidente Camps, la alcaldesa Rita Barberá, toda suerte de políticos menores,
beatos y agnósticos, se extasiaban de incienso, la marihuana de los santos,
mientras unas ratas de alcantarilla, que respondían a la denominación de
origen, la trama Gürtel, se estaban hinchando a placer detrás de las
bambalinas. El papa bendecía a la multitud, exaltaba el modelo de familia
cristiana, cantaba a la vida y en los sótanos de ese escenario fantasmagórico
compuesto por 700 toneladas de piezas metálicas, las ratas de Gürtel cargaban
el dinero con pala.
De regreso de la playa los pasajeros
de aquel tranvía de la Malvarrosa detenido ante este altar galáctico ya de
noche, en el viejo cauce del Turia, no oirían croar a las ranas ni verían a
prostitutas nocturnas que iluminaban con una cerilla un amor, a duro el
éxtasis. Ahora en el cauce del Turia miles de jóvenes cristianos rezaban con
una vela encendida en la mano, y también parecían luciérnagas, otros tocaban la
guitarra y cantaban canciones de Viva la Gente o dormían con la mochila de
cabezal. A la mañana siguiente el sol iluminó el cauce sembrado de preservativos,
latas de cocacolas y retratos del Papa.
Fuente: www.elpais.com
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