Capitalismo zombi ‘made in Spain’
Artículos de
Opinión | Elena Idoate * | 19-10-2012 |
Se habla
muchísimo de la crisis en los medios pero realmente se explica poco o nada.
Quizá por esta razón en los últimos años el Seminario de Economía Crítica Taifa
se ha convertido en un colectivo de formación de referencia para los
movimientos sociales, especialmente en su casa principal, Catalunya. En este
artículo, Elena Idoate, investigadora militante y coautora de muchos estudios
del Seminario, nos ofrece un análisis integral y a fondo de la crisis en el
Estado español. Examina las raíces de la crisis, su evolución hasta ahora y las
trampas mortales que nos tienden los sirvientes políticos leales al capitalismo
–un sistema históricamente muerto pero que sigue matando y más. Sin embargo,
Idoate acaba celebrando que “la situación límite” que se está creando también
hace posible la confluencia de luchas que abre una posible salida a la crisis.
Nos
encontramos en el ojo del huracán de la crisis, donde está golpeando con más
fuerza, para desestabilizar los mercados financieros internacionales y sacudir
las posibilidades de recomposición del capitalismo. Rajoy anuncia, entre
aplausos en el Congreso, el recorte más bestia de la historia, mientras la
policía reprime la marcha minera en Madrid con balas de goma. Las cuestiones
bancarias y de la deuda son temas de primer orden, ya que el pago de las
pensiones, los hospitales, las escuelas, el paro y las ayudas dependen de que
en el corto plazo se resuelvan mecanismos de financiación. Pero el conflicto
social y el cierre de los mercados financieros, con fuga de capitales incluida,
tienen que ver con cuestiones que van más allá.
Capitalismo
zombie
Considerar
un éxito el crecimiento de la economía española durante la época de bonanza ha
sido un error de gran responsabilidad. Los entusiastas del neoliberalismo
habían admirado el proceso de liberalización e internacionalización, la reducción
de la tasa de paro y el récord de las inversiones en infraestructuras. Pero el
motor del crecimiento era otro, el sector inmobiliario, donde el capital
encontraba beneficios muy rápidamente. A medida que los precios de los pisos y
los terrenos subían aparentemente sin límite, las inversiones abandonaban
cualquier otro sector productivo. Y cuando pinchó la burbuja inmobiliaria, el
panorama desolador: la estructura productiva está casi desértica.
Los
capitales que desatendían los sectores productivos porque no ofrecían un
negocio bastante suculento escaparon –también hacia el mundo de las finanzas,
globalizadas y desreguladas. El circuito corto del dinero que consigue más
dinero, sin pasar por la producción. Por otro lado, una inmensa cantidad de
dinero que las economías exportadoras de Europa obtenían por sus ventas a
economías importadoras, como la española y la catalana, era reciclada en los
mercados financieros de las mismas. Los bancos y cajas canalizaron estos
préstamos hacia la burbuja inmobiliaria. La riqueza tomó forma de inmuebles,
fondos de pensiones y de inversión, de bancos, sociedades financieras, títulos,
derivados, etc.
De 1994 a
2007, el valor de las acciones y el patrimonio empresarial se incrementó un
469%, el patrimonio inmobiliario un 284% y los activos financieros un 210%. El
salario medio sólo un 1,9%1. El valor ficticio de esta riqueza se multiplicaba
por la simple cotización al alza de los precios. Y luego ese dinero se prestaba
a la economía real, comportando una succión parasitaria de una proporción muy
importante de la renta creada en el ámbito productivo, que tuvo lugar en el
pasado pero, sobre todo, que debía darse en el futuro.
Salarios y
plusvalías están comprometidos con un endeudamiento por un importe irreal y
desproporcionado. La economía española debe 4 veces lo que produce durante un
año. Pero la morosidad se dispara y los precios de los inmuebles no se pueden
ni cuantificar porque el mercado inmobiliario se encuentra colapsado. El
capital, pues, ha quedado atrapado en una forma de hacer riqueza que ya no
funciona. Este desbarajuste es muy complejo de deshacer y las pérdidas de las
cajas son una bomba de relojería, preparada para hacer estallar el sistema
bancario. Los cálculos de las necesidades de capitalización de la banca
española no están nada claros, pero ilustran la magnitud del problema:
diferentes informes indican que carecen de entre 40.000 y 84.000 millones de
euros.
