UN DOCE DE OCTUBRE, CONSPIRAR ES NECESARIO
Artículos de
Opinión | Mauricio Rodríguez Amaya | 13-10-2012 |
Descamisados,
sedientos y a punto de morir de inanición, cerca de ochenta hombres
desembarcaron en las Antillas, para sobrevivir primero y luego, con más
fuerzas, arrasar la vida sobre esa tierras novedosas e indómitas; hoy los
nuevos conquistadores vienen en aviones privados abastecidos hasta el derroche,
con ni siquiera el más mínimo problema pero con el doble de las posibilidades
de éxito.
Cuando el
Almirante genovés besó estas tierras, eran vírgenes multimillonarias en
productos y especies; en el Caribe, los pueblos vivían de sus propios cultivos,
las tierras no eran de nadie porque eran de todos y de todas; habían imperios y
grupos y guerras, y dominios, pero la vida tenía valor y la naturaleza
alimentaba todos los estómagos y alcanzaba para vivir todos los sueños. Los
nuevos conquistadores, tienen que lidiar con un pueblo esencialmente pobre,
endeudado y desterrado; más de la mitad de América Latina es Pobre y otro 30%
está en la indigencia. En vez de bosques inhóspitos y frondosos, estas tierras
están condenadas al monocultivo del cacao, el café, el azúcar, el algodón, las
flores o el banano, o cualquier otro producto de conspicuo gusto en los
paladares europeos o norteamericanos. La tercera parte de la selva brasilera ha
sido transformada en caucho, otra tercera parte sufre los rigores de la
explotación maderera; en Colombia, donde la tierra respiraba limpio, pululan
palmas aceiteras para producir combustibles; en Haití no nace un árbol porque
el monocultivo de la caña quemó las tierras por más de cuatrocientos años; la
selva chilena ha sido prácticamente destruida y en Guatemala, el banano devastó
la comida de más de 15 millones de indígenas.
Hace
quinientos veinte años, los camellones de américa brillaban de noche como si
fueran estrellas; los cerros de Potosí, en Bolivia, Huancavelica en Chile,
Zacatecas y Guanajuato en México, guiaban a los desprevenidos en las noches con
su brillo y de día producían refulgencias sobre los cielos en gamas de colores
incontables. Hoy, los nuevos conquistadores analizan desde sus aparatos
electrónicos la explotación minera del continente entero. Ecuador vive
condenada a la extracción, el 10% del territorio chileno es un cráter
inconmensurable; en Bolivia las reservas de Plata son limitadas después de
surtir por más de doscientos años al mercado europeo y luego al de Estados
Unidos; en Colombia, más del 60% del territorio está entregado a empresas cuyos
dueños ni siquiera conocen el Español, o el lugar exacto de las minas que sus
empresas explotan. Centroamérica agotó sus reservas de oro, y el cobre y el
níquel van directo de la mina al mar.
Cuando Colón
llegó debió utilizar sus embarcaciones para llevarse todo cuanto era posible y
poder, de esta manera, iniciar la larga historia de la extracción, la
desolación americana y el desarraigo. Hoy, pareciera que no hubiera pasado
nada; que el mundo que vivimos es el mismo que instauró Colón y su pléyade de
delincuentes y extraditados; algunos cambios, por su puesto, han operado en el
modelo de extracción: antes de abrir la tierra de nuestro continente, ésta ya
ha sido vendida en las Bolsas de Nueva York o Londres; en los escritorios de
Washington o Toronto se reparten las ganancias de la explotación minera o
energética; en Francia, Alemania o España, los grupos empresariales deciden
cuantas palmas se deben sembrar para producir el combustible suficiente para
los carros de Norteamérica; En España, dos grupos empresariales deciden el agua
que deben acumular para luego venderla en pequeñas provisiones en su
continente, ante la inminencia de quedarse seco. Antes de expurgar las entrañas
de los llanos o las montañas, ya es posible saber la cantidad de lo exportable
y los eventuales rendimientos, los cuales, de no ser alcanzados, son pagados
por el Estado gracias a los modernísimos negocios de Joint Venture.
