Héctor
Maravall Gómez-Allende | Abogado
nuevatribuna.es | 01 Febrero 2015 - 15:41 h.
Con la muerte de Lola se va una parte importantísima de
nuestra vida y de nuestros afectos
Conocí a Lola González Ruiz a las pocas semanas de
entrar en la facultad de Derecho en el otoño de 1966. En aquellos tiempos, en
una facultad de 5000 estudiantes, no llegaban a 10 las mujeres militantes:
Aurora, Marian, Mercedes, Margarita, Anabela y Lola.
En la célula del Frente de Liberación Popular de Derecho era
la única mujer. Nos tenía a todos un poco o un mucho enamorados. Lola, con 20
años, guapa, melena rubia, muy sonriente, llena de energía y también de genio,
fumando un cigarro tras otro, destacaba inmediatamente. Siempre estaba en las
asambleas, en las concentraciones, en las manifestaciones en el Campus o en la
calle Princesa y también en las cervezas en Zulia o en Casa Manolo.
Después dejó la célula y pasó a realizar tareas del
“aparato” y al impulso del escuchimizado sector obrero, trabajo mucho más
peligroso. Por razones de seguridad no podíamos relacionarnos con ella ni con Enrique
Ruano, su novio, también en las mismas tareas, pero aun y así a veces
quedábamos para ir al cine o a tomar unas cañas.
En enero de 1969 son detenidos y Enrique es asesinado al ser
arrojado desde un quinto piso por policías de la Brigada Política Social.
La muerte de Enrique fue un terrible mazazo para todos sus
camaradas del FLP y sobre todo para Lola. Encima la organización estalló en mil
pedazos y quedamos durante un tiempo flotando en el limbo político del
izquierdismo postmayo francés. Lola lentamente fue recuperando su vida y su
alegría de la mano de Javier Sauquillo, que la idolatraba como pocas
parejas he conocido.
Con el estimulo de José María Mohedano y de algunos
otros, fuimos evolucionando hacia el PCE, no sin reticencias y en 1971 volvimos
a encontrarnos en el mismo proyecto político. Javier, Lola, el Panfle y yo
formamos un núcleo de profunda amistad. Teníamos los mismos gustos: íbamos
mucho al cine, clásicos norteamericanos de los años 40 y 50, nouvelle vage francesa,
cine comprometido italiano, la generación angry británica; salir al campo los
fines de semana; leer lo ultimo en marxismo o en novela latinoamericana;
comprar cacharritos y figuritas de cerámica; pasarnos por la librería Cultart
de la Glorieta de Quevedo. Hicimos viajes a París yendo de un museo a otro y de
un cine a otro, volvíamos cargados de libros y discos prohibidos, que nos
pasaban escondidos los camaradas del tren “Puerta del Sol”, a los que Lola y
Javier defendían…
Lo único que se me hacía muy cuesta arriba en la convivencia
con ellos era su pasión noctámbula, esa manía de irse a tomar algo al VIP de
Velázquez o al Pub de Santa Bárbara al salir de una reunión de célula, me caía
de sueño y ni Lola ni Javier, habla que te habla, querían marcharse a casa.
Ya he escrito recientemente cómo Lola y Javier me acogieron
con inmensa generosidad en su despacho de General Oraa al terminar yo la
carrera y como me llevaron en la mochila cuando se creó el superdespacho de
Españoleto 13. Lola se especializó sobre todo en la defensa de los trabajadores
de RENFE y de Artes Graficas, realizando un magnifico trabajo que nunca
olvidaran por ejemplo los compañeros de Hauser y Menet. Lola en la Magistratura
del Trabajo y en el Tribunal de Orden Publico era, como se suele decir, puño de
hierro en guante de seda, con su dulce aspecto y sus suaves maneras no dejaba
pasar una y los abogados contrincantes la temían y respetaban. Lola era
especialmente valiente cuando se encaraba con los grises o con los sociales,
como lo fue en la facultad cuando se defendía a bolsazos de los ataques de los
extremistas de Defensa Universitaria.
