LAS LUCHAS MINERAS DE HOY Y DE AYER
Artículos de
Opinión | Luis Zhu y Luke Stobart | 14-10-2012 |
La historia
de la minería mundial ha sido una historia de combatividad y represión, de
tragedias y victorias, cuyos últimos capítulos han sido la gran movilización de
los últimos meses en Asturias, León y Aragón, y la muerte de 30 mineros
sudafricanos –muchos ejecutados a sangre fría por la policía. Quisiéramos
honrar a este colectivo dedicándole toda una sección propia, pero aprendiendo
de sus aciertos y debilidades, no actuando sólo de animadores ni idealizándolo.
En primer
lugar Luis Zhu analiza las recientes huelgas por el carbón, celebrando que
hayan revitalizado (de nuevo) las luchas de la clase trabajadora en el Estado
español, examinando los retos y las dificultades a las que se enfrentan. Sitúa
esta increíble lucha dentro de la larga y orgullosa historia de este colectivo
en Asturias y otros territorios. Su última lucha ya ha tenido eco más allá de
la península, en especial en Gran Bretaña. Allí se han producido tres huelgas
mineras históricas en las últimas décadas. Luke Stobart describe las claves de
la última huelga estatal en el 84 –la que duró casi todo un año y acabó en una
derrota para toda la clase trabajadora del país- y las compara con las huelgas
del 72 y el 74, que no sólo ganaron sino que derrocaron al gobierno de
entonces.
Siguen
iluminando el final del túnel tras un siglo de combates
Para el
historiador Ramón García Piñeiro los mineros del carbón han sido durante el
s.XX “la vanguardia de la clase obrera, iluminando la trayectoria de los
sectores más concienciados y combativos, aquellos que creyeron posible la
construcción de una sociedad de los trabajadores”. Las luchas de los mineros
durante los últimos meses nos hacen pensar que continúan ejerciendo este papel
en el s.XXI, o como mínimo que son el colectivo que ha presentado mayor
resistencia a los recortes del gobierno. La intensidad de las movilizaciones de
mayo, junio y julio no se pueden entender sólo como la última batalla por la
supervivencia de un sector, sino que se entroncan en una historia de luchas, de
victorias y derrotas que trascendieron de lo laboral hasta llegar a tener
repercusiones políticas profundas.
Las luchas
que nos abrieron el camino
La primera
huelga importante se remonta a 1890, cuando unos 20.000 mineros de Asturias y
Bizkaia pararon durante dos semanas y consiguieron la reducción de la jornada
laboral (de 12 a 10 horas) y un aumento de los salarios. Los obreros del carbón
asturianos también participaron en la Huelga General Revolucionaria de 1917 y
consiguieron mantenerla durante tres semanas más que en el resto del Estado. En
1934, la dinamita de los mineros jugó un papel fundamental para convertir una
huelga general en una Comuna de Asturias durante casi tres semanas.
Bajo el
franquismo, los mineros asturianos fueron también uno de los primeros
colectivos de trabajadores en golpear los cimientos de la dictadura. La más
conocida es la huelga de 1962, conocida como la Huelgona, pero los años
anteriores fueron también cruciales para extender la conciencia obrera a base
de huelgas.
A principios
de 1957, los mineros asturianos protagonizaron una huelga de más de una semana.
La huelga comenzó en el pozo Maria Luisa de la Cuenca del Nalón en protesta por
la eliminación de los guajes (ayudantes de los picadores), y rápidamente se
extendió por otros pozos de la cuenca hasta alcanzar los 5.000 huelguistas.
Finalmente, la empresa cedió y aumentó los salarios para compensar la retirada
de los guajes. En este mismo año, una nueva huelga en La Camocha, Asturias,
vería nacer la primera comisión obrera, forma de representación que se
extendería en los siguientes años. Los trabajadores de esta mina eligieron a
cinco compañeros para negociar directamente con la empresa y las autoridades,
al margen del sindicato vertical. Al año siguiente, en el pozo Maria Luisa, son
despedidos varios mineros y, rápidamente, una huelga se escampa por toda
Asturias. Ante el desafío que supone tener 15.000 obreros amotinados, que
además de la readmisión de sus compañeros piden también reducción de la jornada
laboral y aumentos salariales, el régimen responde declarando el Estado de
Excepción durante cuatro meses y desencadena una oleada represiva con multas,
detenciones, palizas, torturas y cierres de pozos.
