Talibanes fanáticos del neoliberalismo
Artículos de
Opinión | Enrique Javier Díez Gutiérrez * | 26-08-2012 |
Los datos de
la Encuesta de Población Activa (EPA) demuestran que los recortes y reformas
del PP están empujando el paro en España hasta un máximo histórico, un nivel
desconocido hasta la fecha. El 24,63% de quienes están en edad de trabajar en
España no lo hacen, es decir, uno de cada cuatro. Y más de la mitad de los
jóvenes menores de 25 años están en paro. 1.737.600 hogares tienen a todos sus
miembros activos en el paro, para quienes las expectativas laborales son
desgraciadamente muy escasas, a lo que se unirá la brutal subida de impuestos:
IVA, copago farmacéutico, eliminación de becas y ayudas, etc., así como
recortes laborales.
Es un
porcentaje nunca visto desde que empezó a medirse el desempleo. La cifra es
todavía más brutal en números absolutos: 5.693.100 de personas en nuestro país
están paradas. En la mejor época del estacional mercado laboral español se ha
destruido empleo. Otro récord negativo que se bate, como el del trimestre
anterior, y como el del anterior.
Mientras, el
Fondo Monetario Internacional prevé que la economía española caerá el doble en
2013 por culpa del impacto negativo que tendrá el plan de recortes de 65.000
millones de euros aprobado este mes por el Gobierno de Mariano Rajoy y exige
otro aumento del IVA en 2014, animando a usar con las comunidades autónomas
"el palo" de la intervención para recortar aún más en educación,
sanidad y servicios públicos con el fin de evitar así desvíos del déficit
(fetiche sacrosanto que PP y PSOE consagraron en la Constitución,
convirtiéndonos en el país de Europa que antepone constitucionalmente pagar con
nuestros impuestos las deudas con los bancos y las financieras internacionales
–el 1%-, causantes de la crisis actual, antes que pagar la educación, la
sanidad o los servicios sociales para todos y todas –el 99%-).
Ni el
rescate del sector bancario y financiero con cientos de miles de millones de
nuestros impuestos, ni el mayor plan de recortes de la democracia han
conseguido convencer ni “calmar a los mercados” que siguen aumentando la prima
de riesgo. Como remate, uno de los pocos organismos que hasta ahora tenía una
previsión positiva, el Fondo Monetario Internacional (FMI), rectifica y prevé
ahora que la economía española se desplome aún más en 2013 y que la deuda
pública seguirá subiendo, al 90,3% este año y al 96,5% el próximo, sin saber
dónde estará el techo.
Pero no
importa. No hay desastre, ni paro suficiente, ni desplome de la economía
bastante, que quiebre la inquebrantable fe en el dogma neoliberal.
Siempre
alegan que, más adelante, en un próximo futuro, con mayor énfasis en la
aplicación de sus doctrinas, se conseguirá el paraíso. Y a nadie parece
sorprender el hecho de que basen sus apuestas económicas en promesas futuras de
que se cumplirán. Nos exigen una fe inquebrantable, a prueba de los hechos que
demuestran, una y otra vez, que nunca se cumplen sus afirmaciones. Y no hay
“mito” más extraordinario de la ciencia económica: es difícil encontrar otro
caso donde los hechos contradicen tanto un dogma. Estas políticas no son
erróneas, afirman, sino que simplemente no se han aplicado el tiempo suficiente
o con la energía suficiente.
La
arrogancia, la altanería y la insolencia de este “nuevo evangelio” se extienden
con tal intensidad que se está convirtiendo en una especie de dogmatismo
fanático moderno. Esta ideología prácticamente ha dejado de necesitar
justificación. El sistema neoliberal ha adquirido una especie aura sagrada,
acabando por reinar en la realidad y en las conciencias de la mayoría de las
gentes y se invoca para justificar cualquier cosa, desde bajar los impuestos de
las grandes fortunas y dejar de lado las normas ambientales hasta desmantelar
la enseñanza pública y los programas de prestaciones sociales.
Este
discurso es retomado y reproducido por los principales medios de información
económica, –The Wall Street Journal, Financial Times, The Economist,
etc.-, propiedad, con frecuencia, de grandes grupos industriales o financieros.
Un poco más tarde, las Facultades de Ciencias Económicas, periodistas,
ensayistas, personalidades de la política..., retoman las principales consignas
de éstas nuevas tablas de la ley y, a través de su reflejo en los grandes
medios de comunicación de masas, las repiten hasta la saciedad. Sabiendo con
certeza que, en nuestras sociedades mediáticas, repetición equivale a
demostración. La repetición constante en todos los medios de comunicación de
este catecismo por casi todos los políticos y políticas, tanto de derecha como
de izquierda socialdemócrata, le confiere una tal carga de intimidación que
ahoga toda tentativa de reflexión libre, y convierte en extremadamente difícil
la resistencia contra este nuevo oscurantismo.
Al final,
como conversos que son a la nueva fe, no ofrecen ni pueden ofrecer una defensa
empírica del mundo que están construyendo. Por el contrario, ofrecen, o más
bien exigen, una fe religiosa en la infalibilidad del mercado no regulado.
La baza
definitiva de quienes defienden el neoliberalismo consiste, no obstante, en
decirnos una y otra vez que no hay alternativas racionales y viables dignas de
consideración, que “otro mundo no es posible”, que éste es el mejor (o el
único) de los mundos posibles. Puede que sea imperfecto, dicen, pero es el
único sistema viable en un mundo gobernado por los mercados globales y una
intensa competición. Este dogmatismo paraliza el entendimiento y la ausencia de
alternativas paraliza la acción. En la conciencia colectiva se instala la tesis
de la futilidad e impotencia del empeño humano individual o colectivo, pues
nada se puede cambiar.
Por eso la
lucha de muchos grupos y personas desfavorecidas está siendo por la inclusión
en dicho sistema, ya no para cambiar el sistema. Es el nuevo orden hegemónico
que impone el “pensamiento único” silencia cualquier disidencia acusándola de
practicar o alentar el “terrorismo”.
La
eficiencia de este sistema reposa fundamentalmente en el proceso de
interiorización colectiva que asume ampliamente la lógica del sistema, que se
adhiere “libremente” a lo que se le induce a creer. Terminamos actuando de
común acuerdo sin tener necesidad de ponernos de acuerdo. Qué otra opción cabe
que pagar antes a los banqueros causantes de nuestra ruina aunque para ello
tengamos que cerrar plantas en los hospitales públicos o privatizar centros de
educación infantil. Nuestra “comunión” con las ideas dominantes hace inútil la
conspiración.
* Enrique
Javier Díez Gutiérrez. Profesor de la Universidad de León
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