jueves, 30 de enero de 2014

LA IZQUIERDA NO TIENE NI PUTA IDEA DEL MUNDO EN QUE VIVE”

Cándido Marquesán Millán | Profesor de Secundaria. Zaragoza
nuevatribuna.es | 29 Enero 2014 - 15:26 h.

He tenido la gran suerte de que cayera en mis manos un extraordinario artículo titulado Repensar el neoliberalismo, de Christian Laval. Lo he leído en repetidas ocasiones, ya que es denso y lleno de calado ideológico. Me ha servido para conocer mejor y reflexionar sobre los procedimientos usados por determinados ideólogos para sembrar la semilla del neoliberalismo, cuyo dominio actual es apabullante y que explica esta auténtico infierno en el que estamos sumidos. De momento, la izquierda retirada en los cuarteles de invierno, dando la razón a las palabras ya en el 2008 del gran Saramago: “La izquierda no tiene ni puta idea del mundo en que vive”. A mi intención, deliberadamente provocadora, la izquierda respondió con el más gélido de los silencios. Ningún partido comunista. Tampoco ninguno de los partidos socialistas consideró necesario exigir una aclaración al atrevido escritor que había osado lanzar una piedra al putrefacto charco de la indiferencia. Nada de nada, silencio total, como si en los túmulos ideológicos donde se refugian no hubiese nada más que polvo y telarañas, como mucho un hueso arcaico que ya ni para reliquia serviría…”
De todo el contenido del artículo de Laval he tratado de reflejar lo fundamental, con algunas acotaciones y reflexiones personales.
Si queremos enfrentarnos desde la izquierda con unas políticas alternativas contundentes y claras a las vigentes del neoliberalismo, es urgente comprender los mecanismos  por los cuales las ideas y políticas de este han llegado a ser preponderantes. Nadie se atreve a cuestionar el actual estado que nos está llevando a un auténtico genocidio social, aunque desde poderosos medios nos quieren convencer de que todo va bien. Nos dicen que es un día pleno de sol, cuando estamos inmersos en una noche tenebrosa.  Quien tiene la osadía de discrepar es acusado de irracional y de estar desconectado de la realidad. Mas todavía hay margen de actuación para adoptar otro rumbo, aunque para ello se necesitan nuevas armas teóricas para luchar contra la fuerza de las constataciones y de los poderes que las encarnan. Es claro que la situación social, económica y política de la actualidad es producto de la imposición de  una determinada hegemonía. Cualquier ciudadano mediante consciente, ocupado y preocupado por la cosa pública, sabe que este auténtico holocausto social, en el que estamos inmersos, es producto de que la grandes grupos financieros, empresariales y mediáticos han alcanzado una hegemonía, lo que supone la implantación de sus planteamientos ideológicos. Pero esta hegemonía es cuestionable, a través de unos poderes contra hegemónicos, que deberían estar en las fuerzas de la izquierda, tanto en el ámbito político, social, económico o sindical. Frente a esta imposición del austericidio, hay otras opciones. Vaya que si las hay. Se podría renegociar la deuda, o, incluso, negarse a pagar la deuda que fuera odiosa. O la reducción de la deuda pública, en lugar de por la vía del gasto social, hacerlo por la vía del incremento de los ingresos, con una reforma fiscal progresiva, o la persecución del fraude fiscal.  Esas otras alternativas hoy nos las muestran como irracionales y antinaturales. Esa ha sido su gran victoria neoliberal. La victoria además de costosa, estuvo muy bien programada. Todo empezó así.