El 5 de
abril de 1962 siete picadores del pozo asturiano La Nicolasa, cuenca del
Caudal, deciden no bajar a las minas para reivindicar un aumento de sus
sueldos. Los picadores cobraban a destajo, es decir, según la cantidad de
mineral que sacaban. Estos siete trabajadores se encontraban en ese momento
picando una veta de especial dureza que les proporcionaba un sueldo mísero. La
sanción que les aplicaron provocó de inmediato una huelga solidaria en el pozo
y en dos semanas el paro se contagió a toda Asturias y a sectores como a la
siderurgia y al metal en general. La dictadura volvió a efectuar una represión
feroz. Sin embargo, la huelga no se rompió: a finales de abril se extendió al
País Vasco y luego a León. En total eran ya más de 135.000 trabajadores
asturianos, vascos y leoneses en huelga. El régimen franquista decretó entonces
el Estado de Excepción. Pero esto en lugar de ahogar el movimiento
huelguístico, despertó la solidaridad de la clase trabajadora del resto del
Estado. A mediados de mayo ya eran más de 300.000 huelguistas. A principios de
junio, la dictadura cedió finalmente, concediendo aumentos salariales, mejoras
en las pensiones y la liberación de los detenidos.
El carbón
después del franquismo
Después de
esta victoria, los mineros del carbón formaron parte activamente de la lucha
antifranquista y contribuyeron con varias semanas de paros a la oleada de
huelgas de 1976 que finalmente liquidaría la dictadura. Se podría decir que
estos años son el final de un largo ciclo de luchas ofensivas, que combinaban a
menudo lo laboral con lo político. A partir de los años 80, y sobre todo a
partir de la integración en la CEE (Comunidad Económica Europea), el carbón del
Estado español es sometido a sucesivos ajustes a causa de la nueva ofensiva
neoliberal (eliminación progresiva de las ayudas estatales) y de la competencia
de los mercados internacionales (mano de obra más barata en otros países).
Además, la “normalización democrática” implicó una progresiva burocratización
de los sindicatos mayoritarios, CC.OO y UGT, cuyas direcciones, en los momentos
importantes de la lucha, apostaron más por la negociación que por la
movilización.
Esto abrió
un periodo de luchas defensivas que han durado hasta hoy en día, y que tienen
dos elementos en común: la pérdida constante de lugares de trabajo y el fracaso
en la diversificación de la economía de las cuencas mineras.
Si en 1976
existían en el Estado español más de 53.000 mineros del carbón, hoy en día sólo
quedan 5.300. Por el camino los planes del carbón de 1991, 1994, 1998 y 2006 se
llevaron por delante todos estos empleos, no sin resistencia. Contundentes
huelgas generales del carbón se han llevado a cabo antes de cada plan, pero
todas acabaron con la firma de acuerdos insuficientes, con prejubilaciones,
recolocaciones y promesas no cumplidas de reconversión que han dejado unas
comarcas sin futuro a la vista.
Mujeres
mineras, mujeres en lucha
La presencia
de las mujeres en las minas ha oscilado históricamente entre una inserción
moderada pero en condiciones muy crueles –como a finales del s.XIX y principios
del s.XX, con salarios más bajos y maltratos y violaciones– y una exclusión
tácita pero ilegal –las mujeres tuvieron que acudir a principios de los 90 al
Tribunal Constitucional para levantar el veto. Actualmente la ocupación
femenina en la minería es muy baja (un 5% en el pozo asturiano de María Luisa,
por ejemplo), pero la implicación de las mujeres, mineras o no, en las
movilizaciones de este año ha sido muy importante.
