¿CUÁLES SON LA BANDERA Y EL
HIMNO ESPAÑOLES?
20 agosto 2012 escrito por Vicenç Navarro
A raíz de las declaraciones a un rotativo catalán, ARA, del
deportista catalán Àlex Fàbregas, participante en las Olimpiadas de Londres, en
las que declaraba que no sentía el himno nacional español, ni tampoco,
consecuentemente, la bandera nacional española, como suyos, y sí en cambio
sentía la bandera catalana, La Senyera, y el himno catalán, els Segadors como
suyos, se movilizaron las predecibles voces insultantes en las que todo tipo de
epítetos se dirigieron a tal deportista y a sus defensores.
Tal reacción muestra, una vez más, la escasísima cultura
democrática que existe en algunos círculos nacionalistas españoles que han
expresado siempre gran hostilidad hacia cualquier proyecto que difiera del
suyo. En vez de establecer un diálogo, la respuesta es siempre la misma. El
insulto tanto verbal como físico, incluido el militar. No en vano, la
Constitución española atribuye a las Fuerzas Armadas la garantía de lo que
llaman la Unidad de España, artículo de la Constitución que entra en claro
conflicto con el principio democrático de que la soberanía radica en la
ciudadanía. Por lo visto, bajo esta Constitución, si el pueblo catalán
decidiera separarse de España, ello sería impedido por el Ejército, aun cuando
el resto de la población española así lo aceptara. En realidad, en tal
Constitución no existe espacio para considerar tal posibilidad. En otros países
en los que he vivido por muchos años durante mi largo exilio, tal posibilidad
sí que existe. Así, en EEUU, el Estado de Texas tiene la potestad, si así lo
desea, de separarse de EEUU, posibilidad que, por cierto, muchos
estadounidenses de persuasión progresista favorecerían debido a las posturas
profundamente conservadoras que tal Estado suele sostener y promover. En otro
país donde viví muchos años, Suecia, se vivió a principios del siglo XX, en
1905, una separación de parte de su territorio, Noruega, sin que hubiera
conflicto alguno. Un acuerdo sin más respondiendo al deseo de Noruega y aceptado
por Suecia.
En España, el enorme y asfixiante centralismo del
nacionalismo español, más presente en las fuerzas conservadoras que en las
progresistas (aun cuando estas últimas comparten frecuentemente elementos
importantes de este centralismo que caracteriza el nacionalismo español), ha
siempre respondido con hostilidad y agresión (incluida la militar) a todo
intento de redefinir tal Estado, aceptando la descentralización (el llamado
Estado de las autonomías) precisamente para no reconocer la plurinacionalidad
del Estado español. Es ese nacionalismo español el que también ha mostrado la
Transición española de la dictadura a la democracia como módelica, presentando
la Constitución como un documento ejemplar que era mejor no cambiar (excepto en
nocturnidad y alevosía para obedecer el dictado del gobierno alemán en aprobar
el pacto fiscal).
Las consecuencias de la Transición
Inmodélica
Como he escrito en varias ocasiones, la Transición dejó
mucho de ser modélica (ver mi libro Bienestar insuficiente, Democracia
incompleta. De lo que no se habla en nuestro país). Se hizo en términos muy
favorables a las fuerzas conservadoras que controlaban el Estado español. Había
un enorme desequilibrio entre las fuerzas políticas que se sentaron en la mesa
para diseñar tal Transición. Por un lado, las conservadoras, herederas de la
dictadura, que continuaban teniendo un gran poder, controlando, además del
Estado, la mayoría de medios de información y persuasión, mientras que las
izquierdas, que lideraban las fuerzas democráticas, acababan de salir de la
prisión o de volver del exilio. Ni que decir tiene que las movilizaciones
obreras jugaron un papel esencial en finalizar aquella horrible y sangrienta
dictadura. Pero los partidos políticos de izquierda que se sentaron en la mesa,
tenían muy poco poder. Ello dio como resultado una Transición y una
Constitución inmodélicas. El sistema democrático al cual dio lugar, fue muy
limitado, produciendo un bienestar muy insuficiente. Lo que está pasando con
las víctimas de lo que se llama en España “el franquismo” (que debería llamarse
fascismo) es un claro ejemplo de ello. Una juez de Argentina tendrá que
proteger sus derechos –respondiendo al Derecho internacional- debido a que los
que tenían que haberlo hecho en España no lo hicieron. Y, España continua
siendo el país con el gasto público social por habitante más bajo de la UE.
En tal Constitución aparece la bandera borbónica como la
bandera española, y la Marcha Real como himno nacional, frente al cual los
súbditos tienen que cuadrarse en silencio. Tales símbolos definen bien la
España de la Transición. Pero para millones de españoles –que perdieron la mal
llamada Guerra Civil (que fue un golpe militar fascista frente a un sistema
democrático) y sus sucesores, herederos que luchamos durante la dictadura por
la democracia-, ni la bandera ni el himno son los nuestros. Lo es por ley, pero
no lo sentimos nuestro. En realidad, aquel himno fue el himno de los golpistas,
y la bandera borbónica (con cambios mínimos) fue la que los golpistas
enarbolaron en su victoria en aquella rebelión antidemocrática (que no hubiera
ocurrido sin la ayuda militar de Hitler y Mussolini). Este rechazo es muy
acentuado en Cataluña (cuya cultura fue brutalmente reprimida por los
golpistas) y no solo entre los independentistas (cuyo proyecto no comparto pero
respeto) sino entre gran parte de la población.
