Qué reclamar al capitalismo neoliberal en crisis
Artículos de
Opinión | Leonardo Boff | 21-08-2012 |
La crisis
del neoliberalismo ha alcanzado el corazón de los países centrales que se
arrogaban el derecho de conducir no solo los procesos económico-financieros
sino también el propio curso de la historia humana. Es la crisis de la
ideología política del estado mínimo y de las privatizaciones de los bienes
públicos, pero también del modo de producción capitalista exacerbado en extremo
por una concentración de poder como nunca antes se había visto en la historia.
Estimamos que esta crisis tiene carácter sistémico y terminal.
El genio del
capitalismo siempre ha encontrado salidas para su propósito de acumulación
ilimitada. Para eso ha usado todos los medios, inclusive la guerra. Ganaba
destruyendo y ganaba reconstruyendo. La crisis de 1929 se resolvió no por la
vía de la economía sino por la vía de la Segunda Guerra Mundial. Ese recurso
parece ahora impracticable, pues las guerras son tan destructivas que podrían
exterminar la vida humana y gran parte de la biosfera. Pero no estamos seguros
de que, en su insania, el capitalismo no use este medio.
Esta vez
surgen dos límites insuperables, lo que justifica decir que el capitalismo está
concluyendo su papel histórico. El primero es el mundo lleno, es decir que el
capitalismo ha ocupado todos los espacios para su expansión a nivel planetario.
El otro, verdaderamente insuperable son los límites del planeta Tierra. Sus
bienes y servicios son limitados y muchos no renovables. En la última
generación quemamos más recursos energéticos que en todas las generaciones
anteriores, nos asegura el analista italiano Luigi Soja. ¿Qué haremos cuando
estos alcancen un punto crítico o simplemente se agoten? La escasez de agua
potable puede poner a la humanidad frente a la destrucción de millones de
vidas.
Las
regulaciones y los controles propuestos hasta ahora han sido simplemente
ignorados. La Comisión de la Naciones Unidas para la Crisis Financiera y
Monetaria Internacional, cuyo coordinador era el premio Nobel de Economía
Joseph Stiglitz (llamada Comisión Stiglitz) realizó un gran esfuerzo desde
enero de 2009 para presentar reformas intrasistémicas de cuño keynesiano.
En ella se
proponía una reforma de los organismos financieros internacionales (FMI, Banco
Mundial) y de la OMC (Organización Mundial del Comercio). Se preveía la
creación de un Consejo de Coordinación Económica global del mismo nivel que el
Consejo de Seguridad, la constitución de un sistema de reservas globales para
contrapesar la hegemonía del dólar como moneda de referencia, la institución de
una fiscalización internacional, la abolición de los paraísos fiscales y del
secreto bancario y, por último, una reforma de las agencias de certificación.
Todo fue rechazado. La ONU aceptó solamente la constitución permanente de un
Grupo de Expertos de Prevención de las Crisis, al que nadie da importancia,
porque lo que realmente cuenta son las bolsas y la especulación financiera.
Esta
constatación decepcionante nos convence de que la lógica de este sistema
hegemónico puede hacer que el planeta no sea ya amigable para nosotros, y
llevarnos a catástrofes socio-ecológicas muy graves, hasta el punto de amenazar
nuestra civilización y la especie humana. Lo cierto es que este tipo de
capitalismo, que en la Río+20 se revistió de verde con el objetivo de poner
precio a todos los bienes y servicios naturales y comunes de la humanidad, no
tiene condiciones a medio ni a largo plazo para garantizar su hegemonía. Otra
forma de habitar el planeta Tierra y de utilizar sus bienes y servicios deberá
surgir.
El gran
desafío es cómo procesar la transición rumbo a un mundo postcapitalista
liberal, entendido como un sistema social que esté orientado por el Bien Común
de la Humanidad y de la Tierra, que sustente toda la vida y que exprese una
relación nueva de pertenencia y de sinergia con la naturaleza y con la Tierra.
Es necesario
producir, pero respetando el alcance y los límites de cada ecosistema, no
meramente para acumular sino para atender, de forma suficiente y decente, las
demandas humanas. Es importante también cuidar de todas las formas de vida y
buscar el equilibrio social, sin dejar de pensar en las futuras generaciones
que tienen derecho a una Tierra preservada y habitable.
No cabe en
este espacio lanzar alternativas en curso. Nos atenemos a lo que es posible
intrasistémicamente, ya que no hay como salir de él a corto plazo.
Asistimos al
hecho de que América Latina y Brasil, en la división internacional del trabajo,
están condenados a exportar lo que se extrae de sus minas y commodities, bienes
naturales como alimentos, granos y carnes. Para hacer frente a este tipo de
imposición deberíamos seguir los pasos ya sugeridos por varios analistas,
especialmente por un gran amigo de Brasil, François Houtart, en su reciente
libro con otros colaboradores: Un paradigma poscapitalista: el Bien Común de la
Humanidad (Panamá 2012).
En primer
lugar, dentro del sistema luchar por normas ecológicas y regulaciones
internacionales que cuiden lo más posible los bienes y servicios naturales
importados de nuestros países; que traten de su utilización de forma
socialmente responsible y ecológicamente correcta. La soya es para alimentar
primero a la gente, y solo después a los animales.
En segundo
lugar, cuidar nuestra autonomía, rechazando el neocolonialismo de los países
del Centro que nos mantienen, como antaño, en la Periferia, subalternos,
agregados y meros suplentes de lo que les falta en bienes naturales. Antes,
debemos cuidar de incorporar tecnologías que den valor añadido a nuestros
productos, crear innovaciones tecnológicas y orientar la economía, primero,
hacia el mercado interno y, luego, al externo.
En tercer
lugar, exigir a los países importadores que contaminen lo menos posible sus
ambientes y que contribuyan financieramente al cuidado y a la regeneración
ecológica de los ecosistemas de donde importan los bienes naturales,
especialmente de la región amazónica y del cerrado.
Se trata de
reformas y todavía no de revoluciones. Pero ayudan a crear las bases para
proponer un paradigma distinto que no sea la prolongación del actual, perverso
y decadente.
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