Además de la
conocida protesta en el Congreso de los Diputados, las mujeres han celebrado
asambleas en las calles de sus localidades para organizar todo tipo de acciones
(sentadas, entregas de cartas, manifestaciones, marchas, etc.) y, así, dar visibilidad
y extender la lucha. Durante una asamblea en Mieres, Asturias, una mujer
gritaba: “Hay que buscar otros sectores, para que nos apoyen y nosotros, según
vayamos avanzando, apoyarles a ellos”. También han constituido varias
Plataformas de Mujeres Mineras en distintas localidades que llamaban a
organizarse y a luchar. No sólo eso, las mujeres también han estado en la
primera línea de los cortes de carreteras y levantamiento de barricadas, como
en Ciñera, León.
No es la
primera vez que el colectivo de mujeres ha tenido protagonismo. En enero de
1976, 200 mujeres ocuparon durante tres días el arzobispado de Oviedo,
Asturias, en apoyo de la huelga contra el despido de 895 trabajadores de Minas
de Figaredo. El ejemplo más célebre quizás sea el de las mujeres asturianas
durante La Huelgona de 1962. Su papel entonces fue decisivo para mantener la
huelga. El cortometraje A golpe de tacón, de Amanda Castro, recuerda cómo las
mujeres, como Anita Sirgo o Anita Pérez, cortaban carreteras y echaban maíz a
los pies de los esquiroles para avergonzarlos. Además, también organizaron a
los pueblos, informando y recaudando dinero y víveres para las familias en
huelga. Por este papel tan decisivo, la Guardia Civil detuvo a muchas mujeres,
a las que encerraba durante varios días incomunicadas, las torturaba y
finalmente las liberaba rapadas.
¿La
vanguardia contra los recortes?
La huelga de
los mineros del carbón este año duró dos meses, con centenares de cortes de
carreteras, una marcha a Madrid con un recibimiento multitudinario y largos
encierros en varios pozos. El impacto mediático ha sido considerable, aunque
frecuentemente para desprestigiar la lucha. El 2 agosto finaliza la huelga
indefinida, tras la ruptura de la unidad sindical entre SOMA-UGT y CCOO que se
produjo tras la Marcha Negra a Madrid. Comisiones acusó a SOMA-UGT de romper un
acuerdo según el cual se iba a iniciar una acampada en Madrid tras la marcha,
al estilo de Sintel.
A la hora de
explicar la intensidad de esta huelga hay una combinación de factores objetivos
y subjetivos. Por una parte, el recorte del 64% de las ayudas significa el
cierre de la mayoría de las minas durante el presente año. La actividad minera
proporciona sustento a unas 200.000 personas de estas comarcas sin ninguna
alternativa real más que la emigración. Otro factor es la gran tradición de
lucha de la minería y la muy elevada tasa de afiliación sindical, lo cual se
traduce en un mayor nivel de combatividad organizada –otro motivo para los
ataques del PP. Además, la minería genera una subcultura que ha generado lazos
muy fuertes desde hace más de un siglo. Estas peculiaridades podrían llevarnos
al axioma de Clark Keer y Abraham Siegel de “masa coherente internamente y
aislada externamente” que podría explicar en parte la duración de las huelgas
en las cuencas mineras.
Sin embargo,
a lo largo de la historia, las luchas mineras han trascendido a menudo las
fronteras de las comarcas mineras para participar de los problemas y
reivindicaciones de otros colectivos de la sociedad. Así ocurrió durante la
Huelgona de 1962, cuando el impulso huelguístico de las y los mineros conectó
con las reivindicaciones laborales de otros sectores, sobre todo, aunque no
únicamente, el industrial, y con las demandas políticas de la mayoría de la
sociedad. A finales de los ochenta y principios de los 90 las huelgas mineras
fueron otra trinchera en la batalla contra la llamada “reconversión
industrial”.