Los
servicios públicos, no precisamente generosos, se han sustentado con una
fiscalidad muy favorable a las grandes riquezas y los beneficios del capital
que se nutría de las rentas salariales, ahora en retroceso, y los desaparecidos
rendimientos de la actividad inmobiliaria. Los ingresos de las administraciones
no se corresponden al nivel de riqueza de la sociedad, porque se basaban en
algo ficticio y porque excluyen, o gravan muy poco, a los sectores que
concentran los recursos.
El déficit
público español se dispara (en 2007, el superávit conjunto de todos los niveles
de administración era del 1,9% del PIB, y en 2011 el déficit fue del 8,5%), no
porque el nivel de gasto público esté por encima de nuestras posibilidades. El
Estado ha socializado las pérdidas bancarias con unos avales, compra de activos
y recapitalizaciones que al menos han supuesto el 10% del PIB. Se disparan las
alarmas de la prima de riesgo porque no se puede hacer frente al inmenso
agujero de la banca. No poder conseguir crédito si no es a precios
estratosféricos expulsa la economía y las administraciones de la financiación
de los mercados y las empuja a la asistencia de la Troika.
La economía
en caída libre
Si las
finanzas son el árbol que no nos deja ver el bosque2, sólo con un enfoque desde
la economía productiva se puede llegar a un buen diagnóstico. La destrucción
del capital productivo está reduciendo la producción, las rentas salariales y
el consumo y, de esta manera, la solvencia de los bancos y el saldo fiscal
público. La crisis financiera de la zona euro es la expresión de la crisis
económica mundial. No sólo por el resultado de unos desequilibrios generados
porque últimamente el modelo económico hizo una huida hacia delante muy
arriesgada. Debemos entender la etapa actual en el marco de la larga
trayectoria del desarrollo capitalista.
Para superar
los límites que obstaculizan el crecimiento de la producción y los ámbitos de
actuación, el capital encuentra distintas soluciones. Desde los 80, ha sido la
internacionalización del capital a escala mundial. La globalización permitió la
producción de mercancías incrementada por las transformaciones tecnológicas y
los incrementos de la productividad del trabajo porque se conquistaron nuevos
mercados, se impulsaron las reorganizaciones y racionalizaciones de la
producción para reducir puestos de trabajo e imponer rebajas salariales, y se
colocaron los capitales productivos ociosos en nuevos espacios. Aunque las
ganancias crecieran coyunturalmente, eran del todo insuficientes para
rentabilizar las enormes cantidades de capital que ponían en marcha3. La
sobreproducción acosa la economía mundial y la crisis estalla en una secuencia
bien conocida: el capitalismo extrema su beligerancia contra las posibilidades
de vivir con una cierta dignidad.
Gran parte
de los problemas económicos que ahora atraviesa el capitalismo catalán y
español tienen su origen en el choque que supuso para la estructura productiva,
desarrollada bajo el franquismo, la exposición a la competencia internacional,
muy intensificada por la globalización4. La globalización, de la mano de la
integración económica y del euro, se llevó gran parte de la producción. Durante
los 90 la economía española dependía de capital extranjero, que se deslocalizó
a otros territorios como Europa del Este, Asia o África. Dejamos de ser la
industria de mano de obra barata de Europa para pasar a ser la demanda
importadora, mantenida a base de crédito, para sectores especializados de la
industria y servicios de alta tecnología de países exportadores.
La crisis,
intrínseca y recurrente, se expresa en la devaluación de la producción, en la
purga y concentración de capitales y en la búsqueda de toda serie de ventajas
para volver a encender la acumulación. Es una nivelación a la baja de la
producción hasta equilibrar la rentabilidad de la inversión. Nos encontramos al
principio de un largo camino de derrumbe. Mientras los economistas neoliberales
nos intentan convencer de que no hay dinero, el problema es que hay demasiado
volumen de capital atesorado y las ganancias no son suficientes.
