lunes, 16 de febrero de 2015
Ayer acabé la lectura de Una mosca en la sopa,
el libro de memorias del poeta norteamericano de origen serbio Charles
Simic. Una lectura que, en buena medida, he venido realizando en paralelo
con otra: los textos de las poetas mujeres de la Beat Generation
que aparecerán , de manera inminente, en Bartleby Poesía bajo el cuidado de Annalisa
Marí Pegrum (es la traductora y la autora del prólogo). ¿Qué
tiene que ver mi lectura de las memorias de Simic con la de las poetas beat?,
se preguntará el lector. Ciertamente, poco aunque ese "poco" sirva
para iluminar la actitud de sus compañeros de peripecia, los más que
reconocidos poetas norteamericanos que llenaron las décadas de los cincuenta y
sesenta (y gran parte de la de los setenta) con sus nombres indiscutibles:
desde el narrador (y poeta, autor de un magnífico libro de haikus) Jack
Kerouac hasta poetas puros como Allen Ginsberg, Gregory Corso, William
Burroughs o Ferlinghetti.
Las poetas fueron relegadas en favor del protagonismo varonil. Los poetas fueron directos a la estantería de la historia de la literatura norteamericana y, más allá, universal. Las poetas quedaron anegadas por su condición de mujeres y, seguro, por su dedicación no solo a la poesía sino a tareas bastante menos "gloriosas" como las labores domésticas o los trabajos que el machismo ha dejado tradicionalmente en sus manos. Cuando, hace algunos años leí Personajes secundarios (2008, Libros del Asteroide), las memorias noveladas de Joyce Johnson, la compañera, amiga y amante de Jack Kerouac, advertí en su relato un inmenso reproche a los machos de aquella hornada literaria y cultural. El propio título del libro es de por sí ilustrativo. Aunque había poetas que estaban a una altura similar a la de sus compañeros, nunca dejaron de ser personajes secundarios, por no decir terciarios.
Pero volvamos a Simic. Así cuenta su visión del Nueva York bajo la influencia Beat:
Las poetas fueron relegadas en favor del protagonismo varonil. Los poetas fueron directos a la estantería de la historia de la literatura norteamericana y, más allá, universal. Las poetas quedaron anegadas por su condición de mujeres y, seguro, por su dedicación no solo a la poesía sino a tareas bastante menos "gloriosas" como las labores domésticas o los trabajos que el machismo ha dejado tradicionalmente en sus manos. Cuando, hace algunos años leí Personajes secundarios (2008, Libros del Asteroide), las memorias noveladas de Joyce Johnson, la compañera, amiga y amante de Jack Kerouac, advertí en su relato un inmenso reproche a los machos de aquella hornada literaria y cultural. El propio título del libro es de por sí ilustrativo. Aunque había poetas que estaban a una altura similar a la de sus compañeros, nunca dejaron de ser personajes secundarios, por no decir terciarios.
Pero volvamos a Simic. Así cuenta su visión del Nueva York bajo la influencia Beat:
"Con la aparición de los Beat [...] la escena cambió.
En el Village aparecieron cafés por todas partes. Además de ofrecer actuaciones
de cantantes folk y obras de teatro, se organizaban recitales de poesía. [...]
Pero Nueva York era además un lugar maravilloso para la poesía: en una misma
semana podías escuchar a John Berrymann y a May Swenson, a Allen Ginsberg y a
Denise Levertov, a Frank O'hara y Le Roi Jones."
A esa descripción ambiental, probablemente idéntica a lo que
imaginamos quienes de ese tiempo tenemos una memoria no vivida, sino heredada
gracias a las lecturas y a los documentales, es preciso añadir una que nos
revela la relación que aquellos "dioses" mantenían con la mujer (no
necesariamente artista, ni poeta, solo mujer). Cuenta Simic que en una
de sus visitas a Nueva York en aquellos años conoció a Robert Lowell. Afirma que
mantuvo con él una larga conversación sobre la poesía francesa del siglo XIX. Sin
embargo, su historia pronto deriva hacia un detalle que es por sí sólo más que
explícito: "Era tarde y casi todo el mundo", escribe Simic,
"se había ido a casa. Lowell estaba sentado en un sillón y había dos
chicas sentadas en el suelo, mirándole. Aunque decía cosas muy interesantes
sobre Charles Baudelaire, Tristan Corbière y Jules Laforgue, lo que me tenía
absolutamente cautivado no eran sus palabras sino sus manos. Mientras
hablábamos les masajeaba el cuello a las chicas; la rato, les metió las manos
bajo el vestido y empezó a acariciarles los pechos".
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Por eso es importante todo esfuerzo por reparar, aunque sea con décadas de retraso, esa injusticia. Annalisa Marí Pegrum, consciente de esa necesidad, nos ofrece una antología bastante completa de aquellas escritoras aprisionadas entre una tradición cultural y de costumbres todavía presente en la América de los años 60 y su deseo de perduración mediante la escritura poética. En el prólogo a Beat Attitude, nos cuenta, de manera sucinta, la historia de esa particular batalla contra la relegación y el silencio. He revisado los álbumes de fotografías que pueden verse en las más diversas páginas de Internet y en la casi totalidad de las fotografías de grupo dominan los hombres: cuando aparecen mujeres lo hacen como acompañantes, parejas o espectadoras. De esa relegación da cuenta la prologuista y traductora. Y lo hace rescatando algunas anécdotas que revelan la dimensión del "estropicio". Por ejemplo cuando relata como tras una conferencia celebrada en el Instituto Naropa en 1994, al ser preguntado el poeta Gregory Corso por la ausencia de mujeres en la generación beat, responde: “Hubo mujeres, estaban allí, yo las conocí, sus familias las encerraron en manicomios, se les sometía a tratamiento por electrochoque. En los años 50 si eras hombre podías ser un rebelde, pero si eras mujer tu familia te encerraba. Hubo casos, yo las conocí. Algún día alguien escribirá sobre ellas.”
De ese predominio de la poesía escrita por los hombres habla a las claras el hecho de que uno de los primeros libros que en España nos mostraron la obra de esta generación, Antología de la "Beat Generation", preparada y prologada por Marcos Ricardo Barnatán en 1977 (Plaza y Janés) y en la que se integran poemas de Ferlinghetti, Corso, Kerouac, Ginsberg y Lamantia, no hubiera una sola referencia a la existencia de mujeres coetáneas que escribieran poesía con cierta audiencia en los medios de la época.
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