En las
movilizaciones de este verano, las luchas de la minería han trascendido también
de los graves problemas de las comarcas del carbón. Para mucha gente, las
huelgas mineras han sido la punta de lanza contra los recortes del PP. Según
Cándido González Carnero, sindicalista asturiano de la Corriente Sindical de
Izquierdas (CSI), “la influencia de los mineros se está notando ya, en muchos
centros de trabajo se está optando más que antes por la lucha radical en la
calle”. La Marcha Negra a Madrid congregó a 150.000 personas a su llegada y a
la manifestación del día siguiente. Pocos días después las calles de Madrid hervían
con manifestaciones de trabajadores y trabajadoras del sector público en
protesta por los recortes, con una intensidad y una continuidad mucho mayores
que en otras ciudades del Estado. Otra pequeña muestra de esta influencia es
que a mediados de junio, durante la segunda huelga de la acerería Celsa
(Castellbisbal, Barcelona), se lanzaron algunos pequeños voladores y, una parte
de la plantilla, cortó con un tronco la autovía adyacente a pesar del fuerte
despliegue policial. La cercanía geográfica y temporal de estas movilizaciones
nos invita a pensar que no es fruto de la casualidad, ni únicamente del
contexto económico, sino debido en parte a la influencia de la combatividad de
la lucha minera.
Por otra
parte, no se ha hablado mucho de un elemento de las huelgas mineras no tan
visible pero igual de importante. Si bien las importantísimas decisiones sobre
el inicio, la continuidad y la finalización de la huelga, es decir, la
estrategia, han sido controladas por las direcciones de los sindicatos, el día
a día de las luchas ha estado en manos de las asambleas de base de los
trabajadores de cada pozo. Es decir, las imágenes de la determinación y la
combatividad de los mineros enfrentándose a la Guardia Civil que han
radicalizado una parte de la sociedad fueron una iniciativa surgida desde la
base, que a menudo ha desbordado los planes de las cúpulas sindicales.
Los
sindicatos mayoritarios convocaron en junio la huelga indefinida. Para Cándido
González, un gobierno del PP con mayoría absoluta presentaría una batalla
larga, por lo cual considera que la estrategia de CCOO y UGT fue errónea: “Se
debería haber planteado una huelga de resistencia, con paros en días
alternativos y manifestaciones constantes para desgastar al gobierno para en
septiembre acelerar con la huelga indefinida”. Aunque González aclara que está
a favor de las huelgas indefinidas, teme que terminar la huelga sin ningún
resultado pueda afectar al nivel de luchas cuando se vuelvan a reemprender en
septiembre. Sin embargo, unos 550 mineros de Asturias y León han vuelto a hacer
huelgas a principios de agosto contra los primeros recortes salariales y los
despidos, que en otoño se acelerarán si no se desbloquean las ayudas. Más que
especular si con otro tipo de huelga se estaría en estos momentos en una
posición mejor, el problema radica más en la falta de influencia de la izquerda
sindical o de las asambleas de base en las estrategias de lucha que dictan las
direcciones de los sindicatos mayoritarios.
Organizar el
espíritu de lucha
En gran
parte de la izquierda se ha percibido la huelga indefinida de los mineros como
el mayor pulso que se ha echado a los recortes. Los recortes brutales del PP no
habían despertado hasta ahora una reacción tan contundente como la que habrá
durante este otoño. Esto en parte es debido al espíritu combativo que han
insuflado los mineros en gran parte de la clase trabajadora afectada por la
crisis y los recortes.
A pesar de
la ofensiva mediática de la derecha, hay una mayoría social que está contra los
recortes, aunque a menudo está resignada porque no saben cómo luchar contra
ellos, en parte por los muchos años de paz social. En este sentido Boni Ortíz,
ex minero y miembro de Izquierda Anticapitalista en Asturias, nos remarca que
“lo que ha despertado la admiración de la izquierda han sido los métodos de
lucha, no los objetivos”. Las movilizaciones mineras han conseguido aglutinar a
una parte importante de la sociedad sin que su filiación sindical a CCOO y UGT
supusiera un gran problema, porque han percibido que la unidad y radicalidad de
los mineros son la forma de parar los recortes.