Lola y Javier hicieron muy buenas migas con Elena y los
cuatro juntos viajamos a la Lisboa revolucionaria en mayo de 1974, fuimos a
Cazorla, a Riaza, a San Rafael, a Atienza. Lola y Javier siempre eran generosos
con nosotros. Después ampliamos el círculo de amistades nocturnas con Antonio
Gallifa, Antonio Sama y Pepa o Juan Senra y junto con ellos y otros, montamos
la fracción clandestina, OPI (Oposición de Izquierdas del PCE), que nos costó
una sanción de separación del Partido de varios meses.
Nos detuvieron juntos a los cuatro en el coche de Javier y Lola
cuando en una manifestación por la Amnistía íbamos parando el tráfico en el
Paseo del Prado. En las postrimerías del franquismo, Lola y Javier decidieron
encargarse de los nuevos despachos que fuimos abriendo en las ciudades
dormitorio, que suponía un trabajo mucho mas incómodo materialmente, ya que
había que desplazarse y los horarios eran mucho peores y había que bregar con
una legislación mucho mas difícil y dispersa que la laboral y con abogados aun
mas trileros. Pero no les importó.
Elena y yo nos fuimos a vivir cerca de su casa en el barrio
de Chamartin, una casa donde eran frecuentes las reuniones más clandestinas de
los comités directivos del Partido a los que nunca ponían pegas.
Tras la muerte de Franco los cuatro decidimos ser padres y Lola y Javier además hacerse una preciosa casa en la costa de Miengo en Santander. Recuerdo la alegría que se llevaron cuando Elena les dijo que ya estaba esperando un hijo.
Tras la muerte de Franco los cuatro decidimos ser padres y Lola y Javier además hacerse una preciosa casa en la costa de Miengo en Santander. Recuerdo la alegría que se llevaron cuando Elena les dijo que ya estaba esperando un hijo.
La matanza de Atocha rompió una vez más la vida de Lola en
lo físico y en lo psicológico. Todos sus amigos y amigas pensamos que ese
segundo mazazo, mucho más duro aun que el primero, no lo iba a poder resistir.
Y resistió y salió adelante entre operaciones y operaciones y un sin fin de
dolores del cuerpo y del espíritu.
Ni abandonó su compromiso político ni fue de mártir por la
vida, aunque bien de derecho que tenía. Lo único que cambió fue su juvenil
sonrisa que quedó velada por un inevitable tono de tristeza.
En el verano de 1978 fuimos a su casa de Miengo con nuestro
hijo Javier que con un año no hacia más que subir y bajar a gatas por las
escaleras. Lola prácticamente no lograba dormir por las noches, que pasaba
oyendo música y con la luz de la casa encendida. Pero no se abandonaba a la
apatía o al cansancio, recorríamos con ella los puestos del mercado de
Torrelavega buscando el mejor queso o las pastas más ricas, aunque ella apenas
comía.
A Lola la democracia no la trató bien, siendo como era una
gran profesional y una gran trabajadora; otros que durante la transición en
lugar de pelear habían hecho curriculum en universidades extranjeros
consiguieron consejerías, asesorías, puestos creados ex profeso. Lola ni tenía
padrinos ni renunció a su militancia comunista.
Nos seguimos viendo en manifestaciones, en actos políticos o
en cenas y tertulias de viejos camaradas. Nunca le abandonó la lucidez para
recordar el pasado, analizar el presente y pensar en el futuro.
Con la muerte de Lola se va una parte importantísima de
nuestra vida y de nuestros afectos. Sus amigos y seguro que muchos de los trabajadores
a los que defendió no la olvidaran.
Y un recuerdo cariñoso para José María, siempre tan
solícito con ella y qué tanto la quiso, que decidió acompañarla de inmediato en
su marcha de este mundo.
Fuente: www.nuevatribuna.es
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