El rescate
de los poderosos
La gestión
de la crisis en las finanzas, a golpe de deuda y recortes y concentración en el
sector bancario, se ha hecho de tal manera que los riesgos de la banca no se
solucionan: se aplazan para más adelante y se hacen más peligrosos. Bankia es
un buen ejemplo. El gobierno español, bajo la excusa de evitar que se pierdan
los ahorros de la población, se compromete a salvar la banca de todas las
pérdidas de la aventura financiera e inmobiliaria. Pero el valor que las
entidades tienen anotado en sus balances es irreal y la insolvencia y los
impagos quedaron en evidencia.
Retrasar la
bancarrota significa sumar pérdidas. Cuando hay que hacer frente a las mismas,
los responsables del desbarajuste financiero no tienen ningún miramiento a la
hora de hacérselo pagar a las clases populares, destruyendo sus ahorros. Pero
el intento de salvar los ahorros está suponiendo un destrozo económico y un
empobrecimiento innecesario. Los 100.000 millones de euros se destinan
directamente a la banca privada española pero repercuten en las exigencias de
recortes draconianos. La asistencia externa conlleva seguir los dictados de la
Troika, recogidos en el Memorandum de la condicionalidad del rescate de julio
de 2012. Los últimos recortes de Rajoy dejan claro que no se trata del “rescate
suave” del que había hablado. Con las medidas, se pretende reducir el déficit
público en 65.000 millones de euros en dos años y medio. Es una magnitud muy
elevada: el 14% del gasto público total del 2011 –el 19% sin tener en cuenta la
Seguridad Social.
Los
problemas más inmediatos de la financiación de las administraciones públicas se
podrían resolver con operaciones financieras que no sean nocivas para la
sociedad (financiación del BCE, emisión de eurobonos, etc.). Sería necesaria
una reforma fiscal profunda y una reactivación de las rentas, pero no hay una
solución a la vista para la actividad económica. Y la austeridad empeora los
daños.
Los
mecanismos financieros implementados por la Unión Europea no están diseñados
para mejorar los desequilibrios de las economías periféricas, sino para forzar
un flujo de recursos de las arcas públicas de la periferia europea hacia los
bancos de Reino Unido, Alemania y Francia, principales acreedores externos de
su deuda pública y privada. El informe de la Comisión Europea, conjuntamente
con el BCE, la Autoridad Bancaria Europea y el FMI, de evaluación independiente
sobre las condiciones de elegibilidad del rescate solicitado por el Estado
español, así lo recoge5. “La situación del sector bancario español conlleva
riesgos potenciales para el resto de la UE y en particular para los países de
la zona euro”, debido al impacto directo que tiene en los bancos de Reino
Unido, Alemania y Francia, que tienen una “gran exposición a activos del sector
bancario español”.
La OIT
alerta de los peligros de la “trampa de la austeridad”. Con la priorización del
retorno de la deuda y los recortes de gasto público, la actividad económica se
ve aún más debilitada y el paro se convierte en estructural. Las medidas
económicas, pues, ofrecen unos beneficios inmediatos a las finanzas, pero
empeoran el problema básico, el de la economía real. “La acción de la burguesía
está cada vez más movida exclusivamente por la voluntad de preservar la
dominación de clase”6.
Nos
podríamos plantear si otra política económica, como las políticas de gasto y la
modulación del comportamiento de las empresas mediante la regulación, podría
impedir una recesión tan drástica y reactivar los mecanismos de inversión. Pero
la realidad es que no se puede percibir ninguna medida capaz de restablecer la
tasa de ganancia. Para salir de las crisis, el capitalismo destruye las fuerzas
económicas. Ni la demanda ni las infraestructuras ejercerán un impulso
económico suficiente mientras no se hayan purgado los “excesos”, no de las
familias, sino del sector inmobiliario en nuestro país y de la sobreproducción
mundial. Según la OIT, “la cantidad de dinero sin invertir en las cuentas de
las grandes empresas ha alcanzado niveles sin precedentes”7. En el contexto
mundial, las tensiones competitivas son muy fuertes y los signos de
sobreproducción bastante evidentes.