Por ello
será importante generalizar lo máximo posible la unidad desde abajo hacia
arriba. La unidad sindical de las centrales mayoritarias y el no sectarismo
hacia éstas será fundamental para impulsar las luchas, porque la mayor parte de
la clase trabajadora organizada está afiliada a ellas. Sin embargo, es clave
organizar asambleas de base en los centros de trabajo en las que puedan
participar todos y todas las trabajadoras independientemente de su filiación
sindical. Esto es particularmente relevante para impulsar tácticas y
estrategias de continuidad, radicalidad y amplitud de la lucha desde bases
democráticas e independientes de las direcciones sindicales. En momentos
determinantes de la lucha, disponer de estas bases asamblearias será un factor
clave para evitar que las cúpulas de los sindicatos mayoritarios cedan ante el
gobierno.
Para la
izquierda radical, llevar a cabo esta tarea estará muy condicionado a algún
tipo de coordinación y unidad estable de las diferentes organizaciones y
activistas anticapitalistas.
Las huelgas
mineras que cambiaron Gran Bretaña
La
devastación social causada en las cuencas mineras por la derrota de la gran
huelga minera de 1984-5 ha sido retratada en las películas Billy Elliot y
Tocando el Viento. El resultado de la huelga, que duró todo un año y fue muy
impresionante, también ayudó a que el gobierno derechista de Margaret Thatcher
transformara radicalmente el país en pro del capital y en contra del trabajo.
Mucha gente sacó la conclusión de que “Thatcher ha ganado”, que ya no servía
luchar, y el gobierno pudo aprobar fácilmente privatizaciones y legislaciones
antisindicales.
El desenlace
de la huelga también sirvió de pretexto para que el Partido Laborista, de centroizquierda
y muy ligado a los sindicatos, girara más a la derecha, manteniendo e incluso
profundizando las políticas neoliberales de Thatcher bajo la dirección de Blair
y Brown. Por tanto, 1984-5 representó un antes y un después para la política
británica. Aquí analizo la trayectoria de la derrota y la contrasto con otra
huelga minera más exitosa.
La gran
huelga de 1984-5
El gobierno
de Thatcher, que se estrenó en 1979, estaba preparado para el conflicto del 84.
Una década antes otra administración conservadora fue derrotada mediante
huelgas. Poco después un líder del partido redactó un plan para reducir al
movimiento obrero atacando a un sindicato tras otro1, en lo que denominó “la
táctica salami ” (cortado en lonchas.) La idea era derrotar primero a los colectivos
más débiles y luego atacar a los más fuertes –entre ellos la federación estatal
minera (NUM).2
El plan fue
aplicado tal cual por Thatcher. Una motivación adicional consistía en superar
la recesión, que según el periódico The Economist hacía necesario reducir los
salarios un 20%.3
Durante sus
primeros años, el gobierno consiguió prohibir el derecho a la afiliación
sindical en varios centros de trabajo. Ganó conflictos laborales en la
siderurgia (cuyo sindicato era poco activo) y la educación y la sanidad. Su
camino lo había allanado el crecimiento del desempleo –al aumentar el miedo a
luchar entre los y las trabajadoras– y la cultura de colaboración sindical
fomentada durante los años de gobierno laborista (1974-79).4
En 1983
Thatcher anunció al ejecutivo que “tendremos huelga minera”. Para prepararse
para el combate contra los potentes mineros y mineras, el gobierno almacenó
grandes reservas de carbón para que la huelga no afectara a la producción
energética e industrial. Se quiso también introducir leyes para controlar la
financiación de los sindicatos.5
Anunciaron
que iban a cerrar todas las minas “no económicas”. Esta política ahondó en las
divisiones existentes en una organización sindical relativamente
descentralizada, pues la plantilla de las minas modernas no se sintió tan
