CATALUÑA, NUEVO ESTADO DE EUROPA: ESPAÑA ES CULPABLE
Artículos de
Opinión | Manolo Monereo | 14-10-2012 |
La
distinción entre normalidad y excepción me sigue pareciendo clave para entender
la etapa histórica que estamos viviendo. El mundo cambia aceleradamente y los
esquemas del pasado ayudan poco a entender lo que está ocurriendo. Nada explica
mejor esto que las diversas interpretaciones que se están dando en torno a la
llamada “cuestión catalana”.
La sucesión
de asombros y quejas de tantos intelectuales bien intencionados ante la deriva
soberanista catalana dice mucho de una la realidad que se escapa cada vez más
de lo, para bien o para mal, pensamos de ella. Resulta que la globalización
ponía en cuestión a los Estados nacionales y hay en el mundo más Estados que
nunca. Resulta que la Unión Europea marchaba impetuosa hacia el federalismo y
que los Estados nacionales progresivamente se “deconstruían” y aseguraban la
solución de los viejos y nuevos problemas nacionales, y topamos con la paradoja
de que es un viejo Estado nacional, la Alemania unificada, la que hegemoniza y
pone en crisis la UE, precisamente porque tiene un diseño competitivo nacional.
Resulta que la derecha política catalana, que ha mandado ininterrumpidamente
desde la Transición (al final desde siempre) cree llegado el momento de
convertir Cataluña en Estado independiente y asegurarse así un lugar en esta
Europa en reestructuración, poniendo en crisis al conjunto del Estado español.
Las paradojas son muchas y los viejos esquemas no consiguen aprehenderlas.
No es
casualidad. Se trata de hacer de Cataluña un nuevo Estado de Europa, de esta
Europa, es decir de la Europa neoliberal, la que se esfuerza sistemáticamente
en el desmontaje del Estado social, la empeñada en seguir degradando
condiciones de vida y de trabajo para las mayorías sociales, la que, de una y
otra forma, liquida la democracia entendida como autogobierno de los ciudadanos
y ciudadanas. Todo ello, es bueno insistir, bajo la hegemonía del Estado
nacional alemán. La burguesía catalana, conseguida por fin la hegemonía social
y cultural, da ya la batalla en Europa. Tampoco en esto hay casualidades.
El señor
Artur Mas lo explicó con toda claridad en una reciente conferencia dada en Madrid
y lo hizo a un modo muy tradicional, comparando Cataluña y su papel en el
Estado español con Alemania –no podía ser de otra manera– en la Unión Europea.
La dialéctica Norte Sur volvía a ser la clave del discurso. De un lado, el
Centro rico, industrializado, culturalmente poderoso. De otro lado el Sur,
pobre, subsidiado, pesado fardo que no deja que el centro se desarrolle y
encuentre la salida de la crisis. No entro en otras cosas que suelen decirse y
que se repiten cuando se habla de Portugal, de Grecia, de España y de Italia,
que son simplemente insultos teñidos, muchas veces, de un racismo mal
encubierto.
Se
culpabiliza a un enemigo externo, a España, y nada se dice del poder que
determina las políticas que se aplican en el Estado, es decir, la Unión Europea
y sus instituciones, sobre todo, el Banco Central Europeo, de cuya sacrosanta
independencia la derecha catalana siempre ha sido valedora. Se golpea a un
“enemigo” débil y en decadencia y nada se dice de los poderes que están
determinando el futuro de esta Europa y de Cataluña: el poder económico, la
plutocracia que realmente nos gobierna. Esto también significa una ruptura con
el catalanismo popular y la puesta en pie de un proyecto nacionalista que tiene
más que ver con Cambó que con Lluís Companys y más que ver con la Padania de
Humberto Bossi que con el federalismo democrático de Pi y Margall.
Cuando, en
condiciones de gravísima crisis económica y de enorme sufrimiento de las
poblaciones se reabre el debate soberanista, éste no se puede desligar de las
políticas que realmente se practican, del conflicto de clases y de los cambios
geopolíticos que aceleradamente se están sucediendo en Europa y en el mundo. La
mirada tiene que ser cualificada con estos datos porque sino acabaremos
enzarzados en una discusión abstracta entre principios jurídicos. El debate
sobre el derecho de autodeterminación se tiene que situar, necesariamente, en
la realidad concreta de una determinada correlación de fuerzas nacional e
internacional.
¿Es
anecdótico que el gobierno de la derecha catalana haya sido, con mucho, el que
con más virulencia ha aplicado los recortes sociales? ¿Es un dato menor que
Cataluña fue uno de los lugares en donde el 15M tuvo mayor resonancia y que lo
central en él fuesen las cuestiones sociales y ciudadanas ante la queja de los
nacionalistas por la ausencia de la cuestión catalana entre sus
reivindicaciones? ¿No es relevante que, culpabilizando de los males de Cataluña
al resto del Estado español, hayan conseguido desviar el conflicto social y ocultar
las políticas de derecha que han aplicado en Cataluña (en alianza con el PP) y
a escala estatal apoyando al PP?
Todas estas
cuestiones no son, en absoluto, secundarias si se quiere hacer un análisis del
derecho a la autodeterminación desde un punto de vista de clase e
internacionalista. Y eso es lo que no se está haciendo, ni en Cataluña ni en
España. Los actores son un nacionalismo catalán, claramente hegemonizado por la
derecha, y un nacionalismo español, que siempre ha sido de derechas, en vías de
volver a emerger como fuerza de masas, defendiendo unos y otros las esencias
inmutables de sus “homogéneas” comunidades en medio de una gravísima crisis
económico social y cuando Europa se encuentra en una encrucijada histórica. Y
en medio, una débil izquierda, internacionalista y solidaria, intentando
defender derechos históricos conquistados por los trabajadores, la regeneración
de la política y el poder constituyente de la ciudadanía en unas condiciones,
en Cataluña y en el Estado, que, para decirlo suavemente, nos condenan a una
democracia oligárquica.
Lo menos que
se puede decir es que deberíamos ver con ojos nuevos y limpios viejos debates y
sabiendo, como diría el clásico, que la verdad es siempre concreta.
Madrid, 12
de octubre de 2012

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