El 6 de febrero de 1937 las tropas del
general Gonzalo Queipo de Llano entraron en Málaga. Alrededor de 100.000
republicanos huyeron hacia Almería por la ruta de la costa. Fue la llamada
'desbandá'. "Es lo más cercano a un infierno que he visto", recuerda
Salvador Guzmán, superviviente
ALEJANDRO
TORRÚSMadrid02/02/2013 18:44 Actualizado: 03/02/2013 12:48
Hazen Size. Imagen cedida por Jesús Majada
"Imaginaos
150.000 hombres, mujeres y niños que huyen en busca de refugio,
temerosos del ejército nacionalista del general Queipo de Llano. No hay
más que un camino. No hay más vía de escape. La ciudad que buscan es Almería, y
hay que andar hasta allí cerca de 200 kilómetros (...) Tienen que caminar
mujeres, ancianos y niños... tambaleándose, tropezando, abriéndose los pies en
los pedernales polvorientos, mientras que los fascistas los bombardean
sin piedad desde los aviones y los cañonean desde el mar".
El
testimonio pertenece a la libreta de anotaciones de Norman Bethune, reputado
cirujano pulmonar canadiense que acudió a la Guerra Civil española como
voluntario del Socorro Rojo. Su testimonio escrito y las fotos de su ayudante,
Hazen Size, es de lo poco se conserva de uno de los episodios más trágicos,
y desconocidos, de la Guerra Civil: la llamada desbandá.
El 6 de
febrero de 1937 las tropas del general Gonzalo Queipo de Llano llegaron a
Málaga. La mayoría de los pueblos de la parte occidental de la provincia ya
estaba en manos de Franco, y la única salida que quedaba para los milicianos
republicanos, las mujeres, los niños y los ancianos era la ruta de la costa, un
camino que hoy se recuerda como "la carretera de la muerte"
(la actual N-340).
"Por
tierra, mar y aire, las tropas franquistas, apoyadas por italianos y alemanes,
atacaron a miles de civiles inocentes"
Por el norte
de Málaga llegaban las tropas italianas; por el oeste, el ejército de Queipo de
Llano; y por mar, los buques del bando franquista. "Por tierra, mar y
aire, las tropas franquistas, apoyadas por italianos y alemanes, atacaron a
miles de civiles inocentes", asegura la historiadora de la Universidad de
Málaga, Encarna Barranquero, autora del libro Población y Guerra Civil en
Málaga: Caída, éxodo y refugio.
Entre
100.000 y 150.000 personas salieron de Málaga hacia Almería por la ruta de la costa. Saber con
precisión cuánta gente murió es imposible, aunque algunas fuentes hablan de
entre 5.000 y 7.500 personas. Muchos cadáveres acabaron en fosas comunes o se
los llevó el río Guadalfeo. "Sólo en la fosa común del cementerio de San
Rafael de Málaga ya se han identificado a más de 4.300 víctimas",
señala Andrés Fernández, arqueólogo y responsable científico de las
investigaciones en el cementerio de San Rafael.
"Los
niños llevaban solamente su pantalón y las niñas su vestido ancho, medio
desnudos todos bajo el sol... Niños con los bracitos y las piernas enredados en
trapos ensangrentados: niños sin zapatos, con los pies hinchados; niños que
lloraban desesperados de dolor, de hambre, de cansancio... cuatro días
perseguidos por los aviones de los bárbaros fascistas, y cuatro noches de
caminar en grupo compacto hombres, mujeres, niños, mulas, burros y cabras,
tratando de mantenerse juntas las familias, llamándose por el nombre propio,
buscándose en las sombras", prosigue el relato de Bethune.
"Lo peor que una persona puede ver"
Una de esas
niñas que caminaba junto a su familia es Natalia Montasaroa. Tenía 13 años
aquel 7 de febrero de 1937. Hoy, 76 años después, recuerda para Público,
con voz temblorosa, lo que vivió durante aquellos días.
"Salimos
de Málaga el día 7 a las diez de la noche. Teníamos miedo porque oíamos a
Queipo de Llano por la radio, que decía: 'Malagueños, maricones, ponedle
pantalones a la luna'. La carretera estaba llena de gente. No se me olvidará
nunca una mujer con un niño pequeño en brazos; habían disparado desde el barco
un proyectil, y las piedras que saltaron le dieron a la mujer en la cara: ella
quedó muerta con el niño en brazos, al que no le pasó nada...",
recuerda Natalia, quien en 1937 tenía apenas 13 años.
