Publicado en
2013/01/17
KARL MARX
A Abraham Lincoln, Presidente de los Estados Unidos de
América
Primera edición: En The Bee-Hive Newspaper, núm. 169, del 7 de enero de 1865.
Muy señor
mío:
Saludamos al
pueblo americano con motivo de la reelección de Ud. por una gran mayoría.
Si bien la
consigna moderada de su primera elección era la resistencia frente al poderío
de los esclavistas, el triunfante grito de guerra de su reelección es: ¡muera
el esclavismo!
Desde el
comienzo de la titánica batalla en América, los obreros de Europa han sentido instintivamente
que los destinos de su clase estaban ligados a la bandera estrellada. ¿Acaso la
lucha por los territorios que dio comienzo a esta dura epopeya no debía decidir
si el suelo virgen de los infinitos espacios sería ofrecido al trabajo del colono
o deshonrado por el paso del capataz de esclavos?
Cuando la oligarquía de 300.000 esclavistas se abrevió por vez primera en los anales del mundo a escribir la palabra «esclavitud» en la bandera de una rebelión armada, cuando en los mismos lugares en que había nacido por primera vez, hace cerca de cien años, la idea de una gran República Democrática, en que había sido proclamada la primera Declaración de los Derechos del Hombre y se había dado el primer impulso a la revolución europea del siglo XVIII, cuando, en esos mismos lugares, la contrarrevolución se vanagloriaba con invariable perseverancia de haber acabado con las «ideas reinantes en los tiempos de la creación [19] de la constitución precedente», declarando que «la esclavitud era una institución caritativa, la única solución, en realidad, del gran problema de las relaciones entre el capital y el trabajo», y proclamaba cínicamente el derecho de propiedad sobre el hombre «piedra angular del nuevo edificio», la clase trabajadora de Europa comprendió de golpe, ya antes de que la intercesión fanática de las clases superiores en favor de los aristócratas confederados le sirviese de siniestra advertencia, que la rebelión de los esclavistas sonaría como rebato para la cruzada general de la propiedad contra el trabajo y que los destinos de los trabajadores, sus esperanzas en el porvenir e incluso sus conquistas pasadas se ponían en tela de juicio en esa grandiosa guerra del otro lado del Atlántico. Por eso la clase obrera soportó por doquier pacientemente las privaciones a que le había condenado la crisis del algodón, se opuso con entusiasmo a la intervención en favor del esclavismo que reclamaban enérgicamente los potentados, y en la mayoría de los píses de Europa derramó su parte de sangre por la causa justa.
Cuando la oligarquía de 300.000 esclavistas se abrevió por vez primera en los anales del mundo a escribir la palabra «esclavitud» en la bandera de una rebelión armada, cuando en los mismos lugares en que había nacido por primera vez, hace cerca de cien años, la idea de una gran República Democrática, en que había sido proclamada la primera Declaración de los Derechos del Hombre y se había dado el primer impulso a la revolución europea del siglo XVIII, cuando, en esos mismos lugares, la contrarrevolución se vanagloriaba con invariable perseverancia de haber acabado con las «ideas reinantes en los tiempos de la creación [19] de la constitución precedente», declarando que «la esclavitud era una institución caritativa, la única solución, en realidad, del gran problema de las relaciones entre el capital y el trabajo», y proclamaba cínicamente el derecho de propiedad sobre el hombre «piedra angular del nuevo edificio», la clase trabajadora de Europa comprendió de golpe, ya antes de que la intercesión fanática de las clases superiores en favor de los aristócratas confederados le sirviese de siniestra advertencia, que la rebelión de los esclavistas sonaría como rebato para la cruzada general de la propiedad contra el trabajo y que los destinos de los trabajadores, sus esperanzas en el porvenir e incluso sus conquistas pasadas se ponían en tela de juicio en esa grandiosa guerra del otro lado del Atlántico. Por eso la clase obrera soportó por doquier pacientemente las privaciones a que le había condenado la crisis del algodón, se opuso con entusiasmo a la intervención en favor del esclavismo que reclamaban enérgicamente los potentados, y en la mayoría de los píses de Europa derramó su parte de sangre por la causa justa.
Mientras los
trabajadores, la auténtica fuerza política del Norte, permitían a la esclavitud
denigrar su propia república, mientras ante el negro, al que compraban y
vendían, sin preguntar su asenso, se pavoneaban del alto privilegio que tenía
el obrero blanco de poder venderse a sí mismo y de elegirse el amo, no estaban
en condiciones de lograr la verdadera libertad del trabajo ni de prestar apoyo
a sus hermanos europeos en la lucha por la emancipación; pero ese obstáculo en
el camino del progreso ha sido barrido por la marea sangrienta de la guerra
civil.
Los obreros
de Europa tienen la firme convicción de que, del mismo modo que la guerra de la
Independencia en América ha dado comienzo a una nueva era de la dominación de
la burguesía, la guerra americana contra el esclavismo inaugurará la era de la
dominación de la clase obrera. Ellos ven el presagio de esa época venidera en
que a Abraham Lincoln, hijo honrado de la clase obrera, le ha tocado la misión
de llevar a su país a través de los combates sin precedente por la liberación
de una raza esclavizada y la transformación del régimen social.
NOTA
NOTA
El “Mensaje”
de la Asociación Internacional de Trabajadores a A. Lincoln, Presidente de los EE.UU., con
motivo de su segunda elección al cargo de Presidente, fue escrito por Marx de
acuerdo con la decisión del Consejo General. En el momento más álgido de la
guerra civil de los EE.UU., este “Mensaje” tuvo mucha significación.-
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