Lo que para los observadores contemporáneos aparece como una batalla de intereses contrapuestos, que es zanjada por el voto de las masas, ha sido generalmente decidido mucho tiempo antes con una batalla de las ideas en un círculo restringido. En una entrevista en el diario “Le Figaro”, Sarkozy afirmó que: “en el fondo, he hecho mío el análisis de Gramsci: el poder se gana por las ideas”. Consciente de esta circunstancia la derecha ha sabido jugar sus cartas en esta batalla, y desde hace varias décadas tiene estratégicamente la hegemonía ideológica, y también la hegemonía política. Mas no ha sido siempre así. Al final de la II Guerra Mundial, estaba vigente la doctrina de Keynes y se iniciaban en Europa occidental políticas dirigidas a la implantación del Estado de bienestar. Por ello, en abril de 1947 se reunió en el “Hotel du Parc”, en Mont-Pèlerin, en Suiza, un grupo de 39 personas entre ellas: Friedman, Lippman, Salvador de Madariaga, Von Mises, Popper.. con el objetivo de desarrollar fundamentos teóricos y programáticos del neoliberalismo, promocionar las ideas neoliberales, combatir el intervencionismo económico gubernamental, el keynesianismo y el Estado de bienestar, y lograr una reacción favorable a un capitalismo libre de trabas sociales y políticas. Este combate de los neoliberales duro y contracorriente finalmente alcanzaría su éxito en la segunda mitad de los años 70, después de la crisis de 1973, que cuestionó todo el modelo económico de la posguerra. Su victoria fue producto de muchos años de lucha intelectual. Suele atribuirse al reaganismo, al thatcherismo y a la caída del Muro, pero la historia es más larga. Su triunfo se vio facilitado por la autocomplacencia de una izquierda autosatisfecha. Como dice Susan George “Si hay tres tipos de gente, los que hacen que las cosas sucedan, los que esperan que las cosas sucedan, y los que nunca se enteran de lo que sucede; los neoliberales pertenecen a la primera categoría y la mayoría de los progresistas a las dos restantes”. Estos son los hechos.
Es paradójico que los análisis que aportaron una profunda renovación al estudio del neoliberalismo fueron realizados, en gran parte, hace treinta años por Michel Foucault, sin que los movimientos sociales ni los intelectuales ligados a ellos hayan agotado sus enseñanzas. Algunos libros, como de Keith Dixon o Serge Halimi explican la manera en que los neoliberales tras la II Guerra Mundial divulgaron sus ideas en los medios de comunicación, en las universidades y fueron capaces de influir en líderes de la derecha. Nos dan luz sobre el trabajo eficaz de los think tanks y cómo el mundo político e intelectual anglo-norteamericano se ha visto progresivamente inmerso en la gran oleada neoliberal. Para explicar la especificidad del neoliberalismo francés apareció en 2007  el libro de François Denord, aunque faltan trabajos para explicar el neoliberalismo como ocurre en España. No obstante, recientemente ha aparecido el libro de Anton Losada bajo el sugerente título de Piratas de lo público.
Uno de los referentes para entender el neoliberalismo fue Michel Foucault, en la recopilación de sus cursos del año 1978-1979, que dio lugar a la obra titulada Nacimiento de la biopolítica. Este curso marca el inicio, en numerosos países, de una corriente investigadora centrada en la «gubernamentalidad», concepto que Foucault consideraba esencial para comprender las nuevas formas de gobernación. El neoliberalismo aporta ante todo una reflexión sobre las técnicas de gobernación a emplear cuando el sujeto de referencia se constituye a la manera de un ente maximizador de su utilidad. El proyecto político neoliberal desborda con creces el mero marco de la política económica, la cual no se reduce a la reactivación del viejo liberalismo económico, y todavía menos al repliegue del Estado o a una disminución de su intervencionismo. En todo caso, está guiado más bien por una lógica normativa que afecta a todos los terrenos de la acción pública y a todos los aspectos de los ámbitos social e individual. Basado en una antropología global del sujeto económico, pone en funcionamiento resortes sociales y subjetivos propios, como la competitividad, la «responsabilidad » o el espíritu de empresa, y aspira a crear un nuevo sujeto, el sujeto neoliberal. Se trata, en definitiva, de crear cierto tipo de hombre apto para dejarse gobernar por su propio interés. Por tanto, el propósito del poder no aparece determinado de principio, sino que se va realizando mediante los dispositivos que el gobierno crea, mantiene e impulsa.