amenazada. Cuando se anunció la desaparición de una mina en Yorkshire, los
mineros organizaron piquetes para ir a las demás minas de la zona. Pronto la
huelga se extendió por Inglaterra, Gales y Escocia.6
No obstante,
la cúpula sindical en Nottinghamshire (Notts), donde se ubicaban minas
supuestamente protegidas, no quiso secundar la huelga e insistió en celebrar un
proceso de votación secreta. Como ocurriría varias veces durante la huelga,
hubo un pulso entre la dirección regional y la estatal –dirigida por el
combativo Arthur Scargill–, que sin embargo no movilizó para ir allí a sumarse
a los piquetes. Progresivamente los mineros de Notts se dejaron influir por el
pesimismo de sus dirigentes y cuando llegó la votación, sólo el 26% apoyó la
huelga.7
Con la
unidad sindical rota, el NUM sí desplazó a miles a Notts. El Estado respondió
movilizando a 8.000 policías desde varios condados ingleses. Ocuparon pequeños
pueblos mineros y aplicaron, en palabras de un comisario, “un toque de queda
contra toda la comunidad”. Inventaron nuevas normativas para prohibir la
entrada de mineros en el condado.8
Poco
después, 5.000 sindicalistas intentaron bloquear los accesos al almacén de
carbón más grande del país: Orgreave en Yorkshire. Allí 5.000 policías les
acorralaron y cargaron a porrazos montados a caballo.9 Los mineros reaccionaron
lanzándole ladrillos a la policía, acción que manipuló la BBC editando las
imágenes para mostrar que los mineros atacaron primero10.
La batalla
fue muy reñida. Los piquetes, encabezados por Scargill, casi lograron romper
los cordones y cerrar la planta, pero la presencia policial fue mayor.11
Extendiendo
la revuelta
Parar el
envío de carbón y obstaculizar a las industrias dependientes del mismo
(principalmente la eléctrica y la metalúrgica) fue clave. Varios colectivos
obreros apoyaron un boicot al carbón, entre ellos ferroviarios galeses y
transportistas escoceses. Pero no se consiguió paralizar totalmente su traslado
y uso, en parte porque las cúpulas regionales mineras acordaron con los demás
trade unions unos “topes mínimos”12 de los que se abusaba fácilmente.
Hubo
ejemplos locales de sindicalistas que fueron más lejos. Una estación en
Leicestershire boicoteó el transporte de carbón durante casi un año, a pesar de
recibir la amenaza de que iban a cerrar la estación para siempre. Pero cuando
pidieron apoyo en la sede del sindicato ferroviario, les dijeron que preferían
“no agravar” el conflicto.13
Los
impresores del periódico The Sun impidieron la publicación de dos portadas –una
con una foto de Scargill supuestamente haciendo un saludo nazi.14
También los
sindicatos de estibadores, siderúrgicos y encargados de mina estuvieron a punto
de ir a la huelga. Un ministro con fama de “duro” le pidió a Thatcher por carta
que firmara con el NUM “antes de que sobrepasaran nuestra capacidad de
aguante”.15 Pero para estos colectivos la patronal acordó subidas sustanciales
de salarios para evitar la huelga –práctica promovida por el gobierno para evitar
que surgieran otros frentes de conflicto.16
Tras la
desconvocatoria de la huelga de estibadores (otro colectivo sindical en el
punto de mira del gobierno), estaba claro que los mineros iban a luchar solos.
El Estado apretó la tuerca. Un juez decretó el secuestro de todos los fondos
del sindicato del Sur de Gales.17 Y más adelante, en un acto inédito, se
confiscaron todos los fondos del NUM y el propio nombre del sindicato.
Mujeres y
hombres en las cuencas
En otoño,
sin la perspectiva de una lucha generalizada, la huelga entró en una fase más
defensiva. La idea era aguantar hasta el invierno, a la espera de que la huelga
impactara sobre el suministro eléctrico cuando el consumo fuera máximo. Fue
difícil seguir porque muchas familias ya estaban en apuros.