La familia
de Natalia, no obstante, no llegó nunca a Málaga. El ejército italiano los
alcanzó antes. "La cuarta noche de travesía recuerdo que veíamos muchas
luces detrás nuestra. Le pregunté a mi padre que qué era y me dijo que se
trataría del alumbrado de alguna localidad. No era cierto. Se trataba de los
tanques italianos. La gente se escondió en el monte. Desde los tanques disparaban
con las ametralladoras a todo lo que se movía. Al día siguiente
regresamos al camino, una mujer escondida en la cuneta había sido aplastada por
los tanques. Ya no tenía sentido seguir adelante, los nacionales habían cortado
la carretera de Motril", asegura.
No obstante,
la peor parte del camino aun no había llegado para la familia de Natalia. A
pesar de que ya no corrían el peligro de ser atacados por el ejército italiano,
el camino de vuelta a casa dejó marcadas en su retina "lo peor que una
persona puede ver".
"Por la
carretera vimos muchos muertos: milicianos ahorcados; una familia entera
(el padre miliciano, la madre y tres niños) con tiros en la cabeza; muchos
prefirieron suicidarse y dar muerte a su familia antes de caer en manos de
los nacionales. Cuando llegamos a Málaga a mucha gente la encerraron en un
barco que había en el puerto, y a otros muchos los fusilaron", sentencia
Natalia.
"Lo más cercano al infierno"
Salvador
Guzmán, de 85 años, sí consiguió llegar a Almería con su familia. Su padre,
José Guzmán, era el primer teniente de alcalde del ayuntamiento de Coín
(Málaga), gobernado por una coalición de PCE y PSOE. Su huida arrancó la
madrugada del 7 de febrero. En un coche, "similar al Renault 4-L de los
60", la familia del alcalde de la ciudad y la suya emprendieron un largo
camino con destino en Almería. En total, diez personas en un coche de 1937.
"Lo
primero que se queda en mi retina sucedió nada más salir de Málaga. En un
cruce, vi como un hombre le pegó un tiro en la sien a sus dos hijas,
después a su mujer y, por último, a él mismo. Fueron los primeros muertos que
vi en mi vida pero, desgraciadamente, no fueron los últimos", recuerda
para Público Salvador, que asegura que a lo largo de su travesía su
vehículo fue objeto de los disparos de los buques del bando franquista el Cervera
y el Canarias.
"Los
primeros misiles los tiraron a nuestro coche porque pensarían que éramos tropa.
Aquello era lo más cercano al infierno que he visto nunca. Conseguimos
refugiarnos en un corte de la carretera. Entonces, vimos a unos paisanos de Coín
que también huían. Les dijimos que no pasaran, pero no nos hicieron caso. Vimos
como su coche reventaba en cientos de pedazos", asegura Salvador.
“Vimos como
abrieron las compuertas de un pantano llevándose a muchísima gente por
delante”, recuerda un superviviente
Cuatro días
después, la familia de Salvador consiguió llegar a Almería. Por el camino
quedaron cientos de víctimas. "Vimos como abrieron las compuertas de un
pantano llevándose a muchísima gente por delante entre gritos de desesperación
de sus familiares", recuerda. La llegada a la capital almeriense, no
obstante, no puso fin al peligro.
La aviación
italiana estaba esperando a los fugitivos. "Los aviones italianos vinieron
todas las noches. Bombardeaban el centro de la ciudad donde había miles de
refugiados", relata Salvador, que se encontraba refugiada en la casa de
unos amigos de la familia. Las noches de bombardeos sobre la capital de Almería
serían los últimos que la familia de Salvador pasara unida. Terminada la guerra
su padre fue detenido, humillado públicamente y encarcelado. En 1947,
fue fusilado.
El bombardeo
sobre Almería fue recogido por el doctor canadiense, quien llegó a la ciudad
tras cuatro días trasladando enfermos desde Málaga a la ciudad almeriense.
"Cuando aquellas 50.000 personas exangües habían llegado al sitio que
creían un abrigo seguro, los aeroplanos fascistas, alemanes e italianos,
desataron sobre la población un nutrido bombardeo... arrojaron diez bombas en
el centro mismo de la ciudad, en la calle principal de Almería, donde,
amontonados en el pavimento, dormían exhaustos los refugiados. La calle
parecía un degolladero, con los muertos y los agonizantes, alumbrado por
las llamas de los edificios que ardían", escribe Norman Bethune en su
cuaderno.
“Su único
crimen había sido el de votar por un Gobierno del pueblo”, sentencia el doctor
Bethune
La dureza de
la imagen y la crueldad del destino de los republicanos que huyeron de Málaga
llevó a a Bethune, a los supervivientes y a los historiadores contactados por
este diario a pensar que la operación de los ejércitos del bando franquista se
trataba de un plan organizado de exterminio. "¿Qué crimen habían cometido
estos hombres de la ciudad para ser asesinados de modo tan sangriento?",
se pregunta Bethune en la conclusión de sus escritos. "Su único crimen
había sido el de votar por un Gobierno del pueblo; moderado paliativo contra la
carga aplastante de siglos de codicia del capitalismo", concluye.
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