sábado, 28 de febrero de 2015

DIOS PADRE Y EL PROBLEMA DE LA FELICIDAD



nuevatribuna.es | 26 Febrero 2015 - 21:28 h.

Hay en la religión, tal como se predica por la clerecía y tal como se percibe por la ciudadanía, la sombra de una ficción consensuada
No tengo intención de moverme ni un punto del respeto exquisito hacia las creencias y opiniones de los demás; ¿es demasiado tal vez pedir que ese respeto sea recíproco? La pregunta va dirigida a la Dirección General de Evaluación y Cooperación Territorial del Ministerio de Educación español.
Con la firma de dicha entidad ha aparecido en el BOE, el martes 24 de febrero de 2015, el programa de la asignatura de Religión que se impartirá en las aulas de nuestro país. No es un hecho nuevo, la religión ya se enseñaba así antes. Es, para caracterizarlo con exactitud, un hecho sintomático.
De lo que se habla no puede ser más importante. Se trata de la existencia de Dios y de su relación con el mundo en general y con la humanidad en particular. No cuestiono la legitimidad ni la sinceridad del sentimiento religioso, quiero aclararlo, pero encuentro una gran diferencia entre explicar un hecho problemático como problemático, a explicarlo como el último capítulo de un caso resuelto a satisfacción de todos por, digamos, Hércules Poirot. En el primer caso estaremos haciendo filosofía, teología si se quiere, pero teología seria. En el segundo, estaremos contando una novela que damos por supuesto que será aceptada con la fe del carbonero.

Me temo que esa seguirá siendo la intención de los cursos formativos de religión en España. Detallo como ejemplo de ese temor los cuatro criterios de evaluación que constan en el programa impreso en el BOE, relativos al bloque I (el sentido religioso del hombre).
«1. Identificar en la propia vida el deseo de ser feliz
Ninguna objeción.
«2. Reconocer la incapacidad de la persona para alcanzar por sí mismo la felicidad
Prescindamos del anacoluto, porque una persona debería ser capaz o no de alcanzar por sí “misma”, y no “mismo”, la felicidad u otra cosa cualquiera. (Los expertos en religión pueden no serlo en gramática.) Una cosa es en efecto el deseo genérico de ser feliz expresado en el punto 1, y otra muy distinta «alcanzar la felicidad», se supone que en el entorno intramundano. La expresión «por sí mismo» (misma) indica que la incapacidad que se ha de reconocer es individual de la persona; nada se dice de la posibilidad de una felicidad, o un bienestar, de carácter social o colectivo. Lo que se nos describe es una relación puramente individual entre el alma (la persona singular) y la eventual realización mundana para ella de algo que por lo demás ni se concreta ni se define.
«3. Apreciar la bondad de Dios Padre que ha creado al hombre con este deseo de felicidad
Aquí se dan por supuestas demasiadas cosas. Primera, que Dios Padre (atención, no se habla de un Creador genérico, sino del señalado por el misterio de la Trinidad. Nuestra clase de religión no sirve a partir de aquí para un hindú, para un animista, para un judío) ha sido quien ha creado al hombre (y a la mujer, admitámoslo. Si antes hablábamos de persona y luego hablaremos de humanidad, ¿es de recibo esta fórmula de género?). Segunda, que el deseo de felicidad ha sido incluido por el diseñador Dios Padre en el “equipamiento de serie” para el hombre y/o la mujer en su caso. Tercera, que ese acto discrecional del Ser divino supone una «bondad» digna de gratitud, a pesar de que en el punto anterior se ha dado por sentado que la realización intramundana del deseo innato de felicidad es imposible por «incapacidad» de la persona. Es decir, que en el “equipamiento de serie” de la persona humana, el diseñador ha puesto al mismo tiempo el deseo de ser feliz y la incapacidad de serlo. ¿Dónde está la bondad, entonces? Las opciones son dos, y disculpen los creyentes la irreverencia: o debemos atribuir al Gran Diseñador una incompetencia total, o bien un cierto sadismo.
4. Entender el Paraíso como expresión de la amistad de Dios con la humanidad.
Tableau. Aparecen de pronto dos conceptos no mencionados hasta el momento. El paraíso sale de la chistera en el momento oportuno, como un (nunca mejor dicho) Deus ex machina. Pero su existencia, que se da de forma gratuita como segura, no resuelve las cuestiones anteriores. Por lo que respecta a la «humanidad», tampoco tenida en cuenta antes, sugiere la posibilidad de un tipo distinto de problemas relacionados con la dimensión social de los hombres y las mujeres; pero ese camino no se explora.
Ciñéndonos entonces a la cuestión estricta que es objeto de la asignatura, el sentido religioso de la persona concebida en su individualidad, el problema no resuelto es, ¿por qué imbuir en ella un deseo de felicidad mundana cuando su realización se ha de diferir obligadamente hasta una existencia extramundana posterior, y además con el carácter de un premio para los mejores, mientras a los demás se les reserva una eternidad de llanto y crujir de dientes? ¿Por qué existe en el mundo, en la “creación”, el llamado “problema del mal”, el sufrimiento, la enfermedad, la injusticia, la opresión? ¿Cabe llamar a eso «amistad» de Dios con la humanidad, y por qué? ¿Cabe hablar, siquiera y en cualquier caso, de amistad entre seres tan desiguales? Son cuestiones muy debatidas en la historia de las religiones, pero nada se dice en el programa sobre ellas.
Hay en la religión, tal como se predica por la clerecía y tal como se percibe por la ciudadanía, la sombra de una ficción consensuada. Todos sabemos que las cosas no son así, no pueden ser así de ninguna manera, pero entre todos hacemos un esfuerzo para comportarnos como si lo fueran, como si todo estuviera en orden y bajo control.
Desde el respeto a todas las opiniones la pregunta, dirigida a todos pero de forma muy expresa a los católicos, es la siguiente: ¿es adecuado incluir este tipo de ficciones sociales en un programa educativo?










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