A partir del análisis foucaltiano, la politóloga norteamericana Wendy Brown lleva a cabo un corrosivo diagnóstico de la crisis democrática en los países occidentales o, con mayor exactitud, del proceso de desdemocratización iniciado en estos países, comenzando por Estados. Unidos. En su ensayo «El liberalismo y el fin de la democracia»,  recuerda que las políticas neoliberales «activas» apuntan a la gobernación de un sujeto «calculador», «responsable » y «emprendedor en la vida», capaz de aplicar una racionalidad económica universal a cualquier terreno vital y a cualquier esfera: salud, educación, justicia, política. Todo tiene un precio. Brown se propone demostrar que este proyecto político viene a sustituir la normativa política y moral hasta entonces vigente en «las democracias liberales», practicando una considerable labor de destrucción de las formas normativas precedentes. Un proyecto que certifica la eliminación del sujeto democrático que fuera referente idóneo de la democracia liberal. De este modo, poco a poco va desapareciendo la figura del ciudadano que, junto a otros ciudadanos iguales en derechos, expresaba cierta voluntad común, determinaba con su voto las decisiones colectivas y definía lo que había de ser el bien público, para verse reemplazado por el sujeto individual, calculador, consumidor y emprendedor, que persigue finalidades exclusivamente privadas en un marco general de reglas que organizan la competencia entre todos los individuos. Los criterios de eficacia y de rentabilidad y las técnicas de evaluación se extienden a todos los terrenos a manera de evidencias indiscutibles. El sujeto moral y político se reduce a mero calculador obligado a elegir en función de sus intereses propios. A juicio de Brown, las consecuencias de este cambio son nefastas. Afectan a las libertades individuales y colectivas que las democracias liberales garantizaban. La gubernamentabilidad neoliberal mina la autonomía relativa de ciertas instituciones, justicia, sistema electoral, policía, esfera pública, entre sí, tanto como su autonomía  en relación al mercado. El proceso de desdemocratización neoliberal va más allá del deseo de Hayek de prohibir las políticas sociales  y redistributivas. Este, pese a su cruzada antisocialista, no pudo prever que potenciar los fines privados en detrimento de cualquier objetivo común iba a cuestionar la democracia misma. Desde esa perspectiva, el neoliberalismo tiene que ser muy preocupante para los viejos liberales preocupados por las libertades civiles y políticas. Este deterioro de la democracia liberal condiciona también a la izquierda política. Así, la crítica social y política se resiente y se desestabiliza, pues debe olvidarse no solo del socialismo, sino también de las formas políticas del viejo liberalismo. En cuanto esta crítica deja de someterse con resignación a la nueva racionalidad, pasa a encabezar la defensa de las antiguas instituciones democráticas liberales ( de las libertades individuales y políticas, del laicismo), cuyo carácter incompleto, desigual había criticado hasta hace poco. Así a la izquierda le sería necesario formular un contraproyecto basado en otra racionalidad moral y política, y por lo tanto en otra concepción de lo humano, de lo que hasta ahora se ha mostrado incapaz. 
Para construir esta crítica desde la izquierda es imprescindible analizar las relaciones entre neoliberalismo y neoconservadurismo. Ambas racionalidades según Brown deben verse de forma conjunta. Si algo caracteriza a la derecha es su gran capacidad de adaptación, de desdoblarse, pertrechada de grandes dosis de cinismo. Por ello no tiene problema alguno de compaginar el neoliberalismo con el neoconservadurismo, aun siendo planteamientos no fáciles de ir juntos. La Nueva Derecha inglesa, desde su irrupción con Margaret Thatcher contiene en su seno las dos tendencias: la neoliberal y la neoconservadora. Esta segunda se enfrenta a los problemas apelando a la tradición, la jerarquía y la moralidad que determinadas instituciones como el Estado, la familia y la iglesia aportan a la sociedad para restaurar o conservar los viejos valores. Si nos fijamos en el ámbito educativo, el neoliberalismo apuesta por la libertad de elección de centro, el cheque escolar y la privatización de la educación, adelgazando el papel del Estado. En cambio, la neoconservadurismo considera que la educación es muy importante para dejarla en manos del mercado, reclamando, por ende, un Estado fuerte capaz de restaurar e imponer los viejos valores. En base a lo expuesto en el thatcherismo se enfrentaron ambas tendencias y generaron fuertes tensiones, aunque su acierto consistió en diluir esas no pequeñas diferencias, promoviendo compromisos internos.
