MONSANTO Y LA DEPENDENCIA
Artículos de
Opinión | Carlos del Frade | 13-10-2012
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En 1996 la
Argentina aprobó la llamada soja RR de Monsanto. De tal forma el primer cultivo
transgénico llegó al país y a partir de lo cual se sembró soja hasta en las
macetas.
A fines de
agosto pasado, el gobierno nacional vuelve a apostar a la multinacional.
Dispuso la liberación comercial de la llamada soja “Intacta RR2 Pro”, que fue
modificada genéticamente por Monsanto para lograr un cultivo que como su
antecesor será resistente al glifosato (el más popular herbicida) y le agregará
resistencia al ataque de insectos.
Sostienen la
informaciones que Monsanto, que “además de esas correcciones promete un aumento
de los rindes de hasta 8 por ciento (en la cosecha argentina, eso significaría
4 millones de toneladas más), había lanzado esta innovación en Estados Unidos,
Brasil y Paraguay”.
La decisión
fue la consecuencia de una reunión mantenida por la presidenta de la Nación,
Cristina Fernández de Kirchner, con los directivos de Monsanto a fines de junio
pasado.
A la
multinacional no le va mal en la Argentina.
De acuerdo a
su último balance, durante 2011 vendió por 4.124 millones de pesos, a razón de
7.955 pesos por minuto, ubicándose en el puesto 71 entre las mil empresas que
más venden en estos arrabales del mundo.
No hace
mucho, en Córdoba, un fallo judicial determinó que contaminar con glifosato es
un delito pero los ejecutores quedaron libres.
Una
sentencia que solamente se puede explicar por los negocios que le permite el
gobierno a la multinacional.
Por eso, en
cualquier geografía de la Argentina el agrotóxicos aparece de cualquier forma y
en cualquier cantidad.
Según el
ingeniero forestal Julio Bernio, -docente de la Facultad de Ciencias Forestal
de Misiones- entre 1996 y el 2006, Alto Paraná “aplicó un millón ocho mil kilos
de glifosato en sus plantaciones de pinos, a los que hay que sumarle los otros
agrotóxicos que utilizan en un poderoso cóctel”.
Describió
que Alto Paraná los “usa en la pre y postplantación, o sea del primero al
tercer año del árbol. Aplican un poderoso cóctel compuesto por distintos
herbicidas, un pre-emergente que forma una película sobre el suelo, que mata a
las plantas apenas germina la semilla, y un detergente como coayudante”.
“Además hay
que tener en cuenta la contaminación directa con agrotóxicos, ya que estos se
disuelven en 200 litros de agua por hectárea, y el líquido lo toman de arroyos
y nacientes. Se hacen como mínimo, dos aplicaciones por año, en las 15 mil
hectáreas que tienen con plantaciones de uno a tres años”. Bernio agregó que
“en la empresa nos prohibían que digamos agrotóxicos, y teníamos que referirnos
a los mismos como agroquímicos. No tenemos que engañarnos, acá la cuestión pasa
por la salud de la gente y el derecho que todos tenemos de hacer uso correcto
de los recursos naturales, no podemos hacer lo que queremos en una, diez o
miles de hectáreas”. El investigador contó que la contaminación “en Misiones se
complica por las lluvias torrenciales y suelo quebrado. Llueve, lava todo el
suelo, y eso va a parar a los arroyos. El 80 por ciento de las ciudades de la
provincia toman el agua de los arroyos para potabilizarla y todos los
componentes químicos van a parar ahí”. Bernio dijo que en el 2006, “en una
audiencia pública realizada en Eldorado denunciamos que Alto Paraná ocultaba
información. Les dije que utilizaban un kilo y medio de Roundup por hectárea,
pero la respuesta fue patética: nos contestaron que antes utilizaban dos kilos
y medio”, apuntó el investigador.
En la
Argentina del presente, más allá de los discursos nacionales, populares y
progresistas, la aplicación del glifosato en cualquier punto de su geografía y
las monumentales ganancias de Monsanto demuestran el grado de dependencia de
empresas multinacionales que hacen lo que quieren.
Fuente de
datos: “Misiones On Line”.

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