Las mujeres,
que tradicionalmente habían tenido un rol subordinado en las cuencas, fueron
fundamentales para superar este periodo. Ellas organizaron las cocinas
comunales gratuitas, esenciales para aglutinar y organizar a la comunidad,
incluidos los mineros más pasivos. También las redes de mujeres organizaron
muchísimas actividades de ocio, protesta y solidaridad. Las mujeres se ganaron
fama de ser las mejores ponentes en las charlas que se hacían en universidades,
barrios y centros de trabajo a lo largo del Estado.18
En el
proceso, estas mujeres cambiaron, al igual que sus maridos, como resumió una de
ellas:
“De ninguna
manera volveré ahora a la cocina. Tanto yo como mi marido estábamos poco
politizados antes de la huelga pero ahora hemos cambiado los dos.”19
Se
celebraron todo tipo de actividades de solidaridad para recoger fondos.
Agrupaciones sindicales y centros de trabajo de todo tipo se hermanaron con
comunidades mineras. En total se recogieron aproximadamente 60 millones de
libras20, esencial para que las comunidades tuvieran de comer.
Sin embargo,
para triunfar, el NUM necesitaba paralizar el país. Además de que seguía
llegando “carbón esquirol” a las térmicas, tras el verano el gobierno se gastó
2 mil millones de libras en comprar petróleo y en adaptar las centrales
térmicas para su uso.21 El resultado final fue que el gobierno podría pasar el
invierno sin cortes sustanciales.
Fin de la
huelga
El 5 de
marzo de 1985 los mineros dejaron la huelga. Marcharon juntos a las puertas de
las minas tras sus pancartas, derrotados pero con la cabeza bien alta. Contra
ellos se había movilizado todo el poder económico, jurídico y político del
país. Los mineros habían sufrido 10.000 detenciones –muchas veces arbitrarias–,
718 despidos22 y varias muertes. Para vencerles, Thatcher gastó más dinero que
en toda la Guerra de las Malvinas.23 Una auténtica guerra de clases.
Aún así el
desenlace no era inevitable. Una década después, “la Dama de Hierro” reconoció
que la huelga “podría haber derrocado al gobierno”24. Al final del conflicto el
gobierno también sufría serios problemas: por ejemplo, el 60% de la población
rechazaba su actuación25.
La derrota
no se debió principalmente al poder del enemigo, sino a los problemas internos
del movimiento obrero. La federación estatal de sindicatos (TUC) anunció un
boicot solidario total al carbón, pero no hizo nada para ponerlo en práctica.
Ni siquiera actuó contra el secuestro del NUM. Scargill denunció a la TUC por
“dejar aislado al sindicato […] para su eterna vergüenza”26. Por su parte, los
dirigentes regionales del NUM frenaron y dispersaron la acción piquetera
necesaria para cerrar todas las minas y aplacar el creciente desánimo de
quienes se quedaban en casa viendo noticias negativas sobre la huelga.
A los
burócratas se les llama correctamente “liberados” porque están liberados de las
dificultades diarias del centro de trabajo (y del sentimiento de compañerismo
que surge en momentos de lucha). Como consecuencia de sus generosos salarios,
suelen defender menos a la afiliación que al aparato sindical que les sustenta.
Por tanto, en 1984 se vieron coartados ante la amenaza de secuestrar los fondos
sindicales (incluso los de la TUC).
Scargill, un
dirigente sindical poco común, sí lideró a su afiliación en la lucha, ganándose
por ello un enorme respeto entre las bases, pero no ayudó a crear las redes de
sindicalistas de base necesarias para actuar de contrapeso al resto de la
burocracia. La izquierda combativa no tenía mucha implantación en el NUM, lo
que limitó su capacidad para promover estas redes.
