Una paliza policial en 1970 dejó a Raúl
Herrero consecuencias que aún padece. Preso político en el franquismo, la
última detención la sufrió en democracia. Hoy busca justicia en un juzgado de
Buenos Aires
PATRICIA
CAMPELO Madrid 19/01/2014 08:29 Actualizado: 19/01/2014 08:29

Raúl Herrero en la Puerta del Sol en un acto de la red
Ceaqua.
En la
cafetería del Ateneo de Madrid, donde se desarrolla la entrevista, pide
sentarse de espaldas a la pared y enfocando la puerta de entrada. Se trata de
un hábito adquirido tras la vida en la clandestinidad en una época en la que el
militante político se jugaba la vida en cada una de sus acciones. Raúl Herrero
(Aranda de Duero, 1948) es uno de esos hombres que agotó la fuerza de su
juventud plantando cara al franquismo, y perdiendo esa batalla. Hoy, invierte
el impulso de su veteranía en clamar por una justicia que repare el daño
de las víctimas que dejó la dictadura y les retire el velo de olvido que les
impuso la transición. Para ello, mira hacia Argentina, el país que ha acogido
la demanda de las víctimas del franquismo y ha iniciado el proceso judicial que
sigue abierto y en el que, según han anunciado sus abogados esta semana, se
esperan hasta 60 nuevas imputaciones.
Raúl Herrero
se ha sumado a la querella argentina como víctima de torturas en los calabozos
de la Dirección General de Seguridad [DGS]. Aun hoy padece las consecuencias de
aquellos duros interrogatorios que le mandaron ocho meses al hospital
penitenciario de Yeserías. "La paliza me debió desencadenar algo, y al
tiempo de salir del hospital de la cárcel, donde no me curaron ni me aliviaban
apenas el dolor, me diagnosticaron gota", lamenta Herrero, de 65 años y
cuya dolencia le acarrea visitas al hospital cada seis meses.
Herrero
militó en el Partido Comunista Internacional [PCI], organización clandestina
con la que realizaba acciones concretas para convencer a las clases
trabajadoras de la necesidad de un cambio revolucionario. Como estudiante de
Ciencias Políticas, también participó en iniciativas de agitación
universitaria, como huelgas, manifestaciones y asambleas.
"Nuestra
idea de hacer la revolución era muy militante, y en la universidad predominaba
el pequeño burgués, así que decidí ingresar en el PCI", aclara
Herrero, que pudo estudiar gracias a los esfuerzos de su madre, viuda, que
llegó a Madrid en 1955 con sus cinco hijos a trabajar en servicios de limpieza.
Con 20 años
ingresó en el PCI y simultaneó estudios con su trabajo de albañil en diferentes
obras en Madrid para, desde dentro, agitar la conciencia de los trabajadores.
"Entrabas en la obra o en la fábrica como un obrero más. Teníamos
presencia en fábricas como la Estándar Eléctrica, la Seat de Barcelona, la
Talbot. Vivíamos la vida del obrero a la vez que organizábamos el
partido", explica. "También había gente integrada en otros ámbitos
como la sanidad o la educación". "Pensábamos que la clase obrera era
el sujeto más firme y con mayor voluntad para hacer una transformación de la
realidad", añade. Lo mismo se hacía en los barrios, y esta era la
tendencia que también seguían otras organizaciones clandestinas.
Una vida en la clandestinidad
Durante dos
años, Herrero llevó una vida simulada. "Cambiábamos de domicilio para
despistar". En 1970 trabajaba en la construcción de unos pisos en la calle
Víctor de la Serna (Madrid). Allí organizaron una huelga para tratar de mejorar
las condiciones de trabajo. "Con esas acciones hacíamos valer nuestras
ideas, y lográbamos afiliados; si conseguíamos hacer la revolución se darían
las condiciones para lograr las reivindicaciones sindicales y otros derechos",
puntualiza.
En el curso
de una redada que buscaba desarticular la organización del PCI, el 16 de junio
de 1970, Herrero fue detenido por un grupo de policías de la Brigada Político
Social, poniendo fin así a dos años de vida clandestina.
"Con el
edifico rodeado por un exagerado despliegue policial con las armas
desenfundadas, los golpes comenzaron nada más entrar en la habitación donde me
encontraba junto con mi compañero de vivienda", ha detallado Herrero en el
testimonio remitido a la jueza argentina que instruye el caso, María Servini.
El juez del
Tribunal de Orden Público [TOP] dictaminó su ingreso en prisión por asociación
ilícita, y Herrero comenzó su periplo penitenciario en Carabanchel. A los 15
días, y debido a las secuelas que le dejó la paliza recibida durante el
interrogatorio en la DGS, fue trasladado al hospital penitenciario de Yeserías.