Más que en
ningún otro lugar, en las economías periféricas de Europa, el desmantelamiento
de la actividad económica, la expulsión de la fuerza de trabajo y el recorte de
los servicios públicos son masivos y desproporcionados. La receta es la
“devaluación interna”: reducir los salarios para hacer más atractiva la
producción aquí y supuestamente acelerar las exportaciones.
En España
los salarios son ya un 6% inferiores a los del 20108. Desde esta perspectiva,
el motor económico deberían ser empresas conectadas con cadenas de producción
transnacional, que no contarán con la estructura productiva local, o bien lo
harán de manera que las ganancias se acaben también exportando mientras
empobrece la población. Es el neoliberalismo a ultranza, como el proyecto del
EuroVegas, donde las condiciones laborales y cualquier otro tipo de regulación
se modulan según los deseos de los empresarios.
Se nos dice
que aplican las medidas de Alemania, pero en realidad son las de América
Latina. Con un saldo comercial tan deficitario, nuestro encaje en el
capitalismo mundial es complicado. Exportar no es una solución cuando nuestros
sectores exportadores son escasos y desarrollar la estructura industrial para
redirigirse a otros mercados es una tarea que no se puede hacer a corto plazo y
menos con una política de reducción de salarios. De hecho, los costes
salariales no son un factor que nos permita competir con las economías
exportadoras, ya que en otros lugares la producción seguirá siendo mucho más
barata, o bien la tecnología mucho más productiva. Además, los mercados están
muy debilitados. Alemania está llevando a cabo una expansión salarial para
desviar las exportaciones hacia la demanda interna, dado el colapso de la
demanda.
Dentro del
Euro, siguiendo los mandatos del libre mercado y de la austeridad, los
problemas económicos de aquí no se corregirán. No se podrá desarrollar una
estructura productiva diferente, que incluya a la población, con la fuerza de
trabajo y la demanda interna, como motor económico. La Unión Europea, con el
conjunto de medidas de ayuda financiera y de unificación fiscal y bancaria,
está generalizando, intensificando y perpetuando la austeridad a costa de
perder la poca democracia que teníamos.
La
naturaleza de las instituciones europeas es puramente capitalista, son un
proyecto del capital, para construir entornos más favorables a la obtención de
beneficios por el capital europeo. Pero fuera del euro o de la Unión Europea
tampoco parece estar la solución a la crisis. Las instituciones sociales
catalanas y españolas están siendo tanto o más favorables al capital que las
europeas, y las relaciones comerciales y financieras seguirían siendo igual de
complicadas.
La cuestión
es buscar soluciones a la crisis fuera del capitalismo: romper con la
austeridad y hacer unas medidas económicas que permitan mejorar el bienestar de
la población y avanzar hacia una organización diferente de la actividad
económica, donde el objetivo de la producción no sean los beneficios sino
satisfacer las necesidades de la sociedad. El escenario para hacerlo, dentro o
fuera del euro, aún está por construir.
Nosotras y
nosotros tenemos la fuerza
Aquí y
ahora, las clases populares tenemos muy poca capacidad de incidir en las
decisiones que toman los de arriba. La intoxicación de la opinión pública
general con discurso oficial, que repite el mantra de la austeridad, no ha
llevado a un apoyo incondicional hacia las políticas neoliberales pero sí a una
confusión paralizante: después del mal trago de los recortes y el paro nos
espera la mejora de la situación económica y laboral.
Nadie nos
dice que, si no lo evitamos, después de los recortes y las reformas laborales
nos espera más de lo mismo, en una recesión que durará muchos años. Las
políticas neoliberales no reducen el déficit público, ni crean puestos de
trabajo ni reactivan la inversión. Pero sí hacen saltar por los aires las
estructuras de protección social y laboral que hemos mantenido en pie.
Las reformas
de las pensiones y de la legislación laboral han sido salvajes, y ahora las
desplegarán con inmediatez y hasta las últimas consecuencias. Y añaden recortes
por todas partes, con graves efectos en áreas especialmente sensibles: la
prestación de desempleo, la atención a la salud de la población inmigrada, el
copago de los medicamentos, etc. Sube el IVA, se rebajan las cotizaciones y se
recorta a la función pública. El impacto sobre las condiciones de vida de la
clase trabajadora es devastador y se suma al deterioro que hemos venido
experimentando anteriormente.