Con Colón
nació la circulación mundial del dinero, antes era solo una quimera del mundo
moderno europeo. Hoy los billetes circulan mucho menos que las inflaciones en
las bolsas, los capitales inexistentes especulan en el país que se les da la
gana; al parecer nadie los controla, pero la verdad es que es un sistema global
que engorda un día a un pueblo, a un grupo de empresarios y su gobierno y a las
pocas horas los hace vomitar todo cuanto tengan en lo más íntimo de sus
entrañas. Los banqueros tienen más dinero acumulado que los conquistadores
industriales; producir es un riesgo innecesario, y si se hace, debe ser para
alimentar el modo de vida europeo o norteamericano; al fin de cuentas, este
continente, África y gran parte de Asia, sigue proveyendo las materias primas
necesarias para producir el fomento industrial y financiero de los nuevos
conquistadores.
Más de 600
multinacionales europeas o norteamericanas son dueñas de más del 50% del
territorio de Nuestra América; pero al día, crecen el desplazamiento y la
miseria. En Puerto Gaitán, principal municipio petrolero en Colombia, las
multinacionales Pacific Rubiales, de Canadá, y CEPSA, de España, extraen más de
320 mil barriles de petróleo por día y venden una porción a las refinerías
colombianas a precio internacional -otra parte va directamente a sus refinerías
en el resto del mundo-. Pero en Puerto Gaitán, el 44% de los pobladores viven
en la miseria; en la zona de principal explotación, no existe red eléctrica,
aunque la Empresa canadiense tiene su propia subestación; los cables de energía
pasan por encima de las casas pero la luz no baja hasta sus viviendas; más de
200 familias toman agua contaminada con petróleo o derivados diariamente; no
hay acueducto, ni alcantarillado, ni carretera pavimentada, ni centro de salud,
ni siquiera puesto de Policía, la seguridad local también está en manos de una
empresa privada al servicio de la multinacional.
Cada doce de
octubre, algunos de nuestros gobiernos hacen eventos y proclaman discursos
elevando aleluyas a la sacrosanta modernización. Hacen ritos en conmemoración
de Colón y su tropa de harapientos y mercachifles, en donde participan
gustosamente los nuevos conquistadores con la anuencia de los nuevos ricos de
acá, cuyas riquezas se deben a que han permitido que todo cuanto tenemos valioso
viaje casi gratis hacia allá.
No siempre
ha sido así; hace cerca de doscientos treinta años, miles de negros arrasaron
las zafras de azúcar en casi todo el Caribe; los cimarrones de Haití se
elevaron a las montañas y desde allí proclamaron su independencia y la de su
nueva patria. En Colombia, un campesino convertido en comerciante, declaró a
orillas del Magdalena la libertad de los esclavos y la abolición de la
encomienda, el negro Galán gritó para Colombia por primera vez independencia; por
la misma época un hombre, misteriosos y gigante reunió a más de 20 mil
indígenas, hermanos y hermanas de su misma sangre, y declaró la expulsión de
España de sus tierras y de su reino, proclamó que el español no volvería a
comer del trabajo del Indio, Tupac Amaru hizo la primera independencia posible
en la capital del imperio español; años después, otra generación se aventuró a
la independencia y la alcanzaron, liberaron al continente de España, Portugal,
Francia y Holanda, aunque no lograron liberarla del atraso, las deudas ni la
presión de los Estados Unidos. Pero hubo una época donde era posible soñar y
construir mundos libres, poderosos, soberanos, decentes. Hoy otra generación de
hombres y mujeres están intentando recuperar esas rutas que el atolondramiento
de las clases dominantes dejó perder, o borraron para su propia comodidad. En
Venezuela y Bolivia, en Brasil y en Cuba; en Ecuador y en la histórica ciudad
de Lima; en los Andes del Sur y en los valles del Rio de la Plata, el sueño de
la libertad sigue retumbando los oídos de los sórdidos nuevos conquistadores.
En muchos
rinconcitos hay gente conspirando contra esos nuevos ricos, porque conspirar en
Nuestra América consiste en esa vilipendiada herejía de soñar con alimento, con
educación digna y para todos, con empleos estables y decentes, con derecho a un
techo, con servicios básicos y con espacio para todos los hijos, las hijas y
las nietas; soñar y vivir con aire fresco y con agua limpia, con mares propios
y con montañas coloridas y valles verdes. En América conspirar es pensar que
tenemos derecho a realizar nuestra propia historia, aunque implique siquiera
sea un poquito, sacrificar el gusto de los nuevos conquistadores.
Cada doce de
octubre, es un día que necesita conspirarse más, hasta que logremos que por
fin, no nos acordemos de esta fecha sino como parte de una ignominiosa campaña
que nos partió la historia y nos condenó al olvido. Hasta que olvidemos las
celebraciones y recuperemos las conspiraciones, hasta ese día, conspirar en
octubre será necesario.
Octubre 12,
2012
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