Como réplica a la destrucción del sujeto moral y político en la lógica empresarial y consumista, el neoconservadurismo serviría como una nueva forma política para recuperar la moral y la autoridad según presupuestos normativos de antaño, para dar ciertas dosis de seguridad a la sociedad, sobre todo a las clases populares cada vez más desprotegidas como consecuencia del desmontaje del Estado de bienestar. La derecha con gran habilidad llevaría a la vez una política beneficiosa para los ricos, como es obvio, pero consoladora para los pobres, recurriendo al patriotismo y a la autoridad para combatir la delincuencia y la marginalidad. Mas para Brown, las cosas no resultan fáciles de encajar. Pone de manifiesto la heterogeneidad del neoliberalismo y mucho más del neoconservadurismo, como la incompatibilidad de ambas tendencias. Algunos moralistas conservadores se escandalizan ante la vorágine del consumismo insolidario y la ruptura de los vínculos sociales, consecuencias gravísimas e irrefrenables del capitalismo más voraz. Las visiones del mundo entre ambas tendencias tampoco sintonizan, divididas entre la defensa de lo nacional frente al orden planetario.
Pero también tienen concordancias, que predominan sobre las divergencias. La moral, teñida a conveniencia, de valores religiosos, tradicionales y nacionales, puede ser utilizada para manipular a los ciudadanos. La guerra puede servir como dispositivo de asimilación y movilización en una sociedad escindida. Siguiendo el análisis de Foucault, puede observarse y comprenderse el espacio común entre neoliberalismo y neoconservadurismo en su referencia común al “individuo que debe responsabilizarse de sí mismo”, por lo que las expectativas de la vida de los ciudadanos derivan de lo que ellos hagan por sí mismos y no de lo que la sociedad puede hacer por ellos. Como consecuencia de tal responsabilización conductual, de tal privatización de los problemas sociales,  y sirviéndose arteramente de la difícil situación económica y en buena parte causada por ellos, los dirigentes se han lanzado con un voracidad a desmontar los sistemas públicos de pensiones, educación y sanidad, adoptando el modelo del individuo como empresario de sí mismo, por un lado, y el de buen padre de familia trabajador, y previsor, por otro.   De ahí otro daño colateral del neoliberalismo, como es la despolitización de la ciudadanía, para así poder cometer sus tropelías. Ha calado la idea de que es decente quien no se mete en política, ya que va a lo suyo. Y ya es la culminación de la virtud si solo vive para su familia: de casa al trabajo y del trabajo a casa. De la política como algo abyecto hay que huir despavoridos. Lo único valioso es la vida privada, la familiar y laboral. De ahí que muchos alardean yo no soy político.
Para Brown se produce una articulación problemática entre neoliberalismo y neoconservadurismo. El nuevo sujeto neoliberal se siente liberado de los valores y las prácticas de la democracia liberal y al renunciar a su ciudadanía acepta mejor sus obligaciones. La actual  desdemocratización que promueven los políticos de la derecha, fue anunciada por el neoliberalismo impulsado tanto por la derecha como por la izquierda hace ya tres décadas.
El final de su ensayo Brown, se pregunta qué tipo de política de izquierdas y qué forma de renovación democrática podría oponerse a este proceso de descomposición pleno de las formas morales y políticas, para poder escapar de esta pesadilla: “¿Seguimos siendo realmente demócratas, seguimos creyendo todavía en el poder del pueblo y lo deseamos de verdad? Debemos salir de esta pesadilla, que es nuestra, y de la que debemos despertar.





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