La bandera republicana
Mi bandera española (tan querida como La Senyera), es la
bandera por la cual mis padres y su generación lucharon (perdiendo una guerra)
y es la bandera que las fuerzas democráticas, también en Catalunya, defendimos
durante la dictadura. La bandera republicana, que, por cierto, me alegra ver
que aparece cada vez más en las manifestaciones de protesta que están
ocurriendo en nuestro país. Esta bandera liga las demandas presentes de un
mundo mejor con nuestras luchas y las de nuestros antepasados para establecer
otra España, la España de los distintos pueblos y naciones de España, frente a
esta España del establishment, cuyas políticas están causando un enorme dolor
sin que tengan ningún mandato popular para llevarlas a cabo pues nunca
estuvieron en sus ofertas electorales. En esta España, que un número creciente
sentimos que no es la nuestra, hemos visto el intento desesperado de tal
establishment liderado por la Monarquía, de utilizar los Juegos Olímpicos, para
movilizar el sentimiento de apoyo a la Marcha Real y a la bandera borbónica,
presentándolas como las españolas (porque así lo dice la Constitución), con la
presencia activa de la Familia Real para conseguir crédito político de las
merecidas victorias de los deportistas españoles. Todo ello como indicador de
la necesidad que tal establishment siente de legitimar su poder que está
perdiendo apoyo popular rápidamente.
Mientras todo ello ocurre, en España está prohibida la
exhibición, incluso en las competiciones deportivas, de la bandera española que
mejor representa la España democrática, ansiosa de libertad y solidaridad, por
la cual millones de españoles lucharon, siendo fusilados, encarcelados,
torturados y/o exilados por ello. A la vez que la Familia Real intentaba
oportunísticamente promover su imagen en los Juegos Olímpicos, apareciendo
siempre en los medios de información junto a los equipos españoles vencedores,
en Alicante, días después, un ciudadano era sancionado en el estadio donde se
jugaba el partido de balonmano entre la selección española y la argelina, por
querer mostrar su apoyo al equipo español enarbolando la bandera española
republicana. El gobierno español justificó tal sanción bajo el argumento que
tal gesto “incitaba a la violencia” (Público, 16.08.12). Ello muestra, no solo
el nivel de intolerancia antidemocrática de las derechas en España sino su
enorme temor e inseguridad, conscientes de que hay la otra España que
derrotaron que, no solo continúa existiendo, sino que está creciendo.
La necesidad de recuperar nuestra
bandera y nuestra cultura republicana
Se me dirá que estoy despertando sentimientos que estarían
mejor guardados a fin de facilitar la convivencia. Pero los que utilizan tal
argumentación ignoran que el lado vencedor nunca adoptó ninguna medida
conciliadora, que exigiría un cambio radical en su comportamiento con los
vencidos. El caso citado de las víctimas de la dictadura es un ejemplo
bochornoso de ello. Reconciliarse con esta actitud es olvidar nuestro pasado,
que es lo que la izquierda nunca debería haber hecho. Fueron primordialmente
las izquierdas las que lucharon por la democracia y fueron primordialmente las
derechas las que primordialmente la
destruyeron, como ahora están destruyendo los pocos derechos sociales y
laborales que se habían conseguido en el periodo democrático.
Una última nota. Es muy importante que en las
manifestaciones de protesta luchando por otra España, la España auténticamente
democrática, se recupere esta memoria, entre otras razones, para que la
juventud sepa que son continuadores de otras generaciones que lucharon y a
veces vencieron. Y parte de ello es no solo recuperar la bandera republicana,
sino la cultura democrática que caracterizó a las izquierdas, incluyendo las
canciones de resistencia antifascista. Sorprende que la multitud no cante en
las movilizaciones de protesta en España, una situación que es casi única a los
dos lados del Atlántico donde he vivido. En Italia y en Francia, las canciones
de la resistencia antifascista aparecen una y otra vez en las manifestaciones.
Y en EEEUU, los cantos de los movimientos sociales de protesta son la norma,
cantándose con frecuencia lo que es, en la práctica, el himno de las izquierda
americano, This Land is your Land. En España, tenemos muchas canciones que
millones de voces cantaron en el pasado, incluso en condiciones de
clandestinidad y en su lucha por la democracia, canciones que también se están
olvidando como parte de este olvido histórico que las izquierdas han
practicado. Reforzarían las posibilidades de tener un futuro, si tales canciones
y tal cultura estuvieran también ahora presentes en tales manifestaciones que
exigen –con razón- otra España.
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