nuevatribuna.es | 18 Febrero 2015 - 13:48 h.
Grecia ha elegido recientemente a un gobierno para que se
oponga a las brutales recetas austericidas de la troika que están sumiendo en
la más absoluta de las miserias al pueblo griego y a otros pueblos de Europa y
del mundo. Grecia es hoy, en solitario, como España en 1936
Que la historia no se repita no impide que sea cíclica, de
tal manera que siempre a un periodo de progreso sucede otro de reacción que
intenta llevar las cosas al punto anterior al de partida. El mundo tembló con
la revolución francesa, pero derrotado Napoleón, Francia encabezó la Santa
Alianza que acabó con la revolución liberal española de Riego y se
dispuso a demostrar que el antiguo régimen seguía tan vivo como en 1788; en la
Rusia de 1917, diez días estremecieron al mundo abriendo una puerta a la
esperanza, no tardaron las potencias europeas en unirse para formar la guerra
blanca y abortar la revolución. Desaparecida la URSS, un antiguo miembro
del KGB, Vladimir Putin, se erigió en régimen al estilo de los antiguos
zares. Igual se podría decir de la Europa surgida después de la Segunda
Guerra Mundial en la que fructificó el Estado del bienestar que en nuestros
días está siendo desmontado para instaurar un régimen oligárquico al servicio
de “los mercados”.
El golpe de Estado de 17 de julio de 1936 urdido por los
militares africanistas españoles con la ayuda del clero y de la alta
burguesía catalana y castellana, fracasó al hacerlo en las dos principales
ciudades del país, Barcelona y Madrid. Unos días después de la traición, el
presidente del Gobierno José Giral y el Subsecretario de Gobernación Carlos
Esplá descubrieron unos documentos en los que se plasmaban los acuerdos
firmados por los golpistas y el régimen fascista de Mussolini: La guerra
había comenzado. A partir de ese momento toda la diplomacia republicana se
repartió por los principales países de Europa y por la Sociedad de Naciones
para advertir que lo que estaba ocurriendo en España no era más que el comienzo
de lo que después sucedería en todo el continente. Las palabras de Azaña,
Esplá, Giral, Azcárate, Álvarez del Vayo, Negrín cayeron en saco roto y
España se tuvo que enfrentarse en solitario a las potencias nazi-fascistas
mientras la Gran Bretaña de Chamberlain y la Francia de León Blum -con
lágrimas en los ojos- promovían la política de apaciguamiento y el Comité de No
Intervención que posibilitó que Alemania e Italia siguiesen armando a
los fascistas españoles e impidió que la II República pudiese defenderse de la
agresión totalitaria. Después de bombardear ciudades y pueblos como nunca antes
se había hecho en ningún lugar del planeta, después de practicar la política de
tierra quemada en los territorios que iban conquistando, después de fusilar a
decenas de miles de personas, después de haber dejado sin armas al ejército
republicano, los nacional-católicos españoles ganaron la guerra e impusieron
-con el consentimiento y la ayuda de Gran Bretaña y Estados Unidos- el
régimen más sanguinario de nuestra historia. Seis meses después Europa era
arrasada por el nazi-fascismo.
Desde la crisis del petróleo de 1973, pero sobre todo desde
la desaparición de la URSS, los enemigos de la democracia -que no es otra cosa
que lo que dijo Lincoln, gobierno del pueblo, por el pueblo y para el
pueblo- emprendieron un calculado ataque al corazón de la misma que tenía como
objetivo primero el desmantelamiento del Estado del Bienestar y como
último el vaciado de la misma democracia, de tal manera que la soberanía
popular fuese sustituida en unas décadas por la soberanía de los mercados,
dogma más intangible que el de la Santísima Trinidad. Dado que esa
sustitución no se podía hacer por las armas, se optó por la propaganda
utilizando para ello, en rara confluencia ideológica, televisiones, cine,
periódicos de papel y todos los medios de comunicación social a su alcance. Unos
sindicatos adormecidos, unos partidos socialdemócratas narcotizados, una
Educación descafeinada y una sociedad pagada de sí misma, muerta de éxito,
pusieron bandeja de plata al cambio, un cambio que suponía el regreso a modelos
políticos ya conocidos basados en la explotación del hombre por el hombre, la
usura, la alienación, la codicia y la ausencia de cualquier noción de ética,
aunque esta vez con un ámbito desconocido: Todas las tierras emergidas del
Globo. Se dijo una y otra vez -y se sigue diciendo- que el ahorro generacional
del pueblo, que son sus hospitales, sus escuelas, sus servicios sociales, sus
pensiones, sus bosques, su naturaleza, su patrimonio cultural y artístico no
eran sostenibles, que la vida de las personas no dependía de su valía o
esfuerzo sino de su docilidad, que todo había que medirlo en términos de
rentabilidad económica, que los impuestos directos proporcionales y progresivos
eran una antigualla, que los indirectos como el IVA -parecidísimo a las sisas,
alcabalas, diezmos y tercias medievales- eran la modernidad, que quienes más
sabían de Educación eran los frailes y monjas, que la salud debía ser un
negocio para unos pocos, que defraudar impuestos o robar al Erario eran cosas
muy loables, y al final estamos llegando al final recortando todos los derechos
humanos para globalizar la miseria y la sumisión.
Grecia ha elegido recientemente a un gobierno para que se
oponga a las brutales recetas austericidas de la troika que están
sumiendo en la más absoluta de las miserias al pueblo griego y a otros pueblos
de Europa y del mundo. Grecia es hoy, en solitario, como España
en 1936. Si queremos evitar que los enemigos de la democracia que hoy gobiernan
el mundo hagan con Grecia y con todo el continente lo mismo que hicieron en
1939 es llegado el momento de dar todo nuestro apoyo a Syriza y al
pueblo griego. Su futuro, el nuestro y el de todos se juega hoy en el
tablero heleno. No se pueden tropezar tantísimas veces en las mismas piedras.
Fuente: www.nuevatribuna.es
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