Los recortes
draconianos en educación, sanidad y prestaciones que impondrá la nueva
situación de intervención harán que la pérdida de derechos sociales se sitúe en
un nivel muy superior al que tenemos hasta ahora. Si no lo detenemos, estamos a
las puertas del fin de la sanidad universal, de la educación pública y de la
protección del paro. Y todo ello afectará muy duramente a la esperanza de vida,
el nivel educativo y la pobreza. El rescate de los poderosos está comportando
unas consecuencias sociales peores que el advenimiento de una catástrofe. Los
recursos más básicos que necesitamos, la convivencia del día a día, están
amenazados. Es probable que la respuesta social crezca.
Las
posibilidades de que se impulse un cambio de estrategia dentro de las
instituciones son reducidas. La mayoría absoluta de la derecha en los gobiernos
catalán y español, que aplaude y sonríe a los recortes, la falta de una opción
parlamentaria que desafíe los mandatos neoliberales, hacen que el terreno de la
política institucional esté condenado a seguir decantándose por la defensa de
los intereses del capital. La reciente política represiva, de encarcelamiento y
balas de goma, es una muestra de las respuestas del poder ante las protestas.
El
sindicalismo institucional ha demostrado que tampoco es un instrumento válido
para impulsar una ruptura con el neoliberalismo, porque CCOO y UGT llevan mucho
tiempo abrazando la gestión antiobrera del capitalismo y la crisis. En febrero
de 2011 formaron parte del Acuerdo Social y Económico, que retrasó la edad de
jubilación y recortó las pensiones, y en enero de este mismo año, dos meses
antes de la huelga general del 29 de marzo, firmaron con la patronal el II
Acuerdo para el empleo y la negociación colectiva, que permite que los
empresarios se salten las condiciones laborales pactadas en los convenios,
entre otras cuestiones Estos dos elementos han supuesto una enorme pérdida de
los derechos más básicos de la clase trabajadora. Por omisión, la incapacidad
del sindicalismo institucional para llevar a cabo respuestas contundentes se
explica por su falta de combatividad, después de tres décadas dedicadas a la
concertación de las políticas laborales neoliberales.
Más allá de
todo esto, los movimientos sociales no se detienen y las grandes olas de
movilizaciones (huelga general, 15-M, marchas mineras, etc.) cada vez son más
frecuentes. El capitalismo en crisis ya está afectando a todos, atacando
diferentes aspectos de la vida de las personas. Se desvanece la ilusión de
conciliar los problemas sociales con el mantenimiento de una estructura social
opresora.
Todas las
protestas (laborales, en defensa de la sanidad y la educación, contra
desahucios, estafas bancarias, por el territorio, etc.) se expresan como una
auténtica lucha de clases. Con muchos esfuerzos y pocos resultados visibles,
las luchas siguen adelante, y lo hacen dentro de un marco de movilizaciones por
todas partes que van haciendo que los pueblos del mundo vayamos sumando fuerza.
Nos toca explorar nuestra capacidad de desafiar un sistema que se impone desde
arriba, pero se sostiene desde abajo, porque nosotros trabajamos y pagamos las
facturas.
Notas
1.
“Barómetro social de España”, Colectivo IOÉ.
2. “Bankia:
quan l’arbre no ens deixa veure el bosc”, Gordillo, I., La Directa.
3. “Les
llavors de la crisi”, Ferrer, F., Gordillo, I. i Gràcia, X., Quaderns
d’Illacrua, La Directa.
4. “Boom and
(deep) crisis in the Spanish economy: the role of the EU in its evolution”,
Etxezarreta, M., Navarro, F., Ribera, R. i Soldevila, V.
5. “La UE
reconoce que el rescate de la banca se forzó para evitar el contagio”, Cinco
Días, 13/7/2012.
6. La lucha
de clases en Europa y las raíces de la crisis económica mundial”, Chesnais, F.,
Revista Herramienta.
7. “El
trabajo en el mundo 2012”, OIT.
8. “El sur
de Europa registra ya una devaluación vía sueldos”, El País, 14/5/2012.
* Elena Idoate es investigadora militante en el Seminario de Economía
Crítica Taifa

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