La huelga
que sí venció a los Tories
Que la
huelga pudo haber tenido otro desenlace queda claro si miramos otro conflicto
minero una década atrás. En 1972 se paró la minería contra una ofensiva de
contención salarial general impulsada por el gobierno de Heath (conservador del
ala más moderada). Como ocurría frecuentemente en esa época, la huelga no fue
oficial y se organizó por las bases sindicales. Los mineros intentaron bloquear
Saltley Gate, el gran depósito de carbón en Birmingham, pero fueron asaltados
por la policía. Entonces fueron a las grandes fábricas de la ciudad para exigir
que los y las demás trabajadoras les apoyaran. Poco después, Scargill estaba
con 3.000 mineros ante la puerta de Saltley y describe así lo que ocurrió:
“Desde detrás
de la colina venía una [manifestación] y nunca en la vida he visto a tantas
personas llevando una pancarta. […] Se desató un rugir enorme. […V]enían desde
todas partes […] y nuestros chicos estaban saltando de la emoción”.27
15.000
trabajadores del automóvil se unieron a los mineros. La policía, con 20 veces
menos efectivos, decidió cerrar las puertas y no las volvieron abrir. Empezaron
a sucederse grandes cortes de luz y el gobierno decidió concederles a los
mineros la mayoría de sus exigencias. Otros colectivos obreros fueron a la
huelga, y en el 74 otra huelga minera consiguió la aplicación de la jornada
semanal de tres días (!).
Heath,
exasperado, anunció la convocatoria de nuevas elecciones generales preguntando
“¿quién dirige el país? ¿Los sindicatos o el gobierno electo?” Por lo visto no
era el gobierno: la jugada le salió mal ¡y ganó la oposición! Esta experiencia,
que los Tories nunca perdonaron, explica por qué el conservadurismo apostó
después por la radical Thatcher.
Los
resultados opuestos de las huelgas de los 70 y de los 80 nos ofrecen una
lección sencilla e importante. Cuando un gobierno ataca a toda la clase
trabajadora, sea simultáneamente o de manera escalonada, la única respuesta
posible es la lucha conjunta. En 1972-74, en un contexto de gran movilización,
los mineros se autoorganizaron exigiendo y consiguiendo la solidaridad de
clase. En 1984-85, en un contexto de menor movilización social, derechización
de la sociedad y de mayor burocratización en los sindicatos, esa misma solidaridad
no se activó.
Aun así, la
Gran Huelga del 84-85 no se olvidará. Tarde o temprano vengaremos su memoria.
Notas
1. Los
‘trade unions’ brítanicos, los primeros sindicatos del mundo, se organizan por
sector de empleo (‘trade’) y no por ideología política.
2.
Robertson, J.. “25 Years alter the Miners’ Strike,” Internacional Socialism.
Issue 126. http://www.isj.org.uk/?id=640
3.
Robertson, J., Ibíd.
4.
Callinicos, A., y Simons, M., 1985. The Great Strike. The Miner’s Strike of
1984-5 and Its Lessons. London: Bookmarks. Capítulo 2
5. “The
Miners’ Strike Could Have Been Won”, Socialist Worker, http://www.socialistworker.co.uk/ar...
6.
Callinicos, A., y Simons, M., Ibíd. Capítulo 1.
7.
Robertson, J., Ibíd.
8.
Callinicos, A., y Simons, M., Ibíd. Capítulo 4.
9. Hunt, T.,
‘The charge of the heavy brigade’, The Guardian, 4 de septiembre de 2006,http://www.guardian.co.uk/theguardi...
10.
Socialist Worker, Ibíd.
11.
Callinicos, A., y Simons, M., Ibíd. Capítulo 4.
12. Los
topes existían porque era necesario cierta cantidad de carbón para evitar el
colapso de los altos hornos en la siderurgia.
13.
Callinicos, A., y Simons, M., Ibíd, ps. 121-122.
14. Ibíd.
p123-124
15.
Robertson, J., Ibíd.
16.
Callinicos, A., y Simons, M., Ibíd. Capítulo 4.
17. Ibíd. p.
142.
18. Ibíd.
Capítulo 6.
19.
Callinicos, A., y Simons, M., Ibíd, p. 183.
20. 75 millones
de euros según la tasa de cambio actual.
21. Ibíd, p.
205
22. Ibíd,
p.213
23. Ibíd, p.
205
24.
Socialist Worker, Ibíd.
25.
Callinicos y Simons, Ibíd, p. 210.
26. Ibíd, p.
219.
27. Ibíd, p.
28.

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