"Tenía dolores espantosos en todas las articulaciones e hinchazones
que me impedían los movimientos más elementales", subraya. Herrero, que
gozaba de muy buena salud hasta su detención, sitúa en las torturas recibidas
en la DGS el comienzo de su deterioro. "Para trabajar en un andamio, como
hacía yo, hace falta tener buena forma física", puntualiza.
"Uno de los jefes de la brigada, Saturnino Yagüe, observaba mientras me estaban interrogando y golpeando. Era un hombre grande y dijo al pasar por mi lado, ‘así que este es Raúl, ¿no?, contigo tenemos carta blanca, podemos hacer lo que queramos'", recuerda.
En la cárcel de Yeserías permaneció ocho meses y, todavía enfermo, volvió a Carabanchel. "Los males continuaban, no se había resuelto la raíz del problema. Y proseguía la negativa del Tribunal a concederme la libertad provisional y a facilitarme el cuidado médico bajo vigilancia policial en hospitales de Madrid que se habían ofrecido para acogerme".
"Uno de los jefes de la brigada, Saturnino Yagüe, observaba mientras me estaban interrogando y golpeando. Era un hombre grande y dijo al pasar por mi lado, ‘así que este es Raúl, ¿no?, contigo tenemos carta blanca, podemos hacer lo que queramos'", recuerda.
En la cárcel de Yeserías permaneció ocho meses y, todavía enfermo, volvió a Carabanchel. "Los males continuaban, no se había resuelto la raíz del problema. Y proseguía la negativa del Tribunal a concederme la libertad provisional y a facilitarme el cuidado médico bajo vigilancia policial en hospitales de Madrid que se habían ofrecido para acogerme".
Un año más
tarde, su abogada Dolores González Ruiz -superviviente de la matanza de Atocha
en 1977- logró que le visitara un cardiólogo cuyo diagnóstico fue clave para
que le concedieran la libertad provisional semanas más tarde. "Pedro Zarco
[el médico] certificó que si yo seguía en esas condiciones corría el serio
riesgo de quedar inválido", aclara.
La última detención, en democracia
La segunda
detención, en 1973, le costó cinco días incomunicado entre las sedes de la DGS
y del TOP. Fue puesto en libertad pendiente de juicio por el proceso del
sumario 571/70, incoado tras la primera detención.
"Tratábamos de dilatar el proceso no presentándonos a las comparecencias; era la táctica de nuestros abogados", clarifica. Y así hasta la muerte del dictador. Pero no imaginaba Raúl Herrero que el delito por el que fue acusado en el franquismo perdurara en democracia. "La Guardia Civil me detuvo en octubre de 1979 en la frontera con Portugal porque mi nombre se encontraba en una lista de personas en situación de búsqueda y captura, según los guardias civiles", señala Herrero, que por entonces trabajaba en el Ayuntamiento de Madrid.
Solucionado el incidente, el Director General de Seguridad de la época, Luis Alberto Salazar Simpson, dirigió por escrito sus disculpas a Herrero. "Por precaución, llevé esa carta en el bolsillo durante varios meses", asegura.
"Tratábamos de dilatar el proceso no presentándonos a las comparecencias; era la táctica de nuestros abogados", clarifica. Y así hasta la muerte del dictador. Pero no imaginaba Raúl Herrero que el delito por el que fue acusado en el franquismo perdurara en democracia. "La Guardia Civil me detuvo en octubre de 1979 en la frontera con Portugal porque mi nombre se encontraba en una lista de personas en situación de búsqueda y captura, según los guardias civiles", señala Herrero, que por entonces trabajaba en el Ayuntamiento de Madrid.
Solucionado el incidente, el Director General de Seguridad de la época, Luis Alberto Salazar Simpson, dirigió por escrito sus disculpas a Herrero. "Por precaución, llevé esa carta en el bolsillo durante varios meses", asegura.
Ahora,
Herrero -miembro de la asociación La Comuna, de ex presos del franquismo y de
la red Ceaqua, que promueve la querella- ha facilitado a la jueza argentina los
nombres de sus torturadores y jefes de la brigada Político Social responsables
en el momento de sus detenciones. Tiene constancia de la muerte de la mayoría
de ellos, pero aún busca a uno de los policías autores de la paliza que le
desencadenó los problemas de salud que aún padece para pedir su imputación.
"Seguiré buscando y, si está vivo, lo denunciaré", avanza.
Fuente:
www.publico.es
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